Microcuentos, esos textos como rayos
En 2017 la editorial Amauta publicó Última ronda, libro colectivo de microcuentos, seleccionados por Graciela Repún quien, además de proponer y luego seleccionar los textos en los talleres que desde hace años coordina, escribió este prólogo brillante. Lo traemos hoy, para acompañar el mes dedicado al microcuento en nuestro Libro de arena.
Por Graciela Repún*
Un rayo cae sin anunciarse, ilumina, enciende, arrasa y al irse deja destellos de fuego... Una ola repentina intimida, se deshace y entre la espuma deja un mensaje en una botella… Así son los microcuentos, minicuentos, minificción, microrrelatos, cuentos brevísimos, cuentículos, hiperbreves, cuentos instantáneos, cuentos relámpago, entre tantos otros nombres con que se los conoce. Textos como rayos que nos atraviesan, como olas que nos arrastran con un ritmo vertiginoso, inmediato. Y que cuando se van dejan chispas, mensajes, huellas. En esta propuesta que cruza las barreras de los géneros, no hay lugar para lo accesorio. En tiempos donde nos zarandean y dispersan imágenes fugaces, lemas publicitarios, noticias de último minuto, comunicaciones en redes sociales, estos textos que van desde los nanocuentos –de una a doscientos palabras– hasta los cuentos cortos –de tres cuartos de página a varias carillas– nos atrapan porque saben contar una historia con impacto, brevedad y concisión. Los microcuentos convocan. Cuando se refieren al mundo cotidiano, nos piden a los lectores nuestra participación, que pongamos en juego lo que tenemos y somos: lecturas, recuerdos, anécdotas, conocimientos, creencias, amores. Los textos entonces dialogan con las frases hechas que intercambiamos cada día, con los anuncios que oímos y leemos, con las instrucciones que recibimos o damos. Incluso con las historias y fábulas que escuchamos de chicos. Y con personajes admirados -populares, religiosos, mitológicos, literarios, históricos, legendarios- que desde una sorprendente reescritura humorística o emotiva de la historia oficial, dejan de ser intocables, pierden en solemnidad, ganan en cercanía. Los microcuentos transportan. Nos llevan a un mundo fantástico, en el que no podemos decidir si estamos por soñar o por despertarnos porque los estados se confunden e intercambian. Los reflejos están vivos y vienen a ocupar nuestros espacios. Lo vaporoso se vuelve denso y nos noquea. Las víctimas se tornan victimarias u otra cosa absolutamente impensada. Las épocas son imprecisas y pueden mezclarse. Nos ofrecen un mundo ambiguo: conocemos solo una parte de lo que sucede. Es más lo que podría haber pasado que lo que realmente pasa. Los lectores sabemos que tal vez nos estén engañando, que todo es clave y que ya, desde los títulos, nos direccionan. Y que nos hacen creer que se está hablando de una cosa, pero pronto descubriremos un giro inesperado. Un giro que más de una vez nos obligará a volver al título desde el final y releer para entender. Los cuentos breves no permiten lectores pasivos. Nos inducen a estar atentos a las palabras porque muchas veces juegan con el doble sentido. Hay relatos que revelan su estructura y nos recuerdan que lo que estamos leyendo es una creación y no la realidad. Los autores se aparecen para revelar sus bloqueos, sus técnicas de escritura o para pedirnos que pongamos nuestra imaginación donde queden espacios vacíos, datos enterrados, sumergidos. Incluso son capaces de no cerrar sus cuentos y, en el desenlace, plantearnos enigmas que tienen tantas resoluciones como cambios de ánimo, puntos de vista o lectores se presten a resolverlos. Como esos autores, los que escribimos los cuentos de este libro también revelaremos un secreto de su composición: el punto de partida. Muchos surgieron en mis talleres, cuando ahondamos en las definiciones, reglas y elasticidad del formato y leímos inspiradores textos de Bretón, Artaud, Shua, Cortázar, Borges, Arreola, Denevi, Monterroso y Kafka, entre tantos maestros. Otros cuentos breves se escribieron luego, por gusto, porque la propuesta entusiasma. O porque como en mi caso y en el de Jorge Grubissich y Mario Méndez –que también los editaron– queríamos ser parte de este proyecto colectivo. Los primeros cuentos, los iniciales, surgieron inspirados en fragmentos de melodías muy diversas que fuimos escuchando, una tras otra, durante un par de clases de los talleres de Nación Cracovia, El Chancho de la Refutación, Octavo Cielo y Corrección Profunda. Como esas melodías que transpusieron el papel, esperamos que cuando se acallen las voces y descansen las miradas, dejen sus huellas, sigan vibrando.
* Graciela Repún ha publicado cuentos, novelas, obras de teatro, biografías y poesías en: Argentina, Uruguay, Chile, Puerto Rico, Colombia, México, Inglaterra, España, Italia, Brasil, Francia, China y Corea. Ha recibido becas y varias distinciones por sus libros, entre otros el White Ravens, el Premio Octogonal de Honor otorgado por CIELJ, el Premio Fantasía, el Destacado de Alija y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil “La hormiguita viajera”.
Mario Méndez
Amauta, 2017.
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