Octavio Paz: la máscara y la grieta

¿Qué es la identidad? ¿Cuáles son las marcas particulares de una existencia? ¿Qué hay de las ausencias, de los quiebres en que se desgaja el ser? ¿Qué es ser latinoamericano? Son preguntas cuyas respuestas se atrevió a ensayar el escritor mexicano Octavio Paz. En el día dedicado a recordar los 25 años de su fallecimiento, Libro de Arena comparte un comentario sobre El laberinto de la soledad.




Por María Pía Chiesino


En 1950, cinco años después de la finalización de la Segunda Guerra europea, Octavio Paz publica El laberinto de la soledad, un ensayo en el que intenta presentarle al lector un perfil de la idiosincrasia mexicana.

Lejos de caer en las simplificaciones que podría ofrecer la solidez de la cultura azteca originaria, Paz trabaja a partir del mestizaje y se adentra en las contradicciones internas que, a partir de la Conquista, han contribuido a la formación del espíritu mexicano.

En este recorrido se impone a los lectores la imagen del quiebre y de la rajadura. El mexicano es un producto cultural del desgarro que se instala a partir de lo que durante décadas se consideró  “la traición de la Malinche”. Esta idea, actualmente,  puede cuestionarse. Malinche antes de ser entregada a Cortés por los mayas, había sido vendida a éstos por su propia familia. La complejidad política del Imperio Azteca, en México, le ganaba más enemigos que aliados,  Que se haya pensado, erróneamente, que una alianza con Cortés permitiría la liberación  a los pueblos sometidos por Moctezuma implica un error político, más que una traición. En todo caso, lo que no pudo advertirse, fue que había dos imperios que se disputaban México: el azteca y el español. 

En El laberinto de la soledad, Paz trabaja a partir de la idea de la traición como fundante de la identidad mexicana. 

A lo largo de todo el libro, nos presenta las diferentes máscaras a las que se recurre en México para ocultar la incertidumbre y la angustia, deudoras de este desgarro fundacional. Nos expone la necesidad del pueblo mexicano de encerrarse en sí mismo, y el surgimiento de esa intimidad “rota”, en ocasión de la Fiesta, y, especialmente, del culto a los muertos.

Vida y muerte son las dos caras de la realidad. La vida de los mexicanos transcurre en un contexto que exige cerrarse, no “rajarse” frente al otro.

En el momento de la Fiesta las máscaras se caen a pedazos, y se exhibe la propia intimidad. Esto, no solamente va acompañado de la celebración o la borrachera que acompaña cualquier festejo, ya que la Fiesta puede terminar en pelea, e incluso, llegar al asesinato.

Momento de expansión y apertura, necesariamente conlleva la violencia interna de no soportar haberse abierto al otro, en una exhibición de la propia crisis interna. El mexicano no se perdona a sí mismo haber flaqueado de semejante manera. Y como consecuencia, mata. Intenta anular así a quienes fueron testigos de la exposición de su angustia.

En un mundo en el que los dioses han traicionado al pueblo azteca, abriéndole a Cortés las puertas de la Conquista, el asesinato está muy lejos de ser lo más doloroso para el pueblo mexicano

Cuando se conmemoran los veinticinco años de la muerte de Octavio Paz, una relectura de El laberinto de la soledad, nos permite incluirlo, sin dudas, en el corpus de textos que desde Sarmiento y Martí, hasta Mariátegui, nos ayudan a pensar la identidad latinoamericana.



El laberinto de la soledad
Octavio Paz
Fondo de Cultura Económica, 1959.


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