Márgara Averbach: "Yo no haría un libro para chicos que terminara mal"
Libro de arena publica la primera parte de la conversación tenida en la Biblioteca Nacional con la escritora Márgara Averbach. En esta porción de la charla, el diálogo con la autora trata sobre su experiencia con su novela El año de la vaca, en tanto proceso de creación y relación con niños lectores de la misma. Asimismo, la lectura en su infancia y adolescencia y autores que influyeron en su carrera y en su vida. La charla estuvo coordinada por el escritor y editor Mario Méndez, y forma parte del ciclo de Encuentros con autores de la Literatura Infantil y Juvenil, organizado por el Programa Bibliotecas para armar del GCBA y el Programa de Acciones Comunitarias del la BN.
Mario Méndez:
Mario Méndez:
Bueno, primero que nada, quiero hacer la presentación formal
de Márgara Averbach. Es un placer y un honor que esté hoy con nosotros. Gracias
Márgara.
Márgara Averbach:
Gracias a vos, Mario.
MM:
Supongo que ustedes habrán estado leyendo desde el lunes
pasado que estuvimos hablando de su obra. Márgara tiene más de treinta libros publicados. Premios. Ha llegado a
muchas finales en los concursos, es
doctora en Letras. Obliga a sus ayudantes a venir a escucharla (Risas).
Traductora premiada. El año pasado recibiste el Premio de ALIJA…
MA:
El año pasado o el anterior, no me acuerdo…
MM:
En 2012. Bueno, vino acá para que le hagamos un montón de
preguntas y esa es la idea. Yo voy a empezar por uno de los libros que más
charlamos el lunes pasado, que es El año de la vaca.
MA:
Bueno, quiero contar que salió una nueva edición de El año de la vaca, va a estar en la
Feria, en otra colección cuyo nombre no me acuerdo porque lo recibí ayer. Lo
miré, dije: “¡Qué lindo que está!”, listo, lo guardé, no lo miré más y la
verdad es que no me acuerdo, pero es otro tipo de libro, con otros dibujos… Y
eso me pone muy contenta porque fue una novela que me costó mucho publicar. No
escribir, pero publicar, sí…
Asistente:
¿Por qué?
MA:
Porque todo el mundo decía: “Es muy difícil. No la puedo
publicar”. Todo el mundo. Me harté de ir a lugares y que me dijeran: “Me
encanta, me encanta. ¿Lo podés hacer con un solo punto de vista?”. “No. Es otro
libro.”. “Con todos esos puntos de vista los chicos no lo van a entender. No
podemos, no podemos, no podemos”. La última persona a la que se lo llevé (no lo
había llevado antes porque uno tiene una idea de a qué editor llevar qué cosa,
después de cierto tiempo de moverte en las editoriales). Yo tenía muy buena
relación con Canela en Sudamericana. Pero lo que yo le levaba a Canela era
sobre todo de tema ecológico, que es uno de mis temas. Nunca le había llevado
nada político. Y suponía que no. Pero ya le había llevado todo a medio mundo y
dije: “Bueno, se lo llevo a Canela también, qué se yo”. Y se lo llevé y bueno…
Fue después de cuatro años de dar vueltas.
MM:
Me sorprende que fuera difícil la polifonía. Pensé que por
ahí la cuestión política era la que estaba objetada…
MA:
No. Es una cosa que me pasa mucho. Que me objeten que eso es
algo muy difícil para los chicos. Para mí, lo más hermoso que me pasó con El año de la vaca en particular fue ir a
una escuela pública de San Francisco Solano. Yo vivo entre Lomas de Zamora y
Banfield. San Francisco Solano es por otro lado, más cerca de Avellaneda. Me
invitó un librero. De La Boutique del Libro de Adrogué (todo en zona Sur). Y
una vez que me invitó la directora de la escuela me llamaba día por medio y me
decía: “Bueno, pero quiero saber, ¿va a
venir?”. A la segunda vez le dije: “Yo ya dije que voy a ir, por favor…” “¿Pero
usted sabe dónde queda?”. Porque es una escuela en medio de la villa. Estaba
convencida de que yo no iba a ir. Yo le dije: “No me llame más, porque sí, voy
a ir.”. Fui. Y fue realmente muy emocionante. Uno de los libros que habían
leído era El año de la vaca. Chicos
que no leían en la casa. Nada que ver con mi casa que es toda biblioteca desde
que yo era chica. Chicos que sólo leen en la escuela. Y yo me sentí muy bien
como para decir: “Viste que pueden entender?”. Está bien, con ayuda de los
docentes, lo que sea. Pero habían hecho una obra de teatro con esto. Y era
obvio que habían entendido. La obra de teatro, en quince minutos contaba la
historia. Uno haciendo de maestro, otra haciendo de la otra profesora. La obra
era fácil de hacer porque era todo en una escuela. Salvo los “efectos
especiales”. Y a mí me hizo muy bien eso. Pero siempre me pasó. Estoy muy
acostumbrada a que me pase. Cuando me dicen eso pienso: “Otra vez. Una más”.
Asistente:
Perdón. No sé por qué te sorprendió que llegue a los chicos,
porque la forma de llegar… ese vocabulario… hablás como ellos hablan…
MA:
Ese es otro problema. De otro tipo. Yo, por ejemplo una vez, fui a una escuela coreana de la zona
de Flores Sur. Y habían leído todo. Me habían dicho: “Como leen todo, podés
ir”. Yo en general cuando voy a
escuelas privadas, cobro. Y esta era una
escuela privada. Si fuera pública, no. Me dijeron: “Mirá, leyeron todo”.
Entonces fui. Y lo único que no habían leído era esto. Entonces yo le pregunté a la organizadora, no
sé si era la bibliotecaria o quién y le
dije: “¿Por qué no leyeron El año de la
vaca? Es por la parte política?”. “No”, me dice, “para esta comunidad no se puede dar un libro donde haya una mala palabra”. Entonces yo le dije: “Sí,
pero entonces ¿cómo puede ser que “el malo del curso” no diga una mala palabra? No es creíble.”
Tenía más malas palabras. Me las hicieron borrar. (Risas) Esas cosas hacen los editores. Y yo les
dije: “Tiene que haber una cantidad suficiente, para que sea creíble” “Bueno
bajámela un poco” “Ok, te la bajo un poquito pero no del todo”. Y bueno, eso
hizo que en ese colegio, ese libro no se pudiera leer. Por una cosa cultural,
qué se yo. Eso es lo que me explicó la señora esta.
Asistente:
¿Te pasó que los chicos criticaran que apareciera alguna
mala palabra?
MA:
No.
Asistente:
Porque me acuerdo de pasó una vez, con Mi planta de naranja lima, de Vasconcelos que los chicos
estaban muy sorprendidos porque aparecían malas palabras. Y yo les decía:
“Bueno, ustedes hablan así…” Más por el contexto…
MA:
No. Eso no me pasó. Sí me pasó, creo que en esa escuela de
Solano, también, que en un momento la profesora, después de la obra de teatro
(porque en esa escuela en realidad yo no hice nada. Lo que ellos querían era
mostrarme lo que habían hecho), entonces después me mostraron los dibujos, me
mostraron la obra de teatro, fui como una espectadora. Y en un momento dado sí,
una profesora les preguntó: “¿De esos quién querrías ser?”, por los personajes.
Y hubo dos que dijeron que querían ser Rafa. Y yo me sentí bastante mal y les
dije: “¿Pero por qué querés ser Rafa?” Yo pensaba que algo tendría que haber
hecho mal para que quisieran ser Rafa. Y uno me dijo: “Porque entonces me
tendrían miedo a mí, en vez de que yo les tuviera miedo a ellos.” Y ahí lo
entendí. Me dije: “Chau. Entonces tienen razón”. Para esto yo lo entiendo. Si uno se siente muy mal, con el bullying
famoso, entonces entiendo que quieran ser Rafa. Tenía sentido lo que el chico
decía. A mí, al principio, me shockeó. Me molestó… pero después entendí.
MM:
Ahí yo coincido con Ana Marta, la compañera que te hizo ese
comentario. No solamente el vocabulario está muy logrado, sino también los
sentimientos de los adolescentes. Este que está cerca de Rafa, Leo, que tiene esa ambigüedad de querer ser como
es en realidad, pero a la vez tener que identificarse con Rafa…
MA:
Bueno, es que en realidad, cuando yo cuento como la empecé a
escribir… Yo escribo… Cuando yo empiezo a escribir una novela no tengo la menor
idea de hacia dónde va ni adónde termina. Yo creo que hay dos maneras… Quizá
haya algunas más… Pero, que yo haya hablado con escritores, hay dos
maneras: la de mi amiga del alma,
Liliana Bodoc, que sabe adónde va todo, y la mía, que no sé nada. Yo escribo a
mano la primera versión. No a máquina. Sino, no me sale. Tengo que dibujar. Todo es muy desprolijo pero
después la paso y la voy corrigiendo. Y la última no tiene nunca casi nada que
ver con la primera. Pero la primera es absolutamente necesaria. Sino, no me
sale nada. Me tengo que sentar y decir que esta novela salió como una especie
de exorcismo de algo personal. Yo
siempre lo cuento. Y si me preguntan: “¿Cuál es el peor período de tu vida?”. La
secundaria. Yo la pasé muy mal en la secundaria. Odié la secundaria. Lo único
que yo quería hacer era terminarla. Cuando todos lloraban al final, yo decía:
“¡Qué alegría! Es la última vez que vengo a este lugar. ¡Qué suerte!”. Y fue
así, nomás. Ya en la facultad la pasé mucho mejor que en la secundaria. Y en
realidad esta era una novela para sacarme de encima eso, lo mal que la pasé.
Iba a hacer una novela sobre alguien que la pasa mal en la secundaria. No iba a
ser una novela así. Eso vino después. Vino eso que terminó siendo el centro.
Pero creo que lo que vos decís de los sentimientos, en parte tiene que ver con
eso. Parte de esos chicos, no son parte de mis compañeros, obviamente, pero son
parecidos. Las pibas a las que les encantaba la gimnasia, que era la única
materia en la que me iba muy mal. Yo la odiaba. Lo único que decía es: “Por
favor, que llueva, que llueva hoy.” (Risas) Bueno, se parecen un poco a ciertas
chicas sin ser exactamente nadie.
MM:
¿Vos te parecés a Laura?
MA:
No, yo me parezco más a la vaca, sin poderes. Cuando a mí me
preguntan por qué no hay un capítulo que tenga el punto de vista de la vaca, yo
explico que no puedo escribir ese capítulo, porque me saldría muy mal. No puedo
poner distancia. Me saldría la rabia, la sensación de que “yo soy lo mejor del
mundo y toda esta gente es una porquería”. Yo no puedo escribir ese capítulo.
MM:
Pero no se lo pusiste para nada a la vaca…
MA:
No. Pero la vaca tiene defensas. Cuando me preguntaron por
qué tiene poderes, es porque yo la pasé tan mal que… bueno… por lo menos que
tenga algo con lo que defenderse. Yo me defendía con las palabras, pero no era
suficiente. Me hubiera tener algo de magia para defenderme un poco mejor.
MM:
Además es perspicaz, es solidaria…
MA:
Bueno, en cierto modo yo lo era. Con rabias por otros lados.
Yo le soplaba a todo el mundo, a pesar de lo mal que me trataban pero en
realidad yo me liberé de eso cuando en cuarto año les dije: “Chicos, no me
molesten más con el viaje de egresados, porque yo no voy a ir. No me interesa.
No quiero hacer un viaje con ustedes. Listo. Basta.” Cuarto y quinto fueron
mejores porque como me corrí completamente, dejé caer la máscara, me sentí
mejor. Tenía una amiga. Una. Ninguna de las dos fuimos, ni al viaje de
egresados, ni a la fiesta de egresados, ni a ningún lado. En realidad iba a ser
sobre eso. Lo otro vino por el lápiz.
MM:
¿Y ni siquiera sabés cómo vas a seguir?
MA:
No. Yo en eso lo sigo a un escritor que no me gusta y que no
doy en la cátedra, que es muy famoso y es premio Nobel y que es Ernest
Hemingway. Él decía: Siempre dejá de escribir donde sabés el próximo párrafo.
Después vendrá. Pero no lo cortes cuando no sabés el próximo párrafo porque se te va a cortar el
chorro. Yo, cuando sé que en próximo
párrafo sé adónde voy, paro por ese día. Entonces después empiezo con ese
párrafo. Y viene.
Asistente:
Escuchándote me da la idea de una escritura más orgánica que
se va gestando en el acto de escribir.
MA:
Sí. Pero no me sale que sea a máquina. Yo tipeo rapidísimo
porque soy traductora. Traduje sesenta novelas. Sesenta novelas que estaban en
inglés me las tipeé en castellano. Yo miro el inglés y escribo en castellano.
No es una cuestión de velocidad. Es que no me sale lo otro si yo no lo escribo.
Yo escribo en un cuaderno.
MM:
¿Se podría decir que es
como lo amateur al principio? ¿Antes del oficio? ¿Una cosa así?
MA:
Y sí… Por eso yo escribo en verano. Nunca escribo en esta
época, porque no tengo tiempo. Yo vivo de dar clases. Entonces, escribo cuando
sé que todos los días voy a poder escribir. Ahora hace un mes que no escribo.
Empezaron las clases, no escribo más. Pero tengo que terminar antes la novela.
Antes de que llegue abril. Porque sino, la pierdo. Ya no me acuerdo ni de lo
que puse antes. Tendría que empezar a leerlo de vuelta a ver si me acuerdo…
MM:
No quiero ser dañino con la pregunta, pero ¿No es medio
angustiante?
MA:
Sí. Es bastante angustiante. Pero no cuando termino. Por
ejemplo, esta vez la terminé. La novela que yo quería hacer en verano (que
todavía ni la pasé, porque no tengo tiempo de sentarme a pasarla), pero está en
mi cuaderno. Una vez que tengo esa primera cosa, el resto lo haré cuando pueda,
en vacaciones de invierno, qué se yo…
Asistente:
¿Te ha pasado no poder terminar alguna?
MA:
Una. Una en particular que la tengo ahí y todos los años
digo: “Ay, la voy a volver a agarrar”, pero no sé, no la agarro. Hago una
nueva.
Asistente:
En ese período en que no escribís ¿qué pasa? ¿Crecen semillitas ahí en tu mente?
MA:
Es muy probable. Si se me ocurren ideas las pongo en
palabras en algún lado. En un archivo o en donde sea. Cuentos sí puedo
escribir. Porque eso es corto. Los puedo escribir en un fin de semana, en
borrador. Pero no puedo escribir novela. No sé. Hay una novela de un escritor
de best sellers que para mí es un gran escritor que es Stephen King, que tiene
una novela que la traducción es Saco de
huesos (mejor sería Bolsa de Huesos, pero bueno, está
traducida en España), en la cual él hace una metáfora. No le sale la
escritura, tiene una especie de “bloqueo del escritor” el personaje (aparte hay
cosas de terror, obviamente), y él dice: “pero los hombrecitos del ático están
trabajando. Yo sé que están trabajando sin que yo me dé cuenta”. Puede ser que
sea eso. La verdad es que no te puedo decir. Lo que sé es que yo trato de no
escribir hasta que no es noviembre. En noviembre me animo un poco más porque sé
que más de un mes de no tener tiempo, no voy a tener. Si tengo un rato lo hago,
porque ya estamos llegando al final. Otra razón para que me guste el verano y
no el invierno. (Risas)
MM:
Y en las vacaciones de invierno sí…
MA:
Algo…pero no puedo ponerme con nada largo. Porque no voy a
tener suficiente tiempo.
MM:
Pero has escrito novelas, por lo menos en borradores, más de
una por verano. Tenés muchísimo escrito…
MA:
Sí, tengo bastante, pero algunas son viejas de épocas en las
que yo no publicaba. No es lo mismo escribir que publicar…
MM:
Cierto.
MA:
Entonces, por ahí si me piden algo, voy atrás, la miro, veo
que está bastante bien, la corrijo si es algo viejo, y lo levanto y le doy la
nueva cosa que por ahí le puedo dar ahora porque quizá es del noventa. Y la
saco.
MM:
“Me piden algo”…Esa es una pregunta que siempre surge porque
además me parece que es una inquietud de los lectores. ¿Cómo trabajás con la
cosa de “a pedido”? ¿Cómo te sentís con eso?
MA:
A ver… Lo hice dos veces en mi vida. Una vez, para un
manual. Yo venía de una operación (por eso lo pude hacer). Antes o después de las vacaciones de invierno yo me
tenía que operar e iba a tener que estar en cama un mes, esperando que la cosa
funcionara mejor, y me ofrecen… Tuvieron la idea de hacer un manual de segundo
grado, en el que todas las actividades iban a salir como de una novelita de
veinte páginas, no más. Entonces me decían: necesito que sea un grupo de
chicos, que haya un tomate… una cosa muy loca. Parecía una de esas
enumeraciones de Borges que no tienen
nada que ver con nada… que haya un tomate, que haya un cruce de calles…
Yo dije: “Nunca hice esto. Bueno, está bien. Tengo dos meses. Entre el de las
vacaciones de invierno y este voy a intentar.” Me gustó hacerlo. No sé si yo lo
haría muchas veces, porque querían sacar cosas, poner cosas. Era la época de la
crisis, el 2000, el 2001. Entonces yo había puesto en ese pueblo, en ese
barrio, una fábrica abandonada que había que hacer una casa abandonada. Y me
decían: “No, una fábrica, no”. Y discutimos, y a cambio de eso yo no me acuerdo
qué le permití poner, porque lo necesitaban en una actividad. No me acuerdo si
era que “lambeteara”… una palabra que yo no había usado jamás… Bueno. Ok. Te
cambio la fábrica por “lambeteara”. Y al final bien. Hubo un momento en el que
me arrepentí mucho, porque cuando me
mandaron la primera corrección que habían hecho ellos, yo le mandé un mail a la
editora (no voy a decir la editorial) y le puse en el mail: “Mirá si la sacás
así te pongo un seudónimo. Yo no puedo firmar esto porque el cambio que ustedes
le hicieron es horrible”. “No, no, de ninguna manera”, ella era súper
negociadora, yo no soy muy negociadora,
“Calma, corregila vos sobre esto.” Negociamos y no quedó tan mal.
MM:
Una pregunta que siempre surge, Marga: ¿qué libros de la
infancia te cambiaron la vida?
MA:
Toda la serie de Salgari sobre Sandokán a mí me abrió la cabeza porque es muy
política. A mi me interesa la escritura política. Esa es una serie muy
política. Vos pensá que yo estoy dando ahora un seminario sobre “Literatura y
colonialismo”… Bueno… es una serie anticolonialista. Sandokán pelea contra
Inglaterra. Es muy libertaria. A mí me encantó Sandokán. Al mismo tiempo mi
viejo me daba (mi viejo era muy lector, los dos eran muy lectores)… mi viejo
nos leía en voz alta a la noche, Verne.
¡Ay qué cosa tan aburrida! (Risas) Para mí, Verne no. A él le encantaba la ciencia y me leía Cinco
semanas en globo y yo le decía: “¿Te podés saltear toda esa parte de cómo es
que sube el globo? A mí lo único que me interesa es qué les va a pasar, cómo
sube el globo no me interesa…”. Toda una discusión entre alguien muy pro
científico y alguien nada científico, que soy yo. No me gustaba Verne. A mí me
gustaba Salgari y me siguió gustando Salgari. Ese es uno. Los tres mosqueteros fue otro, más adelante, a los diez años, más o
menos. Y después hubo libros que me gustaron mucho que no son conocidos acá.
Son, sobre todo libros anglosajones que estaban traducidos. Una serie de una
escritora que no me gusta mucho pero me abrió la cabeza, una escritora
australiana que se llama Elaine Mitchell que tiene toda una saga sobre caballos
salvajes. Esa serie me volvió loca. Y leí sólo tres o cuatro tomos porque
tiene como quince. Pero leí los que se
habían traducido en ese momento. Ahora podría leerlos en inglés, pero en ese
momento, no. Eso me encantó. Me quedó para siempre. Sombra, Kunam… esos
nombres.
MM:
Cada novela era un nombre…
MA:
Claro. Empezaba con el padre, y después Kunam era la hija,
después había un nieto… Como que seguían todas las generaciones, en el medio de
la naturaleza de Australia. De nuevo, muy libertaria. Caballos que no se dejan
domar…
MM:
Pero eso no estaba en Robin Hood ni en ninguna de las
colecciones…
MA:
No, no. Estaba en una colección que me traía mi mamá… Yo
pasaba los veranos, como los sigo pasando ahora, cuando no me voy de
vacaciones, en una quinta que tenían mis padres en Ezeiza. Con mi abuela, y mi
tía y mi abuelo. Mis viejos venían
cuando podían. Y todas las semanas mi vieja me traía un libro. A mí no me
alcanzaba. Me lo devoraba en dos días. Y había toda una colección que eran
novelas sobre animales. Los animales me vuelven loca. Una sobre un lobo. Dos o
tres sobre caballos, una sobre un águila, otra sobre una pantera… Era una
colección española que tenía graves problemas de traducción. Pero me importaba
un corno. En ese momento no era tan crítica de ese dialecto insoportable,
españoloso. (Se lo digo a ella porque fue mi alumna de traducción) Me
encantaba. Se llamaba “Todo sobre animales”.
MM:
Kipling sí…
MA:
Sí, pero Kipling, ideológicamente, se ve que de entrada me molestó bastante. Sí, lo leí, pero no es
de esos libros que me marcaron. Igual, yo leía como loca. Yo a los doce, trece
años leía Poe. No podía parar. Al punto que mis viejos, que eran muy lectores,
en un momento, ese momento pico de estar mal en la secundaria, no sabían qué
hacer para que yo en lugar de leer, saliera. Porque cuando vos te encerrás en tu cuarto, cerrás la puerta y
leés, es como si escucharas música o miraras tele. Yo entiendo que no era muy
saludable de mi parte. Yo no tenía amigos, para mí era eso… entonces me leía
tres libros por día. Me los devoraba. Me los comía. Pilas de libros. Ya te
digo, bastante chica. Pasé a la literatura de adultos…
MM:
Eso me da otra clave, porque fue una de las cosas de que se
habló en la primera reunión acá el lunes pasado: el difícil límite entre la literatura
para niños y la literatura juvenil, y sobre todo entre la juvenil y la de
adultos.
MA:
Sí, varias veces me han pedido que hiciera ese tipo de
charlas. Para mí no es que haya un límite. La infantil me parece muy clara. Me
parece muy evidente (esto lo dijo Esteban Valentino, no lo dije yo). Esteban decía que si a un chico de cinco años
vos le hablás de “curvas femeninas” no te va a entender ni mal ni bien. Para él
no significa nada. Entonces hay temas, y hay palabras, y una simplicidad de
palabras que para mí dividen a la infantil del resto. Vos sabés que no podés
hablar de tal o cual cosa. La juvenil ya me parece otra cosa. Para mi la
juvenil no existe. Yo digo la verdad. Es una cosa de marketing para mí. Y la
prueba está en que hay cosas que yo leí
como “de adultos”, ahora son claramente juveniles. London, por ejemplo. Jack London escribía para adultos. Pero lo
que en su momento era un tema provocativo, como la evolución de Darwin, ahora
no. Esos libros sobre la evolución, el libro del perro que se convierte en
lobo, o el lobo que se convierte en perro (porque tiene uno que va y uno que
vuelve), que lo lea un pibe. Tiene problemas de traducción para los pibes,
porque son libros muy antiguos. Creo que
deberían hacerse de nuevo, pero tranquilamente los puede leer un chico. O Moby
Dick. Le sacan todos los capítulos que les molestan y chau. Hacen una de
aventuras para chicos. Yo creo que la juvenil es lo mismo que la adulta metida
en un nicho del mercado. Ha habido libros que pasaron de una a otra diez veces,
según quién las publique. Hay libros de Twain que claramente están escritos
para adultos y los ponen para chicos. No son para chicos. Él no los pensó para
chicos. (No quiere decir que un chico no los pueda leer). Yo creo que sí.
Claramente. Pero para mí, ahí hay una cosa del mercado más que otra cosa. Con un chico sí. Es otra cosa. Por ahí yo tengo más límites
que otros. Reconozco que es una cosa mía. Por ejemplo, yo estoy en las
antípodas de Esteban con ciertas cosas. Yo no haría un libro para chicos que
terminara mal. En el medio, todo lo que quieras. Pero que termine mal, no. Y
eso es algo, que no digo que nadie lo tenga que hacer. Digo que yo no lo hago.
Yo no puedo perdonarle a mi mamá que me haya dado Álvaro Yunque para leer. Me
hizo un daño físico. Yo soy una persona sumamente sensible, más lo era cuando
era chica. Esos cuentos, a mí me hicieron mal. Entonces… con que hay un chico
como yo… suficiente. Habrá chicos que sí pueden aguantar eso, pero otros no. Y
yo no podía.
MM:
También se habló de Vasconcelos…
MA:
Ah, no. No. Conmigo no. Yo no puedo con eso. No se lo
compraría a mis hijos. No lo escribiría yo. En el medio, todo lo que quieras.
Crisis… No es “que nadie muera”. Pero que
no termine así. Yo no lo toleraba. Para mí hay un problema de
sensibilidad del chico, que yo tuve, y que por ahí es una experiencia mía. Está
muy bien que otros los escriban. Todos saben qué puede aguantar su hijo o su
hija…
MM:
Hay polémica ahí…
MA:
Obviamente va a haber polémica.
Asistente:
¿Qué es lo que vos no podés hacer?
MA:
Que termine mal. Que una cosa que venía de cierta manera
termine con la muerte del protagonista. Yo, no. Para un chico, no. Puede ser
muy traumático. Me acuerdo de los cuentos de Yunque, que a mí me hicieron mucho
daño. Alguien como yo, que ama a los animales, no puede leer un cuento donde el
chico ama al pato y lo matan y se lo dan a comer. Eso no es para un chico, para
mí. Hace daño. Para un adulto, sí.
Asistente:
Pero cuando vos decís “para chicos”… ¿hasta qué edad te
referís?
MA:
Eso no lo sé. Pero yo no escribo libros que terminen de esa
manera. Ni siquiera para más grandes. Yo no los escribo. Porque a mí me
hicieron daño. Me hicieron daño, mal. Mucho daño. No digo que no haya chicos a
los que no les haga ese daño. Pero yo, por experiencia propia, no.
Asistente:
Pero cuando vos vas a dar taller de lectura o escritura en
contextos de encierro. ¿Buscás que el
material de lectura sea adecuada al contexto?
MA:
No. A ver, primero, no doy taller de escritura. Porque no
podría hacerlo, no sabría hacerlo. Yo doy taller de lectura. Es como si fuera
la materia. Sí, y en general por gusto propio, los libros que yo elijo no
tienen ese problema. Por ejemplo, di un
Seminario de “literatura de cárcel”, para adultos, en la cárcel lo dí. A mí me
dio bastante “cuiqui”, porque lo primero que les dije a los chicos, a los
muchachos de Devoto fue: “De esto, ustedes saben más que yo. Yo les voy a traer
los libros, pero no estuve en situación de encierro. Ustedes, sí. Así que
espero aprender. Si digo algo que a ustedes les parece que no tiene un corno
que ver, perfecto. Discutámoslo”. Era fácil. No eran ochenta mil. Bueno, los
libros que yo elegí, trataban, porque son los que me gustan, de situaciones de
cárcel en las cuales había cosas terribles, pero en todas aparecía la
resistencia. Ninguna era “el desastre final”. Incluso Jackson, que lo vamos a
ver este año, que murió en la cárcel, son cartas. Murió en la cárcel muy joven,
a los treinta y tres años, pero la muerte de él no está en el libro. Y las
cartas son todas sobre la resistencia negra (porque él era negro) en los
Estados Unidos… Es ese tipo de cosa. Y la de Peltier. Él sigue en la cárcel
pero el libro es todo sobre libertad.
MM:
El sioux…
MA:
Sí. Él tiene un libro maravilloso que yo traduje para la
cátedra y que voy a darlo el año que viene, que se llama Mi vida es mi danza del sol, My
life is my Sundance , muy impresionante. Está escrito en la calle.
MM:
El año pasado lo charlamos con Sergio Olguín, que vino al
ciclo. Él lo toma en Springfield.
MA:
No me extrañaría porque es un tipo muy famoso. Yo recibo
mails porque estoy en una red que se llama “Friends of Peltier”, o sea, “Los
amigos de Peltier”. Por ahí recibo las cartas que él manda a la red. Y todo ese
tipo de cosas.
MM:
Y las respuesta con estos alumnos…
MA:
Fue muy impresionante. Muy interesante. La verdad que sí. En
algunos casos los chicos me decían que les había dado herramientas para algunas
cosas. Para analizar lo que ellos sentían, las rabias… todo ese tipo de cosas.
A mí me daba terror ese tema. Al año siguiente elegí otro tema porque hay que
cambiar, no me parecía dar lo mismo. Ese tema me producía la sensación de “ir a enseñarle al
que más sabe”. Por eso de entrada les dije: “Yo vengo acá a darles una base
teórica, leamos estos libros para aplicar la base teórica, pero ustedes saben
más que yo. Yo doy cuatro horas y me voy. Ustedes se quedan. Es muy
diferente.”. Ya te decía hace un ratito, que este año yo no voy, porque creo
que esto es así. Dos años sí, uno no.
Igual uno va sin cobrar un peso. Así que depende de que la facultad en un
momento requiera o no requiera esto. A mí me vino bien que este año de la UBA
XXI no me llamaran porque es un año complicado y la verdad es que esas clases
producen un desgaste emocional enorme. Vos das esas clases, y es muy lindo,
pero salís y es como si te hubieran pasado camiones por encima. En el momento
en que les decís chau y tenés que atravesar esas nueve puertas, no es algo muy
simpático.
Asistente:
A mí me encantó el libro Tucán…
MA:
Tucán aprende una
palabra…
Asistente:
Tenía que ir a un jardín de infantes como narradora, y me
gustó tanto ese cuento la semana pasada que lo armé para empezar a contarlo.
Entonces querría saber en qué te habías inspirado, cómo surgió esa historia del
tucán…
MA:
Es una historia larga porque después hay una cosa con los
dibujos. Que se puede hablar de ediciones y demás. Este cuento viene de… Cuando
yo tengo una idea la meto en un archivito que empieza con “I”, que es Ideé,
Idea. Y le pongo “Ideé Tucán”, por ejemplo. Esto viene de la época en que mis hijos (que ahora tienen dieciocho,
veintidós, veinticuatro, ya están en otra etapa) eran chicos y viajábamos en
auto. Nosotros viajábamos muy lejos en auto, igual que mi familia original.
Cuando yo era chica nos fuimos hasta San
Salvador de Bahía en auto. Fuimos a Perú en auto, por Chile. La
costumbre en mi familia era que mamá leía en voz alta. Y a mí me encantaba. Por
ejemplo, nos leía a Salgari… y aparte le leía algo a mi papá cuando se suponía
que estábamos durmiendo. Y yo escuchaba. Pero se suponía que ella en ese
momento estaba leyendo “de adultos”. Cuando mis hijos eran chicos, yo le leía
algo a mi marido y a ellos les contaba cuentos. Y el rito era: “¿De qué quieren
el cuento?” Entonces ellos largaban: “De un tucán.” Bueno, y entonces yo
pensaba, un tucán, a ver… Muchos eran un desastre. Igual a ellos les gustaba
todo. (Risas) Esto viene de una de esas
cosas. Cuando a mí me gustaba, lo anotaba en algún lado. Esto me gusta. Quedó
más o menos redondo. A mí, lo único que se me ocurre al principio es un
problema. Bueno: ¿Qué problema puede tener un tucán? Y después ver cómo sale
del problema. Es una cosa que empezó así. Yo anoté. Y en un momento dado digo:
“Bueno tengo ganas de escribir este”. Algunos los tengo guardados desde hace
mucho tiempo. Lo escribí y después vino
este problema que tuvo que ver con la edición. En general, el autor no tiene
voz ni voto sobre el dibujo. ¿Qué se hace? Y a mí eso me ha resultado, en
algunos casos bien, y en otros casos, mal. Pero mal mal. Mirar una cosa y
decir: “Esto me parece horrible, esto no es mi libro…”
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