Un refugio para la inocencia

Ciertos lugares guardan una relación lejana pero a la vez precisa con la realidad; de tanto que se escapan de ella terminan redoblando una apuesta. Contándola con otra lengua, con otra voz, con otros ojos, como cuando el que mira es un niño nos terminan por acercar a su figura. A cincuenta años de la muerte de C. S. Lewis, María Pía Chiesino recuerda al escritor de textos fantásticos con un comentario para Libro de arena sobre el capítulo segundo de El león, la bruja y el ropero de la primera parte de la saga Las crónicas de Narnia, "Lo que encontró Lucy".



-Buenas tardes- saludó Lucy.
El fauno estaba tan concentrado con los paquetes que al principio no respondió, pero cuando hubo acabado, le dedicó una leve reverencia.
-Buenas tardes, buenas tardes-respondió-. Perdona, no quisiera resultar curioso, pero ¿me equivoco al pensar que eres una Hija de Eva?
-Me llamo Lucy-respondió ella, sin comprender exactamente a qué se refería él.
- Pero, perdona si insisto, ¿eres lo que se llama una chica?
-Desde luego que soy una chica.
-¿Eres humana de verdad?
-Pues, ¡claro que soy humana!-respondió Lucy, todavía algo desconcertada.
-Por supuesto-dijo del fauno-. ¡Qué tonto soy!  Pero es que jamás había visto a un Hijo de Ad´na ni a una hija de Eva. Encantado de conocerte. Es decir…-y entonces e detuvo como si hubiera estado a punto de decir algo sin querer pero se hubiera contenido a tiempo-. Encantado, encantado-repitió-. Permite que me presente. Me llamo Tumnus.
-Encantada de conocerte, señor Tumnus-contestó ella.
- Y puedo preguntar, Lucy, Hija de Eva-inquirió el señor Tumnus-¿cómo has entrado en Narnia?
-¿Narnia? ¿Qué es eso?
-Esta es la tierra de Narnia-respondió el fauno-, donde nos encontramos ahora.; todo lo que hay entre el farol y el gran castillo de Cair Paravel  en el mar oriental.Y tú…¿has venido desde los Bosques Salvajes del Oeste?
-En…entré a través del armario de la habitación de invitados-respondió Lucy.
-¡Ah!-dijo el señor Tumnus con vos algo melancólica-. Si hubiera estudiado más geografía de pequeño, sin duda conocería de memoria esos extraños países. Ahora ya es demasiado tarde.
-Pero ¡si no es otro país!-protestó Lucy casi riendo-. Está justo ahí detrás…, al menos…no estoy segura. Allí es verano.
-Mientras tanto-indicó el señor Tumnus-, en Narnia es invierno, y es así desde hace una eternidad, así que nos resfriaremos si nos quedamos aquí charlando en la nieve. Hija de Eva del lejano país de Tación de Invitados donde reina el verano eterno alrededor de la luminosa ciudad de Arma Río, ¿te gustaría ir a cenar conmigo?
-Muchas gracias señor Tumnus-respondió ella-, pero creo que debería regresar.
-Está a la vuelta de la esquina-dijo el fauno-, y habrá un buen fuego encendido…y tostadas…y sardinas…y tarta.
-Vaya, eres muy amable-aceptó Lucy-. Pero no podré quedarme mucho tiempo.
-Si me tomas del brazo, Hija de Eva-indicó el señor Tumnus-, sostendré el paraguas de forma que nos cubra a los dos. Perfecto. Ahora…en marcha.
Así fue como Lucy se encontró andando por el bosque, del brazo de aquella extraña criatura, como si se conociesen de toda la vida
No habían andado mucho cuando llegaron a un lugar donde el terreno se volvía escarpado y había rocas por todas partes y colinas bajas que lo cubrían todo. Al llegar al fondo de un pequeño valle, el señor Tumnus giró repentinamente aun lado como si tuviera intención de entrar directamente en una enorme roca, pero en el último instante Lucy descubrió que conducía a la entrada de una cueva. En cuanto estuvieron en el interior, la pequeña parpadeó, deslumbrada por la luz del fuego de leña. Entonces su acompañante se inclinó y tomó un llameante madero del fuego con un par de tenazas elegantes y menudas, y encendió una lámpara.
-Va a estar listo enseguida-anunció, e inmediatamente colocó una tetera en el fuego.
Lucy pensó que nunca había visto un lugar tan bonito. Era una acogedora cueva seca y limpia, de piedra rojiza, con una alfombra en el suelo, dos sillas pequeñas-Una para mí y una para un amigo-dijo el señor Tumnus-, una mesa, una cómoda, una repisa sobre la chimenea, y encima de esta un cuadro de un fauno anciano con una barba gris. En una esquina había una puerta que Lucy supuso que debía de conducir al dormitorio de su anfitrión. , y en una pared había una estantería llena de libros. La niña los contempló mientras él disponía las cosas para el té: tenían títulos como Vida y cartas de Sileno, oNinfas y sus costumbres u Hombres, monjes y guardabosquesUn estudio de la leyenda popular o ¿Es el ser humano un mito?
-¡Ya está, Hija de Eva!-dijo el fauno.
La cena estaba riquísima. Consistió en un  excelente huevo marrón, poco hervido, para cada uno; luego, sardinas con pan; a continuación, tostadas con mantequilla y tostadas con miel, y para terminar, una tarta recubierta de azúcar. Cuando Lucy se cansó de comer el fauno empezó a hablar; tenía relatos maravillosos que contar sobre la vida en el bosque. La habló de las danzas a medianoche, y de cómo las ninfas que vivían en los pozos y las dríadas que habitaban en los árboles salían a bailar con los faunos, de las largas cacerías en pos del ciervo blanco como la leche que podía concederte deseos si lo capturabas, de los banquetes y las búsquedas de tesoros con los salvajes Enanos Rojos en las profundas minas y cavernas situadas bajo el suelo del bosque, a gran profundidad, también le habló del verano cuando los bosques eran verdes y el viejo Sileno montado en su rechoncho asno y a veces incuso el mismo Baco los honraba con su visita; le contó cómo en aquellas ocasiones los arroyos fluían con vino en lugar de agua y cómo todo el bosque se entregaba al jolgorio durante semanas enteras.
-Aunque ahora siempre es invierno-añadió con melancolía.
A continuación, para animarse, sacó de un estuche colocado sobre la cómoda una curiosa flauta que parecía estar hecha de paja y empezó a tocar. La melodía que entonó hizo que Lucy deseara gritar, reír, bailar y echarse a dormir, todo al mismo tiempo. Sin duda habían transcurrido ya algunas horas cuando la niña sacudió la cabeza y dijo:
-Perdona señor Tumnus, siento mucho tener que interrumpirte, la verdad es que me encanta esa melodía pero debo ir a casa. Sólo pensaba quedarme unos minutos.
-Ya no sirve de nada-indicó el fauno dejando la flauta y sacudiendo la cabeza muy apenado.”
 

   
Por María Pía Chiesino


El fragmento anterior narra el primer contacto con Narnia. Lucy, la menor de los cuatro hermanos llega a esa tierra fantástica, después de abrirse paso entre los abrigos de un ropero. Sabiendo que Lewis escribió su saga después de la Segunda Guerra y que estaba destinada al público infantil, este encuentro de Lucy con el fauno en esa tierra helada, no puede menos que remitirnos a lo que sucedía en la Europa de esos años.  Y no es casual que en este primer encuentro, el fauno evoque un pasado de felicidad que ya cree perdida.
Los niños europeos de la posguerra, para un cristiano como Lewis, debían mantener o recuperar la inocencia que se les había arrebatado. También muchos de ellos, los que tienen edad, pueden recordar momentos más felices como el señor Tumnus. Ese invierno perpetuo que Narnia debe recuperar, podemos pensarlo como algo análogo a la Europa arrasada. 
El fauno tiene edad para recordar y llorar lo perdido. Lucy no. Sus tres hermanos, tampoco. Es por eso que, cuando regrese por el ropero y los invite a seguirla para conocer esa nueva realidad, serán ellos, cuatro niños inocentes, los encargados de derrotar a la Bruja Blanca y lograr que la primavera regrese a Narnia. Puede parecer pueril. No lo creo.
En ese contexto, recobrar la felicidad perdida era una necesidad. Y Lewis desconfiaba mucho de que esa tarea pudiera encomendarse a los mismos adultos que habían desatado años antes la locura de la guerra.




 C. S. Lewis


 El león, la bruja y el ropero.


 Destino

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