Guillermo Martínez: "Para mí es intrigante saber cómo comenzó la idea de que hay una literatura para adolescentes."

¡Volvieron las charlas más esperadas, las más queridas por todos! Las entrevistas que conduce Mario Méndez en La nube volvieron con todo. El nuevo ciclo "Literatura sin fronteras" reúne autores que también escribieron literatura infantil y juvenil. Guillermo Martínez, el protagonista del primer encuentro, habló sobre el estatuto de la LIJ, la curiosidad que le despierta como categoría. Comentó también su perspectiva sobre la percepción que se tiene de los hechos históricos y el modo en que se vinculan con lo literario. La relación entre ficción y realidad, el lugar que ocupa la construcción del verosímil, en la literatura local e internacional, fueron otros de los temas abordados en la primera parte que hoy publica Libro de arena.
La segunda parte aparecerá el viernes próximo.



Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están?  Hoy abrimos el ciclo verdaderamente. El lunes pasado fue una charla acerca de las obras de los siete autores invitados de este primer semestre.  Hoy, nuestro primer invitado es  nada menos que Guillermo Martínez, autor de los libros de cuentos Infierno grande y Una felicidad repulsiva, de las novelas Acerca de Roderer, La mujer del maestro, Crímenes Imperceptibles, La muerte lenta de Luciana B, Yo también tuve una novia bisexual,  y también de libros de ensayos: La razón literaria, que salió el año pasado en Seix Barral, Gödel para todos,  La fórmula de la inmortalidad , Borges y la matemática. Ha sido premiado por el Fondo Nacional de las Artes, el Premio Planeta por Crímenes imperceptibles, y el Premio Mandarache, de Cartagena, por esta misma novela. Y recibió hace poco el premio Gabriel García Márquez por Una felicidad repulsiva.
Guillermo Martínez nació en Bahía Blanca en 1962, el 29 de julio. Es escritor, y además matemático. Fue docente en la Universidad de Buenos Aires. Se crió en Bahía Blanca, donde terminó la secundaria. Y allá inició  estudios en la Universidad Nacional del Sur. Es Licenciado en Matemáticas por esta Universidad, y gracias a una beca de la Fundación Antorchas, obtenida en 1999, residió dos meses en un centro de arte de Canadá. Otras becas le brindarían residencias en las colonias de artistas Mac Dowell y en la Universidad de Iowa. Y dos años más tarde tuvo una residencia en el castillo Civitella Rainieri, en Italia. Experiencias que no son menores  porque las retomás en algunas de tus obras.
Como bien sabemos acá, nosotros nos dedicamos, y fundamentalmente acá, en La Nube, a la literatura infantil y juvenil, y nos hemos arriesgado a invitar a autores que no se caracterizan por esa trayectoria y sin embargo han sido tomados por los lectores jóvenes.

Guillermo Martínez: Esperemos que no les den Yo también tuve una novia bisexual

MM: No, ese no, perdé cuidado que hay una fuerte censura escolar, que impediría que Yo también tuve una novia bisexual anduviera por los colegios. El que más recorrido tiene entre los jóvenes, creo yo, es Acerca de Roderer. Incluso está esta edición de Planeta con Guía de Lectura. ¿Qué opinás vos de la literatura destinada a los jóvenes? ¿Existe la literatura juvenil? Y qué opinás de este enfoque, con guías de lectura, con guías didácticas.

GM: Una primera cuestión curiosa para preguntarse es cuándo comienza a usarse este concepto de literatura juvenil. Es algo que cuando yo era chico, indudablemente, no estaba. Recuerdo la colección de libros para chicos que yo leía. Me crié en Bahía Blanca, que es una ciudad que tenía una de las bibliotecas populares más grandes, en aquel momento, de Latinoamérica. Después hubo una en San Pablo que la derrotó, pero la Biblioteca Rivadavia era el orgullo de la ciudad, junto con el básquet. Yo ahí leí todos los libros de la colección Iridium, los de la Colección Robin Hood, todos los libros de Sherlock Holmes, esa clase de literatura. Pero muchos eran clásicos abreviados. Yo me acuerdo de haber leído en la infancia El conde de Montecristo, en la versión completa, esa era la literatura juvenil: literatura a secas. Como decía Borges,  libro para leer a los diez años, Las mil y una noches. Va haciendo la escala ascendente de libros según edades, y cuando llega al final dice: libro para leer a los ochenta años, Las mil y una noches.  Para mí es intrigante saber cómo comenzó la idea de que hay una literatura para adolescentes. Cuando yo lo conocí a Pablo de Santis, por ejemplo, él ya estaba escribiendo libros con ese perfil. “¿Qué significa, cómo te situás mentalmente, cuando escribís un libro “para jóvenes”?”, le pregunté. Me dijo que, en primer lugar, no tenía que haber excesiva crueldad, y que de la parte sexual hay que olvidarse. Había que tener cuidado en dos o tres zonas. Yo he leído Las plantas carnívoras, o Desde el ojo del pez, que son novelas de Pablo que están escritas para jóvenes, pero con otra clase de diseño de tapa podría leerlas cualquiera. Incluso, a veces me lamento de que esos libros no puedan llegar a otro público. Por ejemplo, recuerdo otra novela, para mí lindísima, que se llama Los vecinos también mueren en las novelas… Yo se la comenté al productor de Los crímenes de Oxford y le encantó, le fascinó, y estuvo pensando en la posibilidad de llevarla al cine. No entiendo por qué esa novela no sería para un público más amplio, y está encasillada ahí. Y después se da otro fenómeno que también me parece curioso, que son los autores que han sido clásicos de la literatura argentina y que están “secuestrados” en las escuelas. Dejaron de leerse porque quedaron como literatura de colegios. Marco Denevi, es un primer ejemplo que se me ocurre. A Denevi lo leí en mi juventud, era un clásico de su generación, y ahora solamente se lee en los colegios. Y lo mismo pasó con Cortázar hasta cierto punto. Se considera que la literatura de Cortázar es una fase, como una etapa de aprendizaje. “Todavía estás leyendo Cortázar”… Esa idea de que ya pasamos por ahí. Son esos circuitos extraños que hacen los libros. Hay libros que se escriben para jóvenes, pero que podrían ser en realidad para cualquier lector. Y libros que  han sido escritos para adultos y que quedaron atrapados en las lecturas escolares. Yo tengo mis temores por Crímenes Imperceptibles, que se ha leído mucho más que Acerca de Roderer en colegios. Tengo miedo de que le pase esto mismo, de que sea un libro que finalmente quede como una lectura escolar, cuando hay elementos que tienen que ver con la epistemología, con Wittgenstein, a los que una lectura del colegio secundario difícilmente pueda llegar.

MM: Vos sabés que estas dudas que vos tenés al respecto, las tenemos todos los que leemos literatura juvenil, los que la escribimos, los que la estudiamos. Me va a venir de perillas esto  el miércoles que con Pablo de Santis, con Gloria Candiotti que va a estará acá y va a coordinar la mesa, y Sandra Siemenns, que escribe exclusivamente juvenil, vamos a hablar de la búsqueda del lector. “La búsqueda del lector mutante”, se llama la Mesa del Congreso de IBBY, que organiza Alija. Y se llama así por ese lector adolescente que va cambiando.
Gran parte de los autores que he entrevistado participan de esta duda. ¿Qué es realmente la literatura juvenil?

GM: Y hay otro elemento. Pablo me decía lo de la crueldad, pero si uno se fija en un escritor como Roald Dahl, él tiene algunas cuestiones que son escalofriantes en cuanto a ese elemento de crueldad, y que aparecen también en las películas. Tiene además unos cuentos para adultos que son extraordinarios, y que participan de esa especie de humor negro extremo. Al plantearse con restricciones la literatura para jóvenes, se pierde un grado de crueldad de los cuentos de hadas, que es lo que a los chicos o a los jóvenes más los atrae de la literatura. Hay una parte de la literatura para jóvenes que se hace con ciertos cuidados que los clásicos no solo no tenían, sino que apostaban a lo otro. Es lo que se ve en Harry Potter, donde los personajes son expuestos a situaciones de vida o muerte, de soledad o de peligro, que quizá otros autores no se animarían a usar. Cada tanto le pregunto a mi hija qué le dan para leer en el colegio, y ella me dice que les dan libros que creen que son para la edad de ellos, pero que para ellos son infantiles, pueriles, que quedan por debajo de las expectativas. Es muy escurridizo como materia, por eso siempre me intriga cómo se autocensura un escritor de obras juveniles.

MM: Toda una pregunta. Y creo que en ese correr detrás del lector, la escuela no lo alcanza nunca. Por eso es que a veces a los chicos les resulta infantil lo que les ofrecen.

GM: Quieren evitar problemas con los padres. Sin duda. Y no  pasa solamente en la escuela primaria. Hace un par de años con Mempo Giardinelli, Ana María Shua, Perla Suez, Graciela Bialet y Pablo de Santis, nos propusimos hacer una antología de cuentistas argentinos de todas las regiones del país, que estuvieran vivos. Creo que pusimos un cuento de Borges y uno de Cortázar para que no se alarmaran los maestros, y todos los demás eran de cuentistas vivos. Una selección para adolescentes, de colegio secundario. Y pusimos el  cuento “Antieros”, de Tununa Mercado, que tenía que ver con una mujer que se masturbaba, después de una rutina doméstica contada con un lenguaje barroco… un cuento extraordinario.  Y hubo un problema con la antología en Mendoza y en San Juan, pusieron el grito en el cielo. Un tema tabú. Nosotros, desde el prólogo, contamos que queríamos que en los cuentos hubiera algunas de las preocupaciones de los adolescentes. ¿Cuál mayor preocupación que esa puede haber? (Risas). Hay otros temas, pero el sexo es algo que siempre, intrínsecamente, está mal.

MM: Sí, “El sexo está mal” es un buen título para la entrevista. Vos sabés que yo creo que en las  lecturas que hacen los escritores, y los editores, el sexo es el que más lejos nos queda. Porque vos hablaste de la crueldad y de la muerte, por ejemplo; en Acerca de Roderer, que se lee en colegios secundarios, muere Daniela, la chica que tiene anorexia. Muere, finalmente, Roderer (todos lo leyeron, no estoy spoileando), y eso se ha permitido. En cambio, con el tema del sexo hay más cuidado. Aunque en Crímenes imperceptibles hay una escena o dos y acá, en la Ciudad, el Estado lo distribuyó en quinto año. Creo que el límite se va corriendo. Pero cuando vos escribiste Acerca de Roderer o Crímenes imperceptibles, en ningún momento pensaste en un lector joven.

GM: Hay un detalle interesante con Crímenes imperceptibles. Voy a hacer historia antigua. Había una vez un portal que se llamaba Educ.ar, y había un ministro de Economía que se llamaba Domingo Cavallo. Cavallo se fue de un gobierno, pero hubo otro gobierno que creyó que era necesario que volviera. Entonces, antes de que volviera para destruir lo que antes no había destruido, tuvo un paso triunfal por Educ.ar, fue director. A mí me habían encargado Crímenes Imperceptibles desde ese portal, con la idea de escribir una serie de novelas al estilo del folletín, como se habían publicado originalmente las novelas policiales, por entregas en los periódicos. Yo iba a ser el segundo, después de Pablo De Santis, que llegó a escribir toda la novela, se la subieron y pudo terminar el proyecto. Entonces, yo empecé a escribir Crímenes imperceptibles, como un proyecto pensado para alumnos de colegios secundarios. Y de hecho, me habían pedido algo más: si yo podía ir dejando acertijos a medida que avanzaba la novela. Escribí los primeros cuatro capítulos con esa idea, e incluso aparece un acertijo en la novela. Cuando estaba pensando en el quinto capítulo se acabó todo. Todo se disolvió en el aire, como diría Marx, y tuvimos el 2001; y entonces yo me encontré con esos cuatro capítulos, y no sabía si seguir con el proyecto original, o transformarlo en una novela como las que escribía habitualmente. Entonces ahí aparecieron más crímenes, apareció el tema de Wittgenstein, aparecieron los trasplantes, apareció todo el resto de la novela. Pero los primeros cuatro capítulos son los que había pensado para colegios secundarios. Y fijate como al cabo de los años, ha vuelto allí.

MM: Muy interesante. Lo más curioso es que tenemos algo para agradecerle a Cavallo. (Risas).

GM: Tampoco. En Educ.ar había una editora muy buena, Cecilia Pisos, Cavallo llegó después a destruir todo eso, que estaba en marcha.

MM: Vino el viento y lo arrasó. Cecilia estuvo también acá…

GM: Ah… la conocés.

MM: Sí, claro, gran escritora. Cecilia es otra de las que el mundo editorial encasilla en la LIJ. Esto que decías de Sergio Aguirre, el escritor cordobés que parece Patricia Highsmith… Los vecinos mueren en las novelas, es una de las más exitosas de la colección Zona Libre para jóvenes. Y no tiene ninguno de estos condimentos que se supone, debería tener la literatura juvenil. No hay iniciación, no hay descubrimiento ni del sexo ni de la muerte ni de la angustia. No hay personajes adolescentes con los cuáles referirse, sin embargo, está ahí. ¿Por qué no está en una colección para adultos? Por cuestiones claramente editoriales, más allá de los lectores.
Otro de los cuentos de los que se han apropiado los adolescentes, o los docentes para los adolescentes, están en Infierno grande; por ejemplo,  “Retrato de un piscicultor”, que se publicó como folletito también… Sabías…

GM: No, no.

MM: Ah ¿no? Deberían haberte pagado… (Risas).

GM: Estos eran los que se repartían en la cancha…

MM: En la cancha, en los colegios…

GM: No me llegó. El único día que fui a la cancha habían impedido que entrara la barra brava de Boca, quizá ellos estaban distribuyéndolo. (Risas).

MM: Dicen que los cortaban… (Risas).

GM: Para los papelitos, claro… (Risas).

MM: Bueno, después te lo regalo.

GM: No lo tengo. ¿Está ilustrado, o no?

MM: No; es un folleto muy económico, una muy buena idea. Incluso cuando estaba Margarita Eggers Lan en el Plan de Lectura, consiguió el auspicio de Grondona (otro prócer), para hacer la publicación de los que se regalaban en las canchas.

GM: La idea me parecía fabulosa. Y también estaban en las terminales de ómnibus.

MM: Tal cual.

GM: Eso tiene más sentido, porque hay más tiempo para leer.

MM: Claro. Igualmente, creo que esta colección se entregaba a los alumnos de la Ciudad. Este, “Retrato de un piscicultor”, y otro que lo sé de cerca, porque lo leyeron en el cuarto año del Liceo al que va mi hija, y que es “La víctima”. Hoy, justamente, teniendo cuatro seudo lectores estudiando con mi hija en mi casa… les pregunté por “La víctima”.

GM: Cuatro víctimas… (Risas).

MM: Cuatro víctimas, sí,  tal cual. Les pregunté qué recordaban. Uno que no lee nada me preguntó si era de Cortázar, porque, me dijo, “ese es el peor de todos”. Hay que ver cómo se toma en los colegios la literatura. Quizás hacés bien en tener cierto  miedo con Crímenes imperceptibles… De que se anquilose en los colegios. Yo creo que no va a pasar. ¿Qué pasa con estos cuentos y los jóvenes? ¿Te hicieron ir a colegios?

GM: Sí. En general, el cuento mío que creo que se lee más en colegios es “Infierno grande”. Es curioso, que este y “Retrato de un piscicultor”, son mis únicos cuentos que tocan lo político. En “Infierno grande”, en base a una situación que tiene lugar en una peluquería de un pueblo, y hay una especie de irrupción de un hecho político hacia el final. Y en “Retrato…”, hay como una metáfora alrededor de una persona que cría peces a lo largo de su vida, y se ve una especie de deterioro de las ideas políticas, o de la vida política, de las creencias o de la idea de fe política.  Hay una metáfora acerca de una persona que ha tenido ideas de izquierda. Esencialmente, el personaje era mi papá, que fue un piscicultor durante toda la vida. Son los únicos dos cuentos, y uno más que aparece en Una felicidad repulsiva, casi al revés. Estos son cuentos que no parecen políticos, y lo son, finalmente. Y en Una felicidad repulsiva, quise hacer el último día de Trotsky…

MM: Lo leímos el lunes pasado…

GM: Mirá vos. Yo quise  sacarle un poco la parte política, para dejar la parte de paradoja del destino; un hombre que se levanta a la mañana y cree que necesita un corte de pelo y a la noche está en una camilla de hospital, y le cortan el pelo para hacerle una trepanación in extremis, Por eso no quise llamarlo por el nombre ni dar ninguna pista concreta. Quería dejar al desnudo esa especie de cuento perfecto que corresponde al momento real de su muerte. Es una especie de “cuento ready made” en un hecho puramente histórico, si uno sabe sacar todos los elementos que borronean esa historia. Fue un experimento para mí, porque nunca había hecho un cuento basado en un hecho tan documentado. Yo había leído un libro que se llama Trotsky en México, y ahí estaban todos los datos. Solo que no estaba armado como cuento. Son mis únicos tres cuentos políticos. Siempre le escapé un poco al relato político porque vengo de una casa con mucha ideología, de una juventud en la que leí mucho de política, de filosofía, de marxismo, y tengo algunos reparos con la literatura política. Me parece que es muy difícil hacerlo bien, hacerlo con sutileza. Me parece que enseguida se ven los hilos para forzar las conductas…


MM: Y en estas visitas a colegios, con los cuentos o con las novelas ¿cuál fue tu experiencia? Los de la LIJ estamos acostumbradísimos, pero por ahí no fue tu caso…

GM: Me dejó un poco impactado. Con “Infierno grande”, el lector necesita tener un registro de lo que fue la historia de las desapariciones en la Argentina. Cuando tengo que leerlo fuera del país (me tocó leerlo en Estados Unidos), siempre hago un pequeño preámbulo para situar, porque se habla del ’78, se habla de los militares… Y me pasó, una vez que fui a una escuela secundaria en Bahía Blanca, que ni siquiera la profesora estaba muy segura de cuál era la lectura final del cuento. Cuando uno escribe, cuenta con una cantidad de cosas que los demás conocen del mundo que se describe. Uno no puede exponer todos los detalles, hay algo del contexto donde los cuentos se insertan. El contexto de las desapariciones, de los desaparecidos, no estaba en esos chicos. Por lo menos no surgía naturalmente, si no había una explicación a posteriori. Ese cuento se publicó por primera vez en el ’85, apenas empezada la democracia. Se publicó en “El Porteño”. No había que explicar nada. Eso me impresionó mucho…

MM: El olvido…

GM: Que los chicos, las nuevas generaciones, no lo tienen en la cabeza. Me pasó también de ir a escuelas en Estados Unidos, cuando estaba en auge el tema de las armas de destrucción masiva. Me tocó ir a colegios secundarios, y les dije, que hasta ahora, había un solo país que había usado armas de destrucción masiva contra personas de carne y hueso. Les pregunté cuál era… No tenían ni la menor idea. Y en un momento les dije: “The United States”. Ni lo tomaban en cuenta: me decían que eso había sido para terminar la Guerra. Como diciendo “Sí, las tiramos, pero por una buena razón”. Está totalmente olvidado el hecho, está complemente sepultado en la memoria colectiva. Que son los únicos que han tirado armas nucleares contra seres humanos. Acá me parece que hay algo de ese orden. Y si vamos al tema de Malvinas, creo que es más o menos lo mismo.  Hay algo que está olvidado, sepultado. Se enseña, sí,  pero cuando se enseñan las cosas, no necesariamente se asimilan.

MM: En Acerca de Roderer, el narrador protagonista va a Malvinas. ¿Fue difícil tocar ese tema? ¿Cómo lo trabajaste?

GM: Ahí tengo una anécdota un poco penosa. Es mi generación la que fue a Malvinas. Chicos de mi edad fueron en su momento. Y yo no había hecho el servicio militar porque estaba en la universidad. A mí me tocó la revisación militar justo un año después de la guerra. No fui a Malvinas, pero mi edad se corresponde con la de la generación que fue. Entonces, para escribir sobre este tema de la guerra charlé con algunos ex combatientes que estaban en el Monumento a los Italianos, o en el de los Españoles, no sé, vendiendo banderas. Me contaron algunas cosas, mínimamente, como para que yo pudiera mencionar lugares y tener recursos de  verosimilitud. Sí había visto los trenes con soldados desde Bahía Blanca, y la gente que salía a vivarlos. Esa experiencia sí la tuve. Escribo el libro, pasan los años, y más o menos a los cuarenta años recibo un mail de un librero argentino que estaba en Alemania, y que estaba fascinado con Acerca de Roderer y quería organizarme una gira por Alemania, había hablado con todos los embajadores y agregados culturales. Consigue dinero para pagarme el viaje, me iba a alojar en la casa, y ya al recibirme, en el camino desde el aeropuerto, me dice que él es de mi edad y que también estuvo en Malvinas. Un ex combatiente que necesitaba hablar con alguien de Malvinas… y tuve que decirle que yo no había estado. Una sensación de decepción total, y después hubo que sobrellevar toda la gira, pero algo estaba indisolublemente roto.

MM: Ex combatiente apócrifo…

GM: Claro. ¿Viste cuando sentís que te dicen que sos un mentiroso?

MM: ¿Cómo explicar ahí la literatura y el verosímil...?

GM: Una de las veces que peor me sentí en ese sentido.

MM: Ahí está Franco Vaccarini. Tendrías que haber escrito, como él, Nunca estuve en la guerra.

Franco Vaccarini: Nunca estuve en la guerra, justamente, porque me tocó ser enfermero en Puerto Belgrano. Después de que terminó la guerra unos chicos me escribieron pensando que yo había sido un héroe que había estado en Malvinas con la Cruz Roja… Así pensé en hacer una novela que se llamara Nunca estuve en la guerra.

MM: En Acerca de Roderer, y en otros cuentos, ponés a los personajes, en general, en el contexto de pueblos pequeños. Pero vos te criaste en Bahía que no es un pueblo pequeño…

GM: Ahora cuento eso. Por lo que me dijo Franco en esta anécdota, me acordé de un compañero que tenía en el colegio secundario, y que era fanático de los aviones, porque era hijo o sobrino de un militar y le habían enseñado sobre esto. Entonces nos decía, con cada avión que pasaba, éste es tal avión y aquel es tal otro. Y nosotros le preguntábamos para qué le servía saber acerca de eso. Y decía en el época de paz no servía para nada, pero que si hubiera guerra sí que serviría. Y yo, en ese momento, pensaba que una guerra era algo que aparecía en las revistas de historietas. Y sin embargo,  tuvimos una guerra…
Sí, me crié en Bahía Blanca que es una ciudad bastante grande, ahora tiene más o menos trescientos mil habitantes. Y sobre todo, tiene mucho movimiento estudiantil, hay varias universidades. Tiene una planta petroquímica muy grande. Pero a mí me interesaba, como espacio, un lugar que fuera más acotado, más chico. Y por eso inventé ese lugar, Puente Viejo, que tiene algunas de las características de Bahía Blanca, otras de un balneario de un pueblo que está cerca y que se llama Carmen de Patagones. Yo tenía una novia ahí, iba cada tanto, había unas casas muy particulares, muy antiguas, muy lindas. Y entonces imaginé ese pueblo que era marítimo, un lugar que durante el invierno queda abandonado. Me gustaba esa idea. Y que no se pareciera tanto a Bahía Blanca.

MM: Es que en general no se parece en nada a Bahía Blanca…

GM: Después me pasó esto, para volver otra vez al tema de ficción y realidad. Hace unos años me publicaron Infierno Grande en The New Yorker. Ellos tienen algo que se llama el fact checker, una persona que se dedica a ver si lo que uno escribió es documentadamente cierto. Yo llamé a mi pueblo Puente Viejo, porque se me ocurrió. No hay otra razón. Y lo pensé como un pueblo que tiene mar cerca. Como si fuera Monte Hermoso, La Boca, uno de esos lugares. Pero recibo un mail de este hombre, en el que me dice que pudo comprobar que efectivamente existe un lugar llamado Puente Viejo en Argentina, “pero que no está al lado del mar”, me pone. (Risas). Yo no sabía que había un lugar que se llamaba Puente Viejo, ni dónde está. Y le dije que el mío sí tenía mar, porque así lo había inventado.

MM: Qué curioso…

GM: Sí. Esa es una tradición que hay en muchos países, y nosotros no nos damos cuenta porque por suerte lo tuvimos a Borges. Nosotros tenemos una tradición casi opuesta: la de la cita falsa, apócrifa, el desdibujamiento entre verdad y ficción… Pero en Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, son muy duros con los datos. Les gusta que la parte de realidad que aparece en la novela, “esté bien”.


MM: ¿Y en el caso de Holdein y la visitación?

GM: Eso está bien, no pasa nada, porque está inventado. A pesar de que, para los que han leído la novela, en el fondo es la discusión de Doktor Faustus, transcripta al tema pictórico. Lo que en Doktor Faustus se discute en términos musicales, en mi novela se discute en el área de la pintura. Es el mismo proceso en el fondo, de abstracción, de desmantelamiento. Para el que ha leído el Doktor Faustus es evidente que mi novela trata de responder a esos planteos. Pero con eso no hay problema. El tema es si cuento cosas que no han ocurrido. Que Dino Buzzati inventó el cuento “Siete pisos”, después de haber estado en un hospital en Oxford que tenía siete pisos. Entonces viene el fact checker y me dice que no puede ser, porque Dino Buzzati escribió ese cuento en el cuarenta y cinco y usted sitúa la novela en el año sesenta. Ahí me agarraron. Esa es difícil de resolver. (Risas).

MM: Es cierto que no tienen esto borgiano… Lo de Holdein confieso que fui a buscarlo al diccionario.

GM: Por ahí no hay problema. Otra más; una editora argentina me hizo este comentario. Yo había puesto en Crímenes imperceptibles un animal que es como nuestra comadreja. En Estados Unidos lo llaman “oposum” o la gente le dice “posum”. Es de los pantanos del sur de los Estados Unidos. Como me había impresionado el bicharraco decidí incluirlo en mi novela. Pero ella me lo vetó, porque averiguó que el oposum no es de la latitud de Oxford, que no se lo encuentra en esa latitud. En ese caso, como me lo dijeron con cierta anticipación, imaginé un animal que fuera el mismo, y lo llamé angstum, por la raíz, “angst”, que es de “muerte”, “angustia por la muerte”. Pero aquí había un segundo problema, porque yo necesitaba que el animal estuviera aplastado en el suelo durante mucho tiempo. Y como Oxford es una ciudad muy limpia, tampoco iba a ser creíble que estuviera tanto tiempo en la calle, entonces inventé que había una superstición, que  ese animal contagiaba la muerte, y que entonces los barrenderos no querían tocarlo. Por eso queda tirado sobre el pavimento por varios días. Tuve que inventar todo eso porque las comadrejas no existen en Oxford. Pero ahí no hay problema. Cuando uno inventa no hay problema. El problema está cuando ponés algo que de algún modo existe. Trayectorias de calles… “Doblé en tal calle”. Te dicen: “Si usted dobla a la izquierda se encuentra con tal lugar”. Esas cosas.

MM: Por eso Borges ha aconsejado no ubicar…

GM: “Lugares y tiempos lejanos y difíciles de corroborar”, decía él. Un buen consejo. 




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