Acerca de Sam Shepard
Por María Pía Chiesino
A esta altura del baile, si hay algo que no me
interesa es hacer “balances” de lo que leí en mi vida, que fue mucho, y muy bueno, desde muy chica. Tuve
la enorme fortuna de nacer en una casa en la que siempre hubo libros. Me
acuerdo, por ejemplo, de sacar de un estante un ejemplar del Martín Fierro, a mis diez u once años,
para rastrear los pasajes truculentos que había visto en la película de Torre
Nilsson: el asesinato del hijito de la cautiva, el del gringuito ahogado en un
charco “por causante de la peste”, el de la primera pelea con el moreno, el de
la mano del cadáver de Vizcacha
masticada por los perros.
Fue así que muchos autores a los que en general muchos
lectores acceden más o menos a los veinte años, empezaron a formar parte de mi
universo a los catorce o quince. Gelman, García Márquez y… los beatniks. O,
para ser más precisa, Jack Kerouac, que era uno de los autores favoritos de mi madre y que
cuando agarré por primera vez En el
camino, hacía años que formaba parte del elenco de los muertos jóvenes de
la literatura de posguerra.
No sería equiparable al club
de los 27 del rock and roll, pero era
bastante cercano, por los menos en los sesenta y setenta.
La mayoría de los músicos y
poetas de tenían veintipocos en esas décadas, eran los hermanos menores de los
beatniks. Y uno de esos hermanos menores fue Sam Shepard.
Lo que me pasó con Shepard,
fue distinto a mis otros recorridos de lectura, porque sus libros no estaban en
la biblioteca de mi familia. Es uno de los poetas que conocí, “de grande”. A
los veintiséis o veintisiete años. Cuando ya hacía bastante tiempo que mi
biblioteca era una y la de la casa familiar, en la que ya no vivía, era otra.
A Shepard, decía, lo leí
cuando ya habían pasado muchos libros mis ojos y por mi alma . Y me llegó con Crónicas de motel, una colección de
textos breves, que nos llevan al desierto en el que vive su padre alcohólico,
al libro de London que le lee a su hijo antes de dormir, a las mujeres que le
gustan, a los borrachos con los que se cruza… en la ruta, claro, porque es un
libro rutero.
Siempre me interesó indagar
por qué me atraían tanto los libros de viajes, además. Desde los viajes
increíbles de Julio Verne, hasta los más
pedestres y verosímiles de Kerouac o Shepard atravesando las rutas de los
Estados Unidos, que a veces cruzaban la frontera y se adentraban en México. ¿Qué
me atraía tanto de esas historias que sucedían en el desierto norteamericano?
Imagino que el desierto con el
que me encontré la primera vez que leí a Shepard, encontró una correspondencia
con el paisaje de muerte que me había rodeado unos años antes, cuando a los
quince años, en 1976, el país en el que
me estaba tocando crecer, era un desierto del que la literatura me ayudaba
bastante a escaparme.
Ya los beatniks habían hecho
lo suyo. La idea de agarrar un auto destartalado y poner primera sin saber
adónde podía llevarte la ruta no podía ser peor que la desolación con la que te
encontrabas cuando salías a la calle.
Cuando llegó Shepard, las
aguas externas se habían aquietado, pero las internas se seguían moviendo. Los
textos de Crónicas…, que además de
referirse al desierto están marcados por la soledad, no hicieron otra cosa que
ayudarme a entender que podía ser una de
las mejores compañeras para mi propia ruta.
A lo largo de los textos de Crónicas de motel, Shepard se distancia
de la banalidad y del caretaje. Se distancia de los poetas que se complacen en
la autocompasión: “Haz con tu tiempo / lo que quieras / pero no malgastes el
mío”. Sostiene como puede la relación con ese padre alcohólico que vive en
el desierto porque “Dice que no se lleva
bien con la gente”. Harto de las bellezas hollywoodenses de quirófano
declara que regresa “a la mujer natural”.
Y a la hora de hablar de uno de los grandes temas de la poesía, el amor, nos entrega casi una declaración de
principios. Solamente se entiende como amor, aquel que vivimos cuando no
renunciamos a la propia libertad:
El insomnio es una
cadena
El insomnio es un lazo
El insomnio es un círculo vicioso
El insomnio es un lazo
El insomnio es un círculo vicioso
Ahora mismo
Dentro de mi cabeza
Dentro de los huesos
Dentro de mi cabeza
Dentro de los huesos
Gira mi cuello
Se mueve el cartílago
Me gusta el ruido de mis huesos
Se mueve el cartílago
Me gusta el ruido de mis huesos
En medio de esta
emergencia
Pienso en ti
Y sólo en ti
Pienso en ti
Y sólo en ti
En medio de esta
sangre insomne
Tus labios rosados
Tus brazos extendidos hacia arriba
Tus labios rosados
Tus brazos extendidos hacia arriba
No puedo respirar
sin ti
Pero este círculo de costillas
Sigue funcionando por su cuenta.
Pero este círculo de costillas
Sigue funcionando por su cuenta.
Ayer, en Kentucky, a los setenta y tres años, se murió
Sam Shepard. Que además de todo, era tan lindo.
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