Horacio Quiroga para sus hijos
Seguimos compartiendo más repercusiones en diarios del mundo por el centenario de la primera edición de “Cuentos de la selva”, del gran escritor Horacio Quiroga. En este caso, esta nota escrita por Alejandro Ferrari para el diario El País de Uruguay.
—He venido a interrumpirlo.
—¡No diga eso!
—¿Que leía, Eduardo?
—Los Cuentos de la Selva, de Horacio Quiroga.
El mayor de los niños, un pícaro rubio de siete años, se acerco y le dijo con orgullo:
—Ese libro me lo mandaron a mi. Es muy lindo. ¿Quiere que sigamos leyendo?
El
menor miró al corresponsal con rabia, como echándole en cara la
intromisión. ¡Un cuento de niño interrumpido, que no dejaba llegar a su
fin!
Concluyó la lectura y Eduardo Barrios le dice a propósito de los Cuentos de la Selva:
—Es
un volumen sabrosísimo. Quiroga sabe hablar a los niños, encender su
fantasía inocente, poner a su alcance vibraciones cordiales, principios
generosos y aun chispas de ironía. Estos cuentos completan su
personalidad con un aspecto que yo no le conocía. Es un cuentista
maestro, vibrante, sabio y múltiple. Los niños, en el patio, simulan el
combate entre los yacarés y los hombres, vuelan en la fantasía que
Quiroga les envió con su cuento.
Este episodio ocurrió a pocos días del lanzamiento del libro Cuentos de la Selva
y a casi mil quinientos kilómetros de distancia de la imprenta que
estampó la primera edición. Luego de estar un tiempo en Misiones,
Horacio Quiroga había dado a luz lo que se convertiría en una de las
obras clásicas de la literatura rioplatense, cuyo origen hay que
rastrearlo en las narraciones orales que el autor hizo a sus hijos
pequeños en la selva misionera. Tras 100 años siguen presentes en las
lecturas escolares y en el imaginario popular. Representan, muchas
veces, la primera experiencia de los nacientes lectores.
UN NEGOCIO.
Dos años antes de la edición del libro, Quiroga le escribe desde Misiones a su amigo Luis Pardo, editor de la revista Fray Mocho: "Va larga historia-cuento para muchachos chicos, que creo gustará. Tengo 8 o 10 de esos hechos en la cabeza —cada uno de media página—.
Si le agradan, mándemelo decir con Romerito para evitarme trabajo de
escribirles en balde. Escribo hoy a Cao, invitándolo deferentemente a
que quiera hacer unas cuantas viñetitas para el cuento ese. Él lo hará
muy bien".
El
cuento fue publicado con el título "Los cocodrilos y la guerra" en tres
páginas que incluían doce viñetas del dibujante José María Cao. Poco
tiempo después Quiroga vuelve sobre el asunto y le pregunta a Pardo: "¿siguen interesándole cuentos de chicos? ¿Quiere que siga en lo hecho, o que alterne?"
No se
conoce la respuesta escrita del editor, pero se puede deducir que fue
afirmativa, porque durante ese año y el siguiente Quiroga continuó
publicando estos cuentos en la misma Fray Mocho y en otras dos revistas con las que también colaboró, P.B.T. y El Hogar. Estos cuentos tenían un antetítulo o epígrafe que rezaba: "Cuentos para mis hijos".
En
paralelo, Quiroga realizó diversas gestiones para su publicación en
Uruguay como libro de lectura escolar. Incluso intentó aprovechar la
presencia de amigos salteños en el gobierno, como le comenta a su amigo
José María Delgado a mediados de 1917: "Me interesa mucho también que el otro amigo Mezzera (por entonces Ministro de Instrucción Pública) guste
del libro. Tengo bajo sus auspicios un negocio de libro de lectura —los
cuentos para chicos, de que creo te he hablado— que no desearía dejar
enfriar para nada".
La gestión continuó porque en mayo de 1918 le escribe a Alberto Lasplaces: "Y
si Ud. tuviera deseos en cualquier momento de charlar sobre un libro
escolar de cuentos para niños que tengo intenciones de publicar en estos
meses, me agradaría mucho. Su posición oficial me puede dar buenas
luces".
Sus amigos y biógrafos Alberto Brignole y Delgado brindan luces sobre el desenlace de este intento: "con
la convicción que tenía del valor educativo de su libro y las altas
influencias que lo amparaban, daba por descontado el logro de sus
deseos. Sin embargo, aconteció lo contrario: parecía estar de Dios que
allí donde este selvático apuntara a una presa con vistas al negocio, el
tiro le saliera por la culata".
Algunos entendían que el libro podía ser pernicioso para los niños. "El
caso fue que, cuando se pasó su propuesta a informe de los inspectores
escolares, éstos lo produjeron de modo lapidario: tal tiempo de verbo
estaba mal colocado, esta cláusula quedaba sin sentido, aquella
repetición de vocablos denotaba pobreza y mal gusto, cual giro era una
verdadera bofetada aplicada a la sintaxis. Poner aquello entre las manos
de los que recién se inician en el estudio del lenguaje escrito
resultaba pernicioso. Esto en cuanto a la forma, porque, además, el
libro desvirtuaba el propósito clásico de la fábula infantil: carecía de
moraleja. Todo lo cual le fue fatal porque, ni aun con tantos apoyos
como contaba, pudo levantar la excomunión a que su libro fue condenado".
Al final el primer millar de ejemplares de Cuentos de la Selva fue publicado en el segundo semestre de 1918 por Manuel Gálvez, que ya había editado el año anterior Cuentos de amor de locura y de muerte.
Fue editado conjuntamente por la Sociedad "Buenos Aires" Cooperativa
Ediciones Limitada y la Agencia General de Librería y Publicaciones.
Incluía ocho cuentos que se mantuvieron en todas las ediciones
posteriores, siete ya publicados, "La tortuga gigante", "Las medias de
los flamencos", "El loro pelado", "La guerra de los yacarés" (publicado
originalmente como "Los cocodrilos y la guerra"), "La gama ciega"
(aparecida antes bajo el título de "La jirafa ciega"), "Historia de dos
cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre", "El paso del Yabebirí"
y uno inédito, "La abeja haragana".
El
libro sería traducido al inglés en 1922 y al francés en 1927. Recién en
1935 se realiza la primera edición uruguaya por la editorial Claudio
García, con ilustraciones de Eduardo Vernazza. Cuentos de la Selva
es la punta del iceberg de su literatura infantil. Hay que agregar dos
series de textos aparecidos en revistas y solo reunidos en libro de
forma póstuma, Cartas de un cazador y De la vida de nuestros animales. Algunos de estos relatos fueron publicados bajo el rótulo "Los cuentos de mis hijos", la "definición más exacta de su literatura infantil", según Ángel Rama.
Esta
preocupación por la literatura infantil, más allá de los legítimos
intereses profesionales, va de la mano de las propias circunstancias de
vida de Quiroga. Tuvo tres hijos. Con su esposa Ana María tuvo los dos
primeros, que nacieron en Misiones, en este contexto de producción
literaria. Eglé nació en 1911 y Darío en 1912, a los que se sumará María
Elena "Pitoca" en 1928. Diversos testimonios afirman que la relación de
Quiroga con sus hijos no fue fácil. Ello se reforzó con la muerte de
Ana María en 1915. Quiroga intentó aplicar una pedagogía extravagante. "Quería criarlos al amparo de la ternura y el consejo, pero curtidos como cachorros de monte", dicen sus biógrafos.
Así surgen "Los cuentos de mis hijos". Basado en el testimonio de Darío Quiroga, Rodríguez Monegal explica: "Paradójicamente,
este padre absorbente y tiránico, sabía ser el más delicioso narrador
de cuentos infantiles, que el iba armando sobre la trama misma de los
días y las noches misioneras. Muchos de esos relatos (que luego
escribiría y publicaría) fueron inventados en los primeros años de los
chicos, cuando aún vivía la madre; otros corresponden al período de la
viudez en San Ignacio o a la instalación en Buenos Aires".
La
expresión "cuentos de la selva" sugiere un lugar y un ambiente preciso:
la selva misionera que conoció, vivió y entendió Quiroga. Él mismo
escribió, en 1916 y con el seudónimo "Misionero", un relato que brinda
luz al respecto. El título fue "Los Robinsones del bosque".
El personaje es un joven empleado de banco que un día amanece en el bosque y decide correr el riesgo de vivir la "vida intensa" del monte. Este "Robinson veraniego" tiene coraje pero también un "miraje de vida inocente". El encuentro con una víbora de cascabel lo hizo pasar de considerar monótona y demasiado inocente la vida de aquel "país" a verla como peligrosa, y sale del bosque a paso vivo. Concluye el narrador diciendo que "el bosque le murmura (…) irónicamente": "Demasiada
fuerza a destiempo… El bosque es hostil exclusivamente a dos clases de
personas: las que no creen en las víboras y las que las ven a cada paso".
A
fines de ese año Quiroga regresó de Misiones a Buenos Aires, donde se
había radicado en 1910. Había llegado a Misiones en 1903 participando de
la expedición de Leopoldo Lugones.
Julio E. Payró contó unos años después que "Horacio
Quiroga me dijo alguna vez que 'tenía alma de Robinson'. Como émulo del
héroe de Defoe, gustaba de hacerse él mismo todo aquello que podía
necesitar y que era capaz de elaborar con sus hábiles dedos. Él mismo
solía hacerse los zapatos y los de sus hijitos Eglé y Darío; él mismo se
cosía la ropa. Él edificó su primera vivienda, su primer taller de
carpintero. Él se construía las canoas (las 'guabirobas') en que luego
toreaba las anchas aguas del Paraná".
Esta selva "seria y concentrada" ocupa
un lugar central en la peripecia vital y en la creación artística de
Quiroga. Martha Canfield ha analizado cómo la selva fue "una escuela de realismo en la que su literatura se modifica".
El destino "robinsoniano" de Quiroga que convive, se adapta y padece la
selva, es el que fragua esta escritura del monte. En los últimos años
de vida él mismo le confiesa a su "hermano menor" Martínez Estrada: "No hago más que integrarme a la naturaleza, con sus leyes y armonías oscurísimas aún para nosotros, pero existentes". Y seguimos accediendo a ella por las innumerables fotografías, "postales de la selva" que legó el salteño y misionero, al decir de Martín Bentancor.
El mismo Quiroga, a propósito de la novela La vorágine del colombiano José Eustasio Rivera (1924), subrayaba esto. "La
pasión de los personajes, la pasión de la selva y la acción misma laten
con tal cruda vida que no es indispensable haber aspirado nunca el vaho
de la selva para sentirla remontar hasta las mismas narices. Se respira
selva: tal es el soplo épico de su evocador, y tal la energía de su
expresión". Esta percepción que incluye latido, sentidos y
respiración, lo muestra consolidado y en un camino de fidelidad
literaria que Rodríguez Monegal denominó "objetividad".
Dimensión que lo aleja de aquella sospecha de imitación de su "maestro" Rudyard Kipling.
La
referencia al parentesco con los grandes autores, que en lugar de
menguar el talento de Quiroga lo acrecienta, ya apareció en un artículo
del chileno Ernesto Montenegro publicado en 1925 en The New York Times: "Horacio Quiroga, pariente literario de Kipling y Jack London".
Es tan evidente la relación que "siempre ha bastado reconocer un animal en una página de Quiroga para pensar, trivialmente, en Kipling" amonesta Abelardo Castillo. "¿Qué es lo que lo diferencia de Kipling, con quien tiene en común la selva? (…) Su manera de situarse en el mundo que nos cuenta. (…) Quiroga
no era un colonizador sino un habitante de Misiones. Cada vez que viaja
a San Ignacio, vuelve a su casa: por eso no hay énfasis, ni color
local, ni elocuencia descriptiva en sus relatos; y, cuando los hay, se
puede asegurar que no se está ante el mejor Quiroga. Rudyard Kipling,
aunque inglés sólo a medias, era un representante privilegiado del
Imperio; Quiroga, blanco y patrón, fue escritor de la colonia".
Algunos acercamientos teóricos de los últimos años brindan nuevas luces sobre los Cuentos de la Selva.
La eco-crítica, por ejemplo, que da cuenta de las distintas
concepciones sobre la selva y los temas ambientales, ha venido
realizando un trabajo sistemático con la obra del salteño. Jennifer
French, la mayor exponente de esta corriente, ha interpretado la
retórica de Quiroga a la luz de la dinámica entre tierra, trabajo y
capital definida por las estructuras neocoloniales británicas en
Sudamérica. Observa cómo la narrativización de la perspectiva animal le
permite a Quiroga "conceptualizar la naturaleza de tal manera que los
humanos no sean excluidos o puestos en contra del medio ambiente, sino
ubicados simbióticamente dentro".
También la naciente fauno-crítica brinda su mirada sobre la obra de Quiroga, cuyo "uso de la perspectiva de los animales en sus historias" sirve para que el mundo natural resista y proteste contra las actividades dañinas de los seres humanos, con "cierto sabor ecológico a la antropomorfización de los no humanos que aparecen en sus cuentos", dice Scott DeVries.
Esto pone en especial relevancia a los protagonistas centrales: los animales.
REPRESENTACION HUMANIZADA
Su
presencia en la cuentística de Quiroga es creciente, y también en su
vida doméstica, tanto en Misiones como en Buenos Aires. Desde animales
exóticos que aparecen, por ejemplo, en algunos de los folletines que
publicó entre 1908 y 1913, hasta llegar a la saga más lograda de Anaconda (1921 y 1926), sin olvidar la serie de viñetas publicada en el libro De la vida de nuestros animales (1925).
Los protagonistas de los ocho Cuentos de la Selva
son animales que pertenecen a la propia selva misionera y quiroguiana.
Pablo Rocca muestra cómo en dos de los cuentos, "La guerra de los
yacarés" y "La gama ciega", que tuvieron una primera versión en
publicaciones periódicas, hubo considerables y profundas correcciones,
especialmente en la adaptación de la fauna, para su publicación en el
libro.
La
relación del hombre con los animales en estos cuentos es rica y variada.
En "La guerra de los yacarés" se presenta como una confrontación
capital entre selva y civilización, de vida o muerte. Pero es abrumadora
la relación de ayuda de los animales hacia el hombre. En los cuentos
"El paso del Yabebirí" e "Historia de dos cachorros de coatí..." se da
con naturalidad una alianza entre especies del reino animal y el hombre
frente a otros enemigos más poderosos. En "La tortuga gigante" la
gratitud se vuelve cuidado y socorro. En "El loro pelado" y "La gama
ciega" se aprecia auxilio y cooperación.
Quiroga
representa a los animales de forma humanizada. Poseen pensamiento
racional, uso de la palabra, sentimientos y actitudes o prácticas
sociales propias de la especie humana.
Los animales-personajes de los Cuentos de la Selva hablan, pero no como humanos; usan las palabras que "reflejan el suceder de la naturaleza". Afirma Erminio Corti que Quiroga "vuelve
legible ese extraño idioma; sus animales imaginados hablan y, en tal
acontecimiento, el lector descubre esa 'otra' comunicación que es la
selva; por lo que podríamos afirmar que en el caso de Cuentos de la Selva,
no estaríamos frente a una antropomorfización de los animales: si estos
dicen y hablan en español es para manifestar una 'lengua' que sucede en
el bosque, y que es el silencio mismo de la selva".
CIEN AÑOS NO ES NADA
"De todos nuestros grandes, Horacio Quiroga es el único a quien el tiempo dejó intacto", afirmó Mercedes Ramírez. En la búsqueda del Quiroga total, la lectura de su obra sigue siendo la puerta de entrada a su mundo.
Su amigo José María Delgado lo despedía con estas palabras: "Así
pasaste delante de los que no pudieron penetrarte y sólo te juzgaron
por la morfología aguda de tus huesos, la espesura cimarrona de tus
barbas, la riscocidad de tus ademanes y la lealtad hirsuta de tus
expresiones, como alguien desposeído de todo sentimiento, encastillado
en un Yo árido como la pena. Pocos conocieron qué manantial de ternura
brotaba de esa piedra cuando la tocaba la vara mágica de la real belleza
o del amor."
De este manantial continúan brotando, como expresó Juan Carlos Onetti, estos "cuentos para niños inteligentes que delatan una escondida y rebelde ternura".
RECUADRO
La selva ilustrada
Un número considerable de ilustradores acompañaron los Cuentos de la Selva,
desde las doce primeras viñetas que realizó en Argentina el español
José María Cao para "Los cocodrilos y la guerra" en mayo de 1916, hasta
la última edición de 2017, la versión japonesa de Cuentos de la Selva con dibujos de Yukari Miyagi.
Su presencia en el cine ha sido pequeña y dispar. La obra que se destaca es el film Un oso rojo
(Argentina, 2002), tercer largometraje del uruguayo/argentino Adrián
Caetano, a partir del cuento "Las medias de los flamencos". Es un
western alegórico. Presenta la historia de un ex convicto que sale de la
cárcel y busca recomponer su vida, en especial la relación con su hija
pequeña. El cuento de Quiroga sirve para explicar la situación del
protagonista y su encrucijada: la cuestión depredatoria (los animales
más grandes o inteligentes se aprovechan de los otros) y la realidad de
que hay que "danzar o llorar".
En el
ámbito de los Estudios de Animación del Instituto Cubano del Arte e
Industria Cinematográficos (ICAIC) se produjeron en la década del 80
tres cortos animados como adaptaciones de tres cuentos, "El loro pelado"
(1986) con guión y dirección de Mario Rivas, "La gamita ciega" (1986) y
"El paso del Yabebirí" (1987), ambos con guión y dirección de Tulio
Raggi.
También en animación se realizó la hasta ahora más ambiciosa adaptación del libro, con el título Cuentos de la Selva
(Argentina/Uruguay, 2009), con dirección de Norman Ruiz y Liliana
Romero. La opción de la adaptación fue la de agrupar los cuentos y
subrayar el conflicto que representa la entrada del hombre —con sus máquinas y camiones— y la necesidad de lucha que unifica a los animales. Jorge Maestro, guionista del film, cuenta que "fue una versión libre de los Cuentos de la Selva.
Tomamos los personajes, e incluso tuvimos que modificar algunas cosas.
Hoy el yaguareté está en extinción, no era bueno para nosotros que
quedara como un dañino depredador. En cambio lo fue el hombre. Por eso
tomamos como eje central 'La guerra de los yacarés' para el argumento y
todos los personajes, incluso un niño amigo del coatí, interactuaron.
Creo que conservamos el espíritu de Quiroga en esa versión libre".
Otra versión libre que utiliza el cuento "La guerra de los yacarés" en su estructura narrativa es el cortometraje uruguayo El viejo yacaré sin dientes (2011) de Mateo Soler, que incorpora elementos de animación.
Varias
versiones producidas en el Taller de cine El mate de Vicente López, de
diversas épocas y con diferentes técnicas, se incluyeron en el film collage Horacio Quiroga cuentista (Argentina, 2017) de Irene Blei.
En 2017 el Ballet Nacional del Sodre de Uruguay estrenó la obra Cuentos de la Selva
con música y danza alrededor de tres cuentos: "El loro pelado", "La
guerra de los yacarés" y "Las medias de los flamencos", en una propuesta
decididamente híbrida que incluyó la participación de la banda del Sapo
Ruperto de Roy Berocay. Cuenta la coreógrafa Marina Sánchez que tras
releer el cuento "Las medias de los flamencos" y recibir la música, el
principal desafío fue "cómo contarlo con el cuerpo", sin palabras, comenzando "con la creación de los personajes con los movimientos que identifican a cada animal y sus respectivos pasos de baile".
En el ballet de Sánchez la transposición toma la fuerza de la fábula,
donde los animales antropomorfizados que participan del baile, con vetas
del más puro narcisismo, se dejan deslumbrar por la apariencia. La
coreografía en su conjunto subraya, con picardía, el humor y la paradoja
de la situación, lo gracioso y burlesco de esta hoguera de las
vanidades.
Fuente: El País
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