¿Tendrías la bondad de acordarte de mí?

Muchos libros tienen a una flor como un elemento determinante de su trama. Obras como La dama de las camelias, El nombre de la rosa o El Principito, entre muchas otras, marcaron la literatura universal. Durante el mes de septiembre, nos dedicaremos a leer historias con flores de todas las formas, aromas y colores. Para empezar, compartimos el capítulo de El Principito, el clásico relato de 1943 de Antoine de Saint-Exupéry, en el que su protagonista dialoga con la flor, objeto de su confuso amor.



VIII
APRENDÍ BIEN PRONTO a conocer mejor esta flor. Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples, adornadas con una sola fila de pétalos, que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Aparecían entre la hierba una mañana y por la tarde se extinguían. Pero aquella había germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde y el principito había vigilado, cuidadosamente, desde el primer día aquella ramita tan diferente de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de Baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El principito observó el crecimiento de un enorme capullo y tenía el convencimiento de que habría de salir de allí una aparición milagrosa; pero la flor no acababa de preparar su belleza al abrigo de su envoltura verde. Elegía con cuidado sus colores. Se vestía lentamente y se ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir ya ajada como las amapolas. Quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah!, ¡sí! ¡Era muy coqueta aquella flor! Su misteriosa preparación duraba días y días. Hasta que una mañana, precisamente al salir el sol, se mostró.
 La flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:
—¡Ah!, perdóname… apenas acabo de despertarme… estoy toda despeinada…
 El principito no pudo contener su admiración:
 —¡Qué hermosa eres!
 —¿Verdad? —respondió dulcemente la flor—. He nacido al mismo tiempo que el sol…
 El principito adivinó exactamente que ella no era muy modesta ciertamente, ¡pero era tan conmovedora! …
Me parece que ya es hora de desayunar — añadió la flor —¿Tendrías la bondad de acordarte de mi?
 Y el principito, muy confuso, habiendo ido a buscar una regadera la roció abundantemente con agua fresca.
 Y así, ella lo había atormentado con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, dijo al principito:
 —¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!
 —No hay tigres en mi planeta —observó el principito—;
— y, además, los tigres no comen hierba.
 —Yo no soy una hierba —respondió dulcemente la flor.
 —Perdóname...
 —No temo a los tigres, pero tengo miedo a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo? "Miedo a las corrientes de aire…No es una suerte para una planta” —pensó el principito—. “Esta flor es demasiado complicada…"
—Por la noche me meterás bajo un globo. Aquí hace mucho frío. Hay pocas comodidades. Allá,  de donde vengo…
La flor se interrumpió; había llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.
 —¿Y el biombo?...
 —¡Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme!…
Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.
De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.
"Yo no debía hacerle caso” —me confesó un día el principito—
“Nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso. Aquella historia de garras y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme…”
Y me contó todavía:
 “¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias. ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla".

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