90 años del nacimiento de Andrés Rivera

Hoy se cumplen 90 años del nacimiento de Andrés Rivera, uno de los narradores más importantes de la literatura argentina contemporánea. Rivera fue miembro del Partido Comunista, y los personajes de muchos de sus relatos y novelas son trabajadores. En otros casos, su narrativa se detuvo en figuras y episodios de la historia del siglo XlX, como Juan José Castelli, en La revolución es un sueño eterno, o Juan Manuel de Rosas en El farmer. A manera de homenaje, reproducimos un fragmento de esta última novela.




No fumo. No tomo vino ni licor alguno, Ni rapé. No asissto a comidas. No visito a nadie. No recibo visitas: lord Palmerston me visitó siete veces en doce años.
No voy al teatro. No paseo.
Mi ropa es la de un hombre común.
En mis manos y en mi cara se lee, como en un libro abierto, cuál es mi trabajo durante los treinta santos días del mes.
Uso botas.
Mi comida es un pedazo de carne asada. Y mate.
No tengo mujer,
No ando de putas.
Soy un campesino que escribe diez cartas diarias.
Soy un campesino que escribe un Diccionario.
El general Bartolomé Mitre, que pretendió traducir, me dicen, a un poeta blasfemo, declaró que yo fui representante de los grandes hacendados y jefe militar de los campesinos.
¿Dónde vio campesinos el general Mitre, en el país que supo darnos España?
Aquí, sí, soy un campesino que toma mate, sentado junto al brasero, que tiene frío, el campesino sentado junto al brasero.
Soy un campesino, aquí, en el condado de Schwanthling, reino de la Gran Bretaña, a dos leguas escasas de Shouthampton, y a muchas más leguas de las que uno puede imaginar en mis pagos de Monte, la tierra de mis padres, y de los padres de mis padres.
Y si pronuncio mi nombre pos estos campos de la desgracia, ¿quién sabrá decir: ahí va un hombre cuyo poder fue más absoluto que el del autócrata ruso, y que el de cualquier gobernante de la tierra?
Soy Juan Manuel de Rosas.

Soy un campesino viejo, que no ha terminado de encanecer. Y que, sentado junto a un brasero, tiene frío. Y toma mate.
Soy también, un hombre viejo que, sentado junto a un brasero, mira nevar en sus escasas tierras, aquí, en el condado de Swanthling. Y piensa en la muerte.
Nieva en el reino de la Gran Bretaña. Nieva en Escocia. Y en Gales, y en Sussex. Nieva en Irlanda del Norte.
Nieva sobre los muros de París, injuriados por los incendios que levantaron los tullidos y las putas vociferantes de la Comuna.
Nieva en Europa, de los Urales a los Alpes, de Estocolmo a Sicilia.
Nieva en mi corazón.

Descendí a mi cabina que era la del comandante… Me acosté pronto, pero tardé en conciliar el sueño. Llegué con el recuerdo a todas las cosas y todo estaba sin vida y sin calor.

Miro mi cara en el espejo.
Me afeito cada ocho días, bajo este cielo que no es mío.
La navaja corre por mis mejillas: buen filo el de mi navaja.
Mi pulso es, todavía, de hierro.
¿Por qué hay lágrimas en mis ojos?
¿Por qué tiemblan mis labios?
Manuelita me afeitaba, hasta esa medianoche de 1852, los siete días de la semana, sin faltar uno, cuando el reloj daba las 5:30 de la mañana.
Yo no necesitaba espejos.
Yo, que fui el guardián del sueño de los otros.
Yo, de quien la mejor pluma argentina de este siglo escribió:
Hace el mal sin pasión.
El señor Domingo Faustino Sarmiento escribió, además:
En obsequio a la verdad histórica, nunca hubo gobierno más popular, más deseado ni más bien sostenido por la opinión, y su plebiscito fue la imagen de su triunfo más amplio. ¿Sería acaso que los disidentes no votaron? Nada de eso: no se tiene aún noticia que ciudadano alguno no fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama para ir a dar su asentimiento.
Al señor Sarmiento le falta agregar que el plebiscito se realizó los días 26, 27 y 28 de marzo de 1835 y, que por 9.320 votos contra 8, la ciudad y la provincia de Buenos Aires me otorgaron las facultades extraordinarias para gobernar.
El Mal, en mi boca y por mi brazo, fue orden y justicia. Lo digo aquí, en tierra extranjera, para quien quiera escucharme, Dios incluido.
El señor Domingo Faustino Sarmiento fue, a veces, la mejor cabeza argentina de este siglo.
Y ahora, yo, gobernador-propietario de la provincia más extensa y rica de América, de la América española, estoy aquí, en el condado de Swanthling, reino de la Gran Bretaña, afeitado y acurrucado junto a un brasero de hierro inglés, un desconocido para quienquiera que escuche, menos para la Historia. Y menos para mí.

                                                           ¿Cómo es Buenos Aires, mi general?
                                                            Lluviosa como un recuerdo.






El farmer
Andrés Rivera
Alfaguara, 1996.

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