“El esfuerzo que lleva conseguir un libro es mucho menor que el de leerlo”
Esta entrada inaugura un nuevo ciclo
de entrevistas con escritores y especialistas de la literatura infantil
coordinadas. En sucesivas publicaciones, Libro de arena reflejará de manera extensa, literal y
sumamente interesante, las charlas que se dieron coordinadas por Mario Méndez
en el marco del ciclo organizado por el programa Bibliotecas para armar y la
Biblioteca Nacional. En la de hoy, la primera parte de la discusión sobre políticas de lectura con la presencia de María Pía López, directora del Museo
del Libro, Margarita Eggers Lan,
directora del Plan Nacional de Lectura, y Teresita
Valdetaro, una de las más conocedoras y experimentadas editoras de
Literatura Infantil.
Mario Méndez:
Buenas tardes.
Voy a explicar brevemente qué es esto de los encuentros con los autores. Se trata de encuentros en los cuales leemos a
distintos autores de la Literatura Infantil y Juvenil y, en la reunión
siguiente, tenemos el privilegio de conversar con cada uno de ellos. Este es el
cuarto o quinto año que lo hacemos en distintas sedes. Desde el año pasado,
además de estos encuentros, se nos ocurrió abrir con una mesa de especialistas,
poniendo el foco este año en la promoción y en el incentivo de la lectura. Es
por eso que invitamos a Teresita Valdettaro, que es escritora, editora, y ha
pasado además también por la función pública (igual después me voy a referir a
ella con más detalle). Y a Margarita Eggers Lan que es directora del Plan
Nacional de Lectura, nada menos. Por eso pusimos el foco en este tema de la
difusión. Luego, seguramente se incorporará María Pía López, que además de ser
socióloga es la directora del Museo de la Lengua y del Libro. Brevemente, antes
de ponernos a conversar con nuestras invitadas, voy a hacer una breve síntesis
del Programa de estos encuentros. La idea es la siguiente: un primer lunes
trabajamos con la lectura y el análisis de algún autor, exhaustivamente. Todo
lo que podamos. La idea es leer todo lo que tengamos a mano de, por ejemplo, la
primera con la que vamos a abrir el ciclo que es Márgara Averbach. Y a la
siguiente semana concurre Márgara, para que le hagamos una entrevista entre
todos. Yo la coordino pero la entrevista es pública. Participan ustedes que vienen
leyéndola y habremos charlado de la obra de Márgara y después seguiremos con Pablo
de Santis, Jorge Accame, Silvia Schujer y Ricardo Mariño. Como ven, lujoso el
ciclo. Bueno, entonces ahora la idea es hablar con nuestras invitadas. Y
empiezo por Margarita Eggers Lan, directora del Plan Nacional de Lectura,
escritora, editora también. Y la primera pregunta que se me ocurre es una que
seguramente te habrán hecho muchas veces pero me parece que viene bien volver a
preguntar: ¿leen los chicos, Margarita?
Margarita Eggers
Lan:
Bueno, buenas
tardes a todos y todas. Hay más todas que todos pero bueno… un gusto estar acá,
en esta casa donde siempre nos sentimos tan cómodos, con amigos de hace muchos
años. A propósito de lo que me
preguntás, traje la Encuesta Nacional de Lectura porque preví que me podía
preguntar sobre ella. La ENL se presentó el año pasado. La hicimos con el
Consejo Nacional de Lectura. Los datos que da la Encuesta son únicamente
cuantitativos. Entonces, tampoco sé hasta dónde sirve tirar datos acera de
cuánto leen los que leen. Especialmente, la franja escolar no fue tomada. La
ENL es para mayores de dieciocho años. El Ministerio pidió especialmente la
franja de doce a dieciocho que todavía no se presentó, que tienen que ver más
con indagar con el uso de nuevas tecnologías. Como el Ministerio tiene el
Operativo Nacional de Evaluación que se hace cada tres años, tampoco pensamos
que hacía falta intervenir especialmente en esa etapa- Sí en los chicos más
chiquititos, a través de sus familias. Hubo una encuesta para las familias de
chicos de cuarenta y cinco días a seis años. Si leen o no leen, eso es algo,
digamos que es palpable. Que todos lo podemos ver.
Asistente:
¿Cuál es la
finalidad de la encuesta?
MEL:
Las encuestas son
mediciones que se hacen. Se hizo para el Consejo Nacional de Lectura que está
conformado por el Ministerio de Educación, el Ministerio de Salud, el
Ministerio de Desarrollo Social, la
Biblioteca Nacional, Canal Encuentro, TV Pública. Son nueve organismos. La idea
es tener datos cuantitativos comparables con otras regiones del mundo o con
estudios anteriores en nuestro país. Entonces, los datos que puede dar esta
Encuesta sí son comparables en su mayoría con, por ejemplo, la Encuesta de
2001. En el 2001 se hizo una ENL y en esta nueva Encuesta hay un aumento en la
cantidad de lectores. A lo que yo me refiero cuando hablo de lo cuantitativo es
que creo que a ninguno de nosotros nos cabe ninguna duda acerca de que hoy se
lee mucho más que antes. Nosotros acá indagamos sobre los soportes, pero no hay
una evaluación acerca de la calidad de lo que se lee. Sí hay preferencias.
Novelas, cuentos, todo eso hay, existe en una encuesta. Pero a veces creo que…
a ver… si yo hoy tengo que decir: “¿El Plan Nacional de Lectura tuvo algún resultado
desde que comenzó hasta hoy?“ Y te puedo decir que sí. Y es una evaluación muy
subjetiva. Pero te puedo decir que sí. Y te lo digo, por ejemplo, por una cosa
simple: Yo soy jurado del Concurso Vivalectura, que es un concurso que premia
las buenas prácticas de lectura o las experiencias de promoción de la lectura
en la escuela, en la sociedad, en la escuela, en medios virtuales. La primera
edición fue hace más de seis años. En el año 2008 el ganador del Primer Premio
fue Eduardo Sacheri. Ganó un primer premio contándonos muy emotivamente cómo
hacía que sus alumnos de una escuela muy humilde de Merlo se entusiasmaran con
ir a su taller de lectura en voz alta mientras que él era profesor de Historia.
Ese trabajo fue muy emotivo y ganó un primer premio. Hoy, un trabajo como el de
Eduardo, es uno más entre cientos que se presentaron. Hoy, la calidad de las
propuestas y la variedad, el ingenio, la creatividad, no las puedo cuantificar, pero son muy
superiores a lo que eran hace siete años atrás. En los mismos docentes. Yo
encuentro eso porque existen otras motivaciones. Lo veo cuando leo los
trabajos. Eso es lo que yo percibo. Cuando empezamos nosotros, no había libros
en las aulas. Ahora hay libros en las escuelas. Hay cosas con las que uno tiene
una referencia... Después hay otras cuestiones que tienen que ver con cómo
incursionaron las nuevas tecnologías en la vida de los alumnos, en la vida de
los docentes, cómo se trabaja esa relación entre docentes y alumnos con las
nuevas tecnologías, cuánto se capacitan los docentes. Cuánto leen las familias
también, para ser modelos lectores de
sus hijos. Hay muchas cosas que hay que poner en el tapete, y muchas cosas que
hay que trabajar y profundizar. Se me hizo larguísimo…
MM:
Y vas a seguir.
Es mucho más interesante con este ida y vuelta. Siéntanse libres de preguntar
todo lo que quieran. Vamos a preguntarle a Teresita. Vos trabajaste en una
institución estatal, en el Gobierno de la Ciudad hace unos años, pero me
gustaría saber más, porque sos una editora con mucho recorrido (Teresita fue
editora de Aique, de Puerto de Palos, de
Sigmar, de Guadal, y seguramente me olvido de varios), y esas cuatro editoriales tienen todos
características muy diferentes porque Aique y Puerto de Palos son lo que en la
jerga se llama “texteras”, es decir, editoriales que publican básicamente
libros de texto. Y Guadal y Sigmar, son editoriales que publican literatura
infantil que se vende mucho en librerías, por impulso, más comerciales. ¿Cuál
es tu experiencia desde la empresa editorial privada? Con respecto a la
lectura, al crecimiento, esto que decía Margarita que del 2001 a esta parte hay mucha
más lectura.
Teresita Valdettaro:
Bueno, eso es
innegable. Desde el punto de vista más duro de mi experiencia como lectora. Mis
últimos dos trabajos han sido en dos editoriales casi exclusivamente dedicadas
al público infantil. Guadal, por ejemplo, publicaba ciento cincuenta títulos al
año. Más de diez por mes. Cuando yo entré en la editorial, los dos primeros
años, todo el mercado se retrajo un poquito, y aunque se trabajaba un poco
menos, igual estábamos en unos ciento cincuenta títulos anuales, lo cual es un
volumen importante para una editorial mediana. Y Sigmar está más o menos en la
misma cantidad. Un poquito menos. Pero son editoriales con mucha publicación. Ligado
a tu pregunta, más allá de estos datos digo que los chicos sí leen, aunque no
necesariamente literatura. La literatura es más responsabilidad y mérito de la
escuela. De los Planes. De todo el trabajo que vienen haciendo Margarita, Adela
Ratner, Filmus, en la época en la que él era ministro, que no sólo fomentan la
lectura en la escuela y le dan elementos al docente, a los maestros para animar
realmente sino que además sostienen una diversidad editorial que no sostendría
el mercado. Vale la pena aclarar esto. Existen dos canales fundamentales de
circulación: el canal comercial y el canal institucional. Yo hablo desde el
canal comercial y noto un gran crecimiento en las editoriales que publican
infantil. En un mercado que se está retrayendo, lo que sigue sumando, lo que no
pierde lectores, es el mercado de la literatura infantil y juvenil. Cuando
hablo de literatura lo hago en un sentido amplio. De libros para chicos.
Nosotros publicábamos libros desde
bebés. Los libros de tela, de plástico, que conocen, hasta diez, once años. Es
una gran producción, orientada a un segmento muy determinado. En la cual el
libro es más un objeto, un objeto de juego, es decir, tapa dura, mucho color.
Por un lado, en el canal comercial, el libro se vende por impulso y el libro
que se vende por recomendación.
MM:
Hay una
diferenciación que se hace dentro de las editoriales, con esto del libro por
impulso, y el libro que es prescripto. O sea, el libro que el docente prescribe
para que los chicos lo compren. Las editoriales piensan en convencer a la
maestra.
TV:
Sí, es muy
difícil. Yo cuando empecé en Puerto de Palos, era literatura destinada a
docentes. La colección Cántaro. Y era muy difícil pensar en un libro que
atrajera al docente pero que no aburriera al chico. Entonces… las
introducciones, que no contaran el argumento, porque si no, el chico leía la
introducción y no leía el libro. Pero a la vez darle algunos elementos al
docente porque estábamos buscando y proponiendo títulos que no eran tan canónicos.
Un Moliere, un Ionesco… les tenías que decir quiénes eran, porque eran autores
que no se leían en los profesorados. Es muy difícil, y desde la estética mucho
más. Es muy difícil encontrar ese equilibrio, porque el libro es para el chico
y tiene que ser pensado desde el interés.
MM:
Hay que convencer
a varios… al chico, a la maestra, al padre también… (Risas)
TV:
Hay que convencer
al Ministerio para que lo recomiende, que las ideas están buenas…
MM:
Aprovechando que
la tenemos a Margarita…Teresita hace mención a libros como los de la colección
Cántaro, que seguramente acá hay docentes que los conocen, o en su momento los
Azulejo, de Estrada, de Colihue… Eso fue o es todavía (me parece a mí)
rechazado a nivel Estado. El Estado no compra esos libros. Margarita, ¿por qué?
MEG
Yo no me puedo
meter en el tema de las compras porque no participo… Sí puedo decir que desde
el Ministerio de Educación, desde el Plan Nacional de Lectura, nosotros nos
atrevemos a recomendar libros para las escuelas. Nosotros tenemos seiscientos
libros recomendados para leer en la escuela que son publicaciones que hicimos.
No quisimos dividir a los lectores por edad, sino por experiencia, partiendo de
primeros lectores, lectores con vuelo propio, lectores expertos, bueno… Y en una
primera selección, que lo hicimos con ALIJA, tenemos trescientos libros
iberoamericanos. Y bueno, nos costó mucho, porque tuvimos que buscar autores de
Bolivia, de Paraguay, de Perú, que no son tan conocidos acá. Desde el Plan de
Lectura estamos en la búsqueda de una identidad, también. De algún modo siempre
hemos estado signados por la eurovisión de “el libro”. Desde Anthony Browne
hasta todo lo atractivo del libro europeo. Y nosotros tenemos que poner sobre
el tapete las cuestiones que tienen que ver con nuestra identidad como región.
Respecto de la pregunta que me hacías para mí es compleja en este sentido: vos
me estás hablando de libros que tienen
actividades dentro del libro. Yo no comparto la idea de meter actividades en
los libros. Yo creo que la literatura es literatura. Y si a vos se te ocurre
que con este libro de literatura vos podés pedirle a los docentes determinados
caminos, trayectorias o ideas, para que a partir de este libro lean otros
libros… Ahí llegó María Pía…
María Pía López:
Hola a todos.
MEL:
…todo bien, pero
yo creo que no deben estar insertos en el libro. La excusa para leer literatura
tiene que ser que quiero leer literatura. Quiero leer algo que me dé gusto
leer, y si es un libro específicamente para el colegio, para las actividades de
Lengua, es otra cosa. Eso no es un libro de literatura.
TV:
¿Puedo contestar?
MM:
Antes de que
contestes, porque es interesante, le
damos la bienvenida a María Pía, que, como dijimos, es la directora del Museo
del Libro, socióloga, escritora, tiene dos novelas publicadas… Y viene acá a
compartir esta mesa sobre la difusión del libro, y vamos a hablar con ella
también, entre otras cosas, de la literatura infantil y juvenil. Empezamos a
polemizar con la conveniencia o no de los libros con actividades.
MPL:
Yo voy a hacer
una defensa y también un poco de historia
de lo que abrieron esas colecciones de literatura complementaria. La
primera fue GOLU, la de Kapelusz, una de Huemul, LYC… Todas estas colecciones
tuvieron un recorrido interesante, me acuerdo que se lo dije a Herminia
Petruzzi en su momento. GOLU es una sigla que significa Grandes Obras de la
Literatura Universal. LYC ¿ qué quiere decir? ¿alguien se acuerda?
Asistente:
Leer y Crear.
MPL:
Exacto, Leer y
Crear. Ya ese enfoque, ya ese quiebre de pasar de las Grandes Obras de la
Literatura Universal, y ahí estamos mirando lo que hay que mirar y alabar, a
Leer y Crear, eso para mí tuvo un quiebre que vale la existencia de todas esas
colecciones de literatura. De las cuales nos declaramos herederos todos los que
seguimos después. Hay dos grandes cosas que les debemos. Yo era docente de
Literatura en esa época. Así que lo que le debemos a esas colecciones es que
cuando la currícula todavía no había cambiado, y no se habían abierto puertas
nuevas, las editoriales, desde esas propuestas, nos mostraron un modo de
abordar los libros con más frescura, más credibilidad y dándole la palabra
también al chico. Esto para mí es fundamental, porque yo no lo tuve como
alumna. Como alumna no tuve la palabra, entonces, cuando vos vas como docente,
y pasaron nada más que cinco años y se cayó el mundo, los cinco años en los que
yo salí de la escuela y de la facultad pasaba nada menos que la democracia.
Era, gracias a Dios, otra vida. Entonces
teníamos el apoyo de esas colecciones para poder abordar las obras de un modo
mucho menos autoritario y mucho menos canónico. Más visto desde el punto de
vista adolescente. Y la segunda y gran cosa que hicieron y que tratamos de
hacer desde esas colecciones es la apertura del canon. Pasamos de que los
primeros títulos de todas las primeras colecciones fueran Martín Fierro, el Lazarillo…
a que, por ejemplo, entre los primeros libros de Cántaro estaban Romeo y Julieta, El Lazarillo, sí, pero también Antígona
y Edipo Rey. Es una apertura. Una
ruptura del canon. Y una apertura hacia nuevos géneros, hacia nuevos autores,
hacia nuevos tipos de literatura, que están llegando desde una colección que
quiere ver cómo hacer llegar esos contenidos a los chicos. Y hay de todo. Yo, en
las últimas épocas dejo de lado los cuestionarios. Todo lo que se da en las
últimas dos colecciones que he dirigido es para estimular la creatividad, para vincular, para conectar, es decir, son
propuestas que no van a una lectura unívoca sino a abrirlo hacia otros lados,
teniendo en cuenta que sean momentos significativos para los adolescentes. Más
allá de que los chicos tienen que leer de todo. Pero resultó muy interesante
para mí. No podría haberlo hecho en el marco de una colección comercial, de compra
por impulso, acercar clásicos, o guías de cine.
MEL:
Por ejemplo, yo
acá les quería mostrar un cuadernillo que hicimos para acompañar las
colecciones literarias que van a las escuelas. Y bueno, nosotros tiramos
también la pelota en la cancha de las sugerencias para los textos. Pero nuestra
idea es abrir, a partir de ese libro, otros libros que hablen de este tema.
Buscar dentro de los libros que están en esta colección y en los libros que
están fuera de esta colección, otras posibilidades. Sugerir entrar a Internet a
ver entrevistas a escritores, ver películas, nosotros apuntamos ahí. Quiero
decir, no es que nosotros nos oponemos rotundamente al tema de “se lee el libro
y nada más”. Nuestra escuela está para eso, pero nosotros sostenemos la lectura
de la literatura como goce artístico y lo sostenemos a rajatabla. Eso no quiere
decir que nosotros no pensemos en qué cosas podemos darle a los docentes para
que sigan abriendo caminos. A veces, un poco, lo que me molesta de este tipo de
libros (a los que se les reconoce el valor, por supuesto… cuando Herminia
Petruzzi hizo la Colección LYC fue como
una pionera en eso pero hubo un montón de cosas en las que mucha gente pionera que
después se supera)… a mí a veces lo que me molesta de eso es la devaluación del
docente. El docente parecería ser una persona que necesita una recetita para
respetar. Y no es así. Obviamente hay gente que sí, que lo necesita. A lo mejor
están muy cansados, tienen que dar muchas clases y les vienen bien ese tipo de
cuestiones. Pero hacer las actividades desde ese lugar me parece horrible.
MM:
A ver, María Pía,
la primera pregunta, con la que abrimos, fue si los chicos leían. Y dijimos que
sí. Pero ya que vos trajiste el tema de la secundaria y de la adolescencia, voy
introduciendo eso que es una de las grandes discusiones, la literatura juvenil.
Varias preguntas en una: ¿Vos creés que los chicos leen, qué leen y leen los
adolescentes?
MPL:
Sabemos que el
campo es absolutamente heterogéneo, que en muchos casos depende mucho de
condiciones familiares… Hay una investigación del Museo que estamos haciendo en
la que está apareciendo el problema, dicho muy rápidamente, que hay niños o
adolescentes que no provienen de entornos narrativos. Que no han recibido
cuentos, relatos, en sus familias. O que tienen escasos ámbitos
conversacionales. Esto va más allá y más acá de la idea del libro. Creo que
alguien puede expresar oralmente o por escrito aquello que está pensando,
entiende, siente o cree. Esa dificultad, en algunas escuelas con las que venimos
haciendo la investigación, que en general son escuelas de zonas que son
problemáticas socialmente, con condiciones habitacionales precarias de la
mayoría de los estudiantes. Y aparece este problema de chicos que tienen
(porque el objetivo del trabajo es ese: la pregunta por el manejo de la lengua,
por el uso de las potencias expresivas de la lengua), que tienen dificultades
en el manejo de la lengua por esa carencia de entornos narrativos. Algunos
profesores con los que hablamos encaraban la cuestión desde un lugar
interesante que es concentrar la enseñanza sólo en la lectura. Es decir, poder
leer el texto ficcional. Un texto ficcional alejado de la realidad misma de
esos jóvenes e ir llevando a los jóvenes y a los niños a la pregunta de qué
pueden decir acerca de ése texto. Sin una guía, sin mucha orientación. Tratar
de que sean capaces de contar, de contar algo. De decir algo respecto de eso.
Porque lo que me parece es que cuando hablamos de la práctica de la lectura,
sabemos que está en confrontación, en
tensión con otras prácticas lingüísticas y culturales que son, en muchos
casos, denostadoras de la lengua. Hay muchas tendencias en la sociedad
contemporánea que llevan a un acontecimiento muy fuerte de los recursos
expresivos. Los que den clase en escuelas medias saben que hay una fuerte
reducción, en muchos casos, de este recurso, hacia formas muy estereotipadas,
muy estandarizadas, muy de slogan y casi de violencia verbal. Entonces, en ese
sentido, es muy difícil decir qué leen o
no los jóvenes. Me parece que a veces leen, a veces no leen, y fundamentalmente
tienen esa otra cuestión que en muchos casos las instituciones públicas, no
sólo las educativas, sino las instituciones públicas en las que muchos nos
movemos, tienen el deber de generar esos entornos narrativos. Entornos en los
que sea posible conversar y discutir alrededor de los libros. Tengo la
impresión, y cuando una rastrea las historias de lectura propias, ¿cómo leemos
cada uno de nosotros? ¿Qué leemos? O ¿qué escenas hay en torno de la literatura
argentina, respecto de las escenas fundacionales de lectura? Y pensaba, y me
llamaba mucho la atención una anécdota de Alberdi. Una anécdota del Nacional
Buenos Aires que es una de las instituciones que más tradicionalmente ha
llevado a la gente a la lectura, mucho más que otras escuelas. Alberdi cuenta
que estaba en la clase de latín, muy aburrido, y su compañero de banco, que era
Miguel Cané, le dice, por abajo del banco: “Leé esto que te va a interesar”. Y
lo que le da es La Nueva Eloísa, de
Rousseau. Alberdi dice: “Ese es el acto principal en mi formación. Que alguien,
por abajo del banco a escondidas me pasara un libro que yo leía mientras la
profesora trataba de enseñarnos latín y yo repitiera el latín sin ninguna
gana”. Esa lectura a escondidas fue el momento central de formación de una
figura intelectual poderosísima. La otra anécdota también por el estilo también asociada a Rousseau es una
hermosísima de Lucio V. Mansilla, un hombre que viene de las mismas elites,
aunque con un costado federal, rosista. Su familia, su papá, de muy jovencito,
lo manda a trabajar, para hacerse hombre, en un saladero. Y llega un día el
padre, y él estaba tirado en un camastro, leyendo El Contrato Social, de Rousseau. Y el papá le dice: “Mirá, hijo, si
vos sos sobrino de Rosas, como sos, y querés leer El Contrato Social, te doy plata y te vas a Francia. Pero en Buenos
Aires, leer El Contrato Social, con
tu tío en el poder, no es una buena idea”. Otra lectura de Sarmiento, cuando él
trabajaba de minero… es que nadie lo veía trabajar nunca a Sarmiento, porque lo
que hacía era estar encerrado, escondido, leyendo. Era capataz de minas y se la
pasaba leyendo. Esas lecturas clandestinas que todos hemos hecho alguna vez tienen
una lindísima tradición. En realidad, esta tradición puede ser más amplia a
partir de la pregunta por cómo uno se formó como lector. Por ejemplo: “Me formé
yendo a la Biblioteca Popular”. Es la memoria de Sarmiento la que está ahí, la
que cuenta los libros que sacaba de las bibliotecas para leer. No son libros
propios. Son libros que están en la circulación pública de algún modo. O una
escena preciosa que está en la ficción de Roberto Arlt, en El juguete rabioso, donde
los jóvenes van y roban una biblioteca.
¿Con qué idea roban esa biblioteca? Roban esa biblioteca con un criterio
mercantil. Bueno, a ver qué hay acá, y
empiezan a juntar libros entre los libros está Las montañas del oro de Lugones. ¿Cuánto cuesta esto? Diez pesos.
La apropiación de la cultura por la vía más rústica, la clandestinidad, el
robo, llevarse algo. Pensaba en esa escena porque pensaba en un libro que me
robé. (Risas) A los quince años…
MM:
¿No robaste de
acá de la biblioteca nacional?… (Risas)
MPL:
No, ya soy una persona decente, y no creo que
haya que robar escuelas públicas. Y de bibliotecas públicas es esta anécdota.
Me robé un libro de la biblioteca de la escuela a la que yo iba. Que era un
libro… es terrible lo que hice porque tenía quince años y quería dedicarme a la
Filosofía. Entonces fui y me robé Ser y
Tiempo, de Heidegger…. Al pedo. (Risas). El robo más inútil de la historia
de la literatura es el que yo cometí. Porque ahí me di cuenta de que el
esfuerzo que lleva conseguir un libro es mucho menor que el esfuerzo que lleva
leerlo. Apropiarse de un objeto cultural es bastante más difícil que salir a
comprarlo. Apropiarse de Ser y Tiempo,
de Heidegger, lleva muchos años de maceramiento, de lecturas, de llegar a ese
libro, que el acto astuto de llevarse el libro de la biblioteca cuando nadie te
ve. Pero esa tensión con la lectura clandestina… todos debemos tener en
nuestras memorias ese libro que nuestros padres decían que no había que leer. O
que estaba oculto por algunas razones a los ojos infantiles. Desde Corín
Tellado. Cuando sos muy chica, todavía,
para estar leyendo historias románticas, hasta un libro que te prohíben
por distintos aspectos. Pero me parece que ese intersticio es interesante, para
pensar la apropiación de la lectura. Porque la pregunta, para mí, para las
instituciones públicas y para las instituciones educativas no es sólo cómo
ponemos a disposición un conjunto de libros para que circulen, de obras, con
buenos acompañamientos, para que circulen, sino también cómo despertamos deseo.
Y ese deseo muchas veces funciona en el intersticio. Y en muchos casos, en las
escuelas ese deseo lo produce el docente que está entusiasmado con un libro.
Por ahí el docente lleva la lectura no porque sea parte del programa de
lectura, sino por los libros que
atraviesan su propia subjetividad. Y que los pone ahí en juego. Entonces, en ese momento es como milagrosa la lectura.
Y ese momento milagroso me parece que es difícil de planificar. Y sin embargo…
así como hay familias en las que no hay entornos narrativos y otras en las que
sí lo hay. Y es esa transmisión la que resulta central para que un chico lea. O
para que un adolescente lea. Yo tengo la impresión de que, para volver a tu
pregunta, gran parte de las tendencias culturales de la sociedad en la que
vivimos van en contra de la posibilidad del acceso a la lectura. De encontrar
en la lectura algo que resulta objeto de deseo, de placer, de interés, etc. Y
me parece que eso tiene que ver con que hay una transformación de la
temporalidad. Todos sabemos que leer un
libro exige una paciencia. No Ser
y Tiempo, digamos, (Risas), es más, nunca lo terminé, aclaro. A los
cuarenta y tres años todavía no terminé el libro que me robé a los quince, o
sea que lleva una paciencia infinita. Todos los libros nos exigen una
paciencia, aunque sean libros narrativos, cortos, atractivos. Nos exigen una
paciencia que muchos otros objetos culturales no nos demandan. Por ahí nos
demandan una temporalidad mucho más rápida, más cercana a la inmediatez. La
imagen tiene un sentido de mucha más inmediatez. Las formas asociadas a las
tecnologías digitales permiten una velocidad mucho más apegada a la ansiedad
que el que exige el libro. Con el libro uno necesita un cierto silencio muchas
veces, necesita una paciencia, necesita una especie de “retirada del mundo”. Yo
tengo la impresión de que para poder producir eso, tenemos que ser nosotros muy lectores, en el
sentido de poder transmitir la escena de ese disfrute en el cual podemos leer a
escondidas, leer es casi una aventura, leer es algo que nos detiene el trabajo.
A la hora que tenemos que trabajar decimos: “Bueno, vamos a ponernos a leer”.
Nos escondemos un rato de la mirada del que tiene que controlar nuestro trabajo para leer un rato. Creo que poner
libros a disposición es absolutamente necesario con bibliotecas, con
colecciones, con distribuciones de libros, con el uso de las tecnologías digitales para poner
textos en ellas. Estamos en un contexto en el que cada niño y joven de este
país tiene una netbook. Tendríamos
muchas posibilidades de trabajar en relación a eso. Y quizá lo otro, que es tan
cualitativo, y tan milagroso, tan particular que es cómo transmitimos qué es lo
que ocurre allí, que es algo muy potente, que nos cambia la vida. Tengo la
impresión de que, si uno lograra en ciertos momentos decir con toda la
sinceridad del mundo que un libro te puede cambiar la vida, algo haríamos con
eso. Pero para eso, creo que todos los que estamos acá, tendemos a creer que
los libros cambian la vida de las personas.
La segunda parte
de esta charla se publicará el próximo viernes.
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