La lectura del tiempo
Al principio de El sentido de la lectura, Ángela Pradelli afirma que "Toda escritura es en colaboración, pero tal vez este libro con las meditaciones sobre la lectura y su misterio lo sea aún más que cualquier otro, ya que incluye los relatos de distintas personas que narran en relación con la lectura, una escena personal que consideran muy significativa en sus vidas". En Abril, como homenaje al nacimiento de Andersen, se instituyó el Día del Libro Infantil y Juvenil. En Libro de Arena compartimos el testimonio de la traductora Marion Dick, incluido en el libro de Pradelli, que cuenta su experiencia de lectura de la novela Momo, de Michael Ende, que se supone "dirigida" al público infantil.
La lectura del tiempo (fragmento), de Marion Dick
“Siempre me pareció rara esta correlación, y contradictoria: el tiempo pasa rápidamente y a la vez parece que todo transcurrió hace ya mucho. Por el contrario, cuando el tiempo pasa lentamente, todo parece haber sucedido hace poco.
Algo por el estilo ocurre al leer un libro atrapante. Se lee rápidamente, pero después el intervalo de tiempo parece enorme. NO digo “los libros buenos” porque no me gusta demasiado que un libro me absorba. Normalmente los libros que leo me acompañan varias semanas, me gusta apropiar el tiempo ficcional y equipararlo al mío, si no, si no pasa eso, los libros empiezan a comerme en vez de nutrirme. Prefiero que el tiempo de una narración y el mío coexistan, y prefiero los libros delgados, porque el riesgo de adicción es menos alto.
Tengo un reloj pequeño al lado de la cama donde suelo leer. Hace tic tac continuamente, cosa que a mi novio a veces le molesta. A mí, no. Necesito mantenerme al borde del tiempo real.
Hace un año, sin embargo, leí un libro de muchas páginas y la experiencia fue distinta. Los dos nos habíamos refugiado en el campo, una zona de selva y deltas, nos alojamos en una pequeña cabaña: cama, cocina, armario, mesa, todo en un cuatro. Llovió durante tres días y no hubo otro remedio que abandonar nuestro tiempo real por completo y leer un libro de infancia que habíamos llevado para leer juntos, una novela fantástica, que trata filosóficamente del tiempo: Momo, de Michael Ende. No me lo habían leído cuando era niña, pero lo había visto en el teatro y desde entonces recuerdo aquellas flores de tiempo que habían robado los hombres grises a los ciudadanos, y que fumaban para reproducirse. Para ellos Momo, una huérfana que aprecia el ocio y encanta a los demás, es peligrosa. Junto a la tortuga Casiopea, Momo debe liberar a sus amigos de la influencia de los hombres grises (que pensé que funcionaban un poco como esos libros que me absorben).
En tres días nos leímos este relato sobre Momo y sus amigos perdidos Casiopea y Maestro Hora. Lo leímos en voz alta y turnándonos. A veces fui la narradora, a veces la oyente, por momentos la que entregaba la historia, otros, la que recibía. Pero nunca fui una lectora en el sentido clásico. Mi cabeza permaneció leve y liviana durante esos tres días, No solo utilicé los ojos, sino también el oído y la voz. Es una de las historias más atrapantes que leí jamás, pero no me absorbió. Es distinto leer juntos y es distinto pasar el tiempo de lectura con la lectura sobre el tiempo.
Cuando Momo y la tortuga son perseguidas por los hombres grises pasa algo raro: aunque arrancan lentamente, al acercarse a la periferia de la ciudad los hombres grises ya no pueden seguirlos. Antes Momo estaba preocupada, pero Casiopea sabe prever el futuro de media hora y le asegura que los hombres grises no lograrán alcanzarlos.
Confiando en lo que está previsto pueden seguir tranquilas. Y con esta tranquilidad entran en otra esfera del tiempo, inalcanzable para los hombres grises. Finalmente, arrimándose al hogar del Maestro Hora, donde nace el tiempo, Casiopea y Momo tienen que enfrentar un contraviento muy fuerte y, para seguir, se dan vuelta y caminan en el sentido inverso.
Allí descubrí otra lógica del tiempo que no se puede explicar, sólo hay que presenciarla. Otra correlación que parece una contradicción: dar la espalda darse la vuelta para avanzar más fácilmente y con levedad.
Mientras tanto, el tiempo ficcional y el mío se habían unido. No se confundieron, sólo fundieron, por partes iguales leímos, comimos, leímos, dormimos. No me absorbió esta lectura intensa, tampoco coexistió. Más bien yo me sentí como Momo, cuando está sentada en el hogar del Maestro Hora, este aparato de relojería enorme, donde se escucha el tictac persistente de los relojes alrededor, y donde el milenario Maestro en persona le sirve unos panes dorados y chocolate caliente. Estaba en el centro del
tiempo.
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