Informe Kafka
Los efectos que las lecturas provocan desbordan los textos mismos. Y escrituras poderosas como la de Franz Kafka trascienden porque logran superar su propio tiempo, renuevan lectores que encuentran en su obra posibilidades de pensar el sentido de la existencia. En el Taller de Memoria del CSM Ameghino, de la Ciudad de Buenos Aires, la propuesta del Programa Bibliotecas para armar fue la lectura de fragmentos de relatos del escritor checo, como parte del homenaje que se le rinde esta semana. A partir del trabajo realizado por la docente en animación a la lectura, María Trombetta, los participantes desarrollaron a través del relato sus propias experiencias en conexión con los temas surgidos de los textos de Kafka. Libro de arena publica la crónica de la actividad junto con los fragmentos textuales.
Por María Trombetta
Mi
abuelo tenía la costumbre de decir: “La vida es sorprendentemente corta. En mi
memoria, ella se repliega hoy sobre sí misma, tan apretada que apenas si puedo
comprender cómo un joven puede decidirse a partir a caballo hacia el pueblo más
cercano sin temer que – excluido todo accidente- una existencia común y
sobrellevada sin choques no sea suficiente, ni aun para ese paseo”.
Franz Kafka - El
pueblo más cercano
En un
fenómeno no muy habitual, el nombre de Franz Kafka despierta representaciones
definidas aún en aquellas personas que no tienen un conocimiento profundo de su
literatura: el adjetivo “kafkiano”
resulta muchas veces una síntesis de utilidad para calificar con precisión
determinados hechos o circunstancias.
Al
cumplirse 90 años de su fallecimiento, con las asistentes al Taller de Memoria
del CSM Ameghino, de la Ciudad de Buenos Aires, nos propusimos extraer los
temas fundamentales de su obra a partir de la lectura de algunos de sus relatos
breves.
Ante la
pregunta ¿qué conocen sobre Franz Kafka?, los primeros comentarios se
dirigieron hacia la novela “La Metamorfosis”. Algunas asistentes recordaban
haberla leído hacía mucho tiempo. Inmediatamente aparecieron las referencias al
término “kafkiano”, que todas habían
escuchado y utilizado alguna vez, y al tono opresivo de muchas de sus historias,
que las trasciende al punto de generar un calificativo que a esta altura forma
parte de nuestro lenguaje cotidiano.
Entonces
nos preparamos para la lectura: ¡Renuncia!,
La Partida y Ante la Ley para empezar. Y luego, algunos párrafos de Informe para una Academia. Si los estudios
sobre Kafka coinciden que entre los escritores a los que influenció se
encuentran los representantes más destacados del existencialismo, en estos
relatos puede rastrearse con facilidad esa relación: un hombre debería desistir
de buscar un camino que no puede encontrar por sí mismo; las metas que se
alcanzan son las que se buscan; las puertas de la oportunidad están para ser
atravesadas. Un mono cuenta a los miembros de una academia de científicos cómo
se convirtió en hombre por propia decisión. Y, finalmente El
pueblo más cercano: el relato de una vida entera cabe en el tiempo que dura
el viaje a caballo entre dos pueblos vecinos.
La propuesta a las participantes fue, entonces, probar el desafío que plantea el texto,
y animarse a contar en pocas palabras los sucesos que las ayudaron a
convertirse en lo que son hoy. Entonces se sucedieron las intervenciones: los
vínculos con los hijos, más complicados unos que otros, los nietos, la vida
profesional. Las historias llevaron a la reflexión sobre las encrucijadas de la
vida, qué hacer ante los conflictos. “Siempre,
plantearse signos de interrogación”, “cuando
uno se falla a uno mismo, les falla a todos”, “yo quiero vivir para mis nietos,
pero no por mis nietos”. Una
constante en todas las asistentes era sostener que nunca se agota la necesidad
de adaptarse a los cambios, seguir creciendo y planteándose metas. Como dijo
María Esther: “La búsqueda, es la
salida”.
¡Renuncia!
Era muy temprano por la mañana, las calles estaban
limpias y vacías, yo iba a la estación. Al verificar la hora de mi reloj con la
del reloj de una torre, vi que era mucho más tarde de lo que yo creía, tenía
que darme mucha prisa; el sobresalto que produjo este descubrimiento me hizo
perder la tranquilidad, no me orientaba todavía muy bien en aquella ciudad.
Felizmente había un policía en las cercanías; fui hacia él y le pregunté, sin
aliento, cuál era el camino. Sonrió y dijo:
-¿Por mí quieres conocer el camino?
-Sí –dije-, ya que no puedo hallarlo por mí mismo.
-Renuncia, renuncia -dijo, y se volvió con gran
ímpetu, como las gentes que quieren quedarse a solas con su risa.
La partida
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El
sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse
silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta
y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada.
En el portal me detuvo y preguntó:
-¿Adónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí,
simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que
puedo alcanzar mi meta.
-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.
-Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí,
esa es mi meta.
Ante la ley
Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta
frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el
guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y
pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de
costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para
espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a
pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último
de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más
poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo
mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la
Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el
guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra
de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da
un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces
entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián
conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas
otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores,
y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se
ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea,
para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún
esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi
continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el
único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los
primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo
murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga
contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello
de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián.
Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si
sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un
resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco
tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se
confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado.
Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte
comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho
para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado
bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-.
Eres insaciable.
-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el
hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera
entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y
para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al
oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era
solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.
Informe para
una Academia (fragmento)
Temo que no se entienda bien lo que para mí significa
“salida”. Empleo la palabra en su sentido más preciso y común.
Intencionadamente no digo “libertad”. No hablo de esa gran sensación de
libertad hacia todos los ámbitos. Como mono posiblemente la viví y he conocido hombres que la añoran.
En lo que a mí atañe, ni entonces ni ahora pedí libertad – y esto lo digo al
margen- uno se engaña demasiado entre los hombres, ya que si el sentimiento de
libertad es uno de los más sublimes, así de sublimes son también los
correspondientes engaños. En los teatros de variedades, antes de salir a
escena, he visto a menudo ciertas parejas de artistas trabajando en los
trapecios, muy alto, cerca del techo. Se lanzaban, se balanceaban, saltaban,
volaban el uno a los brazos del otro, se llevaban el uno al otro suspendidos
del pelo por los dientes. “También esto”, pensé, “es libertad para el hombre: ¡el
movimiento excelso!” ¡Oh burla de la santa naturaleza! Ningún edificio quedaría
en pie bajo las carcajadas que tamaño espectáculo provocaría entre la simiedad.
No, yo no quería libertad. Quería únicamente una
salida: a derecha, a izquierda, adonde fuera. No aspiraba a más. Aunque la
salida fuese tan sólo un engaño: como mi pretensión era pequeña el engaño no
sería mayor. ¡Avanzar, avanzar! Con tal de no detenerme con los brazos en alto,
apretado contra las tablas de un cajón.
Franz Kafka
Relatos completos
Buenos Aires, Losada, 1980.
Comentarios
Publicar un comentario