En nombre de Kafka
Los números redondos parecen cifrar
una verdad deseosa de ser revelada. Intrigan y convocan la atención lo mismo
que lo hacen los clásicos de la literatura. Cuando se cumplen noventa años de
la muerte de Franz Kafka, como en un brindis,
Libro de arena no puede sino proponer un
homenaje que se extenderá durante toda esta semana. Su vida, su obra, sus
amores, tanto como la relación con otros soportes como el cinematográfico serán
objeto de publicaciones diarias que tendrán el nombre de K. como protagonista.
Por
Cecilia Galiñanes
Incluso
los que no lo han leído lo conocen, o al menos usan su nombre para explicar el
mundo. El mundo del siglo XX en el que su literatura surgió y este mundo actual
que lo hereda. El del aislamiento, la uniformidad, donde el individuo se pierde
en la serie, se hace cifra hasta convertirse en una pieza más de una maquinaria
aplastante, en donde finalmente pierde su nombre, su identidad, su razón. Y no
es menor la observación sobre el nombre cuando justamente la obra de Kafka
encuentra en más de una ocasión protagonistas o personajes que se reconocen en
una inicial, que además es la del propio apellido, como K., pero que no se
nombran. Si bien es cierto que en La
metamorfosis, quizá el más afamado de sus relatos, los personajes sí tienen nombre
propio, algunos de sus relatos tienen personajes tan impersonales que consiguen
llamarse ‘A’ o ‘B’. ‘K’ es el atormentado y paranoico protagonista de El proceso, como todo el mundo recuerda.
Su aversión hacia los nombres propios excedía el plano literario y llegaba a empapar hasta
sus relaciones más íntimas. Cuando conoció a Felice Bauer, con quien mantuvo
una relación más epistolar que real, Kafka anotó en su diario: "He pensado
mucho en -qué apuro me da escribir nombres- F. B.", cosa que no deja de
ser curiosa y sorprender; qué más cercano y cálido que el nombre para llamar a
la persona amada. Pero que de alguna manera tiene pleno sentido si se lo piensa
como signo de lo abstracto, que no es solo su mirada sobre la realidad o el
lugar desde el que parte para construir las realidades de sus relatos, sino
probablemente su posición subjetiva en el mundo. Asimismo otros tópicos como el
de la culpa y la condena como fin, el juicio como proceso, la opresión o la transformación-conversión
dominan su literatura al igual que su vida. Aparecen de diferente manera en La condena, La metamorfosis, El
desaparecido, El proceso, En la colonia penitenciaria, que son los textos
que encarnan su primera etapa productiva. La desobediencia al deseo de que sus
manuscritos fueran destruidos, por parte de su amigo Max Brod, permitieron al
mundo conocer el resto de su obra póstumamente, entre la que aparece El castillo, La edificación de la
Muralla China, Carta al padre.
Franz
Kafka nació en Praga, en el Imperio Austrohúngaro, el 3 de julio de 1883 y
murió en Kierling, Austria, el 3 de junio de 1924. Suele ser clasificado como
representante de la denominada “literatura menor”, no porque su obra lo sea,
sino en referencia a que se encuentra escrita en la lengua de una cultura
dominante, el alemán, pero es representante de un grupo minoritario (los judíos
pequeñoburgueses). El estudio de Deleuze y Guattari que lleva por título Kafka. Por una literatura menor da
cuenta de la interrelación entre la obra y la vida del autor como una totalidad
integral.
En
todo caso y más allá de los estudios y de los estudiosos, es claro que sus
textos han alcanzado un vasto público que lo ha leído y continúa haciéndolo,
además de haber dado forma a un modo de pensar y entender el mundo, lo que lo
convierte en un clásico de la literatura. Pero quizá sea ante todo por el modo
en que logró reflejar cómo vivimos el mundo, cómo lo sentimos, como un lugar
inescrutable, laberíntico, que constituye un orden absurdo e ininteligible al
que el individuo jamás tiene acceso. Por eso el homenaje a Kafka es el homenaje
a una literatura siempre viva, a la que vale la pena volver.
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