Al Sudeste, Conti
La vida vista como un viaje, como una travesía, que al igual que el curso de un río tiene un nacimiento y un fin, es la escena que plantea y donde nos sitúa la novela Sudeste. En la semana del 90 aniversario del nacimiento del escritor argentino Haroldo Conti, Libro de arena presenta una nota en su memoria, en la que río y muerte se unen como trasfondo de la historia.
Lo primero que habría
que decir cuando hablamos de Sudeste,
de Conti, es que esta novela no se lee:
se navega.
Los lectores vamos
acompañando al Boga en su devenir por el río, que comienza con la muerte del
viejo y cierra con su propia muerte.
Como toda gran novela, Sudeste tiene una genealogía. Podemos
inscribirla en la línea de clásicos como Moby
Dick o El viejo y el mar. Pero en estas novelas, los personajes a quienes
acompañamos en la travesía, tienen claro el objetivo de su viaje. Ahab,
persigue venganza. Santiago quiere defender su enorme pez del asedio de los
tiburones y llegar con él a la costa.
En el caso del Boga, de
Conti, los objetivos del viaje son móviles y difusos.
Podríamos pensar, que la
muerte del viejo con el que trabajaba es, de alguna manera, lo que empuja al
Boga a recorrer el Delta. El personaje no nos dice
por qué viaja. Hay pequeños, fugaces indicios: busca pescar un dorado para
comer, busca cardúmenes de pejerreyes para intentar vivir de la venta de
pescado…
En realidad, el río es
el gran personaje que conduce al Boga por los distintos sitios que va
visitando. La idea que nos acompaña en esta navegación, es que las expectativas
acerca del destino del viaje hay que depositarlas en el río, no en el hombre.
El río ayuda u obstaculiza. Lleva y trae: cosas, botes, peces, personas,
situaciones.
Ese río conduce al Boga
hasta el barco abandonado que intentará restaurar. Hay, en este momento, un
atisbo de voluntad en el personaje: quiere que ese barco le pertenezca. Para
eso intenta repararlo. Y mientras está en eso
(acompañado por un perro y un hombrecito, traídos misteriosamente por el río),
entra en escena la violencia, que va a marcar todo el trayecto de ahí en más. Desde el momento en el
que aparece “el hombre”, las cosas cambian de signo, porque el nuevo personaje
impone su voluntad. El Boga va a seguir
yendo y viniendo por el mismo rio. Pero si antes lo hacía con objetivos difusos
pero propios, va a pasar a navegar con objetivos claros, pero ajenos. Ese
hombre es un intruso que viene de la
costa (asociada a la desconfianza y a lo desconocido). Y de la mano de esa
intrusión, ingresa el delito, un terreno en el que el Boga acompaña pero no
decide. No puede ni siquiera tomar la decisión de “abrirse”.
“El hombre” va a ser
quien lleve la voz cantante en esa parte de la travesía, en la que al devenir
por el río, va a ir asociándose con una espiral de violencia, que conducirá a
todos los personajes a un único destino cierto: la muerte.
Con tres balazos en el
cuerpo, agonizante, los lectores acompañamos al Boga en ese último recorrido
que lo lleva nuevamente a ese barco encallado, que tiene el sugestivo nombre de
“Aleluya”. En este momento el Boga está tomando una decisión: no quiere morir
en una zanja de barro.
En este último viaje, el
río también lo acompaña. Conduce su bote, lentamente hacia el sitio en el que
el Boga quiere terminar sus días. Gracias a ese río imprevisible, llega al
barco, y se sube con un último y sobrehumano esfuerzo, mientras la vida se le
va escapando.
Y el Boga se va
despidiendo del rio y del paisaje, de la misma manera en la que lo hacen otros
habitantes, como el pejerrey o el dorado a los que persiguió en otros momentos más felices de ese viaje que fue su vida: con
la boca y los ojos, “desmesuradamente abiertos” hacia la noche.Sudeste
Haroldo Conti
Buenos Aires, Emece, 1962
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