Entrevista con la Muerte
Encontrarse con la Muerte puede tener un sentido muy distinto para nosotros, para el lector de hoy en día, al que le otorgara en su momento un lector, oyente o público medieval. Sus avisos y señales pueden ser leídos a la luz de diversas claves de interpretación, como anuncio, como metáfora, como malentendido. A propósito de esta posibilidad, Sebastián Vargas, reconocido escritor y editor, compartió con Libro de arena este divertido artículo sobre el romance El enamorado y la muerte.
Sebastián Vargas*
La
historia que cuenta este romance es una muy lograda variante de un tema de moda
en la Antigüedad y la Edad Media: la imposibilidad de escapar de la muerte. Y
no solo no podemos escapar de ella, sino que ni siquiera podemos decidir cuándo
nos llevará: el momento en que vamos a morir está escrito de antemano, firmado
y sellado ante Escribano, y vano será cualquier intento de cambiar ese mortal
destino.
Al
respecto, hay un famoso y breve cuento de tradición sufí, con numerosas
versiones a lo largo de siglos, que hizo famoso Jean Cocteau con el título “El
gesto de la muerte”, que es más o menos así:
Un
joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame!
Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche
quisiera estar lo más lejos posible de aquí, en Samarcanda.
El
bondadoso príncipe le presta su mejor caballo, el único capaz de recorrer tan
larga distancia en una sola jornada. Por la tarde, el príncipe ve pasar
casualmente a la Muerte por la calle y le pregunta:
—
¿Por qué hiciste a mi jardinero una mueca amenazante?
—No
fue un gesto de amenaza —le responde—, sino de sorpresa. Me sorprendió verlo
tan lejos de Samarcanda, donde debo encontrarme con él esta misma noche.
¡Chan!
O sea que el infeliz del jardinero, mientras creía que era muy piola y que se
estaba escapando de su destino, en realidad estaba haciendo todo lo contrario:
estaba yendo al encuentro de la muerte.
La
moraleja, claramente, es: “Si ves que la Muerte te hace un gesto raro, no lo
interpretes por tu cuenta, preguntale qué onda”.
En
nuestro romance de hoy pasa algo parecido. La situación inicial es un episodio
policial: en una habitación herméticamente cerrada por dentro, al enamorado se
le aparece la novia. El chabón, a pesar de estar encantado por la visita, se
siente muy sorprendido.
—¿Por
dónde has entrado, amor?
¿Cómo
has entrado, mi vida?
Las
puertas están cerradas,
ventanas
y celosías.
Pero
el misterio dura poco, porque la chica revela que no es la novia, sino la mismísima
Muerte.
—No
soy el amor, amante:
la
Muerte que Dios te envía.
El
enamorado se da cuenta de que había estado abrazando (y tal vez manoseando un
poco) a la Muerte en vez de a su amada (este episodio no se lo contará después
a la novia, porque a ninguna chica le agrada que la confundan con la Parca, por
más pálida que sea).
Y
entonces le pide a la Muerte que le conceda un día más antes de llevarlo. La
muerte no le da el día, pero tal vez un poco ablandada por los abrazos previos,
sí acepta concederle una hora más de vida.
El
amado piensa en apelar, pero no tiene tiempo. A partir de ahora, los sucesos
del poema se vuelven vertiginosos, y podrían bien presentarse, si al enamorado
lo interpretara Kiefer Sutherland, como un capítulo de la serie “24”: “Lo
siguiente sucede entre las 2:00 y las 3:00 del día jueves 17 de marzo de 1329”.
El
enamorado se levanta y se viste, como dirían los bardos provenzales, a los
pedos, y sale corriendo (ya no pasaban carretas ni colectivos a esa hora de la
madrugada) para la casa de su noviecita. ¿Por qué hace eso? Muy fácil: porque,
como nos adelantó el título, él está enamorado, y quiere ver a la amada antes
de morir.
Bueno,
en realidad no quiere solamente verla; quiere más bien estar con ella (es
decir: yacer con ella; es decir: coger, bah). ¿Cómo me doy cuenta? Porque le
pide a ella que le abra la puerta. Y esa imagen, abrir la puerta, es, desde
siempre y hasta nuestros días, una forma sutil de decir: cojamos.
Si
recuerdan, hay un tema de Gilda que dice: “después de cerrar la puerta /
nuestra cama espera abierta / la locura apasionada del amor”. La puerta se
cerró, lo que significa que el amante ya no está, que ya nunca estarán
físicamente juntos. Como expuse en una de mis tesis de doctorado, cada vez que
se menciona una puerta o una ventana en una canción, se está hablando, directa
o indirectamente, de sexo. No me fue bien, con mi tesis, pero ahí la tengo
todavía, bajo la pata corta de la mesita de luz.
Vuelvo
al romance. Él le pide a la novia que le abra la puerta, así pueden estar
juntos. En lo frenético del romance, no queda claro si la puerta es blanca, o
si lo blanco es ella, la muchacha (lo que explicaría, en parte, por qué el
enamorado había pensado que esa “señora tan blanca” que se le apareció en su
cuarto era la novia).
—¡Ábreme
la puerta blanca,
ábreme
la puerta, niña!
La
llama “niña”, lo que indica que es una piba jovencita, y por lo tanto, que los
padres, para salvaguardar su honra, no la dejan encontrarse a solas con su
enamorado (y lo bien que hacen). Los padres están en la casa, y por eso ella no
le puede abrir la puerta. Esto demuestra, indirectamente, cuáles son las
intenciones del enamorado: si él solo quisiera verla, no importaría que el
padre y la madre estuvieran dentro de la casa; por el contrario, la presencia
de los padres sería un excelente motivo para dejar “entrar adentro” al
enamorado , pues servirían como chaperones. Pero lo que quiere hacer el
enamorado con ella no es conveniente hacerlo en presencia de los padres. Y
ella, la novia, lo sabe:
—¿Cómo
te podré yo abrir
si
la ocasión no es venida?
Mi
padre no fue al palacio,
mi
madre no está dormida.
Pero
él la convence rápidamente (el tiempo apremia, tictactictac), diciéndole: es
ahora o nunca. Me quedan pocos minutos, y sos la única que puede salvarme, que
puede transformar mi presagio de muerte en una vida nueva. Tu amor servirá como
antídoto, para que yo pueda escaparle a la muerte (esto último no lo dice, pero
lo piensa).
—Si
no me abres esta noche,
ya
no me abrirás, querida;
la
Muerte me está buscando,
junto
a ti, vida sería.
Ella
no es muy difícil de convencer, se ve (tal vez el enamorado pensó en ese
momento, desencantado: “si sabía que era tan fácil, te hubiera dicho este verso
hace meses”). Le dice que no puede abrirle la puerta de la casa, pero sí puede
darle acceso a la ventana de su habitación… que está en la terraza, bien bien
alto. Para subir hasta allí (“subir arriba”, dice ella, lo cual en la Edad
Media no es redundante, sino cool), la jovencita le pasará una cuerda de seda
(es lo que hay) a la que añadirá, faltándole longitud, sus propias largas
trenzas, al estilo Rapunzel:
—Vete
bajo la ventana
donde
labraba y cosía;
te
echaré cordón de seda
para
que subas arriba,
y
si el cordón no alcanzare,
mis
trenzas añadiría.
Todo
parece destinado al final feliz, pero el encuentro no se concreta. En cuatro
fugaces versos, todos los planes y anhelos del enamorado se trastocan, y su
destino, implacable, se cumple.
La
fina seda se rompe.
La
Muerte, que allí venía:
—Vamos,
el enamorado,
que
la hora ya está cumplida.
Este
final nos deja, al igual que en el cuento “El gesto de la Muerte”, la duda de
si las mismas acciones del enamorado no fueron las que ocasionaron su muerte,
mientras intentaba escapar de su destino. ¿Hubiera muerto igual, si se pasaba
la hora mirando la tele, en lugar de creerle a su sueño premonitorio e intentar
subir a una torre altísima por un cordoncito de seda atado con unas trenzas? En
la Edad Media contestarían sin dudarlo: sí, hubiera muerto igual. Nosotros, hoy
en día, podemos permitirnos dudarlo. Así como podemos permitirnos dudar si
realmente la Muerte se le apareció al comienzo, en esos primeros versos. Tal
vez esa primera Muerte Blanca fue solamente un sueño, y la Muerte real, que lo
encuentra por primera vez cuando él cae desde las alturas, tiene una cara muy
distinta. “La hora ya está cumplida” puede ser la hora de plazo que le dieron
al enamorado en el comienzo del poema (tictactictac), pero tal vez le dice,
simplemente, que le llegó la hora de morir.
El
resultado, en todo caso, no varía: Muerte 1 - Amor 0, al menos en este romance.
*Sebastián Vargas: alter ego del DJ Vago, escritor premiado (su novela Tres espejos: Luna y espada obtuvo el premio Barco de vapor en 2012), editor y traductor.
El texto, originalemnte publicado aquí, fue generosamente compartido por su autor.
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