Antropofagia
Como
a través de una lente que todo lo deforma, la percepción del mundo que proponen
ciertos gestos obligan a pensar de otra manera. El movimiento antropofágico del
brasileño Oswald de Andrade buscaba, según una mirada de vanguardia, cómo ser
latinoamericano en un universo que integrara los elementos culturales europeos,
africanos y aborígenes.
Tupi or not tupi, that is the question.
Manifiesto Antropófago,
1928
Por Cecilia Galiñanes
En
la historia de la especialización del trabajo intelectual y artístico, el modernismo
literario se presenta como la “originalidad” de la escena cultural latinoamericana.
Es el aire fresco con el que se renovó la literatura occidental. Una de las
piezas infaltables de la colección literaria del modernismo es el “movimiento
antropofágico”, iniciado por Oswald de Andrade, en Brasil, en 1928. A partir
del cuadro Abaporu, que en ese mismo
año había recibido como regalo de cumpleaños de parte de su autora, la artista
plástica Tarsila do Amaral (de quien además se cuenta que fuera pareja),
escribió el Manifiesto Antropófago. El
texto fue publicado en la incipientemente fundada Revista de Antropofagia, que lo elevaría entonces como postulado
teórico del movimiento disuelto apenas un año más tarde. Ya en 1925 Andrade
había hecho uso de una imaginería propiamente modernista, en el sentido de la
búsqueda de renovación estética, con la publicación del Manifiesto Pau-Brasil[i],
obra poética en clave irónica y humorística en la que ejercita una crítica
profunda de los valores de la sociedad occidental y del capitalismo a través
del rechazo de la herencia cultural portuguesa. En ella aboga por una vuelta a la primitiva expresividad de los
indígenas brasileños de una parte, y de otra, por la recuperación de las
huellas africanas. También su obra en prosa, como Memórias Sentimentais de
Joao Miramar (1924), trabaja a contrapelo de las estructuras narrativas tradicionales
combinando la poesía con la prosa y con otros lenguajes como el
cinematográfico. Esa mezcla da cuenta de la traza que sus viajes a Europa y su
contacto con intelectuales y artistas de vanguardia dejaron en él.
El
procedimiento estético de la “antropofagia” de Andrade puede ser visto como una
de las formas extremas que el arte latinoamericano adoptó en su proceso de
modernización. Tanto en la reflexión a propósito de la producción como en la
producción misma busca resolver la relación de tensión entre lo particular y lo
universal, entre lo local y lo europeo. La síntesis buscada entre las influencias
de estos dos órdenes simbólicos diferentes encuentra para Andrade una
fructífera metáfora en la imagen del antropófago. Esta es una figura de signo
positivo, opuesta a la idea de canibalismo entendido desde una mirada
eurocéntrica como signo de animalidad, de bestialidad, o marca de la no
cultura. Más bien, es próxima a la concepción antropológica de transculturación
que piensa cómo elementos de una cultura alterna entran en juego en la cultura
propia bajo la forma nueva que refunda su función y produce una resignificación.
Es visto como el surgimiento de un signo nuevo con un nuevo valor. No es otro
el sentido de “comerse al otro” que supone la antropofagia: tomar lo deseado y
desechar lo innecesario. Esta transfiguración atiende a la necesidad de dar
cuenta de una doble mirada del arte moderno latinoamericano en general, y
brasileño en particular, que a la vez conectara con los movimientos de
vanguardia europeos. Justamente, por la misma época las vanguardias rescataban
la figura del caníbal a partir del contacto con culturas primitivas de África,
América y Oceanía. El proyecto era la búsqueda de una literatura brasileña
autónoma que superara, de esta manera, la importación de modelos estéticos de Europa.
La propuesta pretendía una representación propia de la realidad, de un mundo en
el que la vida y la muerte habían sido posibles incluso fuera de la razón
occidental, con un tiempo y espacio reticulados por otros modos de pensar: “Ya
teníamos el comunismo. Ya teníamos la lengua surrealista. La edad de oro.
Catiti Catiti Imara Natiá Notiá Imara Ipejú. La magia y la vida. Teníamos la
relación y la distribución de los bienes físicos, de los bienes morales, de los
bienes merecidos. Y sabíamos transponer el misterio y la muerte con la ayuda de
algunas formas gramaticales. Pregunté a un hombre lo que era el Derecho. Él me
respondió que era la garantía del ejercicio de la posibilidad. Ese hombre se
llamaba Galli Mathias. Lo devoré. Sólo no hay determinismo donde hay misterio.
¿Pero qué nos importa eso? Contra las historias del hombre que empiezan en el
Cabo Finisterra. El mundo no datado. No rubricado. Sin Napoleón. Sin César. La
fijación del progreso por medio de catálogos y televisores. Sólo la
maquinaria.”
La imagen del antropófago se convierte así en
una metáfora del anticolonialismo, a partir de la asimilación, con
características autóctonas, de la cultura extranjera universal. Da a luz una
síntesis cultural entre la “civilización” y lo primitivo, o en términos de
Benedito Nunes entre “la selva y la escuela”. Cabe preguntarse hasta qué punto
han logrado las culturas latinoamericanas “deglutir” adecuadamente o no a sus “otros”
en búsqueda de su identidad. Y si en realidad no habrá ocurrido a la inversa.
No habrán sido, en estas mismas orillas, más voraz el mercado y el resto de las
instituciones y prácticas culturales del capitalismo local. Acaso fracasaron
los ideólogos de la liberación, que querían desprenderse de las formas caducas
heredadas, los antropófagos y las vanguardias. Curiosamente, en 1998 se llevó a
cabo la veinticuatroava Bienal Internacional de São Paulo bajo el tema "Antropofagia
e Historias de Canibalismo", que en el mismo gesto actualizaba e
institucionalizaba la antropofagia de Oswald de Andrade, como una pieza de
museo.
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