De viaje con Lolita
Libro de Arena recuerda, en el aniversario de su muerte, a Vladimir Nabokov a través de un breve fragmento de Lolita. La polémica obra erótica cuenta el deseo de Humbert, un escritor y profesor
de literatura francesa, obsesionado con una adolescente a la que
convierte en hijastra. En la huida posterior a la trágica y accidental muerte
de la madre de la chica, el relato se transforma en un viaje, un recorrido a
través de los Estados Unidos, que es una aventura de persecución, crimen y pasión.
Bajé,
pues, la escalera y conteniendo los latidos de mi corazón. Lo estaba ahora en
la sala, en su sillón favorito. Al verla así repantigada, mordisqueándose una
uña, burlándose de mí con sus vaporosos ojos insensibles, y meciendo un
banquillo sobre el cual había posado el talón de su pie descalzo, advertí de
pronto con una especie de náusea cuánto había cambiado desde que la había
conocido, dos años antes. ¿O el cambio habría ocurrido en esas dos semanas? ¿Tendresse? Sin duda, el mito había
estallado. Allí estaba sentada, rígidamente, en el foco de mi ira
incandescente. La bruma de mi deseo habíase diluido y no subsistía otra cosa
que esa temible lucidez. ¡Oh, cuánto había cambiado! Su cutis era el de una
vulgar adolescente desaliñada que se aplica cosméticos con dedos sucios en la
cara sin lavar y no repara en el tejido infectado, en la epidermis pustulosa
que se pone en contacto con su piel. Su lozanía suave y tierna había sido tan
encantadora en días remotos, cuando yo solía hacer rodar por broma su cabeza
despeinada sobre mi regazo…
Un
vulgar arrebol reemplazaba ahora aquella inocencia fluorescente. Un resfrío
había pintado de rojo llameante las aletas de su desdeñosa nariz. Como
aterrorizado desvié mi mirada, que se deslizó mecánicamente por el lado interno
de sus piernas desnudas muy estiradas. ¡Qué pulidas y musculosas me parecieron!
Sus ojos muy abiertos, grises como nubes y ligeramente inflamados seguían fijos
en mí y a través de ellos descifré el pensamiento de que al cabo Mona debía
estar en lo cierto, de que quizá fuera posible denunciarme sin exponerse a ser
castigada. Qué equivocado había estado. ¡Qué loco había sido! Todo en ella
pertenecía al mismo orden exasperante e impenetrable, la tensión de sus piernas
bien formadas, la planta sucia de su calcetín blanco, el sweater grueso que
llevaba a pesar de estar en un cuarto cerrado, su olor joven y sobre todo el
borde de su cara, con su arrebol artificial y sus labios recién pintados. El
rojo había manchado sus dientes delanteros y me asaltó un recuerdo horrible:
una imagen que no era de Monique si no de otra joven, prostituta en su burdel,
siglos atrás, elegido por otro antes de que yo tuviera tiempo para resolver si
su sola juventud alejaba el riesgo de contraer una enfermedad espantosa, y que
tenía los mismos pómulos encendidos y prominentes, una maman muerta, grandes dientes delanteros y un pedazo de roa cinta
mugrienta en el pelo castaño.
-Bueno,
habla-dijo Lo-¿Te ha satisfecho la averiguación?
-Oh,
sí,-dijo-. Perfecta. Sí…y no dudo que entre las dos inventaron la cosa. En
realidad no dudo que le has dicho todo sobre nosotros.
-Ah,
¿sí?...
Dominé
mi respiración y dije:
-Dolores,
esto tiene que acabar. Estoy dispuesto a sacarte de Beardsley, a encerrarte ya
sabes donde, pero esto tiene que acabar. Estoy dispuesto a llevarte en el
tiempo necesario para que hagas tu valija. Esto tiene que acabar, o sucederá
cualquier cosa…
-¿Sucederá
cualquier cosa, ¿eh?...
Arrebaté
el banquillo que mecía con su talón y su pie cayó con ruido al suelo.
-¡Eh,
despacio!-gritó
-Ante
todo vete arriba-grité a mi vez mientras la asía y la obligaba a levantarse.
A
partir de ese momento, ya no contuve mi voz y ambos nos gritamos, y ella dijo
cosas que no pueden imprimirse. Dijo que me odiaba. Me hizo muecas monstruosas,
inflando los carrillos y produciendo un sonido diabólico Dijo que yo había
intentado violarla varias veces cuando era inquilino de su madre. Dijo que
estaba segura de que yo había asesinado a su madre. Dijo que se acostaría con
el primer tipo que se le antojara y que no podía impedírselo. Dijo que subiría
a su cuarto y me mostraría todos sus escondrijos. Fue una escena estridente y
odiosa. La tomé por el puño nudoso que ella retorcía tratando subrepticiamente
de encontrar un punto débil para librarse en un momento favorable. Pero yo la
retuve con fuerza y en verdad la lastimé bastante (¡así se pudra por ello mi
corazón!) y una o dos veces sacudió el brazo con tal violencia que temí romperle
el puño. Mientras tanto me miraba con esos ojos inolvidables en que luchaban la
fría ira y las lágrimas ardientes, y nuestras voces cubrían la campanilla del
teléfono, y cuando advertí que llamaba escapó en un segundo.
Lolita
Vladimir Nabokov
Barcelona, Anagrama, 2003
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