El valor de la amistad
En el día del amigo, un fragmento del libro Los secretos del relojero de Mateo Niro que resume el valor de la amistad. El protagonista, Monra, se da cuenta de que solo no puede emprender su misión, que necesita, inevitablemente, de la ayuda de sus amigos.
"El sábado a la noche había llegado, ese que Monra ansiaba desde hacía tanto tiempo y que podía devolver la gracia a todo un pueblo o hacer que la historia de tristeza se repitiera. Monra esperaba en la relojería con su maleta raída a que Bernardo le golpeara la puerta. O, quizás, a que Bernardo se esfumara esta vez y no apareciera más por la relojería. Había decidido que si eso pasaba, escribiría una carta a su pueblo para contar las malas nuevas y, a su pesar, despedirse para siempre de los suyos. ¿A qué iba a volver? ¿A decirle al Viejo Relojero que se había equivocado en confiar en él como discípulo? ¿A ver cómo se moja la tierra seca con las lágrimas de Cereza sabiendo que nunca más prepararía el yogur frutado? ¿A sentir de cerca cómo se escapaba para siempre el beso de Cerecita que debería marcharse a buscar un mejor destino y a enamorarse de surfistas, nadadores o corredores de bolsa, pero nunca de un humilde relojero que no pudo hacer llover? No, no iba a volver. Por eso también puso en su valija papel, lápiz y un sobre para escribir, si fuera necesario, la carta del adiós. Por primera vez, Monra pensó que su proyecto podía naufragar y que no todo dependía de su propia voluntad e inteligencia, sino también de amigos que pudieran ayudarlo. Si Bernardo no iba a buscarlo, él no podía hacer nada más."
"El sábado a la noche había llegado, ese que Monra ansiaba desde hacía tanto tiempo y que podía devolver la gracia a todo un pueblo o hacer que la historia de tristeza se repitiera. Monra esperaba en la relojería con su maleta raída a que Bernardo le golpeara la puerta. O, quizás, a que Bernardo se esfumara esta vez y no apareciera más por la relojería. Había decidido que si eso pasaba, escribiría una carta a su pueblo para contar las malas nuevas y, a su pesar, despedirse para siempre de los suyos. ¿A qué iba a volver? ¿A decirle al Viejo Relojero que se había equivocado en confiar en él como discípulo? ¿A ver cómo se moja la tierra seca con las lágrimas de Cereza sabiendo que nunca más prepararía el yogur frutado? ¿A sentir de cerca cómo se escapaba para siempre el beso de Cerecita que debería marcharse a buscar un mejor destino y a enamorarse de surfistas, nadadores o corredores de bolsa, pero nunca de un humilde relojero que no pudo hacer llover? No, no iba a volver. Por eso también puso en su valija papel, lápiz y un sobre para escribir, si fuera necesario, la carta del adiós. Por primera vez, Monra pensó que su proyecto podía naufragar y que no todo dependía de su propia voluntad e inteligencia, sino también de amigos que pudieran ayudarlo. Si Bernardo no iba a buscarlo, él no podía hacer nada más."
Los secretos del relojero
Mateo Niro
Buenos Aires, Amauta, 2008.
Comentarios
Publicar un comentario