Presentación del libro Entrelíneas

¿Qué libros y autores los marcaron, qué lugar ocupa la literatura en sus vidas, cómo ven el fenómeno de la literatura para niños y jóvenes, quién o quiénes son los lectores de sus textos, cuál su papel? Sobre todo eso han hablado y respondido los escritores en las charlas con Mario Méndez, que ya llevan cerca de una décadaEntrelíneasel libro que reúne veinte entrevistas realizadas en el ciclo "Encuentros con escritores de literatura infantil y juvenil", organizado por el Programa Bibliotecas para armar, tuvo su presentación. En este evento, que se llevó a cabo el martes 21 de abril, en la Casa de la Lectura, cada uno de los autores presentes contó cómo había llegado a la literatura. En la segunda y última parte, que hoy se publica, aparecen las intervenciones de Lucía Laragione, Paula Bombara, Andrea Ferrari, Ángeles Durini, Verónica Sukaczer y Ricardo Mariño.

Lucía Laragione: Mucho me temo que lo mío va a tener un tono más “melanco”. Me encantaría que hubiera humor, pero lo mío va más por el lado de la melancolía. Graciela habló de su familia “zurda” (primera parte de la presentación de Entrelíneas). Yo quería hablar de lo mismo. En mi casa también estaban los libros de Álvaro Yunque. Pero antes, tengo que contar que creo que descubrí el valor de las palabras, fundamentalmente a través de la poesía que me leía mi padre. Mi padre leía a Nicolás Guillén, leía a Vallejo… Yo era chica y no entendía muy bien el sentido de las metáforas, pero la música de las palabras me emocionaba. Creo que si hay momentos fundacionales, el mío va por ese lado. Y después está Álvaro Yunque, que era amigo de mi padre. Y fue mi maestro de alguna manera. Mi padre era escritor, creo que tenía veinte años cuando Yunque tenía treinta y cinco. Y fue él el que lo ayudó a escribir. Fue una figura que permaneció a su lado y que tuvo peso en mi historia, no solamente porque me gustaban muchísimo sus cuentos, que eran para llorar. Yunque era un escritor social, no necesariamente las historias terminaban mal… Yo no puedo separar sus cuentos de él como personaje. Era un hombre hermoso, muy alto, tenía una cabellera blanca preciosa, era muy simpático, y además venía y me llevaba a dar vueltas en el caño de la bicicleta…  Así que si me preguntan si hubo algún escritor  que fue decisivo para que yo empezara a escribir, seguro que fue Álvaro Yunque, en primer lugar. Y en segundo lugar, aparece mi amiga Elsa Bornemann, a quien yo conocí en la escuela secundaria, y que para mí era como un personaje un poco mágico. Elsa, con su enorme capacidad de escribir, de imaginar… Así que si tengo que mencionar nombres, está primero mi papá, pero después Álvaro Yunque y Elsa Bornemann, que tienen que ver con que yo escriba literatura infantil. (Aplausos).

Paula Bombara: Yo soy Paula Bombara. Voy a hablar de otra cosa. O más o menos, en realidad. A los diecisiete años yo estaba segura de que iba a dedicarme a escribir y un profesor de la secundaria me dijo que mejor estudiara otra cosa. Fue un buen consejo, en realidad, aunque no parezca. Pero a la vez fue un desafío porque él me dijo que estudiara lo que estudiase en algún momento iba a largar todo para ponerme a escribir. Yo dije “este tipo está loco”. Pero me gustó la idea de estudiar otra cosa porque en realidad Letras era como “lo obvio”, el recorrido que se esperaba para mí. En cambio, cuando yo dije en mi casa que iba a estudiar Bioquímica fue una provocación increíble. No se lo esperaban. Lo que provocó en mi mamá, y en mi familia fue algo que me gustó provocar. Y entré en Bioquímica y crucé el río. Y después, cuando me recibí y empecé a trabajar quise volver a cruzarlo, para el lado de la escritura. Yo sentía que en cinco años me había atrasado un montón, que no era tan fácil volver desde las ciencias. Entonces yo pensé que bueno, capaz una manera era desde lo académico y me puse a estudiar filosofía. Tampoco letras porque este profesor me había dicho que la evitara todo lo posible. Y yo le hacía caso porque era un tipo que inspiraba esta confianza...
Pregunta del publico: ¿Profesor de qué era?
PB: De literatura. (Risas). Patricio Esteve, dramaturgo. A mí me inspiraba mucha confianza lo que él decía. Y bueno, entonces empecé filosofía. Me di cuenta que por el lado académico no era. Pero en Puán vi un cartel que decía que Graciela Montes iba a estar en Facultad de Agronomía dando una charla para niños. Graciela Montes escribió los Odos. Y yo con los Odos viví en un momento difícil, siendo muy chica, en el que ese elemento de fantasía me hizo bien. A mí me llevaban de viaje y me hicieron pasarla muy bien. Así que me dije “yo le voy a preguntar a Graciela Montes cómo se hace para volver a escribir” ¡y fui! Y escuché la charla que le dio a los chicos y después me acerqué y le conté que era su lectora, que ella había sido mi escritora favorita y que ahora había vuelto a leerla, en fin. Y Graciela me dijo: “bueno, mandame un cuento por mail y yo te digo qué podemos hacer”, y yo no tenía nada escrito, así que escribí algo, sin ninguna expectativa. Y ella me contestó enseguida y me dijo que empezara el taller de Susana Cazenave. Susana Cazenave fue la persona que estuvo en esa balsa donde había que remarla para cruzar el río para el otro lado. Y lo primero que hizo Susana, después de leer algunas cosas y ver por donde iba mi escritura fue darme una novela. Me dijo: “vos leela, pero después de leerla volvé a leerla y tratá de analizarla desde donde sea. Pero tratá de leerla por debajo de lo que leas la primera vez”, una cosa así me dijo. Y yo me quedé porque yo nunca había leído de esa manera. A ningún autor, de ningún género. Leerlo e inmediatamente volver a leer pensando en por qué me había gustado y por qué no. Yo leía y lo que me gustaba, me gustaba; y lo que no me gustaba, no me gustaba. Y yo leí esa novela. Y me flasheó. Y entonces volví a leerla porque si ella me preguntaba porqué me había encantado, yo no sabía que decir. Y volví a leerla. Y se suponía que yo tenía que escribir por qué me había gustado Stefano. Y no sabía bien qué era lo que había hecho María Teresa conmigo. Pero yo no podía... no sé, quizás era esa emoción... Pero yo ya la había sentido con otros libros... Pero nunca me había hecho la pregunta de qué me pasaba con la escritura, no con la lectura o con los personajes sino con la escritura. Cómo una podía contar una historia. Por qué ella había elegido contar de esa manera. Y yo, cuando logré poner en palabras ese pequeño comentario para el taller de Susana, y ella lo leyó y me miró con esa mirada tan especial que tenía me dije “bueno, ya estoy remando. Ya estoy cruzando el río. Ya estoy en camino de ponerme a escribir con el objetivo de dedicarme a esto." Y bueno. Estamos acá. (Aplausos). 

Andrea Ferrari: Bueno, yo soy Andrea Ferrari, y en principio quiero comentar que veo que nadie cumplió la consigna. (Risas). Voy a tomar unas de las preguntas que era la de los autores que influyeron. Para mí, la primera persona que influyó fue mi vieja, que de hecho es autora porque escribió teatro y televisión. Cuando era chica, me gustaba que me contara historias. Y con esa cosa que tienen los chicos de la repetición, al día siguiente quería que volviera a contarme la misma historia. Y si ella la iba cambiando, yo la corregía. De esa manera se fue generando una especie de historia que se iba moviendo cada noche. Y esto de crear personajes, sugería que yo era capaz de corregirla a ella que con su mala memoria era incapaz de recordar. Esa fue mi primera fuente. Después hubo muchos autores, pero cuando pienso en quiénes son y en qué significaron, siento que tienen más relación con el placer. Salvo casos como el de María Elena Walsh. Pero hubo autores que en su momento disfruté muchísimo y hoy me parecen un desastre. Sentimentaloides, cursis, berretas… sin embargo me crearon placer con la lectura. Encontré un disfrute, que creo que fue el sentimiento que después se prolongó para tener ganas de escribir y generar esta posibilidad de placer en otras personas.  (Aplausos).

Ángeles Durini: Hola, soy Ángeles Durini. Hay una autora que admiro mucho, que es Marina Colasanti, una autora ítalo brasilera. Y la admiro porque ella logró hacer algo que yo quise hace desde antes de saber leer y escribir. Desde los tres, cuatro, cinco años. Y es que escribe unos cuentos maravillosos espectaculares. MI abuela era una gran narradora, me los contaba, y yo le decía que cuando fuera grande iba a ser escritora para escribir exactamente esos cuentos. Después entendí que escribir esos cuentos así era imposible. Que yo tenía que escribir otras cosas. Además de estas cosas de mi abuela,  cuando yo era muy chiquita  vivíamos en la casa con ella, hasta que un día nos mudamos a nuestra propia casa. Yo tenía siete años. Y estábamos recorriendo la casa con mi hermano, y donde terminaba un pasillo, estaba la biblioteca, en la que había libros que yo no había visto en la otra casa. Entramos a revisar esa biblioteca y había de todo. Elegimos nuestros libros preferidos… y esa biblioteca me acompañó en la infancia, la adolescencia. En casa éramos muchos hermanos, era siempre un despelote, un desorden, pero siempre había que ordenar. Había un día de las vacaciones  en el que todos teníamos que ordenar algo, porque si no, no se sabía dónde estaban las cosas. Y yo siempre decía que ordenaba la biblioteca. Y ahí me tiraba en el piso. Hasta que cuando llegaba el último día de las vacaciones pasaba un plumero. Ahí, estaban los libros de Louise May Alcott, la saga de Mujercitas, Rosa en Flor, Ocho primos… yo me había enamorado de uno de los primos.  Así como uno puede llorar por un personaje que no existe, uno puede enamorarse de un personaje que no existe, y me hizo lo mismo que con Beth… lo mató. No sé por qué se  enferma y se muere… así que bueno, es así: uno vive lo que lee. (Aplausos).



Verónica Sukaczer: Buenas tardes, yo soy Verónica Sukaczer. No voy a decir que leí a Borges completo a los cuatro años. (Risas). Yo empecé a escribir a los ocho años, y leía Las torres de Nüremberg. Y ahí había un poema, Elogio de la muñeca de trapo, del que voy a leer un pedacito que dice:

“La muñeca de trapo no parece de trapo.
La gente sin corazón no la ama
porque dice que no tiene pies ni brazos.
Pero eso es mentira.
La muñeca de trapo
es una viejecita que duerme, duerme, duerme,
con los pies escondidos en el vestido largo.
Es una viejecita
con una pañoleta que le tapa las manos.

Su cara está arrugada porque ha sufrido mucho,
y porque tiene muchos, muchos años.
Fue la primer muñeca que se hizo en el mundo.
Y es por eso que todos los niños la adoramos,

y le cantamos siempre el arrorró,
y la mecemos en los brazos,
y le hicimos la cuna, la cuna más pobre,
que es también, como ella, de trapo…”

Yo debo haber leído esto entre los años ’75 y ’77. Yo tenía ocho o diez años, y escribí mi poema sobre esto, que se llama La muñeca de trapo. (Risas).

Fue la primer muñeca,
la que nuestras abuelas crearon,
la que amaron, la que cuidaron...
Las niñas la olvidaron,
ahora duerme, duerme
acurrucada en su cuerpo gastado.
Se olvidaron de despertarla
a la muñeca de trapo,
se olvidaron de ella,
que fue la primer muñeca
con que todos alguna vez jugaron.
Ahora descansa
en el estante alejado,
ahora duerme...
duerme por ciento años.
Hasta que alguna niña
la saque de su encanto,
hasta que alguna niña
se acuerde de la muñeca de trapo”.

Debe ser el tercer o cuarto poema que escribí en mi vida. Por suerte tengo la poesía. (Aplausos).



Ricardo Mariño: Soy Ricardo Mariño. Entiendo que la pregunta es sobre los comienzos. De chico tenía mucha ansiedad por leer. En casa no había libros. Mi formación de la infancia tiene que ver con historietas, los policiales o westerns que se vendían en los quioscos. Y la primera lectura fuerte, que puedo asociar con algún impulso disparador de la escritura fueron dos libros de Cortázar: Libro de Manuel, y Rayuela. Leídos a los seis años. (Risas). A los quince, yo tenía una novia, y fuimos leyendo juntos Libro de Manuel. Se acuerdan de que en ese libro, hay una pareja que sueña con tener un hijo alguna vez, llamado Manuel, y entonces van juntando papelitos, recortes de diarios, entradas de recitales y de cine, sobre todo mucho periodismo político, con la idea de armar un libro, y de que alguna vez, ese Manuel entienda y conozca cómo era la vida de ellos en la juventud. Con esta novia que yo tenía, empezamos a hacer lo mismo. Compramos un cuaderno, y empezamos a pegar recortecitos, frases, poemas, entradas… cosas políticas también, porque los dos militábamos en la juventud comunista. Y pienso en algo que se dijo antes, que es esto de la literatura como una manera de entender la realidad. Creo que el impacto que me provocó el Libro de Manuel, y Rayuela… (Aclaro que no tuve más la novia pero me quedó el libro, así que seguí anotando cosas ahí, quizá mi actividad como escritor empezó ahí), el impacto que me produjo Cortázar fue al revés. No fue el impacto de conocer la realidad, sino una especie de herramienta para deformarla a favor mío. Yo le copiaba el tono a Cortázar, ese tono de personajes intelectuales en París, para contar las pavadas que me pasaban a mí. Había una diferencia de escenario y de todo. (Risas). Creo que podría defender esa idea de la literatura como un instrumento para acomodar la realidad a los intereses de uno. Yo siempre estuve atravesado por una especie de pulsión realista, y en ese caso la literatura sería la deformación de todo eso. (Aplausos).

MM: Bueno, antes de invitarlos a brindar y a seguir festejando, simplemente quiero contar que cuando yo era chico leía entrevistas. (Risas). Muchas gracias por haber venido. (Aplausos).




Comentarios

  1. Bellos y grandiosos! Que gusto leerlos aunque ya no sea una niña. ¡Larga vida a los escritores!

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