Sandra Siemens: "Termino un libro y pienso que nunca más se me va a ocurrir nada"

La segunda parte de la entrevista a Sandra Siemens retoma la charla con la escritora a partir de su relación con el mundo editorial. La autora comentó acerca de la relación con las exigencias que las empresas editoriales le imponen a los textos y de los límites con los que se encuentran en las instituciones escolares en que son leídos, los de los docentes, los de las autoridades y los de los propios padres. A propósito de los obstáculos contó cómo su primer libro fue publicado en España, y no, en cambio, en Argentina. Además, relató los detalles de sus experiencias de escritura y la intimidad de la factura de muchos de sus libros de los que leyó distintos fragmentos. Para cerrar el encuentro realizó la lectura del texto Mi papá es un tlacuilo.



Asistente: ¿Alguna vez te pasó que un editor te pidiera que cortaras alguna parte, que sacaras alguna parte?

SS: Sí, me han pedido. Y también me acuerdo de una escuela en Córdoba el año pasado, con El hombre de los pies murciélago. Me escribió una profesora, que me dijo que en la escuela iban a dar la novela. A los dos meses me vuelve a escribir, cuando ya había empezado a trabajarla, desesperada, porque querían echarla de la escuela. Para mí fue muy angustiante, porque me decía que iban a echarla por culpa de mi novela. Una de las argumentaciones de la escuela era que incitaba a la violencia. Un montón de cosas, y “encima de todo”, no tenía un final feliz.  A veces uno se encuentra con esas lecturas. A veces es una cuestión de cómo lo manejan los mediadores. Porque es obvio que no son cuestiones que a los chicos no les interesen. A veces son justamente los temas que más les interesan.

MM: ¿Y qué pasó con esa maestra?

SS: Creo que finalmente no la dio, para cuidar su puesto.

Asistente: Igual la señora tenía unos problemitas. Porque podés buscar la  forma para llevar algo…

SS: Sí, pero además había un asunto con la postura de la escuela. Un montón de padres se habían quejado y habían hablado con la directora, y la pusieron contra la pared, porque consideraban todas esas cosas acerca de la novela.

Asistente: Sí, pero hay una falta de fundamento de ella, porque si te ponen contra la pared, y no tenés argumentos para defenderte vos o para defender tu trabajo…

SS: Por eso digo que nada es tan tajante. Son cosas que a veces ocurren y que tenemos que ver cómo las sorteamos.

MM: Parece que la señorita les dijo a los papás que “leer es una aventura, meterse en una historia es como meterse en una selva. Ir salvando obstáculos, esquivando peligros, abriéndose paso, sin importar la sed o el cansancio, hasta que al final encontrás el tesoro”. Esto es de La polilla, todo esto lo dice la maestra al alumno que después se convierte en una polilla, y cuando él escucha todas estas cosas, piensa: “¿De qué tesoro me estará hablando?”. La maestra, al final del discurso dice: “¿Te gustaría tener ese tesoro?” “Sí. -dijo Nacho, nada más que para no llevarle la contra.”, “Bien, a ese tesoro no se llega practicando, se llega usando otros mapas, ¿entendés?” “Sí. “- La verdad, no había entendido un pepino. Por suerte la señorita Marta no siguió con las preguntas.”. Todos decimos estas cosas a  veces, frente a la lectura. ¿Este llegó a las escuelas?

SS: Sí llegó pero como Random House no trabaja con promotores y visitas de autor a escuelas, no tengo devolución de lo que pueda pasar, a menos que me lo cuente un maestro. No es lo mismo que con otras editoriales que tienen  promoción en escuelas, que llevan a los autores de visita y eso. En esta novela, Nacho, que se convierte en polilla, finalmente se come el Quijote. (Risas).




MM: El lunes pasado terminé el encuentro leyendo, casi entero, Un nudo en la garganta, bellísimo libro que toma un tema agudísimo, que es el del adulto que no escucha. Y que le dice al chico que algo le gusta, pero el chico se da cuenta de que no es así. Con un tono que parece menor, pero que no es menor. Y otra vez como con La polilla, una metáfora fuerte. El nudo en la garganta a esta nena no le permite tragar. Justo abrí el libro en esta ilustración bellísima de Noemí Villamuza de la nena que está con suero, porque ha dejado de tragar por el nudo que le produjo el rechazo de su maestra. ¿Hay posibilidad de tener este libro en las librerías porteñas?

SS: No sé, tendría que encontrar editor. No es fácil.

Asistente: ¿Qué editorial es?

SS: Está en España, en Oxford.

MM: Es muy bello. Aunque algunos escucharon el lunes pasado, creo que vale la pena repetir algunas cuestiones. Esta nena está en la escuela, le encanta dibujar, y dibuja un cerdo enorme de color violeta. Entonces ella piensa: “Mi cerdo ocupó toda la hoja, y apenas tuve  espacio para poner el título subrayado: Cerdo. Mientras tanto, la señorita va mesa por mesa, mirando los dibujos que hacíamos. Castillos, princesas, supermanes, flores, pajaritos y mi cerdo violeta. Andrea había pintado una casa con techo rojo y paredes amarillas, un árbol con tronco marrón y hojas verdes, un sol amarillo y unas nubes celestes.  A mí me parecía muy aburrido, pero cuando la señorita lo vio le dijo: “¡Qué hermosura! Lo vamos a colgar aquí, en la pared de enfrente.” Yo enseguida pensé: “Si el dibujo de Andrea, que es tan aburrido, le parece una hermosura, entonces cuando vea el mío seguro que se desmaya de la emoción.” ¿Un cerdo? Sí, seño, le dije toda contenta, mientras terminaba de pintarle un poco de barro, porque a los cerdos les encanta el barro. ¿No será un cerdito? No, seño. ¿No ve lo gordo que es? No es un cerdito, es un cerdo. ¿Y violeta?
¿Qué me quería decir? ¿No le gustaba el color violeta a la señorita? Bueno, está bien, me dijo. Pero no estaba nada bien. La verdad es que mi cerdo no le gustaba a la señorita.” A partir de ahí, ese nudo en la garganta de esta nena, que se resuelve al final con esa genia que es la doctora. Es muy bello este libro, tiene que encontrar editor. ¿De dónde salió la idea del nudo en la garganta?

SS: Ese fue el primer cuento que yo escribí. Y como hace mucho tiempo, no tengo ni la menor idea de donde salió. No me acuerdo.

MM: ¿Y antes de ser publicado en España lo ofreciste?

SS: Sí, lo ofrecí y nunca se publicó.

MM: No habla muy bien de los editores argentinos. ¿Y hay posibilidades de ofrecerlo por acá?

SS: Sí, no es fácil pero tengo los derechos de Argentina, así que puede ser.

MM: Editores avisados que lean esto, para que podamos disfrutar de este libro acá. Poesía. Es algo en lo que no has abundado, ¿no?


SS: No, no he abundado.

MM: ¿Cómo te metiste en ese tema que no es nada fácil, con los  Animales en versos? (Está en SM, en El Barco de Vapor, Serie Blanca).

SS: En realidad siempre escribo versos, pero nunca los publiqué. Tampoco había escrito para chicos. Vi el Concurso Iberoamericano de Poesía y me largué a escribir todo un verano. Por supuesto, no gané. Pero me quedó el libro armado, y en la primera editorial en la que lo ofrecí, que fue SM, les gustó, así que se publicó.

MM: Hace poco…

SS: Sí, el año pasado.

MM: Es muy, muy lindo. Para entrar con la poesía en la escuela, porque está en orden alfabético…

SS: La editora, Cecilia Repetti, tuvo que luchar contra la idea de que la poesía es poco comercial. Ella tenía ganas de publicar poesía, se jugó y le dio un lugar a Animales en Verso en la colección Blanca.
Y la verdad es que este libro está funcionando muy bien. Estamos muy contentas.

MM: ¿Ya fuiste a la escuela?

SS: Sí, es para los más chiquitos. Ellos me esperaban. Me dibujaron como me imaginaban. Alta, rubia, y de ojos celestes. (Risas). Desde ese momento yo soy así, la foto de la biografía hay que sacarla. (Risas).

MM: Este querría que lo presentes vos. Acabás de sacarlo de tu valija, yo no lo conocía. ¿Se editó hace cuánto? ¿Días?

SS: Si, ahora en la Feria.



MM: Barrilete. Con dibujos de Viviana Bilotti. Del Naranjo. Montanos un poco…

SS: Este cuento también es muy viejo. Más o menos de la época de Un nudo en la garganta. Se publicó en una antología santafesina, y ahí quedó. Y hace poco lo mandé con otros cuentos a Del Naranjo, les interesó publicarlo, y empezamos a trabajar con Viviana Bilotti,  y fue una experiencia maravillosa. Y no había trabajado mano a mano con el ilustrador. Fue la primera vez. Y ahí me di cuenta de hasta qué punto la ilustración va modificando el texto, y a su vez el texto modifica la ilustración. Cómo se van amalgamando. Porque a partir de algunas cuestiones de la ilustración de Vivi, yo iba ajustando el texto. Así estuvimos hasta el final. Cuando empezamos a trabajar ese libro, entró al proyecto de edición siendo uno, y salió siendo otro. Creo que salió enriquecido a partir de tener que hacer ajustes por el diálogo con el ilustrador. Estoy muy contenta con este libro. Es muy breve. ¿Lo leo?

MM: Dale.

SS: “El abuelo llegó el domingo, a la hora en que los ruidos se despiertan.
Traía una bolsa.
El abuelo y Pedro trabajaron como pájaros horneros.
Ataron cañas, pegaron papeles, anudaron trapo con trapito. Hasta que terminaron.
Un barrilete amarillo con una cola de tela. Un pez rojo, que le mordía la cola a un pez verde, que le mordía la cola a un pez naranja, que le mordía la cola a un pez azul de aletas desflecadas.
“¡Mirá, abuelo! ¡Parece un sol!
Un cielo con dos soles. Un sol era de Pedro, y tenía cola de peces rojos, verdes, naranjas, y azules de aletas desflecadas.
Pero de golpe llegó un viento ciego y caliente, hinchado de furia.
Y le arrancó el barrilete de las manos.
“¡Se voló, abuelo! ¡Se voló!” 
“No llores, Pedro. Ya va a volver.”
“No va a volver. Los barriletes no vuelven.”
Toda la semana, Pedro anduvo con el corazón cargado de tormenta.
“Ya va a volver”. Las palabras se prendían y se apagaban como bichitos de luz.
El abuelo nunca mentía. Pero él estaba seguro de que había cosas que no sabían volver.
Su gato Lulo, por ejemplo. Aunque quisiera, Lulo no podía volver.
El sábado se la pasó pensando en Lulo.
Al final del día descubrió que de tanto pensarlas, algunas cosas sí aprendían a volver.
Y el corazón se le limpió de nubes.
Ese domingo, a la hora en que los ruidos se despiertan, Pedro espera.
Lo sorprende un golpeteo en el vidrio.
Un cuchicheo de ratón, que no es ratón. Nunca había visto una mariposa igual.
Las mariposas, ¿tienen cola?
(Aplausos).

MM: Así que se modificó mucho este cuento…

SS: Sí, por ejemplo, el personaje del gato, Lulo, no estaba. Y fue muy triste, porque en el proceso de edición, a Vivi Bilotti se le fueron los dos gatos. Ella tenía dos gatos. Uno se murió, y el otro se fue. También estaba muy mezclada la cuestión emotiva con todo esto, así que fue muy intenso y lindo. Bueno… para Vivi, no. (Risas).

MM: Parte del humor. Un poco más de humor y una cuestión de intertextualidad. Uno que es muy bello y que estuvimos leyendo el lunes pasado, es De unicornios e hipogrifos. Que viene directamente de El libro de los seres imaginarios

SS: De Borges, sí.

MM: ¿Cómo se te ocurrió trabajar con esos cuentos de Borges, en esa zoología para pibes?

SS: Las ideas salen de cualquier lado y en cualquier momento. Y muchas veces, para mí, salen de otras lecturas. Algo que leo me sugiere algo. Y Borges es realmente muy sugerente. Escribí muchos cuentos a partir de ese libro. El último Heliogábalo, también salió de ahí. Está armado con cuentos de distintas épocas. El libro como tal, empecé a pensarlo a partir de El último Heliogábalo. Y este cuento parte de un juego con las palabras y con la intertextualidad, a partir de “La lotería en Babilonia”, de Borges. Yo parto de algunas cosas que dice Borges, las vacío (porque Heliogábalo en realidad era un emperador romano que era un asco de persona) del significado original, e invento cualquiera. Usé Heliogábalo como un apellido común. Ulam Buriash, el personaje del cuento tiene que entregar el premio, diez osos pardos, que un tal Heiolgábalo, se había ganado en la Lotería de Babilonia. Y ahí empieza su peregrinaje, porque nunca lo encuentra. Pasan los siglos, y un poco el mecanismo ahí, es como el del tío Hugo. La lógica no es una lógica racional, sino otra.  A él no le importan que pasen los años y los siglos, porque su lógica es que tiene que entregar ese premio a Heliogábalo, y cuando lo encuentra en la ferretería, le entrega el premio.

MM: ¿Por qué elegiste a Heliogábalo?

SS: Porque lo cuenta… No me acuerdo… (Risas). A ver, leé lo que puse… (Risas).



MM: “En la vida de Antonino Heliogábalo refiere que este emperador escribía en conchas que destinaba a sus convidados, de manera que uno recibía diez libras de oro y otro diez moscas…”.

SS: hora me acuerdo. Cuenta Borges que este emperador hacía unas fiestonas, y se repartían unos papelitos al entrar. Y había pobres desgraciados a los que les tocaba que al final de la fiesta tenían que ser devorados por los leones. Un monstruo total.

MM: Este es de la colección Torre de Papel. Acá habrás ido a escuelas.

SS: Sí. Fui a escuelas también en Colombia, cuando fui a recibir el premio.

MM: ¿Nadie hizo la relación de tu personaje con ese emperador?

SS: No, nadie se avivó.

MM: El diario de un descubridor”, que está en ese mismo libro es muy bueno. Así como alguien descubrió América, quiere descubrir Europa. Tenés dos libros que no sé cómo clasificar… No hace falta, tampoco. El monstruo Groppopol, en Sudamericana. ¿Trabajaste mano a mano con Carlus Rodríguez?

SS: No. Mano a mano trabajé solamente en el último con Viviana Bilotti.

MM: ¿Esta colección está pensada para que sea una atracción en librerías?

SS: Circula también en los colegios. Me han contactado narradoras, por Facebook. Lo narran mucho en bibliotecas.

MM: ¿Te gusta cuando te narran?

SS: No me ha tocado presenciar muchas narraciones.

MM: Acá solemos tener narradores y narradoras que vienen. ¿Tenés algún inconveniente u objeción a que narren tus cuentos? ¿Te molesta? ¿Te gusta? ¿Te da igual?

SS: No. Que lo hagan lindo. (Risas).

MM: Bien, como ya vamos a ir terminando, nos quedan varios libros y nos queda lo del tlacuilo para el final, ¿en qué proyecto andás?

SS: Recién termino con un proyecto. Y esa es una etapa, a la que no me acostumbro, que siempre me provoca bastante angustia, un vacío, tardo en acomodarme. Termino y pienso que ya está. Que nunca más se me va a ocurrir nada, que no voy a escribir nada más. Después, algo se me ocurre. Pero todas las veces me pasa lo mismo. A lo mejor esta es la última vez que lo digo y no escribo más.  (Risas).


MM: ¿Nunca te dejás algo en la manga?  Alguna idea…

SS: Sí, tengo, pero pienso que no me va a salir. Hace un tiempo Andrea Ferrari compartió una entrevista a Ian Mc Ewan donde él decía algo parecido. Que cada vez que termina algo piensa que no va a poder escribir otra novela. Los lectores piensan que uno, si tiene tantos libros está re canchero y que el próximo libro va a salir de taquito y bien. Y cuando uno empieza algo nuevo, es como si fuera el primero. Así que si le pasa a él, a mí me puede pasar, y peor. Tengo algunas ideas dando vueltas pero nada concreto. Estoy disfrutando de mi angustia. (Risas).

MM: El que sale ahora en SM es Lucía no tardes. ¿Querés adelantar un poco?

SS: Es una novela fragmentaria que va atravesando el tema de la inmigración. Y de las separaciones forzadas de familias que se producen al venir a la Argentina. Tomo el personaje de una inmigrante italiana. Es la primera vez que me pasa esto de trabajar sobre historias de personas que conozco. Hice algunas entrevistas, hablé con alguna gente. En el medio de la Pampa Húmeda está lleno de inmigrantes, así que todos tenían algo para contarme. Fue muy movilizador desde ese lugar. No pensé que tanto. Una de las personas me estaba contando su historia, y estaba muy preocupada por lo que iba a salir. Entonces le aclaré que yo transformo todo, que nada iba a salir tal cual, que probablemente ni se diera cuenta. Pero me conmovió mucho, porque ellos querían saber qué iba a hacer yo con esos secretos de familia que me habían contado. Algo muy íntimo y muy preciado. También a partir de estas charlas que tuve con alguna gente, me di cuenta de que en muchos casos, las familias no conocían toda la verdad. Esto también los llevó a preguntar y a enterarse de cosas familiares. Y cuando empecé esta novela no sabía qué iba a hacer, qué iba a escribir, quiénes iban a ser los personajes. Empecé a jugar con una imagen. Yo soy bastante visual en el primer momento. Es una escena que me contó la mamá de una amiga. Ella vino de Italia a los cuatro años, y tiene cosas mezcladas, pero se acordaba de que cuando fue a tomar el barco ella tenía sed, y que el abuelo, que la estaba despidiendo, le juntó agua en su sombrero para que tomara. Esa fue la primera escena a partir de la cual empecé a escribir la novela. Esa es otra cosa en la que Mc Ewan coincide conmigo. (Risas). Yo no sé si vos le vas a mandar la entrevista. (Risas). Para que él me cite allá. (Risas). Y es que cuando uno empieza a escribir una novela, casi nunca empieza por el tema. Siempre se empieza en el margen, en el detalle. En cosas mínimas. Son detalles que se miman, y a partir de ellos va a germinar la novela.

MM: Hay una cosa muy bella en esta novela, y es que este abuelo que vos tomaste de esa imagen, siendo un hombre muy grande, tiene una especie de amigo imaginario, que se trajo de la guerra, y se lo cede a la nieta para que la acompañe en el viaje.

SS: Todas esas criaturas son muy intensas. Más de lo que imaginaba. Y me tocó una editora, Cintia Roberts, que se enamoró de esa novela, supongo que tocó cosas que tenían que ver con ella y su historia, fue un trabajo realmente muy intenso.

MM: Se nota en el resultado.

SS: Sale pronto en Gran Angular.

MM: Bueno, para ir terminando, ¿nos vas a leer?

 
SS: Sí, bueno, Mario me pidió que trajera la que está en México para leer. Mi papá es un tlacuilo.

Mi papá es un tlacuilo. Para mí, el oficio de mi papá es el más lindo del mundo porque los tlacuilos pintan palabras.
Él me enseña lo que sabe porque cuando yo sea grande también seré un tlacuilo.
Abro las orejas como se abre la mañana para descubrir los sonidos nuevos. Y hago tanta fuerza para mirar cada movimiento del cuerpo de mi padre que por la noche me duelen los ojos.
Las palabras vuelan por el aire, son mariposas transparentes. Hay que estar muy atento cuando te pasan cerca. Y hay que saber mucho, como sabe mi padre, para poder atraparlas y escuchar lo que dicen. Sólo así un tlacuilo podrá pintar esas palabras en los libros sagrados.
Nosotros, mi padre, mi madre, mis hermanos, mis abuelos... todos nosotros somos mixtecas. Tenemos muchos dioses.
Algunos son buenos y otros temibles. El dios más importante es el dios de la lluvia.
Nosotros, los mixtecas, tenemos dos piernas y dos brazos y una nariz y dos orejas y dos ojos y diez dedos en las manos y diez dedos en los pies.
Somos muy parecidos a la otra gente que vive más allá de la selva.
Yo sé porque lo escuché de los ancianos de mi pueblo, que hay gente que cuenta el tiempo de otra manera. Nosotros lo contamos así:
Un año tiene dieciocho meses. Un mes tiene veinte días. Los días se llaman: Lagarto, Viento, Serpiente, Venado, Conejo, Agua, Perro y así.
Ayer fue Conejo y mi padre estuvo todo el día pintando unas palabras muy hermosas en el libro que está escribiendo.
Amoxli.
A los libros, nosotros les decimos amoxli.
Hoy, mi padre se levantó con el sol y fue a despertarme.
Yo lo acompaño todos los días mientras escribe pintando. Así aprendo.
Antes de empezar el trabajo, mi padre y yo compartimos un tazón de chocolate con miel.
Yo soy el encargado de traer sus pinceles y sus tintas rojas y negras.
Son muy importantes la tinta roja y la tinta negra. A mi padre se las dio mi abuelo.
Algún día, cuando yo sea un tlacuilo, la tinta roja y la tinta negra serán para mí.
No sé qué forma tendrán los libros en otros lugares.
Pero si los ancianos dicen que la gente que vive más allá de la selva es parecida a nosotros, que tienen dos piernas y dos brazos, tal vez sus libros sean como los nuestros.
Nuestros libros son largas tiras de papel de amate o de piel de venado. Y cuando ya están listos, se pliegan así, como una oruga.
Antes de empezar a aprender el oficio de tlacuilo tuve que aprender cómo se hace el papel de amate.
“Un buen tlacuilo tiene que saber elegir el amate donde va a pintar”, dice siempre mi padre. Dice que el papel de amate es importante, porque ahí es donde duermen las palabras.
Si el papel es malo, las palabras se irán borrando. Si es bueno, tendrán un sueño largo y dulce.
Mi abuela me enseñó cómo se hace:
Primero se hierven las cortezas del árbol de amate en agua con ceniza. Se enjuagan y se extienden sobre una tabla. Después viene la parte que más me gusta:
Hay que golpearlas con una piedra hasta que queden láminas finitas, finitas. Y se dejan secar al sol.
Yo me doy cuenta de cuando están listas, porque se vuelven del color de la miel.
El día de hoy se llama Agua.
Hoy muy temprano han venido los sacerdotes y los sabios que saben leer el cielo.
Vinieron a hablar con mi padre, porque el libro que está pintando habla de estrellas y de lunas y de soles.
Le cuentan lo que han leído en el cielo para que mi padre lo pinte en su libro.
Me permiten escuchar porque algún día seré yo quien tenga que pintar lo que dice el cielo. Pero por ahora no entiendo nada de lo que hablan.
Le cuentan a mi padre cuándo la luna cubrirá al sol y el cielo quedará oscuro. Y le cuentan también cómo y por qué la primera estrella de la tarde cambia de lugar.
Escucho en silencio porque sé que es muy importante lo que dicen los sabios.
Eso que leen en el cielo nos permite saber cuándo plantar el maíz o cuánto tiempo durarán las lluvias y muchas cosas más.
Cuando los sabios y los sacerdotes se van, mi padre se queda en silencio, sentado sobre sus talones, con los ojos cerrados.
Yo sé qué es lo que está haciendo. Me lo ha explicado muchas veces. Está llevando las palabras que hablaron los sabios hasta lo más hondo de su corazón.
Es un viaje difícil. Tiene que ir llevándolas juntas, como van las hormigas, sin que se pierda ninguna.
Después, cuando pinte las palabras en el libro, serán palabras salidas de su corazón. Así los tlacuilos se aseguran de no equivocarse. Si salen del corazón serán palabras verdaderas.
Dice mi padre que lo que está escrito en los libros es nuestro tesoro.
Que las palabras que él escribe también suenan. Pero que cuando él las escribe les adormece el sonido.
Dice que cuando muchos años más adelante, otros tlacuilos lean en voz alta los libros que él escribió, esos sonidos se despertarán y le hablarán a la gente.
Le contarán todo lo que nosotros sabemos ahora.
Dice que esa es la única manera de que los que vengan después sepan cómo hemos sido. Y que eso es muy importante.
Ser tlacuilo no es nada fácil. Muchas veces no comprendo las cosas que me dice mi padre.
Pero ahora me parece que sé qué quiere decirme.
Hay una historia que escribió un tlacuilo mucho antes de mi padre. A mí me encanta escucharla.
Cuenta la historia de un gran guerrero que se llamó Garra de Jaguar.
Él peleó contra todos y los fue venciendo. Era valiente y feroz. Sus enemigos temblaban de sólo mirarlo.
Yo no había nacido cuando Garra de Jaguar hacía la guerra por estos mismos lugares. Si un tlacuilo no hubiera pintado sus aventuras, yo no hubiera sabido de él.
Por eso dice mi padre que los libros son nuestro tesoro.
Hoy, que es Agua, después de que se fueron los sabios, mi padre se pasó todo el día en silencio, alejado del lugar donde pinta palabras en el largo papel de amate.
Yo no lo interrumpí ni una sola vez.
Me senté en un rincón con mi pincel y mis pinturas y practiqué en una piel de venado. Dibujé cinco luciérnagas y un colibrí (huitzilin, le decimos nosotros) de plumas verdes y azules. Quedaron lindos.
Pero yo todavía no soy un verdadero tlacuilo, mis dibujos no saben hablar como los que pinta mi padre.
Cuando el sol empezó a esconderse detrás de las montañas, junté los pinceles y las tintas.
Vuelvo a mi casa y mi madre me espera con tortilla y calabaza. Como y me voy a dormir.
Mañana será Perro. Estoy seguro de que será un gran día porque mi padre pintará todas las palabras que tiene en el corazón.
A mitad de la noche me despierto asustado, llorando. Tuve una pesadilla horrible.
Soñé que unos hombres blancos venían en barcos desde más allá del mar.
Eran parecidos a nosotros, porque tenían dos piernas y dos brazos y dos ojos y una boca.
Pero también eran diferentes porque no entendían nuestro mundo.
No les gustaba. Mataban todo lo que tenía vida y destruían todo lo que encontraban.
Soñé que esos hombres, parecidos a nosotros, gritaban que lo que estaba escrito en nuestros libros era obra del mal.
Encendían enormes fuegos y quemaban todos los libros que los tlacuilos habían pintado.
Por suerte fue un sueño.
Me levanto y me asomo a través de la ventana. Respiro hondo el aire fresco de la noche. En el cielo están las mismas estrellas que mi padre pinta en el papel de amate.
Todo está en orden. Vuelvo a acostarme y de poco a poco me quedo dormido otra vez.
La pesadilla regresa.
El libro que mi padre ha pintado, lleno de colores, plegado como una oruga, no estaba en el fuego.
Se había salvado.
Viajaba por el mar.
Lejos.
Las palabras estaban muertas porque no había tlacuilos que supieran leerlas en voz alta para devolverles el sonido.
Y luego era escondido. Y más tarde lo vendían. Y lo volvían a vender.
Y pasaba de mano en mano hasta quedar perdido en medio de otros libros diferentes a los nuestros.
Me despierto temblando. No vuelvo a dormir porque no quiero soñar de nuevo.
Me quedo asomado hacia la ventana.
Las estrellas siguen en el cielo azul oscuro y dentro de un rato, con la luz del amanecer, se irán borrando.
Todo está bien.
Hoy ya es Perro. Será un gran día porque mi padre pintará todas las palabras que tiene en el corazón.
Apenas salga el sol yo despertaré a mi padre, compartiremos un tazón de chocolate con miel y abriré las orejas como se abre la mañana, para aprender a ser un buen tlacuilo y pintar hermosas palabras que digan cómo somos nosotros, los mixtecas, para siempre.

(Aplausos).

MM: Sandra, muchas gracias. Fue un gran placer.


SS: Gracias a ustedes. (Aplausos).

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