Día de los Disfraces Olvidados en Sansinara
Lo que una ficción puede hacernos ver, sentir, vivir, imaginar o pensar es ciertamente parte del secreto que
enmascara. Y como lo que se muestra o esconde tras una máscara los relatos
dejan entrever esos frágiles momentos, esos sutiles universos en los que no
vivimos pero nos apoyamos para vivir. Aquí un relato breve que aborda, basado
en Las ciudades invisibles de Italo Calvino,
ese lugar imaginario, ese espacio literario.
Por Candelaria
Carreño*
Existen lugares donde ocurren cosas
extrañas. Yo he estado en algunos. En esta ocasión me gustaría comentarles los
avatares que se vivencian en la lejana ciudad de Sansinara. No es momento éste
de complacer al lector con los pormenores del origen y evolución de esta
pequeña aldea, suspendida en el tiempo, atravesada por océanos, mares, vientos,
y palabras. Hoy voy a relatarles la vivencia festiva, celebrada en el renueve
cíclico de Sansinara, día en que sus habitantes se despojan de sus apariencias,
de sus fétidas máscaras habituales y juegan complacientes a ser auténticos,
originales, danzadores primarios de sus justas almas.
En esa ocasión los aldeanos olvidan
los días que los asaltan con colores azules, grises, violáceos, que opacan los
ojos y destierran miradas. También se olvidan de esos otros días, naranjas,
fulgurantes, cándidos, que recuerdan a los rayos de sol que acarician los
párpados por la mañana.
Durante el
resto del año, por normativa disposición, cada persona que allí habita debe
vestir un traje diferente. La enmascarada diaria propone la elección de un
personaje, y así vemos pasear por sus calles, por el mercado, un adolescente
vestido de abuelo protestón, una señora disfrazada de dama antigua, un niño
vestido de juez, un señor adinerado interpretando el papel de una mucama. En
una esquina se puede observar un grupo de bailarines de ballet, interpretando
una disciplinada danza, y en la plaza principal sin más encontrar al hombre de
Neanderthal.
Solo cuando ocurre la aclamada
festividad, donde juegan a ser ellos mismos, sin traje ni disfraz a cuestas,
los moradores de la aldea agitan sus almas, contornean sus figuras y vagan por
los senderos del entreverado pueblo, descubriéndose a ellos mismos, a los otros
y se encuentran en besos, abrazos, miradas. Los hay también quienes se
encuentran en silencio. Otros pululan cantando a viva voz. También existen
aquellos que se encuentran para combatirse en duelo, y cruzan hirientes
expresiones. Todos celebran libertad ese día. Despojados de sus máscaras
cotidianas, de los personajes que tienen que construir a diario para ocultar su
verdadera esencia, los citadinos del lugar celebran el olvidarse de la
teatralidad que se les impone pesada en sus espaldas. Los disfraces esperan, en
el armario de la casas, olvidados por algunas horas.
Al día siguiente, luego de una gran
borrachera de libertad, todos los recuerdos del día anterior vagan en el aire
de Sansinara, queriendo ser olvidados. Pero se encuentran desvelados, semi
ocultos, recónditos, escondidos entre la memoria y la palabra.
*Candelaria Carreño: vive en Buenos Aires. Participó en los
talleres de literatura y periodismo en la Escuela de Educación Estética de
Trenque Lauquen. En Capital Federal, asistió al taller literario de Adriana
Márquez. Actualmente se encuentra finalizando la carrera de Licenciatura en
Artes en la UBA.
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