Istvansch: "La manera de que algo no funcione es repetir las fórmulas."
Todo sale de una imagen, una imagen tiene la potencia de condensar el mundo. Así nos invita a imaginar Istvansch, escritor, ilustrador, diseñador, editor, profesor. En la charla con Mario Méndez habló de los concursos, de los premios, del gusto y ductilidad por la docencia, y a la vez de lo indómita de su personalidad para adoptar el lugar de alumno, de su vocación autodidacta. También contó acerca de sus inicios, de la relación con el mundo editorial, y de las políticas de consumo y el contrapunto que otros desarrollos culturales pueden permitir proponer. Y por supuesto, reveló el detalle de la elaboración de sus publicaciones que centran en la imagen la construcción del universo verbal, lo temas, las tramas, la lectura que los niños son capaces de elaborar a partir de esas relaciones. La primera parte que hoy publica Libro de arena corresponde al encuentro realizado en La Nube el 21 de
septiembre de 2015. La segunda parte saldrá publicada la semana próxima.
Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Tenemos acá otro
momento gratísimo de este ciclo, esta vez con nuestro invitado Istvansch. Nació
en Madrid pero se crió en San Jorge, Santa Fe, en el mismo pago que Luis
Pescetti. Es escritor, ilustrador, diseñador, editor, profesor, y unas cuantas
cosas más. Ha tenido una carrera larguísima y muy premiada. Entre otros, me
acuerdo de que en el ’98 ganaste el concurso del Premio Fantasía, con un cuento
que recuerdo que se llamaba “Quiero ganar este concurso”. (Risas). Y creo que
pasaste dos veces a recibir premio ese día.
Istvansch: Puede ser. Ahora no me acuerdo. Lo tengo registrado,
seguramente, porque tengo todo registrado prolijamente. Por no me acuerdo de
cuál habrá sido el otro premio ¡qué intriga! Al llegar a casa me pongo a
investigar.
MM: El Premio Fantasía era un premio que entregaba una
fundación, para el que ponía dinero Coca Cola y el Ministerio de Educación lo
auspiciaba. Lo interesante es que te ganaste ese premio y ahí nos conocimos.
I: …y
entonces ahora vas a contar tu anécdota de ese día…
MM: ¿La mía? Noooo... (Risas). Bueno, está bien… Yo era un
autor casi neófito, tenía dos libros publicados, y me dieron uno de esos Premios
Fantasía. Era en un hotel en Recoleta, había una comida espectacular. Yo fui de
saco y corbata, muy contracturado, y pasó Istvansch a recibir uno de los
premios que le daban a él, la gente se tiraba al piso de risa con los chistes
que hacía (ya sabemos que es muy histriónico) y mientras tanto yo estaba ahí,
con mis nervios. Entonces cuando pasé a recibir el que me daban a mí, lo
primero que dije, muy gentil, fue: “Yo no soy tan payaso como Istvansch”.
(Risas). Yo no me di cuenta. Y cuando salí, uno de mis amigos, que estaba ahí
por la comida, seguramente, me dijo: “¿Cómo le vas a decir eso?”. Así fue como
nos conocimos. Después estuviste en el colegio en el que yo era
maestro, durante una feria que organizaba Pablo Saposnic. Y presentaste Detrás
de él estaba su nariz…
I: Tal
cual, la versión publicada Francia, pues todavía no estaba publicado en
Argentina.
MM: Los pibes quedaron alucinados. Sigamos con la parte
biográfica. Premiado dos veces en el ’98 con el Premio Fantasía. Nominado por
ALIJA para el Premio Hans Christian Andersen en la categoría
“Ilustración”, dos veces también. Varias veces Destacado de ALIJA, y reciente
Lista de Honor de IBBY. Ganador también del Premio Octogonal. ¿Nos contás qué
es?
I: El
Octogonal es un premio muy prestigioso en Francia. Lo otorga una institución
que es el CIELJ, Centre International d’ Études en Litteratura Jeunesse,
fundado por Janine Despinette que es una estudiosa muy conocida de literatura
infantil de ese país (con la donación de su biblioteca personal es que se fundó
Ricochet, la biblioteca francesa más grande de literatura infantil, que a su
vez es la más grande biblioteca virtual francesa)
Es un premio muy
prestigioso, otorgado por los mismos bibliotecarios a los libros que reciben
durante todo el año, sean de autores franceses como autores internacionales. A
mí me premiaron como director de la colección Libros Álbum Del Eclipse. Me
dieron un Octogonal de Honor, entendiendo que mi postura al crear esa colección
era algo totalmente de autor, algo totalmente original en lo que es el marco de
los libros ilustrados, incluso en el panorama europeo.
Eso fue en el
2004. Ellos decían que Francia estaba repitiéndose mucho (cosa que siento
cierta, a pesar de todo lo alternativos que parecen) y me reivindicaron por
cierta conducta que siento que en realidad todos tenemos al vivir en estos
países más tangenciales: la de animarse a publicar aquello que ellos no se
animarían a publicar jamás, por una cuestión de marketing.
Justamente los otros días leía una entrevista a un editor alemán que declaraba
que es muy difícil que se publiquen libros latinoamericanos en Europa porque
aquí nos damos permisos que allí no se dan: mientras que allá no logran dejar
de depender de la intención didáctica en la literatura infantil, él siente que
aquí nos centramos en la literatura, cosa mucho más sana y deseable para el
mundo editorial. Marketing contra literatura, el negocio contra lo creativo.
Dos universos en constante conflicto. Esa actitud de priorizar lo creativo es
lo que el Octogonal me premió ya en aquel entonces.
MM: Tomemos esa línea entre las muchas que hay para
charlas por tus múltiples facetas profesionales. ¿Cómo fue tu inicio como
editor? Porque entre otras cosas, lo que leí de tu biografía es que sos
autodidacta.
I: Totalmente.
Me gusta mucho la docencia, dar clases, e incluso desde la docencia estar
dentro de instituciones. Pero como alumno, me resisto totalmente. Me gusta
tener mis propios ritmos, mis propias maneras de encarar el aprendizaje para mí
mismo. Siempre fui autodidacta. Y en cuanto a lo editorial, empecé en Ediciones
del Eclipse con los libros álbum, cuando Rosario Charquero me llamó para
decirme que quería empezar una colección de libros para chicos.
Nos conocíamos
tras hacernos amigos a partir de otras publicaciones que hice para la
editorial, como ilustrador o como director de arte de la colección Libros del
Olifante, junto a Maite Alvarado, directora de la parte literaria. También
había hecho ilustraciones para manuales. A partir de todo eso es que hicimos
buenas migas con Rosario, y un día me contó que quería hacer libros para
chicos. Corría el 2002, plena crisis… le dije de no repetir las fórmulas que
habían tenido las colecciones de libros para chicos en Argentina hasta ese
momento. La manera de que algo no funcione, es repetir fórmulas (algo que
pensaba entonces y que sigo pensando hoy). Había que hacer otra cosa. Y
yo sentía que eso nuevo que había que hacer tenían que ser los álbumes, un
género que apenas estaba empezando a verse en el país, gracias a libros
importados de México y España que, debido a la misma crisis, dejaron de entrar
o se volvieron imposibles de comprar por sus altísimos precios.
Ella no tenía idea
de lo que eran los libros-álbum, entonces la tuve dos horas en el teléfono dándole
clases. En ese momento estaba justo empezando con mi cátedra en el IUNA (en el
instituto Nacional de Arte Ernesto de la Cárcova) ¡estaba inspiradísimo! Así
que ella terminó preguntándome si ya que la tenía tan clara no quería dirigirla
yo. No era esa mi intención. Estaba simplemente diciendo algo que me parecía. Y
ella me dijo que no había hablado del tema con nadie, pero que lo que yo le
estaba diciendo tenía lógica. Ella quería apostar a algo que fuera distinto
para posicionarse de otra manera. Así fue como empecé con la tarea editorial. Y
la verdad es que me salió bastante bien (risas), porque creo que tengo una
actitud autodidacta que me permite ser muy intuitivo. Hay cosas en las que,
como todo el mundo, me equivoco muchísimo, y me castigo, me flagelo, por
supuesto, como todo el mundo. Pero hay otras que me salen bien, y la intuición
en esta zona siempre me ha funcionado. Creo efectivamente que eso fue un “dar
en la tecla”, postular esta colección. Estaba convencido.
Lo que yo le decía
a Rosario, es que era algo que nunca se había hecho en Argentina y que la gente
no conocía. Estoy convencido de que uno, como editor la pega cuando sabe ver
aquello que el lector no sabe que sí quiere.
Yo intuía que el 99% de los lectores en la Argentina desconocían este tipo de
libros. Pero sabía (intuía, bah) qué querían. Y efectivamente fue una pegada.
Fue (es) la
primera colección de libros-álbum de la Argentina, la que marcó el debut de
toda una corriente editorial a la que con los años otras editoriales se
sumaron, hasta llegar a hoy, a este momento de auge total del álbum en nuestro
país. A la semana de esa conversación yo le tenía a Rosario un plan editorial
de diecinueve títulos, el nombre de la colección, un planteo de diseño… Todo
armado, todo pautado y organizado. ¿Cómo fue que pude ser tan veloz? Es que yo
hacía quince años que venía viendo en el Foro de Ilustradores libros que nadie
se animaba a publicar, porque ya fuera por una cuestión de formato, de discurso
alternativo o de demasiada innovación… no había en qué colección publicarlos.
Yo tenía presentes
a varios ilustradores que tenían proyectos absolutamente brillantes
¡encajonados! Ojo, no era que los editores argentinos hasta ese momento no
vieran que eran brillantes, sino que no se animaban a publicar, porque no
tenían dónde hacerlo. En aquel momento las colecciones tenía formatos
preestablecidos e inamovibles, si llegaba un libro con un formato distinto no
tenían dónde meterlo y no se publicaba aún cuando fuera excelente, aunque le
gustara al editor. Así era que iban quedando libros inéditos en las carpetas de
los colegas… y así, haciendo memoria, armé ese primer plan de diecinueve
títulos.
Primero salimos
con cinco, después salieron dos más, después otros tres, y hoy es una colección
que tiene cerca de sesenta títulos.
MM: ¿Te acordás de los primeros?
I: Los
primeros fueron La línea, de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes, Un
rey de quién sabe dónde, de Ariel Abadi, ¿Quién está detrás de esa
casa?, de Graciela Repún y Mónica Weiss, El ratón más famoso,
que es mío, y Cosas Cositas, de Nora Hilb, porque estimé que
la primera salida tenía que tener al menos cinco títulos. En general las
colecciones de libros para chicos salen con dos o tres títulos. Era poco. Sentí
que dos o tres títulos no llegaban a crear un concepto de colección. ¿Por qué?
Porque era (es) una colección que se define por el género. El álbum es lo que
aglutina y crea cuerpo. Había que mostrar a lectores acostumbrados a
identificar una colección por el formato, diseño y tipografía iguales; que
ahora la identidad se lograba a través del género, del fuerte anclaje en el
diálogo texto/imagen, pero en objetos todos distintos. Sabía que el lector se
sorprendería frente a eso, pero terminaría entendiendo que estaba unido por
algo: la lógica interna del propio discurso… Por eso tenían que ser cinco, bien
distintos entre sí. Un rey de quién sabe dónde es un libro
diminuto, de tapa dura, de autor novel; ¿Quién está detrás de esa
casa?, un libro grande (mejor dicho: lo más grande que pudimos hacer),
con tapa blanda, de Graciela Repún y Mónica Weiss, o sea de una dupla autoral.
Un clásico: La línea, que a la vez era una recuperación histórica.
Uno que tenía que ver con algo relacionado con un aprendizaje (el mío). Uno
para chicos muy chiquitos, como el de Nora Hilb… Un paquete muy diverso que
llevaba, per se, a insinuar un concepto: libros muy distintos entre
sí también hacen cuerpo de colección, porque la coherencia interna es mucho más
sustancial que los entornos gráficos.
MM: Y la gente captó que había una línea de catálogo…
I: Sí,
sí. Eso está a la luz por lo que pasó históricamente. A los dos años empezó a
haber tanto otras editoriales que se fundaron para hacer libros álbumes, como
editoriales de las grandes, que viendo que el negocio empezaba a funcionar,
como a los dos años empezaron a replicar la fórmula. Hoy está a todas luces
confirmadísimo que la gente captó la línea de catálogo.
I: Esa
sería en realidad más una pregunta para Rosario, que lamentablemente falleció
hace cuatro años. En mi caso podía tirarme a la pileta que estaba vacía. Total,
me reintegraba después. Ella tuvo la enorme valentía de publicar algo de lo que
no había nada. Y la respuesta que quizás ella daría (me atrevo a hipotetizar)
podría ser a partir de contar que ella, como fundadora de la editorial, y quien
la sostenía, tuvo que tomar una decisión riesgosa en 2001 debido no solamente
a la crisis, sino también a la llegada muy reciente de los grandes monopolios
editoriales escolares, que habían dificultado enormemente la posibilidad de que
las pequeñas editoriales sacaran libros escolares.
Del Eclipse había
empezado como editorial de libros escolares. Entre la llegada de los monopolios
y la crisis, Rosario dijo en el año 2001: “Cierro o pruebo con algo distinto”.
Lo distinto fue que publicó una colección de libros de teatro para chicos… Una
decisión al menos rara (risas). Pregúntenle a cualquiera de ventas: el teatro
es algo que muchos ni siquiera ahora se atreverían a publicar. Fue una actitud
muy de avanzada la de publicar esa colección (que se llama “Subiendo a
escena”), y viajar automáticamente a México y a Colombia a venderla. En ese
momento no era común que los editores viajaran a Ferias internacionales a
vender derechos o buscar distribución internacional. Le funcionó muy bien, y
comprobó que la cosa no era repetir modelos preestablecidos. Y esto hizo que se
animara a algo totalmente nuevo.
Asistente: ¿Por qué siendo hace diez años el editor
de Del Eclipse, aparecen cosas tuyas en Edebé, en Calibroscopio…?
I: Tengo
pocos libros publicados en Libros-Álbum Del Eclipse, y por supuesto que
entrarían ahí perfectamente títulos de mi autoria publicados en otras
editoriales. Lo que pasa es que a veces siento que no puedo ser editor de mí
mismo. Necesito la mirada de otro. Necesito que otro agarre y me dé con un
caño, o que al menos me dé otra mirada. Por supuesto que podría contratar a
otro editor para Del Eclipse, en estos casos, pero no es esa mi función, porque
estoy yo para eso. Entonces, lo que publico mío, es aquello de lo que siento
que no necesito otra mirada.
Por otro lado,
creo que no es la función de un director de colección autopublicarse, al menos
no autopublicarse tanto. Yo empecé en este campo a los dieciocho años, en el
año 86, cuando el auge de la literatura infantil argentina en democracia.
Recuerdo que en aquel momento una cosa muy debatida era cuánto se
autopublicaban los directores de colección. Eso me quedó. Me pareció que era
cierto, que pasaba demasiadas veces. Creo que la función de uno es la de
publicar a otra gente. Por supuesto que creo en mí, entonces me publico. Pero
cuando siento que necesito una mirada de otro, busco en otra editorial. Me lo
han preguntado mucho, incluso en las editoriales.
Por ejemplo, los
aportes que Judith Wilhelm me hizo en Calibroscopio son los que han hecho que
un libro como Puatucha Rentes, la leyenda olvidada, explote,
se redimensione, gane en múltiples sentidos. La mirada de Judith fue una lección
inmensa para mí, gracias a ella el libro ganó muchísimo. O María del Carmen
Caeiro en Edebé, que me hizo aportes tan inteligentes para Escenitas de
vida cotidiana (de gente común y corriente). Crecí muchísimo con ellos. En
casos como esos, jamás hubiera podido llegar a conocerme tanto siendo mi propio
editor.
Uno hace cosas que
no sabe que hace, cuando crea, cuando escribe y cuando dibuja. Y el otro tiene
que cumplir la función de hacer que uno se conozca. Y se descubra, y encuentre
dónde se está haciendo trampa. Donde está aquello que falta o que sobra.
MM: Entonces estás de acuerdo con esa frase que dice que
“el libro termina en la edición”.
I: El
libro termina en el lector que es quien termina de darle el sentido; pero sí
termina en la edición ese camino que lleva a que el autor esté totalmente
convencido de que no falta nada. Para que un libro mío salga publicado, no
tengo que tener ninguna voz interna que diga: “de ese detalle que está en el
fondo nadie se va a dar cuenta”. No puedo consentir eso, y eso termina en la
edición. Después termina en el lector, porque si me dice que hice algo que cree
que debería haber sido distinto, y resulta que justo eso es aquello que mi voz
interior ya me marcaba, dejan de importarme los mil quinientos que no vieron
ese detalle. Agarro el látigo y empiezo a autoflagelarme, y mucho. (Risas).
Asistente: Para saber si te vas a
dar con el látigo o no, en ¿Quién soy?, todas las
ilustraciones son en papel. Pero hay una que es una tetera con un plato, un
vaso, que no está hecha en papel. ¿Por qué?
I: Pero
el resto está hecho en papel. La monja
Asistente: La monja nada más.
I: La
monja, el estetoscopio, el chico…
Asistente: Claro, pero como en todos los demás esté
hecho completamente en papel me llamó la atención ese.
I: Me
quedo pensando. No lo veo tan contradictorio pero es cierto que podría haber
sido todo en papel… me quedo pensando muy en serio en esto que decís y no
encuentro respuesta inmediata, esperate que me funcione un poco el cerebelo y
por ahí entiendo qué fue lo que hice ahí…
MM: Yo tenía una pregunta, que surgió el lunes
pasado… La idea es esta, una de las cosas que el lunes señalamos como muy
lograda es tu trabajo de diseñador en el ¿Quién soy?... Este
libro tuvo tres editores: Judith Wilhelm, Walter Binder y Laura
Giussani. Ellos te inviraon a vos para sumarte al proyecto, pero además de
ilustrar uno de los cuentos hiciste el diseño.
I: Creé
el diseño del juego gráfico de la tapa e hice la ilustración. El diseño gráfico
general del libro y de interior es de María Inés González.
MM: Una de las cosas que señalamos y sobre la que teníamos
la duda (había un par de opiniones diferentes), es el porqué del blanco. Yo
conté la anécdota del Peugeot 404 bordó, uno de los recuerdos del hermano
mayor, que el pibe recordaba claramente, y también las pepas, esas galletitas
redondas que la dio una monja en Casa Cuna. En cambio, la nena tenía recuerdos
más difusos. Al final de la historia el color explota en el momento del
reencuentro de ambos hermanos gracias a Abuelas de Plaza de Mayo, el color como
acompañamiento de ese momento tan emotivo. Lo que surgió el lunes pasado como
una discusión posible era el porqué del blanco. ¿Por el blanco de la memoria?
¿El blanco como una cosa ominosa?
I: La
llave para entender qué había que hacer en ese libro me la dio una frase de
Marcelo, el chico que tenía cuatro años cuando fue secuestrado. Esa frase fue
algo así como: “Me llevaban por un barrio. Debía ser una ciudad, porque había
casas. Nos llevaba un señor con cara de pájaro, medio raro”. Recuerda ir de la
mano de alguien, que ahora sabemos que era la hermana. Todos recuerdos muy pero
muy difusos, salvo uno: “íbamos en un Peugeot 404 bordó”.
Date cuenta que es
el recuerdo de un chico de cuatro años, tan chiquito y tan precisa esa imagen
del “Peugeot 404 bordó” entre las nieblas de todo lo demás.
Yo siempre digo
que el libro habla, y que uno tiene que saber escuchar qué es lo que necesita.
Ahí, el libro habló. Yo escuché y me proyecté en recuerdos propios, en cuando
la gente también se retrotrae a los recuerdos más lejanos posibles. El recuerdo
es una cosa difusa, sin color. Y de repente hay algo que se reconoces
totalmente vívido, que tiene todo el color. Como el Peugeot 404. Habiéndome
dado cuenta de eso pensé para mis adentros: “¿Y entonces de qué color es
aquello que no tiene color?” Y me sentí responder,
instintivamente: color sombra. Entender que eso que rodea a lo recordado
vívidamente son sombras me llevó al blanco. Porque ¿cómo darle color a la
sombra?: con blancos. Decidí entonces hacer esculturas en papel blanco, para
que no haya distracción de otro color, más que aquel que centra la atención y
atrae la mirada.
Por otro lado,
también creo que tiene que ver con que además el blanco instala una sensación
de silencio, de respeto, de tiempo para que el lector digiera una historia tan
terrible. Otra de las preguntas que me han hecho varias veces es por qué los
dibujos son corpóreos. No hay nada como la foto corpórea para hablar de un -por
llamarlo de alguna manera- “Cuerpo-Historia”, fuerte, conocida, cercana,
difícil de digerir que entra en diálogo con un “Cuerpo-Lector”. Este “Cuerpo-Lector”
enfrentado a un “Cuerpo-Imagen” que tiene tres dimensiones. Todo es cuerpo,
poderoso y tangible precisamente por eso, porque es corpóreo. Las dos
dimensiones crearían un efecto más distante, las tres dimensiones nos ponen en
evidencia nuestro propio cuerpo físico. Y acá recuerdo aquello que me había
quedado pendiente de contestar: el tema de la tetera y de la taza. Aunque
hubieran podido ser en papel, supongo que debo haber pensado que siendo objetos
tan genéricos, tan "que son eso”, no era necesario hacerlos en papel, la
desproporción del tamaño era suficiente simbolización en el contexto de la
imagen… Me pongo a pensar y volvería a hacerlo así. Ojo, estoy pensando qué
habré pensado en ese momento y creo que este bien hubiera podido ser un razonamiento
posible.
Asistente: Yo relacioné las pepas, que tenían color,
junto con el auto y con el auto de la hermana.
I: Totalmente,
esas tres cosas están premeditadamente relacionadas.
I: Es
difícil decir “cuento” ¿no?
MM: Sí, pero es. Lo explicamos el lunes pasado. Es un
cuento sobre una historia real. Y eso fue lo difícil para los que escribimos
ahí. Eso está muy relacionado con otros libros que hiciste con María
Teresa, o si no está tan relacionado vos me lo dirás. Quiero saber cómo es el
trabajo con una autora de la talla de María Teresa. Hablo de Fefa es
así, Trenes, La durmiente y El caballo de Chuang Tzu.
I: Fefa es
así en este momento está descatalogado. Es una lástima.
MM: ¿En qué editorial están?
I: Los
tres primeros en Alfaguara, El caballo de Chuang Tzu en
Comunicarte. Con Tere nos conocemos desde hace muchísimos años. Nos presentó la
gran ilustradora Liliana Menéndez en un congreso. Y nos dijo que teníamos que
conocernos, porque había un proyecto que era ideal para hacer en conjunto:
era Fefa es así. Tere me mandó los guiones (es una serie de cuatro
libros con dos historias cada uno, muy pero muy poco texto, pero mucha
escritura de guión para centrar la escena). Entonces hice un planteo de
personaje, unas primeras imágenes, se las mandé a ella que a partir de eso
reescribió. Ese proyecto, que era una maqueta y unos primeros dibujos, se los
llevamos junto a los guiones a la editorial Altea (que es del grupo
Santillana). Allí la editora dijo que para ella tenía poco texto. Tere puso el
grito en el cielo, ya habíamos corregido texto a partir de mis dibujos y además
no quería que la quisieran hacer algo por simple conveniencia comercial. Allí
fue que la editora, Marcela Martínez Parera, aportó algo valiosísimo al aclarar
que ella no hablaba de reescribir, sino de pensar en algún invento como para
que los libros pudieran tener más texto. Entonces a mí se me ocurrió que Tere
escribiera “el sonido de las imágenes”. Así se lo dije. Que no
retocáramos. Que cuando tuviéramos el paquete de ilustraciones
completo, ella escribiera “los sonidos”, aquello que se “escucha” al ver la
ilustración. Eso llevó a agregar textos en otra tipografía: onomatopeyas,
pensamientos que los personajes pudieran tener en ese momento y que no
respondieran a lo que el texto principal decía, voces de la gente que pasaba…
Por ejemplo, estás en una feria, y hay voces que no son las de los personajes.
Hice un diseño
particular para marcar esos dos planos de escritura y quedó un texto largo y
profuso, en blanco sobre rosado, por detrás del texto breve, en tipografía
negra, mucho más grande y notoria. ¡Quedó maravilloso y muy original! (Risas).
Otro ejemplo: hay
una radio encendida en el fondo y “se escucha” (se lee en el texto blanco sobre
rosa, o sea) un programa de radio que se desarrolla a lo largo de cuatro
páginas. Unas páginas más allá se “escucha” otra cosa. Fue a partir de allí,
con un trabajo de coautoría tan fecundo, que “nos casamos” con la Tere.
(Risas). Somos un “matrimonio autoral” que terminó de afianzarse con La
durmiente, Trenes y El caballo de Chuang Tzu,
una serie estética, como gustamos llamar a este tríada de obras, en donde no
hay un personaje que la una, sino un unidad que tiene que ver con cómo
funcionan estéticamente los libros. Ella escribe en una línea. En la misma
línea, yo dibujo. Un día que estaba en su casa leí esos textos, me gustaron
tanto que le dije que nadie más que yo iba a dibujarlos. Me lo apropié… y ella
acató. (Risas).
MM: En La durmiente hay un trabajo que me
llamó mucho la atención. Me gustaría saber qué es lo que opina Tere del trabajo
con las pinturas que aparecen como referencia.
I: Con
Tere somos una pareja que funciona tan bien, que nos entendemos sin siquiera
hablarnos. Si bien lo de apropiarme de los textos no tenía discusión (risas),
ella estaba totalmente de acuerdo. Lo conversamos mucho. Estos son textos en
los que yo también participo. Las ilustraciones sugieren reescrituras, las
reescrituras sugieren redibujos… O falta una cosa, o sobra otra. O ella dice
que es mejor sacar algo porque ya lo dije en la ilustración. O que hay que
agregar algo. Ella creo que se siente tranquila conmigo porque siempre busco ir
al fondo de la cuestión en mis ilustraciones, dialogando con el texto, buscando
sus sentidos profundos.
Por ejemplo,
en La durmiente, mi propuesta de hacer una historia de la
mujer por atrás de su historia de ficción, fue algo que se caía de maduro. La
idea fue mía, pero ¿viste cuando decís algo y para el otro es obvio? Y así, ese
texto de fondo que yo estoy agregando, un texto de imagen pero un texto al fin,
se lo iba mostrando a medida que lo plantaba para que ella viera qué se estaba
planteando, buscando su opinión. Siempre compartimos opiniones: qué
definitivamente sí, qué definitivamente no, qué no tanto, qué nos provoca
dudas... Por ejemplo, yo quería poner imágenes del feminismo militante, y ella
con mucho tino me dijo que le parecía que eso no hacía falta, porque sería como
meterse en una zona partidista, cuando lo que estábamos haciendo era un libro
político. Que el feminismo ya estaba totalmente citado en las ilustraciones,
que no hacía falta formularlo poniendo la foto de una pancarta. Y tenía razón.
El feminismo estaba totalmente presente.
Asistente: En el MICA estabas en un panel en el que
cuando participaste dijiste que todo es político. Yo estoy de acuerdo con vos,
pero quiero saber si podés elaborar un poco más esa idea. Era en relación con
las asociaciones de ilustradores…
I: Yo
creo que todo es político, así es, tanto a nivel de leyes que están saliendo y
que amparan a la ilustración, como a los propios ilustradores como trabajadores
y como artistas.
Más allá de eso,
pienso que cualquier creador (quién escribe, quien dibuja, quien esculpe, quien
hace un plano arquitectónico, quien hace una coreografía), está sentando una
posición política a través de lo que crea. A veces, el discurso permite que sea
más evidente. En la escritura, muchas veces uno habla de política. En La
durmiente por ejemplo, es muy claro cómo hablo de política a través de
la ilustración. Puatucha no habla directamente de política en
cuanto a su contenido, pero es un libro en el que yo, políticamente, y los
editores también, estamos arriesgando tanto, que significa una toma de posición
en contra de lo convencional, de lo esperable en un libro ilustrado y, por eso
mismo, de todo lo que lo que el negocio indicaría como “rentable”, o sea, es
política, es fijar posición, es impulsar un cambio de mentalidad tanto en el
mercado, como en el lector, que se sentirá apelado por una obra distinta que le
hará pensar y repensar el mundo de los libros ilustrados.
O lo que
hablábamos recién sobre la colección de libros álbum de Del Eclipse. En este
momento sería otro cantar, pero en un momento en el que no había álbumes, me
instalo desde el lugar de la imagen a decir “esto merece existir”, eso es tomar
posición, y toda toma de posición es política. Fijate que estas obras siempre
aparecen en editoriales pequeñas. Los que piensan las cosas exclusivamente en
sentido comercial jamás publicarían algo así. Si en las editoriales pequeñas
hubiera un departamento de marketing que tuviera poder, diría
que todo lo que acabo de citar no conviene publicarlo. Y sin embargo todo lo
que cité no sólo funcionó como espacio de innovación, sino que caló hondo en
muchos lectores y, a la corta o a la larga, funcionó/funciona también
comercialmente. Ahí hay una actitud política de editor y autor, que van
en contra de lo que supuestamente está instalado en el mercado. Es una actitud
totalmente política.
Asistente: La diferencia entre consumo y arte.
I: Totalmente.
Estamos en un universo de consumo, y eso es también un asunto puramente
político.
I: Creo
totalmente en la capacidad lectora de cualquiera a cualquier edad. Creo
firmemente en eso, pero también me sorprendo por cuán enorme es esa capacidad,
para poder meterse en universos que a veces pienso que va a tardar varios años
en entenderse. Y no. Se entienden, no solo muy pronto, sino a veces por una
generación que yo pensaba que no iba a entender. Ejemplo (y justo hablamos
de Puatucha y Trenes), en Trenes, un
libro ciertamente complejo, con Tere nos pasó que en una salita de cinco, con
apenas una lectura, los chicos nos dijeran: “¡Ah! ¡Es una historia de amor!” La
palabra “amor” no está en el libro. Hay trenes de colores que se cruzan. Es
pura metáfora. De texto y de imagen. Y sin embargo ese chico, en esa
primerísima infancia, tiene ese enorme poder de metaforización y lo entiende.
Fijate también lo
que pasó con Puatucha… Con los editores nos pusimos a
priori a ver hacia dónde apuntar la promoción, difusión, prensa y
publicidad, y concluimos en que era un libro como para escuela secundaria y
adultos. Yo decía (y esto también es político), que si algo se sostiene
artísticamente, si la obra final uno siente que no tiene grietas, entonces esa
obra tiene las herramientas como para que cualquier lector pueda leerlo, sea de
la edad que sea. Yo confío en eso pero, a la vez, como cualquier editorial es
una empresa y tiene que buscar el camino comercial del libro. Pues bien,
pensamos en Secundario y Adultos. A los dos meses de salir el libro, me
encuentro con una maestra leyéndolo en primer grado, con chicos de seis años
que se des-ter-ni-lla-ban de la risa. Me sorprendió muchísimo y muy
agradablemente. Porque yo no dudaba de que los chicos iban a apropiárselo
también, pero me preguntaba desde dónde harían esa apropiación. Y fijate vos
que fue desde algo que quizá los adultos es lo último que ven. Te pongo un
ejemplo, este es un libro en donde en cada doble página hay un sobrino de
Puatucha, esta imaginaria tía, y el texto sobre cada sobrino está encabezado
por un título que lleva su nombre y el “accidente geológico” al que pertenece.
Contundento Rentes, por ejemplo, es el “sobrino rocoso de Puatucha”… la imagen
muestra una figura enorme, cuadrada y marrón, tres propiedades que bien se
vinculan tanto con lo contundente como con lo rocoso. Eso está hecho ex
profeso: elegir un nombre que tangencialmente tiene que ver con una forma de lo
geográfico o de lo natural, y que eso está vinculado con el color y con la
forma también. Hay un diálogo texto/imagen totalmente metafórico, y súper
tangencial. ¡Los pendejos se reían entendiéndolo al toque!
Los adultos se
meten más en el discurso de la crítica de arte, en la parodia, en los detalles
finos que el libro rebosa, lugares a los que para acceder creo que hay que
tener ciertos saberes, que quizá a los chicos les falta un tiempo para
adquirir. Pero esa relación nombre/color/forma, tan profunda como sutil, es
algo que a los adultos muchas veces se les pasa. Y de ahí se estaban agarrando
los chicos.
Eso es lo que
siempre busco hacer libros que se puedan releer a lo largo de toda la vida. Eso
es a lo que apuesto. Me llena de alegría esa relación que los chicos supieron
ver. Seguro que no saben cómo la venta de “Los lirios” de Van Gogh marcó un hito
en el mercado del arte en la década del ’80. No creo que los chicos tengan esa
información. Sin embargo estaban tan alucinados que escuchaban igual,
atentamente.
También puedo
darte un ejemplo que tiene que ver con la lectura del objeto. Ahí, automáticamente
los chicos son los que enseguida entran. Este es Detrás de él estaba su
nariz, un libro-objeto escrito y dibujado sobre largas tiras de papel
que se enlaza para formar Bandas de Möbius y que, por ende, es textualmente
infinito. Es mi caballito de batalla para empezar cualquier presentación, sea
con chicos o con grandes: “Detrás de él estaba su nariz, que era tan pero
tan larga, que cada vez que él se daba vuelta se asustaba, porque se encontraba
con que detrás de él, estaba su nariz, que era tan pero tan larga que cada vez
que él se daba vuelta se asustaba, porque se encontraba con que detrás de él
estaba su nariz que era tan pero tan larga que cada vez que se daba vuelta se
asustaba, porque se encontraba con que detrás de él estaba su nariz, que era
tan pero tan larga…”. Una vez, después de haberlo presentado en un jardín
de infantes (de la Universidad Nacional del Litoral, un jardín maravilloso, de
avanzada, muy grande, con muchas salas y una propuesta pedagógica muy buena),
viene la maestra y me dice: “¡Ay, qué maravilla!, pero me da dudas, con la
motricidad fina de los chi…” y no terminó de formular la cuestión, porque pasó
por delante de nosotros un chiquito armando con toda naturalidad una banda
mientras caminaba, tal como lo había mostrado yo en el escenario ¡el piojo lo
armó delante de la maestra que me estaba preguntando y siguió caminando!
(Risas). La maestra se calló luego de decirme con una sonrisa “ya entendí”…
El objeto es algo
a lo que los lectores acceden según su edad. Los adultos, con este libro,
alucinan con el infinito y con lo que es la Banda de Moebius. Y los chicos, con
el juguete. Es como el cuento de la buena pipa. (Lee, cada vez más
rápido) “Todos los perros se husmean la cola cuando se encuentran. Pero
yo soy un perro salchicha, y soy tan largo que a veces me encuentro con mi
propia cola. Y sin reconocerla, de inmediato digo, dudando: “Yo a esta cola la
conozco”. (Risas) Y dándome cuenta de que es la mía me río para adentro,
y pienso que, al fin y al cabo, todos los perros se husmean la cola cuando se
encuentran. Pero yo soy un perro salchicha. Y soy tan largo que a veces me
encuentro con mi propia cola, y sin reconocerla digo, dudando: “Yo a esta cola
la conozco”. Y dándome cuenta de que es la mía me río para adentro y pienso que
al fin y al cabo todos los perros se husmean la cola cuando se encuentran…”
(Aplausos).
Adoro los
libros-objeto.
MM: Yo te vi en otra presentación…
I: ¿Te
animaste a armarlo?
MM: No. Los chicos, sí, pero yo no.
I: Este es otro libro-objeto, que hicimos
con Laura Devetach:
(Recita de memoria
mientras manipula el libro)
Me lo trajo el
aire
blanco y con
renglones
en el ala un verso
que lleva mi
nombre
Ay volador
volador
¿de dónde viene
este amor?
(Sigue recitando
otro poema mientras lentamente desgarra una hoja del libro)
Casi humo
Firulete
de la taza
de la leche
con café.
Da tres vueltas,
y se
es
ti
ra
has
ta
don
de
no
se
ve.
(Sigue recitando
otro poema más mientras con la hoja separada del libro arma un avioncito de
papel)
Tipi tipi tón
tipi tipitón.
tipi tipi tón
No los detengan.
no los empujen
no los estrujen,
tipi tipi tón.
tipitón.
No los entierren
no los enrejen,
no los encierren
en cajitas de
cartón..
que los tipi tipi
tipi
tipi tipi
tipi tón
sólo son los
ruidos
de mi corazón.
(Tira el avioncito
que ha armado)
(Aplausos)
¿A quién le llegó?
¿Cómo te llamás?
Asistente: Nora
I: Nora.
Este libro se llama Avión que va avión que llega. Los aviones saben
muy bien a quién dirigirse. Deciden a quiénes quieren llegar. Es un libro en el
que los aviones van hacia sus lectores... Por esa misma razón, este libro
habita muchas manos y muchas geografías. Este ejemplar vive acá en este
momento, en las manos de Nora, acá en Buenos Aires queda una parte de este
ejemplar, pero también hay una parte en La Rioja, otra parte en Santiago del
Estero, otra parte en Tucumán, otra parte en Córdoba y otra parte en Santa Cruz
de la Sierra, en Bolivia, que es donde estuve en los últimos tiempos con este
ejemplar, lanzando sus aviones. El tema es qué va a pasar conmigo como lector
de este libro, con qué me voy a quedar yo (o con ustedes cuando lo tengan y
decidan lanzar esos aviones) después de que vuelen y lleguen adonde tienen que
llegar tooooodos los aviones del libro…
¿Con qué me voy a
quedar yo? ¿Con qué se van a quedar ustedes? ¿Se animan a imaginarlo?
I: Con
el juego, exactamente. Es algo de aire con lo que uno por supuesto que se
queda. ¿Con qué más?
Asistente: Con el recuerdo.
I: Con
el recuerdo también. Otra cosa de aire.
Asistente: Con el avioncito de la tapa.
I: El
avión de la tapa, exactamente, ese es tangible…
Pero también se
quedan cooon…
(Hace aparecer un
libro pequeñito, alto y fino, como haciendo un acto de magia)
…El li-bri-to
chi-qui-ti-to de poe-sía que vivía adentro del libro grande.
Y que se armó en
el momento en el que uno pensaba que estaba desarmando o rompiendo el libro
entero.
Uno lo que hizo al
lanzar los aviones, fue crear un libro de poesía chiquitito, que se queda
viviendo con uno y que tiene todos los poemas que fueron lanzados en los
avioncitos. (Aplausos).
MM: ¿El diseño es tuyo?
I: Sí.
Laura Devetach es la autora de los textos, y yo de las ilustraciones, las
fotos, y el “complejísimo” diseño del libro. (Risas). Es que realmente fue un
libro complejísimo de elaborar…
Un mago!
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