No habrá más penas ni olvido, de Osvaldo Soriano (fragmento)

Continúa el ciclo de cine y literatura: La historia y la política del siglo XX en Argentina. Hoy se llevará a cabo la lectura y análisis de "No habrá más penas ni olvido" de Osvaldo Soriano. La película, dirigida por Héctor Olivera, (autor del guión junto a Roberto Cossa), se proyectará el martes 8 de mayo.



Tenés infiltrados —dijo el comisario.
—¿Infiltrados? Acá sólo trabaja Mateo, y hace veinticuatro años que está en la delegación.
—Está infiltrado. Te digo, Ignacio, echalo porque va a haber lío.
—¿Quién va a hacer lío? Yo soy el delegado y vos me conocés bien. ¿Quién va a joder?
—El normalizador
—¿Quién? —
Suprino. Volvió de Tandil y trae la orden. —
Suprino es amigo, qué joder. Hace un mes le vendí la camioneta y todavía me debe plata.
—Viene a normalizar
—Normalizar qué. Estás leyendo muchos diarios, vos.
—El Mateo es marxista comunista.
—¿Quién te metió eso en la cabeza? Mateo fue a la escuela con nosotros.
—Se torció.
—Pero si lo único que hace es cobrar los impuestos y arreglar los papeles de la oficina.
—Yo te aviso, Ignacio, echalo.
—Cómo lo voy a echar, gordo. Se me va a venir el pueblo encima.
—¿Y para qué estoy yo?
—¿Para qué estás?
—Para cuidar el orden en el pueblo.
—Vamos, gordo, vos estás jodiendo. Andá a la mierda.
—Te digo en serio. Suprino está en el bar. Te va a ir a ver, te va a aconsejar.
—Que me pague lo que me debe antes. Si no, te lo voy a denunciar.
Ignacio salió de la comisaría. Dos agentes que estaban en la puerta, bajo un árbol, lo saludaron. Montó en la bicicleta y pedaleó despacio. Iba pensativo. El sol calentaba con treinta y seis grados esa mañana. Cuando llegó a la esquina, aminoró la marcha y dejó que cruzara el camión de Manteconi que repartía los sifones. Pedaleó hasta la otra cuadra, en pleno centro del pueblo, y paró frente al bar. Dejó la bicicleta en la vereda, a la sombra, y entró. Se sacó la gorra y saludó con una mano; le contestaron dos viejos que jugaban al mus. Fue hasta el mostrador.
—Hola, Vega. ¿Lo viste a Suprino?
—Recién se va. Está alborotado. Se fue a verlo a Reinaldo a la CGT. ¿Va a haber huelga?
—¿Dónde?
—Acá. Dice Suprino.
—Puta che, están todos locos. Dame una coca cola.
La tomó de la botella, a tragos largos.
—¿Qué pasa, Ignacio?
—Qué sé yo. ¿Qué más te dijo Suprino?
—Poca cosa. Que vas a renunciar.
—¿Yo?
—Vos y Mateo. Dice que son traidores.
—¿Eso dijo?
—Sí.
—¡Hijo de puta!
—Que sos traidor. Lo dijo delante de Guzmán.
—¿Qué hacía el martillero acá?
—Lo estaba esperando, me parece. Se fueron juntos a la CGT.
—Vos sabés que Guzmán no es peronista. Nos cagamos a golpes por eso en el 66.
—En la plaza, me acuerdo.
—Me hizo meter preso por peronista cuando Soldatti era comisario. Cobrame.
—No —Vega sonrió con su dentadura amarillenta y despareja—. Si te vas a quedar sin trabajo.
—Bueno, chau.
Ignacio tomó la bicicleta y pedaleó fuerte. Un golpe de estado. Una sonrisa amarga apareció en su cara: «A mí me van a enseñar a ser peronista.» De pronto sintió un extraño brío. Nunca pensó que tendría que enfrentar un golpe de estado, como Perón, como Frondizi, como Illia. Llegó a la plaza. Dejó la bicicleta contra un banco y caminó hasta la arboleda más tupida. Eran las once y la plaza estaba desierta por el calor. Se sentó en el césped y sacó un cigarrillo.
—¿Cómo le va, don Ignacio? —dijo el placero.
—Dejame que voy a pensar. Andá a regar más allá.
Se tapó la cara con las manos. «Me quieren mover el piso», se dijo en voz alta. Fuera de la plaza, los parlantes empezaron a vocear propaganda. Trató de repasar la situación. Suprino era secretario del partido. Ignacio lo había mandado el día anterior a Tandil a pedir al intendente que votara la partida para ampliar la sala de primeros auxilios. Volvió agrandado y consiguió meter en algún asunto al comisario y a Guzmán. Ahora lo querían joder. «Pero el pueblo me eligió a mí. Seiscientos cuarenta votos. ¿Qué es eso de que Mateo es comunista? Cuando lo echaron a Perón, en el 55, ya estaba en la municipalidad. Estuvo después, estuvo siempre. Nunca le pregunté si era comunista. Bolche es Gandolfo. De siempre fue, pero lo saben todos. Es el único en Colonia Vela. Tiene la ferretería y nadie lo jode. Si hasta estuvo en la comisión vecinal una vez. Y yo soy infiltrado de qué, la puta que los parió; los voy a meter a todos presos, carajo».




  • No habrá más pena ni olvido
  • Osvaldo Soriano 
  • Editorial Booket, 2011.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cincuenta años sin J.R.R. Tolkien: cómo lo cuidó un sacerdote español y qué tiene que ver la Patagonia con “El señor de los anillos”

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo