Huellas de zapatos… huellas de locuras uruguayas
Montevideo es la ciudad invitada este año en la Feria del Libro de Buenos Aires. Libro de Arena se suma a este homenaje, revisando la obra de diferentes representantes de la literatura uruguaya.
Por Paula Daniela Bianchi*
…antes de Torino en Prato donde hicieron mi zapato sobre el que caería el vino.
Zapato que en unas horas buscaré bajo tu cama con las luces de la aurora
junto a tus sandalias planas que compraste aquella vez en Salvador de Bahía
donde a otro diste el amor que hoy yo te devolvería
Jorge Drexler
Cuando pensé en escribir algo que relacionara los zapatos y la literatura recordé la imagen de Nora García, (el personaje de la mexicana Margo Glantz), y su afición por los zapatos: También a la Cenicienta y sus malvadas hermanastras, y lo que se dice de las Geishas a las que les cortaban los dedos de los pies para calzarlas mejor. Zapatos apretados, zapatos de cristal, zapatos sangrientos, botas amenazantes y múltiples conflictos.
Esas son las primeras imágenes, las más conocidas. Sin embargo, no son las únicas. Si hacemos una caminata por la literatura uruguaya podemos rastrear huellas de diversos calzados femeninos que tienen una arista que los eslabona: cierta locura obsesiva, una violencia acallada pero presente y no solo representada en los tacones, sino también en las botas que pueden ser plurisexuales. Botas, championes, alpargatas o sandalias pueden funcionar como un elemento de ruptura violenta solapada en la escritura del Río de la Plata.
Una escena conmovedora es la que describe Jorge Malabia, personaje de Juntacadáveres (1964) de Onetti: “[…] ella tiene un vestido de noche celeste, que le toca los zapatos brillantes […] Preñada o no –cada una de las mentiras puede dar un paso adelante esta noche, ocupar un lugar en el mundo- el vestido celeste hace una curva en el vientre, se adhiere entre las piernas. Enternecido, reconozco su locura en los zapatos de raso, con enormes tacos, sin uso, brillantes en la comba de las suelas” (192). El amor asfixiante y enloquecido entre Jorge y Julita, la viuda de su hermano Federico, emerge en un frenético sin sentido, sentenciado al silencio y al fracaso, a la clandestinidad puesta en el detalle de esos zapatos.
En Santa María no puede florecer la ilusa idea del amor. Así como Larsen/Juntacadáveres y las tres prostitutas llegan al pueblo en tren, en tren se marchan, mientras Julita Bergnen oscila colgada de una viga frente a la mirada de Jorge: “Levanté la cabeza para verla, casi en seguida para mirarla. Me fui acercando a sus sandalias lustradas y castañas, sin disminuir la sonrisa burlona que solo ella podría haber convertido en llanto. La miré. Apenas se balanceaba y parecía hacerlo por capricho. Colgada de una viga, posiblemente con las vértebras rotas.” (273). Los enormes tacos y las sandalias que resplandecen del mismo modo que las que usaron las tres prostitutas de Santa María quedan unificados en el estigma de la loca y de la puta en la sentencia escupida por Jorge:“vuelvo a mirarla y no la quiero y es como si la hubiera despreciado siempre, con ganas de voltearla, como debe suceder con las putas” (189). De alguna manera, la errancia de los personajes de Santa María se condensa en los zapatos de Julita que, infantilizada desde el inicio por el diminutivo de su nombre, es la que cierra el periplo junto a las putas en ese tren mientras oscila suspendida de la viga.
Sus pasos ya no dejan huella, penden de una soga que los hamaca y que la aleja de la atmósfera opresiva de ese pueblo fantasma. Los zapatos sirvieron para transitar la locura y caminar hacia la libertad de la muerte elegida. Son el umbral y la violencia del detalle, de la mirada elevada de Jorge anclada en el calzado limpio y esplendoroso de Julita en movimiento, en esa frase final que lo deja en el mundo real, mirando desde abajo y solo.
Otro “momento zapateril” interesante en la literatura uruguaya es el rojo poema de la pelirroja Marosa di Giorgio. “Había nacido con zapatos” (1981) que sigue la gama rojiza de inicio a fin. Parecen ser versos eróticos que no obstante marcan la profunda soledad de una mujer que busca ser elegida y que permanece siempre a la espera de ser ella la afortunada, sin darse cuenta cuando lo es: “Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto/que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos/en aquel tiempo”. Bella, predestinada a ser la envidia de todo el universo, no representaba ninguna amenaza. Todo lo contrario: “Y sentía temor y amor hacia el Maestro Tigre que llegaba/en la noche a buscar doncellas./ Y nunca la eligió.” Así la “devoradora de guindas” temida y ojeada por todos soporta los apretados tacones en aislamiento, ignorada por ese maestro Tigre. ¿Violador tal vez? ¿Amenazante como un lobo feroz tras una Caperucita de otro color? Ella, la de los zapatos rojos que comía guindas en el bosque es descartada por el tigre feroz con una violencia sorda y a la vez ensordecedora.
Rojas también son la botas de Malena, la protagonista del cuento “La medida de mi amor” (2016) de la joven escritora Fernanda Trías, otra que va dejando huellas por el mundo, radicada en Bogotá. Se trata de un cuento “de amor” en el que estalla la violencia. Iván y la protagonista son una pareja que dice quererse. Cada vez que se pelean él arroja por el balcón los regalos que le hizo en el pasado. En el relato, se trata de una sola bota roja, de caña alta, que un vecino le devuelve: “sosteniéndola apenas con dos dedos, como si la locura pudiera contagiarse en ese mínimo contacto”. Otra vez el zapato o la bota rojiza de tacos aparece ligada a la locura de las mujeres y a la violencia.
“Él se lleva el dedo a la sien y le hace señas de que está loca. Por un momento ella piensa que es cierto, que no puede estar cuerda si hace meses que vive con una valija armada junto a la puerta, si ya ha subido y bajado incontables veces los tres pisos por escalera con esa misma valija donde caben todas sus pertenencias”. Malena siente las huellas del maltrato en los moretones, en la cara estirada de tanto llorar, en la sangre avejentada, en la piel. Entonces en un bar escucha una charla sobre otros zapatos que pronto terminarán como las botas de ella, expulsadas por un balcón: “Un auto negro, casi funerario, paró al frente y de él bajaron tres novias. Dos con un vestido blanco tan inflado y barroco como las molduras de la iglesia; la tercera con un vestido lila. Lila el vestido, lila la tiara, lila los zapatos forrados de raso. Un charter de novias, pensó. No le daban envidia, tampoco le daban pena. Sí se dio cuenta de que estaba pensando para qué. ¿Para qué todo? Pero tal vez sólo fuera un pensamiento dirigido a los zapatos de taco y a esos vestidos feos, probablemente alquilados, a ese despilfarro en fotógrafos y sueños”. El calzado de las novias viaja en un coche fúnebre como el futuro que acaso aguarde a Malena. La naturaleza del vínculo matrimonial se ve representada en esos zapatos de raso que brillan, pero que pronto quedarán deslucidos igual que el matrimonio
Finalmente consigue escapar, (al menos se va de ese departamento, pero no puede desprenderse de las marcas del cuerpo: “en la mochila se veía la huella del zapato de Iván y unas manchas de pasto”. El vestigio de la pisada queda impresa como una embestida brutal en Malena, convoca la amenaza de un delito que se aproxima, de un femicidio posible. Ella, “sale al patio y, entre las cuerdas sin ropa, mira hacia arriba, al cielo brillante y sin nubes. Una lluvia de polvo, una lluvia seca. Barre el piso con el pie y el zapato deja una huella alargada”.
El cuento de Trías se enlaza finalmente con la escena que sintetiza una violencia viajera, de extranjería con algunos versos del poema de Idea Vilariño “A Guatemala” (1954) escrito en Estocolmo, en el marco de una trashumancia de continentes, de países y de violencias represivas. Viaja la poetisa. En sus zapatos, viaja la paloma o la niña de Guatemala de Martì,, la que murió de amor, o esa niña que es la misma Guatemala devenida en matria maltratada: “eras una muchacha/moderna joven pura […eras] la hermana que se lanza a la vida/la valiente/la de nuevo destino. […] Pero no podía ser/y todos los sabían./Te siguieron de noche/te empujaron a un viejo/callejón sin salida/te golpearon la boca/te ataron y encerraron/qué digo/no te ataron/te tienen de sirvienta/sí señor sí señor/te pagan bien es claro/y a lavar pisos y a poner la mesa/para que coman otros/y a lustrar los zapatos/y a lustrar los zapatos […]como si no supieran que fuiste una paloma.[…]/y lustrar los zapatos/y lustrar los zapatos”.
Sacarle lustre a esas botas o zapatos implica la clausura de la libertad y la imposición de la servidumbre por parte de una nación inescrupulosa que no deja de bailar en la pluma de Idea. La zapatería como aquello que irrumpe de manera perpetua en las democracias no es algo que pase desapercibido para la autora a quien este poema trajo ciertas reyertas con otros compañeros de pluma. También se hacen presentes en los versos que le dedica al Che, cuando empieza con el enfático: “Digo que no murió/ Pero esa foto atroz…aquella bota, /cómo partía el alma aquella bota/la sucia bota y norteamericana/señalando la herida con desprecio”. Si los tacos de Julita brillaban en la tierra desértica e hipócrita de Santa María, la bota del país del Norte es impúdica, aberrante, barrosa, mugrienta. Hiere para siempre, corta la respiración y la vuelve lágrima, es abyecta y el desprecio de esa patada última nos quita el aliento aún hoy. En esa bota sucia veo la condensación de la imagen del poder y la xenofobia. También en este poema, en el que Vilariño hace referencia a Cuba:
Playa Girón (1966)
Siempre habrá alguna bota sobre el sueño
efímero del hombre
una bota de fuerza y sin razón
efímero del hombre
una bota de fuerza y sin razón
pronta a golpear
dispuesta a ensangrentarse.
Cada vez que los hombres se incorporan
cada vez que reclaman lo que es suyo
o que buscan ser hombres solamente
cada vez que la hora de la verdad la hora
de la justicia suenan
la bota rompe ensucia aplasta
deshace la esperanza la ilusión
de simple dicha humana para todos
porque tiene otros fines como Dios
como dicen los curas que su dios
tiene otros altos fines misteriosos
otros planes en que entran Hiroshima
España Argelia Hungría y todo el resto
en que entran la injusticia la opresión
el abandono el hambre el frío el miedo
la explotación la muerte
todo el horror todo el dolor del hombre.
Va cambiando de pies según el oro
según la fuerza y el poder se mudan
pero siempre habrá alguna
a veces más de una
pisoteando los sueños de los hombres.
dispuesta a ensangrentarse.
Cada vez que los hombres se incorporan
cada vez que reclaman lo que es suyo
o que buscan ser hombres solamente
cada vez que la hora de la verdad la hora
de la justicia suenan
la bota rompe ensucia aplasta
deshace la esperanza la ilusión
de simple dicha humana para todos
porque tiene otros fines como Dios
como dicen los curas que su dios
tiene otros altos fines misteriosos
otros planes en que entran Hiroshima
España Argelia Hungría y todo el resto
en que entran la injusticia la opresión
el abandono el hambre el frío el miedo
la explotación la muerte
todo el horror todo el dolor del hombre.
Va cambiando de pies según el oro
según la fuerza y el poder se mudan
pero siempre habrá alguna
a veces más de una
pisoteando los sueños de los hombres.
Esa bota hoy me recuerda a una frontera filosa, infranqueable, a nuevas formas de violencias enmascaradas en Nuestra América donde mal que nos pese siempre habrá una bota que limpiar, que desarmar, que arrancar para evitar que nos aplaste y nos robe los sueños. Nuestras alpargatas desandan lentamente la literatura uruguaya.
*Paula Daniela Bianchi es licenciada y doctora en Letras
por la Universidad de Buenos Aires. Docente de la Universidad Nacional de
Avellaneda y la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Investiga temas
relacionados con género, ciudadanías y violencias en la literatura latinoamericana.
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