Bodas de sangre

Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, se cumplen 90 años del estreno de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, en Madrid.  

En esta tragedia de Lorca hay dos personajes femeninos que están en permanente tensión, durante toda la obra: la Madre y la Novia.


En la última puesta argentina de Bodas de sangre, en el Teatro Municipal General San Martín, y con dirección de Vivi TellasMaría Onetto representó a la Madre, en el que fuera su último trabajo teatral.
Libro de arena comparte parte del último acto de Bodas de sangre en homenaje a esta gran actriz argentina, a quien despedimos la semana pasada.






(Aparece la Novia. Viene sin azahar y con un manto negro.) 

Vecina: (Viendo a la Novia, con rabia.) ¿Dónde vas? 

Novia: Aquí vengo. 

Madre: (A la Vecina.) ¿Quién es? 

Vecina: ¿No la reconoces? 

Madre: Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no reconocerla, para no clavarle mis dientes en el cuello. ¡Víbora! (Se dirige hacia la Novia con ademán fulminante; se detiene. A la Vecina.) ¿La ves? Está ahí, y está llorando, y yo quieta, sin arrancarle los ojos. No me entiendo. ¿Será que yo no quería a mi hijo? Pero ¿y su honra? ¿Dónde está su honra? (Golpea a la Novia. Esta cae al suelo.) 

Vecina: ¡Por Dios! (Trata de separarlas.) 

Novia: (A la Vecina.) Déjala; he venido para que me mate y que me lleven con ellos. (A la Madre.) Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me puedan enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos. 

Madre: Calla, calla; ¿qué me importa eso a mí? 

Novia: ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia.) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!

(Entra una vecina.) 

Madre: Ella no tiene culpa, ¡ni yo! (Sarcástica.) ¿Quién la tiene, pues? ¡Floja, delicada, mujer de mal dormir es quien tira una corona de azahar para buscar un pedazo de cama calentado por otra mujer! 

Novia: ¡Calla, calla! Véngate de mí; ¡aquí estoy! Mira que mi cuello es blando; te costará menos trabajo que segar una dalia de tu huerto. Pero ¡eso no! Honrada, honrada como una niña recién nacida. Y fuerte para demostrártelo. Enciende la lumbre. Vamos a meter las manos; tú por tu hijo; yo, por mi cuerpo. La retirarás antes tú.

(Entra otra vecina.) 

Madre: Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar. 

(Entra otra vecina.)

Novia: Déjame llorar contigo. 

Madre: Llora, pero en la puerta. 

(Entra la Niña. La Novia queda en la puerta. La Madre, en el centro de la escena.)

Mujer: (Entrando y dirigiéndose a la izquierda.) 

Era hermoso jinete,

y ahora montón de nieve.

Corría ferias y montes 

y brazos de mujeres.

Ahora, musgo de noche

le corona la frente. 


Madre: Girasol de tu madre,

espejo de la tierra. 

Que te pongan al pecho 

cruz de amargas adelfas;

sábana que te cubra

de reluciente seda, 

y el agua forme un llanto

entre tus manos quietas. 


Mujer: ¡Ay, qué cuatro muchachos 

llegan con hombros cansados! 


Novia: ¡Ay, qué cuatro galanes 

traen a la muerte por el aire!


Madre: Vecinas.

Niña: (En la puerta.) Ya los traen. 

Madre: Es lo mismo. 

La cruz, la cruz. 


Mujeres: Dulces clavos, dulce cruz,

dulce nombre de Jesús. 


Novia: Que la cruz ampare 

a muertos y vivos. 


Madre: Vecinas, con un cuchillo,

con un cuchillito,

en un día señalado, entre las dos y las tres, 

se mataron los dos hombres del amor. 

Con un cuchillo, 

con un cuchillito 

que apenas cabe en la mano,

pero que penetra fino 

por las carnes asombradas

y que se para en el sitio

donde tiembla enmarañada

la oscura raíz del grito. 


Novia: Y esto es un cuchillo,

un cuchillito

que apenas cabe en la mano;

pez sin escamas ni río,

para que un día señalado, entre las dos y las tres,

con este cuchillo

se queden dos hombres duros

con los labios amarillos. 


Madre: Y apenas cabe en la mano. 

pero que penetra frío 

por las carnes asombradas 

y allí se para, en el sitio

donde tiembla enmarañada

la oscura raíz del grito.


 (Las Vecinas, arrodilladas en el suelo, lloran.) 

                                                                                Telón final




Bodas de sangre
Federico García Lorca
Editorial El Árbol, 1935.



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