La poesía de Enrique Molina

En la recorrida por el surrealismo argentino, en este mes de diciembre, Libro de arena comparte tres poemas de una de sus figuras centrales: Enrique Molina. Se dedicó también a la plástica, y escribió Una sombra donde sueña Camila O’ Gorman, una novela publicada en 1973, en la que la narración de los hechos históricos está atravesada por una lengua literaria profundamente lírica. 

En una entrevista realizada por La Danza del Ratón en octubre de 1993, Molina afirmaba que “Ningún poeta puede negar el surrealismo, que ha hecho un mito de la poesía y la ha identificado con el amor y la libertad como exigencias totales. Tengo un libro que sigue en su totalidad las pautas del movimiento (Costumbre errantes o la redondez de la tierra), pero a partir de entonces, al menos en el aspecto expresivo del surrealismo de imágenes y asociaciones insólitas, las he abandonado y he ido buscando mi lenguaje” (…) “Yo lo que trato es seguir fiel a la ética del surrealismo más que a su expresión literaria. En eso no he variado: poesía, vida, amor y libertad me acompañan siempre”. 


Amantes vagabundos

Nunca tuvimos casa ni paciencia ni olvido

Pero un poco más lejos hacia nada

Están las lámparas de viaje

Temblando suavemente

Los hoteles de garganta amarilla siempre rota

Y sus toscas vajillas para el suicidio o la melancolía

-¡Oh el errante graznido sobre la cumbrera!

Dormíamos al azar con montañas o chozas

Bajo las altas destrucciones del cielo prontas a arder con un fuego inasible

Junto al árbol de paso que se aleja

A menudo asomados a ventanas en ruinas

A balcones en llamas o en cenizas


En esos lechos de comarca

La lluvia es igual a los besos te desnudabas

Girando dulcemente en la oscuridad con la rotación de la tierra

Belleza impune belleza insensata

Pero sólo una vez sólo una vez

Juega el amor sus dados de ladrón del destino:

Si pierdes puedes saborear el orgullo

De contemplar tu porvenir en un puñado de arena.


¡Cuántos rostros abandonados!

¡Cuántas puertas de viaje entreabriendo su llanto!

Cuántas mujeres que la luz ahoga

Sueltan sus cabelleras de región indeleble besada por el viento

Con aves inmóviles posadas para siempre en su mirada

Con el silbo de un tren que arranca lentamente sus raíces de hierro.

Con la lucha de todo abandono y de toda esperanza

Con los grandes mercados donde pululan cifras injurias legumbres y almas cerradas sobre sus negros sacos de semilla

Y los andenes disueltos en una espuma férrea

-Desvarío tiempo y consumación-

Tumba de viejos días

Bella como el deseo en las venas terrestres

Su fuego es la nostalgia

La celosía del trópico tras la cual hay arañas cortinas en jirones y una vieja victrola con la misma canción inacabable

Pero los amantes exigen frustraciones tormentos

Peligros más sutiles:

Su pasado es incomprensible y se pierde como el mendigo

Dejado atrás en el paradero borrascoso.



Los hoteles secretos


El brillo nómade del mundo

como un ascua en el alma una joya del tiempo

se abre tan sólo al paso de ciertos hechos tormentosos

arrastrados por la corriente

hasta las escaleras cortadas por el mar

en ciertos antros de lujuria de bordes sombríos

poblados por estatuas de reyes

casi irreconocibles entre el reverberar de las antorchas cuya

                            luz es la hiedra que cubre los muros

¡Oh corazón corazón orgulloso!

entrégate al fantasma apostado en la puerta

 

Ahora que tan bien te conozco

sin otra sed que tu memoria

criatura melancólica que tocas mi alma de tan lejos

invoca en las alcobas el éxtasis y el terror

el lento idioma indomable de la pasión por el infierno

y el veneno de la aventura con sus crímenes

¡Oh! invoca una vez más el gran soplo de antaño

en estas cámaras de piedra enlazada a tu amante

y ambos envueltos en la lona de los días perdidos como el

                             muerto en el mar

y prontos a deshacerse en las hogueras instantáneas

sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las tinieblas

                             bajo la zarpa de los candelabros

y el coro de pájaros lascivos girando con furia en las habitaciones

                             selladas por el hierro de otras noches

 

Pues tales antros solemnes cubiertos de flores carnívoras

con mármoles que se pudren a la sombra de cabelleras opulentas

se balancean labrados pomposamente desde el portal hasta

                             la cúpula

como la nave anclada sobre el abismo

agitando con lentitud sus espejos para adormecer a la mujer

desnuda entre los verdugos que incineran el corazón

                            de la noche

y el zaguán donde se cruzan la lluvia y la frustración

los camareros con el rostro podrido por el tufo de las flores

acumuladas en los pasillos infinitos

el rumor de los suspiros sofocados

los besos entretejidos en nácar tristísimo

la hierba sin nombre en que se hunden sus huéspedes

repiten una vez más entre la sombra

la leyenda del amor que nunca muere



Alta marea

Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través de las piedras
                 sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el furor
                de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas
los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto
                con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles de
                la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles o
enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo

Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma de los
               días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas
               insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro
               cielo en otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal como un
               enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo
               marítimo con el desplomado trono de las olas y el árbol
               de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo
               desesperado como una fiesta en su huracán de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca de las
               aguas y de los campos con las violencias de este planeta
               que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus brazos
               como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta y el
               cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que
               acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y
               a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
               del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan.




Orden Terrestre
Enrique Molina
Seix Barral, 1995.

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