La poesía de Jorge Guillén

El 6 de febrero se cumplieron 40 años de la muerte del poeta español Jorge Guillén. Nacido en Valladolid, después de haber estado preso en las cárceles de Franco, se exilió en 1938, y vivió en los Estados Unidos, donde trabajó como docente hasta 1970. Gran parte de su obra poética se publicó en las sucesivas ediciones de Cántico. Volvió a radicarse en España después de la muerte de Franco. En Libro de Arena lo recordamos con cuatro de los poemas de le edición argentina de Cántico, del año 1950. 



Ars vivendi

                                  Presentes sucesiones de difuntos
                                  Quevedo

Pasa el tiempo y suspiro porque paso,
aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta,
y no con el reloj, su marcha lenta
-nunca es la mía- bajo el cielo raso.

Calculo, sé, suspiro -no soy caso
de excepción- y a esta altura, los setenta,
mi afán del día no se desalienta,
a pesar de ser frágil lo que amaso.

Ay, Dios mío, me sé mortal de veras.
Pero mortalidad no es el instante
que al fin me privará de mi corriente.

Estas horas no son las postrimeras,
y mientras haya vida por delante,
serás mis sucesiones de viviente.


El mar es un olvido

El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.

Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.


Alba del Cansado

Un día más. Y cansancio.
O peor, vejez.
Tan viejo
soy que yo, yo vi pintar
en las paredes y el techo
de la cueva de Altamira.
No hay duda, bien lo recuerdo.
¿Cuántos años he vivido?
No lo sabe ni mi espejo.
¡Si sólo fuese en mi rostro
donde me trabaja el viento!
A cada sol más se ahondan
hacia el alma desde el cuerpo
los minutos de un cansancio
que yo como siglos cuento.
Temprano me desperté.
Aun bajo la luz, el peso
de las últimas miserias
oprime.
¡No! No me entrego.
Despacio despunta el alba
con fatiga en su entrecejo,
y levantándose, débil,
se tiende hacia mi desvelo:
Esta confusa desgana
que desemboca a un desierto
donde la extensión de arena
no es más que cansancio lento
con una monotonía
de tiempo inmerso en mi tiempo,
El que yo arrastro y me arrastra,
el que en mis huesos padezco.
Verdad que abruma el embrollo
de los necios y soberbios,
allá abajo removidos
por el mal, allá misterio,
sólo tal vez errabundos
torpes sobre sus senderos
extraviados entre pliegues
de repliegues, y tan lejos
que atrás me dejan profunda
vejez.
¡No! No la merezco.
Día que empieza sin brío,
alba con grises de enero,
cansancio como vejez
que me centuplica el tedio,
tedio ¿final? Me remuerde
la conciencia, me avergüenzo.
Los prodigios de este mundo
siguen en pie, siempre nuevos,
y por fortuna vivir
me obligan también.
Acepto.


Ya se alargan las tardes, ya se deja…

Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja

de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,

viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde

-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.


Cántico
Jorge Guillén
Seix Barral. 1º edición en bolsillo, 1984.


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