Márgara Averbach: "Yo me saco el sombrero con el ilustrador que hace dibujable lo imposible"

Las relaciones complejas del escritor con las editoriales, el diálogo con ilustradores, los apremios del "marketing", pero también el problema de la literatura para adultos y la incursión en el género fantástico, además de algunas anécdotas sobre la cocina de la escritura, son los temas centrales acerca de los que se explaya Márgara Averbach en la segunda parte de la charla en la Biblioteca Nacional que publica Libro de arena.
Organizado por el Programa Bibliotecas para armar del GCBA y el Programa de Acciones Comunitarias de la BN, este evento forma parte de la serie de Encuentros con autores de la Literatura Infantil y Juvenil, coordinado por el escritor y editor Mario Méndez.




Asistente:
Quería preguntarte algo en relación con un libro tuyo que me encantó; es el libro Tucán…

Márgara Averbach:
Tucán aprende una palabra…

Asistente: Sí, ese. Lo que pasó es que tenía que ir a un jardín de infantes como narradora, y me gustó tanto ese cuento la semana pasada que lo armé para empezar a contarlo. Entonces querría saber en qué te habías inspirado, cómo surgió esa historia del tucán…

MA: Es una historia larga porque después hay una cosa con los dibujos. Que se puede hablar de ediciones y demás. Este cuento viene de… Cuando yo tengo una idea la meto en un archivito que empieza con “I”, que es Ideé, Idea. Y le pongo “Ideé Tucán”, por ejemplo. Esto viene de la época  en que mis hijos (que ahora tienen dieciocho, veintidós, veinticuatro, ya están en otra etapa) eran chicos y viajábamos en auto. Nosotros viajábamos muy lejos en auto, igual que mi familia original. Cuando yo era chica nos fuimos hasta San  Salvador de Bahía en auto. Fuimos a Perú en auto, por Chile. La costumbre en mi familia era que mamá leía en voz alta. Y a mí me encantaba. Por ejemplo, nos leía a Salgari… y aparte le leía algo a mi papá cuando se suponía que estábamos durmiendo. Y yo escuchaba. Pero se suponía que ella en ese momento estaba leyendo “de adultos”. Cuando mis hijos eran chicos, yo le leía algo a mi marido y a ellos les contaba cuentos. Y el rito era: “¿De qué quieren el cuento?” Entonces ellos largaban: “De un tucán.” Bueno, y entonces yo pensaba, un tucán, a ver… Muchos eran un desastre. Igual a ellos les gustaba todo. (Risas)  Esto viene de una de esas cosas. Cuando a mí me gustaba, lo anotaba en algún lado. Esto me gusta. Quedó más o menos redondo. A mí, lo único que se me ocurre al principio es un problema. Bueno: ¿Qué problema puede tener un tucán? Y después ver cómo sale del problema. Es una cosa que empezó así. Yo anoté. Y en un momento dado digo: “Bueno tengo ganas de escribir este”. Algunos los tengo guardados desde hace mucho  tiempo. Lo escribí y después vino este problema que tuvo que ver con la edición. En general, el autor no tiene voz ni voto sobre el dibujo. ¿Qué se hace? Y a mí eso me ha resultado, en algunos casos bien, y en otros casos, mal. Pero mal mal. Mirar una cosa y decir: “Esto me parece horrible, esto no es mi libro…”

Mario Méndez:
¿No te lo mandan antes? ¿Nunca?

MA:
No, no.

Asistente:
¿Cómo por ejemplo, cual?

MA:
Por ejemplo, Cuentos de arriba y abajo. Me gustaron todos los dibujos menos los del último cuento. Porque el problema es que el dibujo agrega interpretación. El dibujante tiene todo el derecho de hacer eso. El problema es que a veces va contra lo que vos pensaste. Y que, obviamente, no lo pusiste, porque si no estaría ahí. La culpa es compartida. Aparte hay una cuestión de estética. Por ahí no me gusta la estética. No hay un cambio de interpretación, pero esa estética no es lo que yo haría. O yo no veo mi cuento de esa manera. En Cuentos de arriba y de abajo, cuando lo publiqué, la primera vez fue en un concurso de las Madres de Plaza de Mayo. Era un librito medio artesanal que adoro. Que lo tengo guardado ahí porque no se consigue más. El segundo fue en Alfaguara. Lo dibujó Bianchi. A mí me encantaron los dibujos. Salvo el último cuento. En el último cuento, que se llama “Una explicación”, es un cuento cortito hay una madre… que está bien… él tiene todo el derecho, pero me molestó muchísimo, es una madre que está trabajando en la casa y el chico la interrumpe. Le hace preguntas: “¿Qué hay debajo de esto?”, y ¿Qué hay debajo de esto?”, hasta que sale por el otro lado del planeta. Abajo qué hay, y más abajo qué y bueno, salimos del otro lado. La verdad es que yo había imaginado a la madre leyendo, escribiendo… pero no puse eso. Y la puso FREGANDO (Risas). Mi alma feminista… ay… yo casi me muero. El dibujo es muy lindo, pero yo casi me muero.  Y a mí nadie me preguntó si yo estaba de acuerdo con eso. Se ve la parte de atrás de la madre, que no tiene ni lavarropas. A mí me encantan todos los otros dibujos, pero ese dibujo me indigna.

MM:
¿Y qué hacés?

MA:
Nada. Me la banco.

MM:
No podés reclamar…

MA:
No, no. En general nunca pude discutirlo. La tapa de la que yo te hablé tampoco la pude discutir. Porque ahí me preguntaron: “¿Te gusta esta tapa?” Y yo, que no soy nada diplomática dije: “¡Es horrible!” (Risas) Y bueno… es la tapa. Entonces, por esa razón, por ahí lo vuelvo a hacer… ya van dos veces, una es el Tucán…, que yo conozco una dibujante porque la hacen dibujar algo mío, me comunico y le digo: “Mirá, yo tengo un cuento, me gustaría, si vos querés, que lo dibujes, y lo llevamos completo así. Lo quieren así, o no lo quieren.” Obviamente, el dibujante se está arriesgando. Porque yo ya el cuento lo hice. El/la (si es una chica) que tiene que trabajar es ella. Y por ahí no le pagan nunca. El Tucán es eso. Yo lo hice con Vivi  Bilotti, y la primera editorial a la que lo mandé, que fue Del Naranjo, lo publicó. La segunda vez que hice eso fue con Daniela López Casenave, y lo mandé a Del Naranjo, y Alejo me dijo: “Me encanta pero no tengo lugar en la colección.” Se los mandé a dos o tres más y al final, el año pasado salió en Macmillan. Se llama La tela de araña. Entonces sí, yo discutí con la dibujante. Pero eso, si no, es imposible desde el punto de vista de alguien que es escritor y nunca estuvo en la cosa editorial. A mí no me preguntan. A mí me encanta como quedó este. El de Eugenia Nobati. Pero podría no gustarme. Me lo mandaron. Va a quedar así. A mí me encanta, está precioso, pero podría no haber sido así. Eso es parte de algo a lo que uno ya está acostumbrado. Lo mismo le pasa a gente que vende mucho, como Lili  Bodoc que nunca ha tenido problemas con eso. Que te parezca horrible una tapa. Pero bueno, a la editorial le gusta, le parece que va a ser buena, y a veces te joroba eso. Por eso yo a veces separo un cuento y voy por otro lado.



MM:
Yo podría agregar algo breve,  una mirada desde la parte editorial. Suele ser complicado, sobre todo en las editoriales grandes, cuando están cerrando una cantidad de libros importante, ahora que viene la Feria, y después la Feria del Libro Infantil, o cuando comienzan las clases. Hacer trabajar juntos al autor y al ilustrador sería lo ideal. En general, no se hace.

MA:
Igual, hay algunas cosas que sí  tengo que decir. Lo que a mí me pasó con esa tapa de una novela que va a salir de nuevo con otro nombre, que se llamaba Dos magias y un dinosaurio que la verdad es que la tapa es horrible. Es más, me encontré con Antonio Santa Ana y le dije: “Leé esto”. Me dijo: “¡Ay, tiene una tapa horrible!” y yo le dije: “¡Sí, esperá que te grabo!” (Risas). Esa novela ahora va a salir en La Brujita, y la verdad es que los de la editorial me mandaron los dibujos del primer dibujante que hicieron y yo sinceramente pensé: “Qué karma que tengo”, y les dije: “No, no me gustan, no están bien”. Yo suponía que iban a insistir con eso. Y al final me mandaron un mail diciendo que empezáramos de nuevo. Y les dije: Mirá, yo  te agradezco enormemente que me hagas caso en esto porque no había uno que me gustara de todos los dibujos que habían hecho.

MM:
Ahí agregaría dos cosas. Por un lado, hay una cuestión económica, y es en favor de los ilustradores, por supuesto, y es que las editoriales no suelen  pagar (ese es un pedido de los ilustradores desde siempre), el trabajo de bocetar. Entonces, es mucho trabajo, para hacer diez ilustraciones. Porque normalmente pasa esto: yo quiero hacer El año de la vaca. Entonces  le pido a un ilustrador un dibujo para tapa y diez ilustraciones en blanco y negro. Es lo más habitual. Tal formato. Qué presupuesto tengo. En general eso también suele estar medio mal, no es que le preguntan al ilustrador cuánto quiere ganar, sino que le dicen: “Tengo esto”…

MA:
Igual que al traductor…

MM:
Y no se paga el trabajo de bocetado. El editor se siente en falta haciendo hacer tres veces el mismo trabajo. Y es un poco un círculo vicioso. Igual, todos los escritores pedimos arreglos, todos los editores pedimos que lo corrijan, incluso rechazamos bocetos, pero es un momento difícil. Porque así como hay también autores que más venden, hay ilustradores que más venden, que son reconocidos y es difícil decirle a un pope de la ilustración: “Mirá, no me gustó”. Y ahí está la segunda cosa, que tiene que ver con la subjetividad. Tanto para leer un original como para “leer” una ilustración, entra mucho lo subjetivo. Y agregaría, la experticia del editor que cree (y a veces es cierto y otras veces no), que sabe más que el autor con respecto a si esta tapa va a ser atractiva o no. Porque por ahí el autor dice: “Yo no me imaginaba a mi personaje así”. O como dijiste vos recién, la estética no es la que me gusta. Pero el tipo te dice que ese dibujo en la mesa de novedades atrae a los chicos, por esto, esto y lo otro.

MA:
Lo que pasa es que los editores consideran que la tapa es “argumento de venta”…

MM:
Absolutamente.

MA:
Ahí hay un problema. Y a veces es un error.

MM:
Y a veces padecés lo contrario… hay libros que no se venden…

MA:
…porque esa tapa que supuestamente era “argumento de venta” no suma. Es horrible.

MM:
La subjetividad entra en las apuestas. Hay editores del siglo XIX (no me acuerdo los nombres ahora, pero los damos en clase) que dicen que de diez libros que se editan, uno y a veces dos, son un éxito. Tres o cuatro salvan la inversión, y cinco, nada. Cinco van a pérdida. Y está bien. Ese es el convenio editorial. Entonces ahí hay una cuestión de apuesta, de un editor que como lector eligió algo para publicar, del editor que eligió una ilustración, que en el caso de la literatura infantil es muy importante, es complejo.

MA:
Sí, ese es el intento de La tela de la araña.

MM:
A mí, hay algo que me está pasando últimamente, no de entrada, (y ahora me pongo en el otro lado, en el de autor), que me pregunten si  tengo algún ilustrador preferido…

MA:
Sí, a mí también me han preguntado, pero generalmente después. Alguna vez funcionó. Una es la de Umbrales, porque amo el trabajo de Gonzalo Kenny, me encantaba, y me gusta para fantástica. Él hace ese tipo de dibujos que parecen una foto pero no lo es, y con mucha magia. Por eso me encantaba Gonzalo. Y aparte porque yo sabía que yo iba a poder decirle cosas. Por ejemplo que los pájaros tienen que ser cuatro. La primera vez que él trajo el dibujo o me lo mandó a mí (no sé si la editorial sabía, pero me lo mandó), eran tres, Y le dije que eran cuatro. “Haceme un ala o algo, pero tienen que ser cuatro”. “Bueno, bueno”. Entonces él lo hizo. Lo mismo Poli , que es un amor. Poli es un genio, que es el que me hizo las tapas de la Saga. Y esta última tapa, que ustedes no lo van a ver, me la mandó y yo le dije: ”¿Dónde está la música? Tiene que estar la música, cómo la vamos a poner, no tengo idea, pero tiene que estar”… Y si ustedes miran acá, hay notas. Hay un pentagrama. Y a los veinte minutos me la trajo. “¿Ay, Poli qué genio que sos!”. Yo no sabía cómo poner la música. No se me ocurrió ponerla con un pentagrama. Los buenos dibujantes la verdad es que son geniales.

MM:
 Ahora lo pasamos para que lo vean. Poli Bernatene es el ilustrador.

MA:
Sí, Poli Bernatene. Este dibujo, el del tomo 2, a mí me dijo Susana  Aime, de SM: “Yo le pedí al dibujante que para la tapa hiciera tal escena”. Yo le dije: “¡Susana, esta escena no se puede dibujar!”.  Porque para mí, que soy un queso dibujando, no era una escena dibujable. El tipo se transforma. ¡Y lo hizo!. Yo le dije: “Susana, está bien pero hiciste mal, buscá una escena más inmóvil, no una con tanto movimiento. ¿Cómo va a hacer?” Y la hizo igual. Y yo me saco el sombrero con cosas como esta. Pero no es siempre así. A veces no te gusta.

Asistente:
Me gusta la tapa del libro La charla.

MA:
Ah sí, es una ilustración de tipo hiperrealista. A mí me gustó. No esperaba una hiperrealista. Podría haber sido distinta la estética pero me gustó, me pareció que decía lo que tenía que decir. Sí, me gustó, la verdad es que sí.

Asistente:
¿No es común que los escritores lleven a las editoriales un proyecto armado?

MA:
No. No es nada común. Por eso yo siempre le digo al dibujante que los dos que hice funcionaron pero que no le puedo asegurar que vayamos a llegar a ninguna parte con esto. Yo no sé. Las dos veces me funcionó. La primera mejor. En la segunda no tanto, me dijeron que no, y como a la tercera vez que mandé me dijo que sí Laura Giussani en Macmillan.

MM:
¿Cómo se llama la colección?

MA:
Caleidoscopio. Es la de La tela de la araña, que hoy yo no traje, la hice con Daniela López Casenave. Y tuve que bajar el texto, porque era muy largo. Las cosas que por ahí el dibujante te dice: “Mirá, para el libro que vos querés que sea todo dibujado, este texto es muy largo”. Fuimos y volvimos y terminó un libro que a mí me gusta. Pero no es común. Y el dibujante se tiene que arriesgar. A menos que seas muy amiga, no se lo pedís a un dibujante que tenga mucho éxito, porque no lo va a hacer. Porque está viviendo porque le pagan el trabajo y yo no se lo voy a pagar. Se lo van a pagar cuando lo compren y eso habrá que ver cuándo es, entonces siempre le pido alguno que me gusta pero no está tan reconocido. No se lo pediría a Poli, que tiene cola de acá a veinte años. No le puedo pedir que haga algo conmigo. Si lo hace me encanta, pero no se lo puedo pedir.

MM:
Además son muchas menos las editoriales que publican libro álbum, o libros muy ilustrados, entonces también eso achica las posibilidades.

MA:
Claro, vos podés mandarle a diez. Si ninguna de esas diez quiere, te quedaste afuera. Y vos ya tenías el cuento escrito. Pero el otro pobre santo o pobre santa que hizo todo ese laburo, no. A mí me daba cosa por ellos, por eso de entrada les digo que no sé.

MM:
 Con Tucán… te fue muy bien.

MA:
Sí. No sé si viste que lo publicaron en portugués.  Palabra me parece que aparecía con “v”.El título es parecido, se entiende.

MM:
Bueno, recién mencionaste el “fantasy”, lo fantástico. ¿Cómo es la llegada a esa área de tu escritura que es casi mayoritaria. ¿O me equivoco?

MA:
No. Es cada vez más. Si mirás los libros te das cuenta de que no es mayoritaria, pero cada vez hago más “fantasy”, porque me encanta. Le tuve mucho miedo durante mucho tiempo. Siempre fui lectora de “fantasy”. Siempre. Así como te digo que la ciencia ficción dura no la aguanto, no es lo mío. Yo no tengo ese lado científico. La ciencia ficción blanda, sí, porque si no nos ponemos muy técnicos me suena casi a “fantasy”, podemos ir por otro lado. Siempre fui muy lectora de “fantasy”, pero nunca se me ocurrió que la podía escribir. Mirando para atrás, en Dos magias y un dinosaurio, que es la que va a salir de nuevo con otro nombre…Creo que ahora se va a llamar Los dinosaurios son pura historia, porque quieren otro nombre, hay una maestra que le cuenta un cuento de dinosaurios a un curso. Tiene cuatro finales. Porque ella termina de contarlo y le dicen: “De ninguna manera vamos a aceptar ese final.  Es muy horrible. Queremos otro. Entonces les hace un segundo final. Tampoco les gusta. Y así. Hay cuatro finales y el cambio es hacia el “fantasy”. Viene de algo muy científico que va hacia una cosa mágica. El último final, que es el que a ellos los conforma, es un final en le que está involucrada la magia. Mirando para atrás, me acuerdo de que yo quería hacer un cuento que se refiriera a los dinosaurios por mi hijo. Que estudia Zoología y tiene un zoológico en su casa, que antes era en mi casa. Me encantaba. Yo creo que él cumplió mi sueño. Yo tantos animales no tengo. Él acaba de conseguirse un halcón, y está haciendo cetrería, es precioso, lo está entrenando. Él estaba todo el tiempo con los dinosaurios. A mí los dinosaurios no me  llaman mucho. Me encantan los animales, pero no sé si los dinosaurios. En vez de hacer eso, yo lo metí en un libro en el que se cuenta una historia en la que el público interviene. Se va desviando porque los chicos no quieren tal o cual cosa. En El año de la vaca, lo mismo. Es una cosa realista donde de pronto aparece la magia. Después de eso, lo que me pasó fue que leí la saga de Lili Bodoc. Y cuando leí esa saga (a partir de eso nos hicimos muy amigas Lili y yo, antes no la conocía), vi que tiene una ideología, una apuesta política, una cosa que se parece tanto a lo que yo quiero hacer, que para mí fue como descubrirlo. Si ella puede hacerlo, yo también puedo. De otra manera. Porque Lili lo hace sobre una base histórica. A mí eso no me interesa. Yo prefiero crear un mundo completamente mío, en el que yo haga lo que quiera, y que no tenga que hacer una investigación previa. Yo no tolero hacer investigación previa. Mientras voy escribiendo, yo, si tengo que investigar, lo hago ahí. Primero porque no tengo el plan acerca de lo que tengo que investigar, hasta que llega el momento en que tengo que hacerlo. Segundo, porque yo ya investigo en mi parte académica, y me gusta investigar, pero para escribir, no. Yo quiero escribir. No investigar. Si alguien me trae toda la investigación hecha, bueno. Pero  yo no voy a hacerla. Entonces yo leí eso y pensé: “Bueno, yo también puedo hacer algo así.” Que no va a ser así, porque ella lo hace todo alrededor de la conquista de América. Yo no. A mí no me interesa ninguna cosa, con ningún período histórico en particular. Y entonces me senté a escribir el primero, Los cuatro de Alera. Empecé a escribirlo después de un viaje a Brasil. Fueron dos cosas. Leí el libro de Lili Bodoc, y me pasó algo en el viaje a Brasil. Yo fui a un Congreso (siempre cuento esta anécdota porque creo que me marcó desde el punto de vista de la escritura). Me fui a  una reservación guaraní, porque yo me dedico a estudiar la literatura de los amerindios, contemporánea. Indios cheyennes, cherokees, navajos (eso en Estados Unidos), que escriben en inglés, pero  tienen una visión del mundo cherokee o navajo… Como era un Congreso sobre eso, mi amiga de Victoria, que es una ciudad que queda arriba de Río, abajo de Bahía, en el medio, me arregló para ir a una reservación guaraní, cosa que le agradeceré toda la vida. Entonces fuimos, llegamos, y había un quincho enorme, una cosa más grande que esto con el techo quincho y sin paredes. Entonces nos sentamos en un círculo. Todos los blancos, más el cacique, y dos o tres más. Y a mí eso fue una cosa que me marcó de una manera… Dos cosas me marcaron. Una fue que el cacique hablaba tres idiomas perfectamente. Todos los demás ahí, éramos bilingües. Salvo una chica antropóloga que era italiana, hablaba portugués y hablaba guaraní. Yo hablaba castellano e inglés. Mis amigas hablaban portugués e inglés.  Él hablaba castellano, guaraní y portugués. Yo dije: “Hola”, y me dijo: “¿Argentina?” “Sí”, dije yo. “¿Querés tomar mate?” “Bueno, tomemos mate”. Los brasileros no tomaban mate. Él y yo tomábamos mate. Eso me impresionó mucho. Después se daba vuelta y hablaba en guaraní, hablaba en portugués, fuera quién fuera. No tenía ningún problema con cambio de códigos… impresionante. Y lo otro que me sacudió mucho fue que entraban y salían unos pajarracos, unos tucanes enormes, se posaban… Eran bastante atrevidos, se acercaban bastante. A mí me encantan los animales, pero yo no estoy acostumbrada a que un tucán se me venga cerca si no es la mascota de nadie. Entonces una de las portuguesas hizo una pregunta, que yo siempre voy a agradecer que la haya hecho. Yo sabía la respuesta pero no tan bien dicha como lo hizo el cacique, por eso no hubiera hecho la pregunta. Yo a esa altura, ya sabía algo de la cosa de los amerindios en toda América, en todo el continente. Un poco molesta con esos pájaros, le preguntó algo así como por qué no ponían mosquiteros en las paredes. Yo sabía por qué no lo ponían. Pero él dijo: “Si ponemos mosquitero, ¿cómo entran los pájaros?”. Y yo pensé: “Bueno, esto es maravilloso, esto es inmenso, esto es lo que tengo que hacer”. Y en ese momento pensé que no podía hacerlo en el mundo tal como yo lo conozco. No puedo hacer un libro sobre esto en el mundo tal como yo lo conozco, porque yo no soy de ningún pueblo originario. Eso se llama apropiación. Yo eso lo estudio. No me voy a “hacer pasar por”, ni voy a contar una historia que tienen que contar ellos. Yo voy a inventar un mundo donde los pájaros tengan que entrar y no quedarse afuera. Y entonces me senté a escribir el primero. Los cuatro de Alera. Cuando lo empecé a escribir no sabía adónde iba. En un momento dado para mí se terminó pero no. Y entonces dije que iba a ser una saga. Yo supe que iba a ser una saga cuando se terminó el primer tomo. Cuando terminé el segundo, supe que iban a ser cuatro. Hasta el segundo, pensaba que eran dos. Y lo mandé al concurso de SM donde quedó finalista y Susana me dijo que se comprometía a que la editorial iba a hacer todos los tomos que yo escribiera de esta saga.

MM:
Susana Aime…

MA:
Susana Aime era la editora en ese momento. Cuando llegué al segundo yo supe que iban a ser cuatro. Y se fueron publicando. Con los cuatro yo ya tenía, no una idea exacta, pero una idea de más o menos adónde iba a ir la cosa y fue lo primero que escribí. El segundo fue El puente, el tercero fue Umbrales. Ahora va a salir otro en Mandioca que se llama Magias ajenas, que es sobre la inmigración pero con magia, con otro mundo. Y el que escribí ahora en verano, que no sé si es bueno, si es malo, si lo voy a tirar o no, porque no lo pasé, es un libro sobre trata, pero va a ser con magia. No es sobre trata en este mundo ni  sobre sexo en particular sino sobre otro tipo de cosas. Me interesaba y pensé que lo podía agarrar desde el lado del fantasy. A mí el fantasy me gusta mucho. Y a diferencia de lo que creen algunos a los que no les gusta para nada, y esto lo dijo Lili Bodoc, el copyright es de ella. Dijo que todo el mundo cree que leer fantasy es fácil. Depende de qué fantasy. Si esa fantasy es boba, es verdad. Pero si está bien hecho, al contrario. Es bien difícil. Porque el referente del libro, si bien es nuestro mundo, obviamente, surge de la cabeza del escritor. Vos tenés  que tener suficiente suspensión de juicio para bancarte que te pongan el nombre de un animal que no existe y tratar de imaginarte cómo es ese animal. Porque la única que sabe cómo es, soy yo. No existe ese animal. Entonces yo pongo “lampala” y ¿qué es? No sé… leé y te vas a dar cuenta si se parece a algo o no. Yo creo que es bastante difícil leer buena fantasy. Tiene que ser un lector abierto. Si no, no le va a gustar, obviamente.

MM:
Es muy difícil escribirlo, me imagino, construirlo.

MA:
Para mí es algo muy apasionante. Me siento muy libre.

MM:
Bueno, otra de sus escritoras favoritas es Úrsula Le Guin…

MA:
La vez que me dijeron que yo me parecía a Úrsula Le Guin toqué el cielo con las manos. Me encanta Úrsula Le Guin. A mí me gusta mucho el fantasy porque me da una libertad enorme. Realmente hacés lo que querés. No tenés que estar pensando si esto es verídico o no. Es verídico pero según tu lenguaje. Va a ser verosímil pero no por una relación con, por ejemplo, si se pueden caminar cuarenta cuadras en cinco minutos. No. Bueno, entonces no pongas que el tipo camina cuarenta cuadras en cinco minutos. Eso en el fantasy no es así. La libertad es mucho más grande. Eso me fascina, me gusta mucho. Igual, cada tanto, vuelvo a lo no fantasy. No estoy todo el tiempo ahí.

MM:
Y ya relacionado con el tema editorial, el fantasy, la saga, es perfectamente una novela para adultos. ¿Vos probaste llevarla?

MA:
Hay novelas que yo escribí, de fantasy, que las escribí para adultos. En realidad todas. En cierto modo lo pienso así. Pero sé que hay ciertos límites. Porque el problema de la cosa juvenil es que la vas a vender en la escuela. Si no es vendible en la escuela, no te la van a aceptar. Es una cosa de marketing. Es algo bien fácil de entender. Malas palabras, no. No siempre, ni todas las editoriales, pero bueno. No vas a conseguir que la publique una editorial juvenil si tenés una escena de sexo apasionado. A mí no me saldría, porque no es lo mío. Yo escribí uno que no está publicado, que se llama Demasiada luz. Y en realidad trata sobre la soja. Ese libro, por ahora, no lo puedo publicar. Lo paso y no pasa nada.

MM:
¿Pero siempre en editoriales de literatura infantil?

MA:
No. He probado en otras. Pero el problema con los libros de adultos es… a ver… ¿por qué venden tanta literatura de chicos en el mercado? Vos convencés a un maestro y él te vende el libro. Al adulto lo tenés que convencer uno por uno. A menos que sea un desgraciado o un estudiante de Letras (Risas), pero bueno… si le han pedido el libro va a tener que ir a comprarlo, obviamente. En mi caso, yo tengo tres cosas de adultos. Las tres tienen  que ver con haber ganado un premio o quedar segunda. Si no, no. Nunca logré publicar.

Asistente:
Una cuadra…

MA:
Ganó el premio de la Biblioteca Nacional.

Asistente:
Llegó a las escuelas.

MA:
Ya sé. Pero no estaba pensado para eso, para nada. Y a mí me sorprendió enormemente que lo  compraran para la escuela, porque ahí, hay, por ejemplo, una pareja homosexual. No hay una descripción. Pero está claro que ahí hay un amor homosexual. A mí me pareció genial que lo llevaran a la escuela. Ganó el premio de la Biblioteca Nacional.  Pero todo lo que después quise publicar en Adriana Hidalgo, siempre me dijeron que no. Yo ya tenía este adentro porque era parte del premio que te lo publicara Adriana Hidalgo. Lo mismo me pasó en Emecé. Quedé segunda, publiqué Cuarto menguante y nunca más pude publicar otra cosa. Lo de adultos, para mí es muy complicado. No logro resolverlo. Mandé esta novela, Demasiada luz, a una colección de fantasy que tiene Ediciones B. Y leí las otras cosas que tienen. Y entiendo que me digan que no. Porque las otras cosas son las fantasy que yo llamo “fácil”. Y la mía no es así. Es bastante más complicada. Es “la princesa y el dragón” y la mía no es así. Me dijeron que no estaba en la línea editorial y es verdad de lo que veo que ellos hacen. Yo la mandé y me dijeron que no. A mí me resulta muy complicado publicar para adultos. Cada tanto escribo. Tengo todo guardado. Pero no paso de eso.

MM:
Eso le resulta difícil a todo el mundo…

MA:
Claro. Salvo a los que escriben para adultos. Y venden mucho y el nombre es sinónimo de vender.

MM:
Eso es  quizá una diferencia con la literatura infantil. Salvo algunos casos, no vende el nombre sino el tema…

MA:
Sí. El tema, el texto, es muy distinto. Pero lo de adultos, para mí es bastante imposible. Sigo mandando a los concursos. Y mi salida siempre han sido los concursos. No pasé de eso.


MM:
Es lo que hablabas recién del mercado, ¿no?

MA:
 A mí no me cabe duda.

MM:
Yo conté esta anécdota alguna vez, en algunas de las reuniones anteriores. En Grijalbo la editora le rechazó una novela a un conocido, aunque le había gustado, porque le dijo textualmente que no encontraba cómo vender los libros. Le dio como ejemplo que Graciela Montes había publicado con ellos una novela para adultos, y había vendido doscientos ejemplares. Y estaban contentos, porque doscientos ejemplares, para ellos, era un buen número. Cuando Graciela Montes agotaba en ese momento una tirada de cualquiera de sus libros de cualquiera de las editoriales…

MA:
Te lo dicen…

MM:
Te lo dicen: “No te vamos a decir que no nos gustó”…

MA:
Una cuadra, vendió esa gran cantidad cuando lo compró el Gobierno para las escuelas. Pero si no, no vende.

MM:
¿Para escuelas primarias…?

MA:
No. Secundarias.

MM:
¿Te acordás para qué año lo recomendaron?

MA:
Me parece que lo recomendaron para segundo, lo cual es una locura. Pero bueno. Así fue. Esa fue la gran venta que tuvo. Si no, no. A mí me encanta verlo publicado. No me importa eso, pero hasta cierto punto. Eso te importa porque hace que en un sentido no vuelvan a publicarte. En ese sentido sí me importa.

Asistente:
Perdoname, en 2009, por lo que se había publicado en 2008, el primer premio lo ganó Gloria Pampillo…

MA:
Sí. Me acuerdo de haberla visto en la entrega de premios.

Asistente:
Tenía un libro que se llamaba La deuda y salió publicado como El héroe que vino a buscarme como e-book, al poco tiempo de haberse impreso. El libro es excelente, pero no se vendió…

MA:
No. Y Adriana Hidalgo a mí jamás quiso publicarme otra cosa de las que yo le mandé. Ninguna. Dejé de mandarle. Ya me cansé. En mi caso el premio incluía que lo publicaran, si no…


Asistente:
En general se desconoce todo eso. Se piensa que cuando un autor ya es conocido, publica.

MA:
Sí, pero no es tan fácil.

MM:
Bueno, no sé si quieren hacer algunas preguntas más que les hayan quedado. Si no, como en todos los ciclos, vamos a pedirle a Márgara que nos lea algo, si están de acuerdo. ¿Alguna pregunta que les haya quedado?

Asistente:
Cuando abordás en un texto el tema de la comunicación, de la relación con el otro, ¿hay algún otro tema que te gustaría abordar y todavía no lo hayas hecho?

MA:
Creo que no. Yo, por cuestiones de gusto, (no tiene que ver con la calidad)… a mí no me gusta demasiado el tipo de escritor autorreferente. Como Borges. No es lo mío. Pero hay una cosa que dice que creo que es cierta. Cuando dice que cada escritor tiene una o dos historias que las repite. En eso yo estoy totalmente de acuerdo. ES verdad. Yo tengo una historia más bien política y una historia más bien ecológica. Y son esas dos las que me rondan y termino haciendo. Siempre son esas. No sé si algún día habrá otra. Todas las que me llaman la atención y termino escribiendo son alguna de esas dos.

MM:
Bueno, Márgara, ¿Qué vas a leer?

MA:
Este es un libro que tengo en Sudamericana que se llama La luna en el armario. Es un  libro de cuentos. A mí, los libros de cuentos me gustan con algún tipo de unión. Que no sea cada cuento por su lado. Suelo armarlos con algún tipo de unión. Y por eso en este libro, el primer cuento se llama “El armario” y el último se llama ”La luna”. Y ambos son cuentos sobre contar, de alguna manera. Y todos los demás, podrían ser los cuentos que uno podría imaginar en estos dos. Como son muy cortitos, cuando me piden que traiga algo para leer yo siempre traigo este, porque son cortitos, son rápidos. Se pueden leer sin cansar. Igualmente, a la gente que es narradora… yo nada… yo leo en voz alta en el auto. Nos hemos leído novelas largas con mi marido, que yo le leo mientras él maneja. Pero no soy buena leyendo. Nada más, leo. Y ejerzo alguna vez la censura, como cuando mis hijos eran chiquitos y había partes que no le leía. Bueno, este se llama “La luna” y es relativamente autobiográfico, pero no del todo. Hay como una mezcla de cosas que me pasaron a mí.
“Esa noche del Norte, donde siempre era verano, el abuelo, que siempre insistía en que nos acostáramos temprano (“como las gallinas”, en sus palabras), estaba tratando de mantenernos despiertos. Yo me daba cuenta. Ya no era tan chica, tenía unos nueve, diez años.
Me acuerdo de la galería del rancho, hinchada de grillos, saturada de luciérnagas.
De vez en cuando, él nos pedía que miráramos la luna, pero al principio, yo no vi nada. Creo que fue mi hermanito el que levantó el dedo sucio hacia ella y dijo algo como “Se está muriendo”.
Entonces, el abuelo explicó sombras y eclipses con la luz baja de un farol de querosén y dos manzanas maduras. Yo no presté mucha atención. Ya entonces (la única en la familia) me aburrían las explicaciones científicas. A mí, lo que me emocionaba era la noche, el perfume húmedo de las flores y las vacas en esa oscuridad desconocida.
Pero mi hermanito tenía razón: la luna se estaba oscureciendo. Al principio, parecía una invasión, como si se la estuviera devorando una de las mangas de langostas que bajaban a veces sobre nosotros. En algún momento, nos quedamos callados como si nos molestaran las palabras.
La luna tenía un color terracota pero eso no me hubiera asombrado tanto. El verdadero misterio era que, de pronto, parecía no sólo más chica y menos blanca sino esférica, una pelota. No un plato o un cartón redondo sino lo que realmente me habían dicho que era: algo parecido a un planeta.
Miramos mientras, entre los troncos que sostenían la galería, el abuelo contaba una luna igual a esa que él había visto en un invierno nevado de su infancia, muy lejos, del otro lado del Atlántico.
Me acuerdo hasta de la brisa caliente sobre las manos.
Esa noche aprendí mucho. Aprendí una cara nueva de la luna. Aprendí que la luna, como todo, era muchas cosas: una promesa oscura cuando nace; un dibujo delgado y bello cuando está en los cuartos; una luz poderosa, blanca sobre el mundo en las noches redondas; una pelota roja, sin brillo, en los eclipses. Aprendí que hay muchas maneras de contarla: esa noche, en la galería, mi abuelo la contó dos veces, una con un farol y dos manzanas, y otra con el recuerdo congelado de una tierra que yo no conozco.
La luna está ahí para nosotros todas las noches despejadas, repartiendo historias asombrosas. Yo no viajaría en un cohete a tocarla con guantes espaciales (soy miedosa, ya lo dije), pero cada vez que la veo en el cielo, viajo hasta ella en las historias”. (Aplausos)

Asistente:
Me hizo acordar de algo que me pasó a mí, con mi hija cuando era chica. Y cuando un escritor puede llegar así a los lectores y a los oyentes realmente es como para felicitarlo porque está diciendo algo muy valioso. Algo muy propio y muy de todos.

MA:
 Gracias. Digamos que esa es la idea. Yo quería que en el principio y en el final hubiera cosas sobre “contar”. Ahí hay dos. La científica y la otra. Mi abuelo nunca me explicó eso. Ese fue mi papá. Pero bueno, uno mezcla todo eso y yo recuerdo una noche así. En el Norte, donde yo viví cuando era chica. Con mis abuelos. Una noche con una luna tan rara. Es una cosa muy impresionante para un chico ver eso. Verla apagarse.

Asistente:
A mí me dan ganas de saber sobre el armario (Risas)

MA:
¿Te dan ganas de saber sobre el armario? Te leo el otro cortito. “El armario”, es como el mismo tema pero  de otra manera…
“Un día, hace ya mucho tiempo –en los días en que yo creía en las varitas mágicas y quería encontrarme una, moverla cuatro veces en el aire y fabricarme un caballo--, abrí el armario de mi pieza y descubrí algo.
Era de tarde y yo estaba sola. Abajo, mi papá atendía su consultorio médico y mamá le hacía de secretaria. Yo estaba leyendo. En esos tiempos, leía mucho. Tal vez fue el libro el que me advirtió, no estoy segura, pero, de pronto, oí algo en el armario.
Yo era miedosa, bueno, soy miedosa (en eso, no cambié mucho). Todavía no sé por qué me animé a abrir la puerta pintada de verde claro y mirar adentro.
Una mariposa nocturna.
Era oscura, de gusano grande, de esas que siempre me dieron asco. Sé que retrocedí dos pasos, que estuve a punto de cerrar el armario de nuevo. Sé que grité el nombre de mi hermano. Él no vino: seguramente escuchaba música a todo lo que daba, encerrado en su pieza.
La mariposa voló un instante hacia mí, cambió de idea, giró en redondo como un gran barrilete negro y se posó en la mesita de luz. Abrió las alas.
¿Por qué me acerqué?, me pregunto. No era lógico: yo le tenía terror a ese animal sin palabras. No sé por qué di ese paso adelante pero sé que me alegro mucho de haberlo hecho. De cerca, la mariposa era un mundo y yo lo vi porque me animé a acercarme. Por eso y porque ella se quedó quieta.
En realidad, fue una conversación.
Un campo de espigas ondeaba en la noche tibia de esas alas: un campo de espigas, iluminado por la luz de la luna y sembrado de rumores y canciones.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí, los ojos fijos en las alas oscuras. La mariposa no se movió hasta mucho más tarde. Para cuando salió navegando hacia la noche por la ventana abierta, yo ya sabía que hay historias en todos los rincones, que hasta en mi viejo armario, atiborrado de frío y suéteres de lana, había lunas y veranos”. (Aplausos)

MM:
Bueno, muchas gracias, Márgara. La verdad, un gusto grande.

MA:
No, muchas gracias a ustedes, por escuchar. Muchas gracias, Mario.




Comentarios

  1. hermosa conversacion ! gracias por dejarnos entrar y escucharlos . Roxana Bilotti

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