25 de octubre. 80 años de la muerte de Alfonsina Stoni


A 80 años del suicidio de Alfonsina Storni, la recordamos con la recorrida que hace Ernesto Hollmann por su universo poético. 



Por Ernesto Hollmann*

“Por la blanca arena que lame el mar/ su pequeña huella no vuelve más”...
Así dicen los versos que compuso Félix Luna para el recordado tema musical de Ariel Ramírez.

Alfonsina Storni se suicidó una fría y desolada madrugada del 25 de octubre de 1938 en la playa La Perla de Mar del Plata. A las siete de la mañana rescataron su cuerpo que permaneció por media hora sobre esa arena que tanto amó, sin ser reconocida por ninguna de las personas que vivían en la zona ni por el periodista que acudió presuroso por la insólita noticia de esa jornada.
Así murió, muy cansada y agotada por un cáncer linfático que la atormentaba sin cesar desde 1935 cuando en una placida tarde en la costa uruguaya descubre en su plexo derecho un nódulo que -en ese instante- modificará su existencia inexorablemente.
Hoy su pequeño y frágil cuerpo descansa en una parcela -del cementerio de la Chacarita- alejada del murmullo de los visitantes, en un terreno no consagrado y apartado del mundo; el de los condenados por Dios: los suicidas.
En ese mausoleo simple y sin cruces, ella acaso sueña con el azul profundo del mar, con los peces que la acompañan en su eterno devenir y con un infinito viaje submarino.
Alfonsina es una de las grandes poetisas americanas y la más intensa que ha dado la Argentina. Su poesía modernista rompe con los esquemas de las rimas y los versos explícitos. 
Sin lugar a dudas su más grande expresión poética es la que señala en sus antisonetos que reunidos en "Mascarilla y trébol" libro publicado luego de su operación y en su último año de vida.
Cada anti soneto es un enigma de su alma dolorida; dice Conrado Nalé Roxlo en Genio y figura de Alfonsina Storni: -"Pocas veces he visto un impulso poético tan auténtico..."
En cada sílaba hay un verso y un anti verso que desconciertan y deslumbran por su propia obscuridad.

“Un alma tienes que es la tuya misma,
la pobre tuya misma persiguiendo
trenes de viento y puerto de papeles.”


“Minúscula laguna era el espejo
que vertical se abría en el ceñido
bosque de sombras de mi cuarto huyente.”


“Sombreaba los canales diminutos
de la mano, sepulcro de sus horas…”


Máscara tibia de otra más helada
sobre tu cara cae y si te borra
naces para un paisaje de neblina
en que tus muertos crecen, la flor corre”.


“¿Por qué persigo sus pisadas solas”
que marcan lirios en el polvo de oro? 
¿Esta arena subida de los mares,
guardará fósil la inocente huella?”

En todos estos versos sueltos, extraídos de los breves anti sonetos, se marca la trascendencia única de Alfonsina como poeta lúcida y fecunda en sus imágenes; no escatima arbitrariedades ni frases confusas para hacernos partícipes de sus más profundas angustias.
Alfonsina había nacido en la primavera europea de 1892 (en medio de un viaje que los Storni hacían para distender cierta locura incipiente del "Pater familie"), en Sala Capriasca, cantón ticino de la suiza italiana. Provenía de una familia perseguida en el siglo XVI por la Inquisición por profesar la religión luterana. Ese enigma que eran las montañas nevadas (el paraíso de Heidi) se esculpe en sus retinas desde pequeña y nunca olvidará, a lo largo de los años, esas imágenes que se graban en ella como mariposas multicolores.
En su libro Languidez escrito a los veintiocho años lo recuerda en “Borrada”, un poema de desolada tristeza:

“El día que me muera, la noticia
ha de seguir las prácticas usadas,
y de oficina en oficina al punto
por los registros yo seré buscada.

Y allá muy lejos, en un pueblecito
que está durmiendo al sol en la montaña,
sobre mi nombre, en un registro viejo,
mano que ignoro trazará una raya.”

Radicada su familia en San Juan aprendió las primeras letras con una maestra que era hija de un compañero de Sarmiento. Pero su infancia fue una desdichada y sombría etapa. La bancarrota familiar que se produce con un padre que vive en estado de borrachera permanente la hizo padecer infinitos trastornos emocionales que luego devendrán muchas veces en su amarga poesía.

“...A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura y en la sombra lloro..

...Negrura, luego el oro
precioso de la vida…”

En su libro Irremediablemente, compone: “Para siempre suspensa”:

Oh, esta noche, esta noche, me tiraría triste
debajo de la luna y te diría, ven,
oh, muerte, bienhechora que para ti me hiciste,
apágame los ojos y anúlame la sien.

Astros, sistemas, mundos, me pesan en los hombros,
me pesa la amargura, me deshace el dolor.
Mis manos, ofendidas. no tocan más que escombros:
Espinas sobre espinas brotaron en mi flor.”

“...Muy rubia mi cabeza, muy negra mi inquietud”.


Estos son algunos versos de un poema de infinita tristeza escrito a los veintisiete años. 

Siete años antes se había enamorado perdidamente de un hombre casado y decidió parir su amor de madre soltera: tiene un niño al que llama Alejandro y con el pequeño a cuestas se instala de manera permanente en Buenos Aires. 

Inmediatamente comenzó a trabajar en su poesía y fue reconocida por toda la "élite" intelectual de la época como una escritora de gran talento. En 1920 publicó "Languidez" y recibió el Primer Premio Municipal y el Segundo Premio Nacional de Literatura. Se hizo ciudadana argentina; sus padrinos fueron Julio Noé y Emilio Centurión. Se convirtió en el paradigma de la poeta nacional.

Se hizo muy amiga de Horacio Quiroga, su mujer e hijos y pasa largas temporadas en la casa que Quiroga posee en Misiones. Los sucesivos suicidios de esta familia tan peculiar, ahondan más y más su irremediable melancolía hasta el final de sus días.


“Mientras la sombra de la noche espanta
y sufro, me estremezco y lloro,
pájaro bello de las alas de oro
que nada sabes de los hombres: ¡Canta!”


“¿Ves? Estos ojos como el cielo azules...
¿Ves? Estas manos como el nácar finas...
¿Ves? Mis pestañas como golondrinas...
La muerte blanca les pondrá sus tules.”


“Un día estaré muerta, blanca como la nieve,
dulce como los sueños en la tarde que llueve.”

Un día estaré muerta, fría como la piedra,
quieta como el olvido, triste como la hiedra”.

Estos versos de Irremediablemente hablan de su presente constante: la muerte, el olvido, la soledad. Este es el cantar de la mayor poetisa argentina y que hoy muy pocos leen.
  
Dos días antes de su suicidio compone -con gran esfuerzo y entre dolores insoportables- “Voy a dormir”, el último sobrecogedor soneto -de inefable belleza- y que La Nación publica en su obituario.

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oye romper los brotes...
Te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias... Ah, un encargo
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...


Alfonsina Storni vivirá en cada lector que navegue en sus imágenes libres de ataduras convencionales, de esa libertad que puebla el horizonte del alma humana, y de la misma, constante y eterna pregunta: la incertidumbre de no saber lo que el velo que la noche nos pondrá sobre los ojos.


*Ernesto Hollmann: nacido en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1947. Hizo crítica de cine para las revistas Siete Días, Biógrafo y El Porteño. Ha publicado Hierofanía de Samael (poemas), editado por Faro en 1992.  Fue integrante del FLH en los años '70, participó en el año 2008 de la película "Rosa Patria", de Santiago Loza, dedicada a la vida y la poesía de Néstor Perlongher. Se han publicado, además 12 poemas suyos en la antología Poesía Gay de Buenos Aires-Homenaje a Miguel Ángel Lens, de Acercándonos Ediciones.  


Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre