De noche, contar cuentos. De día, imaginarlos.

No se lo lee lo suficiente y por lo general, cuando en las escuelas se trabaja su obra, se pone el eje en Rosaura a las diez y en Ceremonia secreta, sus dos grandes novelas. Además de ser un gran novelista, Marco Denevi fue autor microrrelatos que hacen dialogar a la literatura argentina con grandes clásicos de la literatura y la mitología universales. Para cerrar este mes en el que el tema de Libro de arena fue el microcuento, seleccionamos un breve puñado para desempolvarlos. 



La bella durmiente del bosque y el príncipe
La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.

Realismo femenino
Teresa Panza, la mujer de Sancho Panza, estaba convencida de que su marido era un botarate porque abandonaba hogar y familia para correr locas aventuras en compañía de otro aún más chiflado que él. Pero cuando a Sancho lo hicieron (en broma, según después se supo) gobernador de Barataria, Teresa Panza infló el buche y exclamó: ¡Honor al mérito!

Schehrasad en la noche 1002
De noche, contar cuentos. De día, imaginarlos. Así vivió Schehrasad los tres primeros años de su matrimonio con el rey Schariar. Al cabo de esos tres años se la veía macilenta, ojerosa, hacina. Tenía los ojos enrojecidos. Sus pechos eran como pasas de uva. Sus caderas, semejantes otrora a dos alfaques, parecían un par de papiros egipcios negligentemente arrollados. Había envejecido en forma prematura. En cambio, su hermana menor, Dunyasad, estaba más hermosa que una grácil rama de bambú, más que un esbelto tallo de arrayán, y su cara brillaba como la luna en el mes de Radamán, cuando luce más clara y más redonda. De modo que en la noche 1002 el rey despreció a Schehrasad y amó a Dunyasad.

Silencio de sirenas.
Cuando las Sirenas vieron pasar el barco de Ulises y advirtieron que aquellos hombres se habían tapado las orejas para no oírlas cantar (¡a ellas, las mujeres más hermosas y seductoras!) sonrieron desdeñosamente y se dijeron: ¿Qué clase de hombres son estos que se resisten voluntariamente a las Sirenas? Permanecieron, pues, calladas, y los dejaron ir en medio de un silencio que era el peor de los insultos.

Proposición sobre las verdaderas causas de la locura de don Quijote
Don Quijote, enamorado como un niño de Dulcinea del Toboso, iba a casarse con ella. Las vísperas de la boda, la novia le mostró su ajuar, en cada una de cuyas piezas había bordado su monograma. Cuando el caballero vio todas aquellas prendas íntimas marcadas con las tres iniciales atroces, perdió la razón.


Los silencios de Lanzarote y Ginebra
Cada noche se entendían a la perfección, sin necesidad de hablar, en un diálogo mudo que, no obstante, era más rico y más sabio que las peroratas de todos los sabios de todos los tiempos.
Cada día ella se decía: “¿Cómo se puede soportar a ese bruto que lo único que sabe hacer es discutir con sus amigotes sobre guerras, cacerías y torneos de armas?”; y él pensaba: “¿Cómo se puede aguantar a esa tonta cuyos únicos temas de conversación son los chismes, la moda y la cocina, cuando no se le da por las cuestiones de Dios, el amor, la vida y la muerte?”.
Y volvían cada noche a reanudar aquel coloquio silencioso, y cada día a rumiar en silencio sus mutuos agravios.
Pero jamás, mientras vivieron, cruzaron una sola palabra.

Adán y Eva
Recordando lo que él hizo con el amor de Dios, Adán siempre recelará del amor de Eva.

Crueldad de Cervantes.
En el primer párrafo del Quijote dice Cervantes que el hidalgo vivía con un ama, una sobrina y un mozo de campo y plaza. A lo largo de toda la novela este mozo espera que Cervantes vuelva a hablar de él. Pero al cabo de dos partes, ciento veintiséis capítulos y más de mil páginas la novela concluye y del mozo de campo y plaza Cervantes no agrega una palabra más.

El nunca correspondido amor de los fuertes por los débiles
Hasta el fin de sus días Perseo vivió en la creencia de que era un héroe porque había matado a la Gorgona, a aquella mujer terrible cuya mirada, si se cruzaba con la de un mortal, convertía a este en una estatua de piedra. Pobre tonto. Lo que ocurrió fue que Medusa, en cuanto lo vio de lejos, se enamoró de él. Nunca le había sucedido antes. Todos los que, atraídos por su belleza, se habían acercado y la habían mirado en los ojos, quedaron petrificados. Pero ahora Medusa, enamorada a su vez, decidió salvar a Perseo de la petrificación. Lo quería vivo, ardiente y frágil, aun al precio de no poder mirarlo. Bajó, pues, los párpados. Funesto
 error el de esta Gorgona de ojos cerrados: Perseo se aproximará y le cortará la cabeza.

Los ardides de la impotencia
Quizá Dulcinea exista, pero don Quijote le hace creer a Sancho lo contrario porque es incapaz de amar a una mujer de carne y hueso.

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