Carla Dulfano, Alejandra Erbiti, Andrés Sobico: "El humor no es exactamente un chiste... Es otra cosa. Es más profundo"

La importancia de los inicios es un signo que une a Carla Dulfano, Alejandra Erbiti y Andrés Sobico, escritores jóvenes que reunidos con Mario Méndez conversaron, entre otros temas, sobre las dificultades de abrirse camino, los maestros y referentes, el humor como lugar desde donde mirar la vida, la relación con el lector. El Programa Bibliotecas para armar presenta la última entrevista del año correspondiente al ciclo "Nuevas Voces" que se llevó a cabo el 4 de diciembre en la Biblioteca La Nube, y forma parte de los Encuentros con escritores de literatura infantil y juvenil. Libro de arena comparte la primera parte de la charla.



Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Bienvenidos al cuarto encuentro. Se podría decir que esta vez, en esta selección que hicimos, los invitados se caracterizan por el humor y por otras cosas que ya iremos viendo. El otro día Melina Pogorelsky me preguntó cómo había hecho la selección. Un poco de casualidad y otro poco con algunos criterios… hay dos autores de fantasy, Leo Batic y Victoria Bayona que vienen juntos… otros porque son los dos varones, y en el caso de ustedes tres, porque el humor es uno de los lugares que más han transitado. Siempre los presento oficialmente, a saber:
Carla Dulfano nació en Buenos Aires, es docente y autora de literatura infantil. Recibió premios y distinciones literarias de la Secretaría de Educación, de la U.C.A. del MOMUSI, y, aunque acá no lo tengo anotado también lo recuerdo, de Casa de las Américas.

Carla Dulfano: Sí, y Casa de Letras de Perú, también.

MM: Felicitaciones. Tiene publicaciones en manuales escolares en editorial Puerto de Palos, Troquel, AZ, Proyecto Base y los cuadernillos del Ministerio de Educación, y en los sitios ciudad.com.ar…

CD: Eso es viejo, no existe más pero está. En Internet todo queda.

MM: Uno es esclavo de su pasado. Libros publicados: en Editorial Aique,  El gigante y el enano, en Norma, en el sello Siete Vacas, Betonetti y otros personajes impresentables, La casa del elefante, El pavo Caruso, y tengo más. Algunos me llegaron hoy. Como este de la colección Colectiblos, que dirige Graciela Repún, hoy otra vez presente, gracias por venir otra vez…

CD: ¡Gracias! Un aplauso para Graciela (Aplausos)

MM: Y Maestro argentino, que es una novela, ¿verdad?

CD: Sí, es una novela, y después tengo también, El celular, de Editorial Salim Y algunas en Uranito, unas obras de teatro que hice con Marcela Silvestro. Con ella también hicimos unas obras de teatro para la Editorial Imaginador, que salió este año, para Edebé, también…

MM: Además en varias Antologías… Cartas de amor, que está en Siete Vacas, y una que tengo que mencionar por una cuestión de marketing, y de filiación, que es Un mes después y otros cuentos aterradores. Ahí transitaste otro género diferente, que es el terror.

CD: Claro.

MM: Bueno, Alejandra Erbiti dice que desde chiquita inventaba historias para hacer reír o para pasar un rato con los amigos. Empezó a publicar en 1993, así que saldría del recorte arbitrario…

Alejandra Erbiti: Soy una infiltrada…

MM: Una infiltrada en Las Nuevas Voces.

AE: Pero en 1993 era como que vivía en otro barrio editorial, y me mudé a este que me gusta más.

MM: ¿En qué año te mudaste?

AE: Me mudé en el 2005. Por eso estoy entre los del siglo XXI. Vecinos con los que me encariñé.

MM: Ha publicado libros de texto, en revistas como Billiken o Imaginaria. Fui finalista de Premio Sigmar, con un libro que yo tuve el gusto de leer cuando era manuscrito…

AE: Y me diste la noticia de que era finalista cuando no era público.

MM: Exacto. No sé cómo me llegó…

AE: Te llegó en un boletín que les llegaba a los editores.

MM: Ahí está. Y ahí te avisé.

AE: Yo fui a Sigmar, y todos estaba con cara de  truco y yo ya sabía que era finalista, y nadie me decía nada. No dije nada y cuando me lo dijeron dije: “¡Aaaah!”  (Risas)

MM: Los tíos del Quinto Infierno, es una novela muy divertida, que juega con el terror, pero no es de terror…

AE:  Hay otra cosa con esto. Cuando fui a la premiación, a la que me invitaron porque era finalista. Y como yo había ido a una entrevista, las chicas, a la única persona a la que le conocían la cara, de todos los finalistas, era a mí. Entonces se vinieron las editoras, y me dijeron que era la única que conocían, porque había un premiado de Chubut, otro de La Plata, a los que no les habían pedido una foto. Había un cartel grande, y te servían vino, y me dijeron que tenían que decirme algo, pero que no podían decir en el acto de premiación, porque no iban a publicara todos los finalistas. Me dijeron que iban a publicar Los tíos del Quinto Infierno, porque les había gustado mucho, pero que no lo iban a poder festejar. Yo ya lo estaba festejando, así que caminaba a diez centímetros. Fue muy lindo. Hermoso.

MM: Eso fue en 2010.

CD: Editores y comida. ¿Qué más se puede pedir?

AE: Totalmente.

MM: Otros títulos de los que también vamos a hablar, varios en coautoría como ¡Cosas de no creer! con Adela Basch, y este de Mandioca, que es Divinas Adivinaciones, ¿son todas adivinanzas?

AE: No, ninguna adivinanza, son dos obras de teatro, pero de temas que son… o brujas o adivinas.

MM: Llegó hoy, así que no pude leerlo, pero bueno, ya nos vas a contar. Para terminar con la formalidad pasamos a Andrés Sobico. No voy a decir cuándo nació, pero no hace tanto. Dice que tiene un futuro incierto y promisorio por delante. Hizo la primaria pública, secundaria técnica, más un toque de Ingeniería. De niño careció de televisor pero tuvo cinco hermanos menores. (Risas). A partir de los cuarenta años le pareció que mil palabras elegidas valen más que una imagen, porque, hay que decirlo, fuiste fotógrafo…

Andrés Sobico: Hasta hace un año, cuando me dediqué a la docencia, de un área nueva que tiene que ver con la técnica y que se llama Educación Tecnológica. Les enseño a chicos de primero a séptimo grado con una visión que va desde la Antropología a la Ingeniería. Una visión socio-técnica de la Tecnología. Pensar que todos somos artificiales… es deprimente también, (Risas) pero desde el momento que nos cosimos la primera piel somos artificiales, ya está, no queda otra.

MM: Después te voy a pedir lo del mapa conceptual de ese mamut, que es muy bueno. Actualmente es poseído por tres hijos y una esposa, tiene publicado Caperucita Verde, que no sé si está acá… sí, acá está, que son cuentos en tono de humor sobre cuentos clásicos. Está Caperucita, está Pulgarcito, que es Pulgarzón, Patita Fea

AS: Se opera, por supuesto (Risas)

MM: La liebre y la tortuga, Blancanieves… muy, muy gracioso, Caperucita verde y otras reversiones, publicado en la colección Siete Vacas, de Norma. También tiene publicado un cuento en Cartas de amor, de la misma colección, esa antología en la que también está Carla. Fue también alumno de Graciela en el famoso taller salón Cracovia. Y hoy me trajo un par de libros, uno muy bello, de Del Eclipse, un libro álbum que se llama Como una guerra, que es un microcuento, me decías…

AS: Sí, que se fue convirtiendo. Hubo un encuentro entre los alumnos del taller de Graciela, y los alumnos del taller de Istvan, el ilustrador, y el juego era que cada una de las personas que escribía llevaba dos cuentos, y cada uno de los ilustradores llevaba dos textos. Hacía un sorteo y cada uno escribía sobre la imagen que le tocaba, y viceversa. A los ilustradores les tocaba un cuento. En ese momento sucedió que Paula Adamo, que es la ilustradora de este libro me da una ilustración en la que había soldaditos. Y yo había llevado un cuento en el que un chico le cuenta a otro que su tío le contó que estuvo en la Guerra de Malvinas. Cuando vimos que teníamos esto así dijimos: “Acá hay algo, podemos trabajar”. Resultó que es un tema muy pesado. Estuvimos trabajando por mail, nos encontrábamos una vez por año, trabajamos muy despacio durante cuatro o cinco años. Tengo la lista de mails del proceso de trabajo, muy interesante…

MM: La cocina…

AS: En enero del año pasado me entero de que eran los treinta años de Malvinas. Entonces la llamé a Paula y le dije que si queríamos sacar esto del “sueño del pibe” y hacerlo realidad, si no era en ese momento, era nunca. Esto fue enero. Me contestó que estaba de vacaciones en Corrientes, y que estaba viendo un monumento a los caídos cada quince kilómetros, más o menos, y que ese día había almorzado en la casa de un ex combatiente que por suerte estaba con su familia. En ese punto, ya estaban hechas las tres cuartas partes del libro. A los diez días llegó a Buenos Aires y me mandó las imágenes, que después cada uno va a poder ver… después van a ver que yo tengo más o menos, lo que publicaron ellas dividido quince. Después me extenderé más… pero no busco editor, no sé buscar editor, o algo así, algo pasa. No voy al psicólogo, como verán. (Risas). Cuando vi el trabajo que había hecho Paula Adamo, me di cuenta de que no podía quedar en un cajón. Yo tenía a la genia de Andruetto, a la que me animaba a mandarle dos mails por año, y ese año no le había mandado ninguno (Risas), entonces junté todo el material, le mandé el texto, y a vuelta de correo me dice que esto tenía que estar publicado. Me pasó mails de editoriales y me dijo que en Subject pusiera que ella me mandaba. Ese mail lo tengo ya enmarcado. (Risas)

CD: ¿Puedo usar ese mail yo también?

AS: Sí, porque sos MI amiga. A Alejandra le falta todavía… (Risas) Y bueno, Istvan me conocía por los microcuentos. Yo justo había hablado con Ana Lucía Salgado, una editora muy conocida en el ambiente, que en esa época me estaba publicando en Gato de Hojalata. Y sabía que había pasado a ser free lance, entonces le mandé esto, le mandé el mail de Andruetto (Risas), que me decía lo que tenía que decir. Entonces a las horas me llama Ana Lucía y me dice que lo había estado viendo y empezó a darme razones de editor. Y me dijo que creía que no necesitábamos a nadie más. Ella había hecho un análisis de por qué ese libro no necesitaba ayuda. Entonces le expliqué a Ana Lucía que sí la necesitábamos a ella justamente por todo ese análisis que me había hecho;  nos juntamos un día antes de que yo me fuera un mes de vacaciones, mientras mi esposa hacía las valijas yo iba a una reunión con Ana Lucía y Paula, en un bar, hablando de que esto podía ser realidad. A los quince días Istvan lo había visto en Del Eclipse, listo para publicarse, impreso en abril del año pasado. Una historia realmente mágica. Si no se hubiera publicado creo que hubiera tenido que darle unas muy extensas explicaciones a mi esposa por esa extraña reunión en el bar.

AE: Qué presente que está Istvan, porque en este libro álbum que le traje hoy a Mario, que lo empezamos con alguien que empezó como diseñador gráfico, como ilustrador, y después se copó con la escritura y ahora es todo. Es el hombre orquesta, que es Hernán, “Cucho”, Cúneo. Yo tenía  a Cecilio que no conciliaba el sueño, y él tenía un gato del que me enamoré totalmente, que es este gato tirado acá en el piso, y quise que ese gato fuera el gato del personaje que yo tenía. Y en este libro estuvimos como dos años, él se metía en el texto, yo me metía en el color… por ejemplo, en un momento el gato se sorprende, y lo hace ponerse de pie como si fuera un perro. Y yo le dije que los gatos no hacían eso de ninguna manera, salvo que cayera una bomba. Que si un gato está dormido echado y siente un ruido va a hacer esto… (imita un gato apenas levantando un poco la cabeza).  Lo más… Fueron dos años matándonos de risa haciendo este libro. Ojalá la gente se riera la cuarta parte de lo que nos reímos nosotros haciéndolo. Cuando lo terminamos fuimos (Cucho fue alumno de Istvan en un taller de libro álbum, y un alumno muy elogiado por Istvan, muy apreciado).

CD: Y de Graciela… en realidad todos nosotros…

AE: Como dirían los futbolistas, “Somos una gran familia”. Bueno, le llevamos el libro a Istvan a la casa, estuvo tres horas, nos dio unas clases magistrales, una devolución magistral, y nos dijo que si queríamos editarlo en Del Eclipse teníamos que bancarlo dos años. Pero que YA saliéramos a mostrarlo y así fue cómo salió publicado por Pequeña Aldea.

MM: ¿Y vos cómo llegaste, Carla? Vamos a empezar por esto que me parece que es una de las cosas más interesantes de las Nuevas Voces. Cómo llegaron por primera vez a la publicación.

CD: Hace diez años que tomo clases con Graciela Repún, y antes de eso había tomado clases con Adela Basch y con Ricardo Mariño. Adela es la que me recomendó a Graciela, y a partir de ahí empecé a publicar. Primero este libro de El gigante y el enano, y después fui mandando a diferentes lugares, a concursos, y así se fue haciendo… en algún momento el nombre de uno ya no suena tan desconocido, mandás un mail y por lo menos no lo borran. (Risas). Y ahí ya uno empieza a publicar más. Después empecé a estudiar Letras en la UBA. Cuanto más uno lea, y estudia y aprenda, es mejor.

MM: ¿Estás estudiando Letras?

CD: Sí, sí…

AS: Va por la “B”… (Risas)

CD: Voy por la “B”, cuando llegue a la “Z”, chau, supongo que sabré algo. (Risas). Mando mucho a concursos y así se pasaron diez años ya. Cuando uno empieza, quizá piensa que en diez años va a estar escribiendo mucho, y en realidad el proceso es muy lento.

AE: Como que diez años…

MM: No son nada…

AE: Por ejemplo, cuando uno dice: “Cien años en la historia de un país no es tanto”. Y en la escritura pasa un poco así. Hay cosas que salen en una tarde y otras que te llevan tres o cuatro años escribirlas.

MM: ¿Y tu proceso es más bien rápido?


AE: Yo tengo de todo. Tengo cosas que termino enseguida y tengo cosas que reviso y reviso y que las recontra leo. Tardo porque tardo en convencerme de que me salió de un tirón. Pero hay cosas que escribo como si me las dictaran. Y otras que me llevan mucha elaboración, mucho más tiempo. Como este libro a dúo que te contaba, fueron dos años de trabajo. La Maga, que es el primer libro de fantasy que yo escribí, que es una novela, había puesto una fecha que tuve que postergar por un suceso familiar. Falleció mi mamá, fue una cosa terrible, tenía compromisos con editoriales, y lo escribí en tiempo record. Pero lo que pasó con este libro, fue que de entrada lo pensé como… yo iba a un taller que hacía Graciela Repún, que me encantaba, que se llamaba “Corrección Profunda”, que es donde los autores van con sus cosas ya escritas, casi con el último golpecito de horno, para que otro lo lea. Uno está en un círculo con seis o diez autores más, otro lo lee, todos escuchan, todos opinan, todos hacen sugerencias, uno las toma o no las toma, pero escuchar el libro leído por otro es una experiencia muy buena.

MM: Tu libro lo lee otra persona…

AE: En ese taller lo lee otra persona, no uno. Uno ya sabe dónde están las comas, y si no las inventa. El otro lee una parte tuya y lo lee tal cual está escrito. Cuando se le traba la lengua… algo pasa ahí. Es un taller muy interesante.

AS: Si no decís: “Leé bien” (Risas)

CD: La culpa la tiene el que lee…

AE: Y pasan cosas locas. De pronto alguien se emociona o alguien se mata de risa, es una muy buena experiencia.

MM: Lo bueno es que ocurra cuando corresponde, ¿no?

AE: Claro, que no lloren en la parte del chiste y se maten de risa en medio de la tragedia. (Risas). Ahí hay algo que no funciona. Y este libro, yo digo que es…siguiendo Hechos que ocurren. No necesariamente el hecho se condice con el estado de ánimo. Es como si yo te digo que tengo taquicardia, pero el electrocardiograma da re tranquilo, o al revés, yo me siento re tranquila y el electro da unos picos terribles. Cuando yo revisé este libro me di cuenta de eso, que fue re loco. Y escribirlo también. Porque es el único libro que tengo publicado, que si bien no es trágico, tampoco lo considero un libro de humor, si bien tiene algún pasaje gracioso.

MM: ¿Cómo ha sido el encuentro con los lectores?

AE: Sí, sobre todo con lectores de Los tíos del Quinto Infierno, de éste todavía no tuve encuentros en forma personal. Quizá sí, alguien que me escribe algo o que me cuenta algo. Adultos. Gente de veintidós, treinta años. Me hizo acordar a algo que leí una vez que me encantó… en realidad lo leí en un libro de Pescetti pero no lo dice él, lo dice Jacqueline Held y como está escrito en francés y yo no leo francés es un libro que por el momento no puedo disfrutar. Él habla del humor, pero yo creo que se puede hablar de la literatura en general. A mí me gusta no pensar en quién me va  a leer cuando estoy escribiendo. Se me ocurre una idea y yo no pienso que es para chicos de tal edad a tal edad. Yo escribo la idea, después, que me diga el editor. O me doy cuenta de que es un registro a partir de tal edad. Pero hay chicos muy lectores que te leen Julio Verne a los diez, once años, y tranquilamente pueden leer ese libro. Bueno, esto que me gustaba, que está circunscripto al humor pero que para mí, vale para toda la literatura, es que hay un humor infantil y un humor adulto. Pero el humor infantil, no se termina cuando comienza el humor adulto. Y el humor adulto, no empieza cuando se abandona el humor infantil. Y de hecho los libros, los chistes, las obras de teatro, los unipersonales, las canciones, Les Luthiers,  que me fascinaban cuando era muy chica… los objetos de la cultura, los productos, funcionan para el que sabe disfrutarlos. No importa la edad que tenga.

MM: Quizá  los chicos necesitan de un entrenamiento previo, ahora que me lo hacés pensar. Algunos chicos disfrutan con Les Luthiers y otros no. Necesitan poder entender el humor. De eso quería preguntarles a los tres. A mí me ha pasado muchas veces, como maestro, leerles a los chicos cosas con las que pienso que se van a reír mucho, y no pasa. Doy un ejemplo concreto. A filmar, canguros míos, de Ema Wolf que es maravilloso… Seguramente faltaba el entrenamiento de la película clásica o del guión cinematográfico, pero no conseguía ni sacarles una sonrisa. Ustedes tres han pulsado la cuerda del humor…  Qué les pasa, por ejemplo, a vos, Andrés, en Caperucita… hay un montón de guiños para los adultos. ¿Los chicos lo captan? ¿Qué pensás?

AS: Me ha pasado a veces en escuelas. Como yo soy docente, oculto que soy escritor. No me pasa con mis alumnos. Sí veo el humor con mis alumnos, de primero a sexto grado, en otros rubros. Pero cuando he ido a escuelas… a mí me gusta pensar la literatura como prenda de unión, entre adultos y chicos. Pero entre adultos/persona e infantil/persona. Me han contado que la abuela le dijo que esa parte era de una canción que ella conocía. Y de hecho, cuando pongo parte de canciones de Sui Generis, yo lo pongo, y espero que se vea así, como parte natural del párrafo, incluso. Un chico lo lee como parte del cuento. Y un adulto lo lee como guiño. Pero no está inserto en un marco en el que “ahora viene un chiste para el adulto”. La idea es que todo esté en el cuento y que no haga ruido. No me gusta que sea una colección de chistes. El humor no es una colección de chistes.

CD: Ese era un error que yo cometía al principio. Hacía gags, y gags, y gags. Después empecé a ver que ya no era gracioso. Cuando es un chiste atrás de otro y otro, llega un momento en el que parece un programa de Pepe Biondi. No quería decir mi edad pero ahora ya se dan cuenta… (Risas).Y no. El humor no es exactamente un chiste, como los que pueden venir en el chicle Bazooka. Es otra cosa. Es más profundo.

AE: Es un orden… Es una dimensión.

CD: Ahí está. Sí.

AS: Yo tengo un ícono del humor, que es la conversación de Alicia con Humpty Dumpty, el huevo que está parado ahí arriba. Es desopilante. Y si buscás dónde está el chiste en esas dos páginas, no hay chisté, no está. Uno se ríe del tipo solemne sentado ahí arriba, y todo lo que dice es para que vos lo veas y lo caracterices. No es exactamente una frase que sea graciosa.

AE: Hay una cosa que me pasó, como experiencia personal. Yo leí La metamorfosis, chica. Adolescente…

AS: Y te reíste… (Risas)

AE: No, me pareció aterrador. Trágico. Tremendo. Y lo leí de nuevo hace unos años, y cuando el tipo se despierta convertido en un insecto, Gregorio Samsa y dice (no lo dice así Kafka, pero yo lo leí así): “la cagada es que así, de cucaracha, a mí me gusta dormir de costado, pero con esta caparazón no me puedo poner de costado y la verdad es que me cuesta mucho dormirme”. Yo me morí de risa cuando leí eso.

AS: Vos te reíste del conformista. Ahí te estás riendo porque él se adapta a todo.

AE: Hay situaciones (salvo el final), de un humor tremendo. Pero es humor.

CD: Como esa frase de Groucho que dice: “El humor es la forma amable de la desesperación”. El humor nace del sufrimiento, en realidad.  De la falta de algo. Si uno tuviera todo…

AE: Sí, uno se tira en el pasto a mirar las nubes…

CD: Los primeros que hicieron cine de humor, Chaplin… todos… era todo tragicomedia. Y creo que la tragicomedia tiene una profundidad que la comedia sola no tiene.

AS: Yo voy a decir un secreto de mi libro. Se llama Clásicos Recargados. En realidad, con Antonio Santa Ana, que fue el editor, “nos” dijimos que se llamaba “Recargados de sentido”.

AE: Yo pensé que era por Macri (Risas).

AS: En realidad es un juego de palabras. Yo no quiero venir acá a hacerme el piola, “Los Clásicos” es una expresión del miedo social, los terrores sociales de su época. Cuando armé estos cuentos, todo el tiempo traté de pensar en cuáles son los miedos de ahora, porque si no, estamos siempre con el miedo al “lobo”. El lobo, era en aquella época, cuando todavía había bosques, ahora no hay bosques…

AE: Pero lobos sigue habiendo…

AS: No, Ahora hay lobbys. (Risas)

MM: Te interrumpo un segundo… digamos que la línea, o una de las líneas fundamentales de los miedos actuales es el tema de le ecología y la destrucción. Tu mirada es bastante ambigua, porque defendés la ecología y también te reís de los ecologistas clásicos.

AS: Yo compraba revistas de ecología en 1974. Yo soy de antes de Greenpeace. Leía a Grinberg, y compraba revistas de ecología en el subte. Mi Caperucita Verde, es una fundamentalista ecológica insoportable. (Risas). También pasa por ahí, por esos fundamentalismos que vistos desde afuera terminan siendo graciosos cuando no son terroríficos. El punto es cuando el humor permite decir cosas serias. Porque vos te estás riendo, y mientras pasa eso entran cosas que de otra manera. El humor te desarma y te permite tomar una idea que no hubieras aceptado de otra manera.

AE: A mí me sirve esto de ¿por qué literatura infantil y juvenil y por qué no literatura para adultos? Yo no dije que iba a hacer literatura infantil y juvenil. Cuando yo me ponía a escribir… siempre conté historias. Cuando me puse a escribir cosas para adultos, me salían cosas en las que me quedaba con una angustia… Entonces pensé en tratar de contarle eso a un adolescente, o a un chico muy chiquitito… me parece importante contarle esto, se lo quiero contar. Esto que me pasó a mi, o a alguien, o que se me ocurrió… o esta pesadilla… ¿Cómo hago para contárselo y no ser cruel? Para que vea la crueldad sin ser cruel con él que está leyendo. Sin ser sádica. Y así caí en la literatura infantil y juvenil. Me di cuenta de que incluso yo no me angustiaba y que podía rebelarme frente a esas angustias, esos fantasmas…

AS: Con “B” y con “V”… rebelarte y revelarte.

AE: Las dos cosas. Yo amo a Freud.

AS: Yo no. (Risas)



AE: Y siempre tengo como una oración, diría, si fuera creyente, que el humor se sobrepone, se rebela, se sobrepone incluso frente a la muerte. Una de los chistes que Freud cuenta para ilustrar eso… bueno, ustedes saben que los chistes alemanes no son muy buenos, pero este es muy gráfico. (Risas). Hay un tipo al que van a fusilar un lunes a la madrugada. Y el tipo está frente al pelotón de fusilamiento y dice: “Qué linda manera de empezar la semana”. (Risas). Y está a segundos de ser fusilado. A mí eso me parece maravilloso. Por eso amo el humor y amo a los que aman el humor y lo disfrutan, y lo de las edades es un poco una lotería. Quizá leés algo que te parece que los chicos no van a entender. Me ha pasado con chicos muy chiquititos, que se han matado de risa y que la maestra venga y diga que no lo entendió. (Risas). Y eso me pareció extraordinario. Yo creo que hay un punto en la escolarización en el que ya están tan formateados que no están permeables a algunas cosas. Y los chicos más chiquititos, de Jardín o del primer ciclo… muertos de risa y explicándole a la seño de qué se reían. Eso es perfecto. Otro nene, llorando emocionado me dijo, (porque los compañeritos lo conminaron a elegir una poesía para un trabajo que hicieron en el que recitaba cada uno una estrofa), y él no se animaba porque estaba yo. Estaba muy cerca de mí, pero no al lado. Muy chiquito. Siete, ocho años. Y los compañeros le decían: “¡Dale, contale ahora que está a la autora, contale, contale…!”. Y se pone todo rojo y me cuenta con la voz muy despacito: “Me gustó…qué se yo”. Y la maestra  decía que la habían elegido porque a él le había costado un montón. Y yo dije que a lo mejor él me lo quería contar después, o no me lo quiere contar… Yo ni lo miraba para que no se pusiera incómodo y entonces dice: “Lo voy a contar”, como diciendo: “Sí, sí, me la banco”. ”Lo que pasa es que me gustó y cuando la seño lo leyó me gustó todo el poema y en la última estrofa me emocioné.” ¡Y se puso a llorar! Casi me lo como a besos. Por supuesto, me contuve, le dije que era muy lindo lo que había contado… Después sí, nos abrazamos y nos besamos, pero después de un rato, cuando nos relajamos y nos sacamos fotos. Ese momento fue algo increíble. Maravilloso. Y además me fui enamorando mientras hacía literatura, porque el encuentro con los lectorcitos es extraordinario.

MM: Carla, ¿Vos has tenido muchas experiencias así?

CD: Sí, sí. Porque soy maestra de música. Trabajo en tres colegios. Y a veces les cuento a los chicos. En realidad yo empecé a volcarme a la literatura infantil porque hacía muchos años que hacía las letras de las canciones para las fiestas de fin de año. Comedias musicales… empecé haciendo poesía y después me volqué hacia la prosa. Después de tantos años, décadas, de trabajar con chicos, llega un momento en el que uno empieza a pensar con esa lógica. Y a veces me pasa que no puedo volver a pensar con una lógica adulta. No sé si alguna vez tuve… (Risas). Si tuviera que volver atrás y escribir algo para grandes, no entendería esa lógica. Es como si hubiera llegado de Marte y tuviera que entender cómo funciona el mundo. El banco… el cajero… ¿qué es esto? (Risas). No me hallo en el mundo adulto. Y a veces me pasa que charlo con chicos de cuatro o cinco años, y no es que lo hago de compromiso. No es que me encante ir a trabajar, tampoco, (Risas), pero cuando yo estoy conversando con un chico siento que nos interesan las mismas cosas. Uno de los dos está equivocado… (Risas) y él no es. Nos interesan las mismas cosas…los caramelos…qué diferencia hay entre el de durazno y el de frutilla… (Risas)

AS: Los colores. ¿Por qué el de ananá es azul? (Risas).

CD: Y a veces, lo que hago con los chicos es armar una canción. Primero elegimos el tema y yo voy anotando en un papel las ideas. Este año había un grupo de cinco que se autodenominaron “Los Artistas”. Entonces les pregunté qué era un artista para ellos, y fui tomando nota. Hacemos un brainstorming, y voy tomando nota de lo que ellos piensan. Después yo voy armando las frases para que rimen, después le ponemos una música y es como el himno de la Sala.  Incluso, lo interesante es que hay muchos concursos para que los chicos escriban. Y hasta hace poco, el Gobierno de la Ciudad lo hacía, ahora no sé… todos los años los chicos mandaban textos y hacían una antología con poemas de chicos. Y eso está bueno. Por eso los talleres literarios para chicos me parece que deben funcionar bien. Yo nunca presencié uno, pero me parece que es algo muy interesante para hacer.

MM: Siempre y cuando jueguen…

CD: Claro. Si no los usás de escritores fantasmas de lo que vos hacés… (Risas). Tengo un sobrino, que una vez, cuando tenía cinco años, era de noche, y había media luna y me dijo: “La luna está rota”. Y yo dije: “¡Claro! ¿Cómo no se me ocurrió?”. Y ahí hice una poesía sobre la luna que estaba rota y que había que arreglarla, y venían unos chicos… y después fue a parar a varios manuales. No al mismo año.

AS: Es el objeto encontrado. Como agarrar un mingitorio y ponerlo en un museo.  El chico te da algo y vos lo ponés en una antología y es “arte”. Te lo dijo el chico y es una ocurrencia. Y es la misma frase.

CD: Claro. Como esas pinturas contemporáneas que te ponen una mancha que para mí es la bandera de Japón, y te dicen que es una obra de arte… y es una obra de arte porque está en el lienzo porque la misma mancha en la ropa no sería arte. (Risas)

AE: Sería una propaganda de jabón en polvo… (Risas)

AS: El catálogo del museo te explica siempre. Hay una literatura que es el catálogo de museos, y te explica por qué “eso” es una obra de arte.

MM: Sería de género fantástico. Y esa música, ¿no fue grabada?

CD: Sí, trabajé para la editorial San Pablo, hice dos colecciones de libros. El proyecto de ellos era hacer algo con cada capítulo bíblico del Viejo y el Nuevo Testamento que pudieran ser interesantes para los chicos. Entonces los hice con el formato de poema rimado y le puse música, y ellos ahora lo venden. La ilustradora es muy conocida, Sandra Lavandeira. Me gustaría hacer mucho más en ese formato. Hice uno también para la Editorial Panamericana de Colombia con los colores. Una canción para cada color. Lo que pasa es que en general las editoriales consideran que es muy caro, y supongo que debe ser así. Y piensan que no lo van a recuperar. Pero es un formato que yo veo que funciona mucho. Cuando fui a la Feria de Bologna en el 2007, vi que en otros países se hace mucho más. Cuento con música. Acá lo que vi mucho es audio con libro, que es otra cosa, es un cuento narrado. Me parece que eso funciona mucho y que habría que buscar la manera de abaratar costos para hacerlo más.

MM: Quizá acompañado con recitales… ¿Has dado recitales?

CD: No, una vez toqué con un grupo en el Teatro San Martín,

AS: Pero explotala… es buena idea…

CD: Claro, como hacen en el MOMUSI o Magdalena Fleitas también. En Uruguay se hace mucho eso. Y acá también, pero como nunca tengo demasiado tiempo…

AS: Como lo que se está haciendo con las poesías de María Cristina Ramos.

CD: Sí, el tema es hacerse el tiempo. Y otra cosa en la que me gustaría indagar, ahora que está de moda el stand up, me gustaría hacer stand up para chicos. Yo hablé con una persona que lo hace. Va a colegios y se sienta como en un pub. Sientan a los chico a las mesas…

AS: Con Coca, ¿no?  (Risas)

CD: Sí, con Coca y con papas fritas…

AE: Claro, porque si no, se ríen por efecto del  trago (Risas)

CD: Ese es un género que a los chicos, les gusta. Y también los chistes gráficos, las historietas. Me parece que eso está un poco abandonado. Hay mucha historieta pero para chicos más grandes, de secundario. Pero para chicos de seis, siete, ocho años no vi mucha historieta. Vi una de Atlántida de una chica… ahora no me acuerdo el nombre. Y eso a los chicos les encanta. Al fin y al cabo, cuando uno era chico, y leía las revistas de Archie y de La Pequeña Lulú, ¿A qué chico no le gustaba? Todo el mundo iba a canjear revistas… y eso se perdió. No hay historieta para chicos chiquitos.

MM: Hay una colección de historieta que dirige Roberto Sotelo, que es ¡Toing!

AE: Yo empecé haciendo canciones también.

CD: Vos tocás la guitarra también…

AE: No, la guitarra la rasco, lo que toco son esos teclados que son samplers, o sintetizadores. Pero suenan bien. El piano suena a piano, el violín a violín. Y cuando trabajaba en el otro barrio, digamos, en ese tipo de editoriales… es verdad que son libros muy caros. Yo en ese barrio me quedé porque estaba terminando un libro y ya me estaban encargando otros dos.

MM: ¿Qué era lo que hacías?

AE: El libro, las canciones, las cantaba, las grababa, entregaba el producto terminado. Les hacía libros de dos tomos, de trescientas páginas cada uno en tiempo record, y las canciones.

MM: ¿Con qué temática?

AE: Y, por ejemplo, hay uno que se llama La casita encantada, que son cuentos de terror. Yo me di cuenta de una cosa, sin hacer una investigación profunda, con sociólogos o antropólogos, pero hice mi humilde y doméstica investigación, preguntándole a los chicos, y me di cuenta de que no había mucha charla se sobremesa o momentos en los que la familia se encontrara y charlara. Porque la abuela hoy se va al gimnasio. Cuando yo era chica, había mucho tiempo para charlar. Vivía en Luján… no había nada cuando era chica.

AS: Eras atea, encima… (Risas)

AE: En esa época, no. Pero la televisión empezaba a las doce del mediodía, terminaba a la una y había pocos programas para chicos. Yo miraba los documentales, narrados por el que hacía de El Guasón en Batman. César Romero. Veía esas cosas. Por suerte tuve una familia en la que cada pariente tenía su talento, mayor o menor., pero muy narradora. Y como fui la única chica hasta que nacieron mis primos, no tengo hermanos lamentablemente… realmente lo lamento, yo estaba entre adultos, y escuchaba esas historias y además veía el placer cuando las contaban veinticinco mil veces. Que es exactamente lo que hacen los chicos cuando quieren que les lean otra vez el mismo cuento. Y si les llegás a cambiar una parte para no contarles siempre lo mismo, te dicen que no, porque lo quieren exactamente igual. No quiere la sorpresa. Quiere el orgullo de poder anticipar lo que viene. La música y los libros, como dice Carla, son asuntos serios, llevan mucha dedicación, mucho tiempo. No es “soplar y hacer un libro”… entonces en un momento, por fuerza mayor, cuando me vi en un video dando los recitales, me dije: “Soy una bolsa de papas podridas arriba del escenario”.  (Risas) Yo me sentía fantástica, pero cuando me vi me quise matar. (Risas). Horrenda. Una morsa. Horrenda. En el escenario para mí la gravedad aumentaba. Y empecé a trabajar en estudio. Y esta editorial me sirvió para eso. Podía cantar… y de las ciento y pico de canciones que hice, ahora me gustan dos. Pero es nada. Pero fue una linda experiencia.

MM: ¿Y en el nuevo barrio no lo hiciste?

AE: No, me decían que era una lástima que hubiera dejado la música. Y yo en realidad no dejé la música…

AS: Me echó… (Risas)

AE: … porque si vos leés mis textos y tenés oído, te vas a dar cuenta de que tienen música. Soy muy obsesiva en eso. En buscar cadencia. En la voz hablada también usamos notas musicales, sólo que usamos menos, y usamos otra frecuencia, otra longitud de onda…

MM: ¿Y vos creés que esa búsqueda de musicalidad es consciente?

AE: La búsqueda de las palabras para que cuando yo las escuche me suenen musicalmente bien, sí. Es absolutamente consciente.

AS: Es tu parte teatral. Como cuando escribís guiones de teatro también…

AE: Absolutamente. Hay una obra que no está publicada pero que la hicieron en México, en Chile, en España… en un montón de lugares. Tengo un montón de mails sobre eso. La obra es Un casamiento entre bichos. Se casan la Mosquita Muerta y el Piojo Resucitado. Se llama A cantar sea  bicho, y en el titulo se juega con el “a cantar se ha dicho”. Este es “sea bicho”. Como si yo te dijera que ser bicho es re copado. Es un imperativo. Yo había publicado una obra en Imaginaria, que es un portal maravilloso, que lamentablemente quedó en la nada, y que conseguías más trabajo inmediatamente, en cualquier lado.

CD: Poníamos las poesías ahí y en ese sitio se metía gente de todo el mundo.

MM: Ahí se publicaron las Complicacioncitas, tuyas…

AS: Sí, por primera vez. Yo empecé a tener Internet para leer Imaginaria. No tenía a casi nadie que tuviera e- mail, en  ese momento. Cuando me conecté a Internet, todavía no existía la “biblioimaginaria”, era el año 2004…

AE: Era “La biblio de los chicos”. Y después la sacaron.

AS: Sí. Antes de eso, unos años antes, la revista electrónica Imaginaria (si no la conocen vayan a verla porque es excelente. Muchísimo nivel en todas las dimensiones.)Habían armado un foro, como si fuera un patio, “El foro de Imaginaria”, en el que empezó a participar gente a la que le interesaba el tema. En ese formato empecé a escribir microcuentos. En 2004. El foro lo coordinaba Graciela Pérez Aguilar. Ella me convenció de que lo que estaba escribiendo tenía originalidad, valor. Y creo que escribía microcuentos porque al ser cinco hermanos, había que decir algún bocadillo rápido para que te escucharan (Risas). Después, con esposa vasca y tres hijos, en casa también. Dos oraciones. Tres. Corto. (Risas). Bien entrenado en eso y con el formato “internético”, desarrollé una serie de cuentos en el ambiente, que se llaman Complicacioncitas, que es el pensamiento vivo de un chico “en situación de escuela”. Como son microcuentos, muchos editores me han dicho que no garpan. Pero han hecho su carrera. Y terminó saliendo uno, pariente de los otros, en este libro álbum ilustrado…

AE: Era increíble la cantidad de mensajes que yo recibía por mail. Porque la biblio te publicaba la obra, vos te la podías bajar en PDF con ilustración y todo, y después tenías un montón de mensajes de los lectores. De todas las edades, de todas partes, en inglés, en español… Entonces, yo escribí un cuento policial y una obrita que eran dos personajes, el mozo y un comensal. Se llamaba, Hay un besugo en mi sopa. Y una maestra me contó que le había encantado, que se había reído, se lo había leído al hijo, y me decía que se había tirado al piso de la risa. Una cosa muy linda. Muy buena onda. Yo no quiero acaparar el tiempo, después si hay tiempo lo podemos hablar… Ella me dijo que el problema era que la obra tenía dos personajes solos, y que si ella quería representarla en la escuela, tenía treinta alumnos. Yo tengo una solución para eso, pero ese es otro capítulo. El punto es que yo, en caliente, ni bien leí ese comentario, le dije que le prometía que iba a escribir una obra para todos los chicos que quisiera. Y escribí este casamiento. Cuando hago teatro, lo primero que se me viene a la cabeza es una imagen. No una idea o un personaje. Es muy raro. En realidad yo veo algo, y como diría Carla, ahí estoy en la dimensión de los niños porque empiezo a escuchar voces, converso conmigo. Me estudié un apunte para diagnosticar esquizofrenia, pero no, es creatividad… (Risas). Ahí era muy fácil: tenía que relajarme y mandar al frente a mis dos familias, a la materna y a la paterna. Los disfrazaba de cucaracha, de hormiga… porque por supuesto, al casamiento de dos bichos van todos los bichos. Yo tenía una abuela muy refranera, que llegó un momento en el que ya era molesta. (Risas). Pero ahí la reivindiqué. Y los chicos se copaban mucho con los refranes.

CD: Les encantan.

AE: Eso a mí me sorprendió. Y la hicieron en muchas escuelas. He visto versiones a morir y no está publicada. Y a los bichos no podían encasillarlos… si eran para chicos de doce o menores, porque a los de doce no les gusta disfrazarse de bichos… ¡Mentira! La han hecho chicos chiquititos… les encanta bailar chamamé (porque termina con un chamamé). He hecho viajes de diez, doce horas, para ver la obra en una escuela en la puntita de Santa Fe o en La Pampa. O experiencias de por ejemplo… cuando se dice que en España todos hablan en español… es mentira. La obra la había levantado una señora que había vivido diez años en Argentina, y se las leía en porteño. Primero la pasaron a una especie de castellano neutro, y después ella la pasó al dialecto que hablan en Gijón, y en Alicante que son distintos. Y tenía una actriz de noventa y pico de años. Esa obra, no está publicada, pero para mí ya está.

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