El desvío de la mirada

La miradas de los personajes adultos trastocadas, la mirada sobre los eventos invertida, el valor que estos adquieren también, el crimen asoma en manos de un niño. Silvina Ocampo da un tratamiento narrativo peculiar a los hechos de la historia cuya explicación permanece en las sombras de las posibles especulaciones. Nada es sabido finalmente sobre la causa. Libro de arena comparte la perspectiva de María Pía Chiesino sobre el cuento "El árbol grabado" de la autora que participa de este homenaje semanal. 


El árbol grabado

Fui vestida de diablo y muy temprano al banquete. Mi disfraz tenía olor a aceite de ricino. Asistí a todos los preparativos de la fiesta.
-Un banquete es siempre un banquete-dijo Sara, acomodando los asistentes alrededor de una mesa larga, debajo de la sombra del sauce.-. Las fuentes tienen que estar bien dispuestas, los vasos frente a los platos y cubiertos correspondientes.
Clorindo, disfrazado con una sábana de fantasma, miraba el ir y venir de su madre, Sara.
-Veinte invitados es mucho-prosiguió Sara-. Es la primera vez que recibimos tantos invitados para un almuerzo. El cumpleaños de don Locadio, tu abuelo, es importante, cumple sesenta años.
Clorindo seguía jugando: había descubierto un hormiguero, junto al tronco del sauce, y pensó, siguiendo mis consejos, que tal vez sería gracioso colocarlo adentro de un postre. Buscamos una cajita de cartón, donde pusimos el hormiguero, y fuimos en busca de Sara, que sacaba del horno las tartas, que recubría con dulce y luego con una tapa de la misma masa. En el momento en que Sara fue al otro cuarto, colocamos en el interior de una tarta el hormiguero; lo cubrimos con dulce y luego con la tapa. Sara, atareada como estaba, no lo advirtió.
Los invitados llegaron y no tardaron en sentarse. Sara y sus hermanas traían las fuentes de la cocina. Como era carnaval se habían disfrazado: la Pirucha de odalisca, el Turco de león, Rosita Peña de gaucho, porque era domadora; yo, de diablo, no hay que olvidarlo, y Clorindo de fantasma. Pocas veces la animación de una fiesta, en casa de Sara, había tomado esas proporciones. Alguien pronunció un discurso, antes de brindar. Cuando llegó el momento de los postres, la Pirucha aplaudió, pero Sara modestamente se excusó diciendo  que no era la época del membrillo y que rellenas de manzana las tartas valían poco. Había cinco tartas distribuidas sobre la mesa. Pirucha clavó el cuchillo en la que estaba colocada frente a su plato. En cuanto partió la mesa, salieron las hormigas. Pirucha dio un grito, luego quiso disimular, en vano, el desastre. Clorindo se escondió debajo de la mesa. Con su conducta llamó más la atención.
Don Locadio, que estaba muy congestionado, se puso de pie. Tenía que infligir un castigo a Clorindo.
-No es posible que este niño-dijo-llene nuestros alimentos de hormigas. Contienen ácido fórmico, un laxante muy enérgico.
-Nos haría falta después de lo que hemos comido-dijo Delia Ramírez, con amable sonrisa.
-¿Qué castigo se le puede infligir?-dijo Sara-. Ya comió todo lo que quiso.
-Buscaré los látigos y lo azotaré delante de todos ustedes-dijo Locadio-. Es un asesino. Lo mismo hubiera puesto veneno en vez de hormigas.
Todo el mundo calló. Don Locadio buscó el látigo, tomó de una pierna a Clorindo. Retiró el plato, los cubiertos y el vaso colocados frente a su asiento y puso a Clorindo sobre la mesa. Le sacó el pantalón y le asestó ocho latigazos.
-Qué horrible-dijo Pirucha cubriéndose la cara-. ¡Qué indecente! Es la primera vez que veo un varón desnudo.
-¿no tienes hermanitos?-preguntó Rosita, con naturalidad.
Cuando terminó de asestar los latigazos, don Locadio sudaba.
-Y ahora hay que perdonarlo-dijo Sara, vistiendo a Clorindo-. No lo harás nunca más, nunca más. ¿No es cierto?
-Nunca más-dijo Clorindo.
Clorindo buscaba algo sobre la mesa. Tomó su cuchillito y sin vacilar se lo clavó a don Locadio en el corazón.
Fue en ese momento cuando los invitados creyeron que habían tenido una premonición, pues al encaminarse al banquete habían visto árboles con un corazón grabado en el tronco y una puñalada profunda en el centro.
Clorindo se divertía, como todos los niños, con juegos de su invención; el predilecto había sido aquel juego del corazón grabado por él mismo, en los troncos de los árboles, al que le clavaba un cuchillo, probando su puntería, que era bastante buena. Los árboles del pueblo, desde hacía tiempo, llevaban todos la marca de estos juegos.
“Por aquí pasó el diablo, que se apoderó del alma de Clorindo” dijeron las personas, después del crimen, al ver los troncos marcados. Y yo me sentí culpable.



Por María Pía Chiesino


Cuando leo este cuento no puedo evitar pensar en la manera en la que se dan vuelta las suertes de los protagonistas, niños y adultos, a partir de la intolerancia a una travesura. Es uno de esos cuentos con niños de Silvina Ocampo, en el que el final nos sorprende. Como “La soga”, en el que el protagonista juega con una soga que se transforma en serpiente y lo mata. En el caso de “El árbol grabado” el final sorpresivo no tiene que ver con lo fantástico, sino con algo mucho más concreto: un crimen. Lo sorpresivo es que el asesinato lo comete un niño, después de ser golpeado brutalmente por una travesura.
Los personajes adultos del relato, aparentemente no comprenden absolutamente nada de lo que pasa. De hecho, Locadio acusa al chico de ser un asesino antes de que lo mate. Y lo golpea por la travesura de las hormigas. El comentario de Pirucha instala que lo más grave que sucede ahí es que se ve el cuerpo de un varón desnudo. No que esté siendo brutalmente castigado por su abuelo con un látigo.
Incluso la explicación sobre su “juego” con los árboles del pueblo, es atribuido a ese diablo que se habría apoderado de su alma y que hace sentir culpable a la narradora, disfrazada de demonio, que fue la que sugirió lo del hormiguero.
La propia madre del chico se limita a decirle que se vista y que prometa no hacerlo más. Y Clorindo lo promete, y a continuación, asesina a su abuelo. Nada nos autoriza a pensar que el juego del chico estuviera relacionado con una posible venganza. No sabemos si el abuelo le ha pegado otras veces. La velocidad con la que el viejo decide el castigo, y la falta de reacción de los demás, pueden sugerirlo, pero no lo explicitan.
Quizá, el pobre Clorindo tuviera algún dolor en su propio corazón, y el juego con el cuchillo y la puntería tuviesen que ver con eso. No vamos a saberlo, porque el cuento no lo dice, y presenta todo como un juego, que los adultos, después del crimen, asocian con lo diabólico.
Lo cierto es que la desmesura de los latigazos, con ese instrumento que su abuelo maneja tan bien, provoca la reacción del chico, que tuvo siempre a mano ese cuchillo, con el que grabó corazones en los árboles del pueblo, con los que practicó su puntería jugando solo, y ejercitando esa destreza  que va a transformarlo repentinamente en un asesino. Reacciona para cobrarse el dolor y la humillación recibidos. Teniendo en cuenta su debilidad e indefensión, casi podríamos decir que el personaje hace justicia.

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