La influencia de los monstruos
Las
historias más vendidas tienen orígenes literarios. Incluso cuando se imagina lo novedoso de una producción, alguien encuentra en dónde puede reconocerse su inspiración. Los lectores de Libro de arena comparten sus gustos y lecturas para contagiar las ganas de leer y señalar coincidencias entre historias aparentemente divergentes. El libro En Las
montañas de la locura, de H P. Lovecraft, es el favorito del día de hoy.
Por
Nicolás Comin*
Los monstruos me pueden. Desde chico me
fascinan las historias de terror, los cuentos que relatan hazañas increíbles o
maravillas que estimulan la imaginación, los seres aterradores y las escenas que detienen la respiración. De esas que después no te dejaban
dormir y obligaban a dejar alguna luz encendida que discretamente iluminara las
sombras del pasillo y la puerta del cuarto, por si acaso. Así me hice medio fan
de Bradbury, Poe, Stevenson, Lovecraft, también. En las montanas de la locura, que anduve releyendo hace poco, Lovecraft
relata una historia de ciencia ficción en medio de una aventura, la que
constituye la expedición a la Antártida, que sigue el hilo de “La narración de
Arthur Gordon Pym”, novela inconclusa de Edgar Alan Poe, y la historia “La
esfinge de los hielos” con que Julio Verne pretendió continuar a Poe. El encuentro
insólito con seres de otro mundo, de aspecto monstruoso pero de una imbatible
superioridad intelectual y física, de los que se descubre una intrincada trama
que señala un origen remoto en que la Tierra misma ya había sido habitada por
ellos, es una fórmula que el cine mucho después se ha encargado de explotar
hasta el hartazgo. Films acerca de depredadores intergalácticos que poco menos
resultaran estar entre los antecedentes de la humanidad, como por ejemplo, ocurre
en la saga Alien, nos han acostumbrado a familiarizarnos con esas formas de
vida que despiertan el horror. El film Prometeo,
de Ridley Scott, aparecido en 2012, no hace sino recuperar de alguna manera
esta idea de Lovecraft, al producir la conjetura según la cual una civilización
superior habría dado origen a la humanidad, para utilizarla y explotarla en su
beneficio. En un paralelismo repetido de la trama de Lovecraft, en donde los
científicos exploradores desentrañan los secretos de los monstruos a través de la escritura que
aparece en los muros de la ciudad preservada bajo tierra, en el film domina la escritura. Ella permite averiguar el sentido de la “creación” del ser
humano. Todo está escrito, pareciera. Los primigenios habían creado la raza de los shoggoths para el trabajo
duro pero su capacidad adaptativa superó las expectativas de sus creadores ante
quienes se rebelaron muchos millones de años después. Al igual que en Prometeo, en que el ser humano logra sobrevivir en el mundo al que se lo trae. Más allá
de las similitudes y diferencias lo que permanece, de todos modos, es una
curiosidad que en ambos textos subyace, el deseo de saber, la necesidad del
hombre de la búsqueda del origen y la aberración ante lo otro. Para mí, si bien
es innegable la potencia de la imagen y su imposición en nuestra cultura, el
texto de Lovecraft tiene el poder extra de hacernos imaginar a nosotros de qué
tratará esa monstruosidad descripta, que a contrapelo del sentido común, se
pierde en su exhibición en la pantalla grande. Por eso el libro está primero, no
solo como antecesor de la idea, sino por la fuerza con la que opera en nuestra
mente.
En las montañas de la locura
H. P. Lovecraft
Madrid, Valdemar, 1938
Nicolás Comin*: vive en Buenos Aires, es Psicólogo, y alterna sus lecturas entre las obligadas y las recreativas.
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