Claves para un pensamiento
Las claves de interpretación con las que operan los escritores no siempre se nos revelan a los lectores y saber de los entretelones del pensamiento y las percepciones de las que partieron para construir un texto nunca deja de interesarnos. En la semana del aniversario cincuenta de la muerte de Ezequiel
Martínez Estrada, Libro de arena publica una entrevista en la que el escritor cuenta las intimidades de la construcción de su ensayo más reconocido, Radiografía de la Pampa, tras la relectura del Facundo, de Sarmiento.
Entrevistador: ¿Por qué escribió usted Radiografía de
la Pampa?
Ezequiel
Martínez Estrada: Tengo
que contestarle el por qué con algo del cómo y del cuándo. A indicación de
Enrique Espinoza (Samuel Glusberg) a cuya invitación debo haber escrito la
obra, estaba yo preparando un estudio sobre Sarmiento, del que La vida
literaria, que dirigíamos juntos, publicó el artículo "Sarmiento a los
ciento veinte años". Cumpliríase en febrero de 1931 el aniversario de su
natalicio. Releía, pues, el Facundo, con asombro de lo que hallaba en él de
viviente y actual, no advertido antes, cuando acaeció la asonada del 6 de
septiembre de 1930. Espinoza y yo anduvimos recorriendo las calles del centro,
presenciando lo que yo vi como inundación de aguas turbias y agitadas. Tenía
recuerdo aún fresco de las fiestas del Centenario, y de súbito tuve la
impresión de que me encontraba retrotraído a veinte años atrás, como si ni yo
ni lo que nos rodeaba hubiesen cambiado. El tiempo era un sueño. Este shock o
trauma, me reveló una clave de interpretación, válida para la relectura del
Facundo y para el texto en relieve y para el tacto, sistema Braille, que estaba
presenciando. Mi impresión fue la de que recibía una revelación, como dicen los
místicos, y que se me mostraba iluminado un pasado cubierto de una mortaja pero
no muerto ni sepultado. Le dije a Espinoza: “Oiga usted: U-ri-buuu-ru; es lo
mismo que I-ri-gooo-yen”. “Exacto -me respondió-, escriba lo que está viendo”.
Por eso escribí Radiografía de la Pampa.
E:
¿Cree usted, a
veinticinco años de la primera edición del libro, que se mantienen en nuestro
país las situaciones que usted indicó entonces?
EME:
Sin duda, como en 1930
la de 1910. Pronto será esto tan palmario, escúcheme bien, que aterrorizará a
quienes no vean que asistimos a un proceso histórico normal. Lo mismo ocurrió
con el peronismo, que yo califiqué, en más de trescientas páginas, como
"fenómeno social genuinamente argentino", lo cual provocó un
escándalo insolente que todavía me aturde. Únicamente los profesores de
historia, los pilotos de la "nave del Estado" que se bambolea al
garete y los beneficiarios del naufragio no ven lo que ya ve el pobre pueblo
acaudillado y cegado. Pero debo especificar que mi libro no se refiere a
situaciones, o sea, a circunstancias variables. He tratado de configurar un
diagrama con los invariantes históricos que creí hallar en el Facundo y además
en las Bases, Ojeada retrospectiva y en los escritos doctrinarios de Moreno y
Monteagudo. Las situaciones cambiantes no alteran la estructura esencial que
creo haber fijado en el diagrama, susceptible, es claro, de progresivas
rectificaciones. De ese diagrama puede deducirse una función, entre máximas y
mínimas, como del de una máquina su trabajo natural, tomadas en cuenta también,
las perturbaciones mecánicas de un orden previsible. Por ese método el
pronóstico es simple consecuencia de conocer el mecanismo, y la palabra
profecía es absolutamente impropia e injuriosa.
E:
Aparte de Sarmiento, y
particularmente el Facundo, ¿qué otras obras han influido en su libro?
EME:
Influyeron en mí, más
que en mi libro, aparte del Facundo y las obras básicas doctrinarias de la
nacionalidad republicana y democrática que ya cité, Groussac, que me auxilió y
alentó muchísimo por su valentía honrada y sus sólidos conocimientos de nuestra
historia, la oficializada y la inédita. Él me comunicó la confianza moral de
que la religión de la verdad, aunque fea y desagradable, es siempre un bien
infinitamente mayor que la piadosa mentira. Adquirida la conciencia de un deber
moral, sólo hube de aceptar las deducciones lógicas inevitables de tales
premisas. La certidumbre de estar en terreno firme, si bien poblado de peligros
ocultos y de enemigos presentes, se robusteció con la lectura de la
bibliografía de exploradores, viajeros y testigos oculares fidedignos. Para
entonces conocía yo hasta sus entresijos, las obras de mi venerado Hudson, que
comentábamos muy a menudo con Lugones y Espinoza. Además, tuve dos guías que me
enseñaron a considerar la sociedad y la historia desde dos ángulos nuevos,
cancelando mi concepto ingenuo, de una concepción estática e iconográfica de
ellas: Spengler, de quien aprendí que la historia es la biografía cultural de
los pueblos y que no es la crónica militar y diplomática. Concretamente esto:
la historia es morfología o anatomía de los hechos, y puede estudiárselos
independientemente, por países y épocas; mas también la historia es
fisiognómica de los hechos; revelan su sentido profundo, su alma colectiva,
ecuménica y étnica. Como un rostro -así lo admiten Toynbee y los gestaltistas-,
la historia tiene una faz fotogénica, diré así, que puede fijarse en los libros
documentales como lo hacen los papirólogos; pero también tiene una expresión
viva, psíquica, que sólo puede interpretarse por intuición, como hacemos con
una persona que nos habla. Lavater, descubridor de ese método, el que inspiró a
Balzac, me inspiró a mí. La otra guía, la segunda tras Spengler, fue Freud. La
lectura de sus obras, particularmente Tótem y tabú, que hice cuidadosamente
años antes de 1930, me había dado la certeza de que los mecanismos estudiados
por él en la psicología de profundidad, podían proyectarse al plano horizontal
de los hechos sociales y míticos, y a sus fenómenos simbólicos. Las claves de
su método: interpretación de los sueños, censuras, sublimaciones, inhibiciones,
olvidos y errores, transferencias, tabúes y noas, etc., podían aplicarse
lícitamente a las grandes civilizaciones como a las culturas ágrafas. Largué
por la borda mis respetados maestros de la juventud: Comte, Mill, Tarde,
Durkheim, Ward, Gumplowicz, Sighele, pero me quedé con uno, mi maestro de
método y de prosa: Jorge Simmel. Sobre todo su Sociología, que utilicé como
libro de control. Hasta el más miope, no el ciego, hubiera podido percibir que
la configuración sociológica de Radiografía de la Pampa débese a Spengler, con
su lectura simbólica de los hechos; a Freud, con su examen de las
perturbaciones de la psique social, y a Simmel, con su método
configuracionista, palmariamente el de temas y variaciones, por ejemplo: sobre
el secreto, las sectas, el pobre, los círculos sociales, etcétera. Yo no he
inventado nada, como tampoco ellos; todos hemos buscado el sentido del texto
escrito por el Creador en caracteres jeroglíficos. Cada una de las seis partes
de Radiografía de la Pampa integra un tema fundamental de psicoanálisis social,
que yo intuí veinte años antes de que se aceptase como método científico de
interpretación. Hoy son numerosas las obras del tipo de la reciente de Erich
Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. En cuanto a la validez de
las concepciones, que algunos calificaron de míticas por motivos sectarios,
estoy seguro de que contienen elementos perdurables que quedarán
definitivamente incorporados a los estudios de sociología y de antropología
culturales. Y ahora permítame que le haga una exégesis sintética de las seis
partes en que mi obra se divide. Primera parte: Trapalanda.
Es el país ilusorio, el imperio de Jauja, que atrajo al conquistador y al
colono con su promesa de oro y especias que podría transportar a su tierra
natal, sin pensar, es claro, en que los piratas le abordarán el barco. La
desilusión de que en vez de Trapalanda pisaba una tierra agreste, que sería
preciso labrar y sembrar, regar con sudor y sangre. El intruso decepcionado
concibe una seudotrapalanda que en su frustración no le recuerde la derrota.
Quiere lo que no tiene, y lo quiere como lo que quiso tener. Segunda parte:
Soledad. El poblador está solo en un mundo solitario. La madre de sus hijos es
de otra sangre. El océano reduce a isla el continente. Tiene que hacer algo
para vivir, pero no piensa como Robinson sino como un gran señor en la pobreza.
Lo que va construyendo no es un país, no es un hogar donde vivir y morir, como
hicieron los ingleses en Norteamérica. Sigue añorando la patria perdida, que es
la metrópoli que enseña a los hijos como la Jerusalén de su destierro. La
fundación de sus manos es una factoría. Tercera parte: Las Fuerzas Primitivas.
Las fuerzas terrestres elementales comienzan a trabajar con el agua, la tierra
y el viento para derruir sus construcciones precarias de adobe y cuero, que ha
levantado como aduares. La tierra trabaja con más dignidad que el hombre y
corrige sus yerros. Cuarta parte: Buenos Aires. En el centro es la llave de
bóveda de la obra. Ahora Buenos Aires es España, la Metrópoli. Nuestra enemiga
en casa. Absorbe, devora, dilapida, corrompe. Es un foco de infección. El
interior, el territorio, la nación y el pueblo, le queda sometido: ella lo
esquilma y lo embauca. El país es la colonia a la que tiene que mantener
sometida y embrutecida, para evitar que se le venga otra vez encima con los
caudillos a caballo. Quinta parte: Miedo. Un trauma inhibitorio de nuestra vida
nacional. Toda la tesis es de Sarmiento, que yo desarrollo. Los tópicos son: La
Lucha, La Defensa y La Fuga. El miedo y sus reacciones irracionales. Esta parte
de la obra tiene hoy absoluta e inconcusa actualidad. Sexta parte: Las
Seudoestructuras. Lo que hemos construido sin cimientos en la tierra, para
sostener un edificio que es un laberinto de equívocos. La búsqueda de base
firme, en cuya angustiosa tarea estamos. Basta leer los tres párrafos finales
de Radiografía de la Pampa, este libro amargo y saludable, escrito con lágrimas
y pagado con el sacrificio ritual de mi vida. Se los recordaré, con lo cual
completo la respuesta segunda de sus preguntas: “Los baluartes de la
civilización habían sido invadidos por espectros que se creían aniquilados, y
todo un mundo, sometido a los hábitos y normas de la civilización, eran los
nuevos aspectos de lo cierto y de lo irremediable. Conforme esa obra y esa vida
inmensas van cayendo en el olvido, vuelve a nosotros la realidad profunda.
Tenemos que aceptarla con valor, para que deje de perturbarnos, traerla a la
conciencia, para que se esfume y podamos vivir unidos en la salud”. (1958)
Fuente: Espinosa Enrique
compilador. Leer y escribir. México, Joaquín Mortiz, 1969.
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