Olga Drennen: "Si no sé adónde voy, no puedo escribir."

Escritora, editora, compiladora, traductora, Olga Drennen fue la protagonista de la entrevista del 20 de octubre, realizada por Mario Méndez, en  La Nube. La autora contó cómo comenzó a trabajar en literatura infantil, a partir de su primer libro Wunderding, que de alguna manera abrió las puertas al género del terror en la LIJ argentina, resistido y difícil de asimiliar en los albores de la democracia, aunque hoy parte del requerimiento del mundo editorial y escolar. También habló de su vínculo con el discurso poético, con lo circense y lo mágico y comentó acerca de su lugar como escritora que acepta las observaciones del editor y aprende de ellas. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.


Mario Méndez: Hola, buenas tardes. Espero que estén bien después del feriado. Es un placer y una alegría estar con Olga Drennen aquí, que es una amiga de hace muchos años, compañera de la literatura infantil y juvenil, una de las primeras en pedirme cuentos para antologías o revistas del tipo AZ, y sobre todo, manuales, porque una de sus facetas más conocidas es la de antóloga, seleccionadora de textos, compiladora. Olga es egresada de Letras, de la Universidad de Buenos Aires, poeta, novelista, cuentista, traductora (ha traducido a Edgar Allan Poe entre otros). El lunes pasado hemos leído unos cuántos de sus libros que andan por acá, dando vueltas. Olga, es una alegría tenerte acá.

Olga Drennen: Es una alegría estar acá. Yo quería estar acá.

MM: Muy bien. Hablando de estar… ¿Desde cuándo estás en el mundo de la literatura infantil, Olga?

OD: Como escritora, desde los años ’80.

MM: O sea que compartiste el momento del boom después de la democracia. Con el primer grupito…

OD: Estaba con ellos pero no lo integré. Boom no fui.

MM: ¿Cuál fue el primero que salió?

OD: Wunderding. Yo venía de la poesía para adultos, con premios. Tenía un gran amigo que se llamó Pepe Murillo, que me decía que escribiera, que lo mío no era peor que lo de los demás. Hice todos los géneros. Y todos me los rechazaron. Todos. Hasta que el Quirquincho me publicó me rechazaban todo. Yo no podía creer que ni siquiera me publicaran un cuento. Un día, se me ocurrió hacer terror, y escribí Wunderding. Me lo editó y publicó Graciela Montes, en Libros del Quirquincho. Antes, me había jurado, en medio de los cachetazos, que si no me publicaban Sudamericana o Quirquincho, volvía a la poesía para adultos. No quería hacer algo por hacer. Pensaba que podía, porque en una etapa anterior, me habían sacado un libro con prólogo de Murillo, que era un maestro de la literatura infantil. Él, justamente, me incentivaba a que escribiera, pero cuando llegaba a las editoriales, chocaba. Decidí hacer la prueba, y, si no me publicaban, volver a la poesía. Y me publicaron.

MM: Contá la anécdota que me contaste hace un rato, la de esos ocho libros prologados por Pepe Murillo…

OD: Fue una risa. Yo había sacado un libro de poemas para adultos. Y un señor que vendía libros a crédito lo leyó y mis poemas le gustaron. En realidad, ese “empezar” me resultó fácil. Cuando me decidí, me presenté en un concurso y gané el tercer premio. Era un concurso a nivel nacional. Para mí, la poesía fue amigable. Todavía no sabía que iba a sufrir tanto. Entonces, este vendedor me dijo que lo que yo había escrito le parecía bueno y que iba a presentarme un editor. Me lo presenta y el editor me dice que me ve pasta para literatura infantil. Después, me preguntó si me animaba a hacerle ocho libros. Yo le dije que se los hacía, y que si no le gustaban los tirábamos. Le hice los ocho libros. Eran ocho cuentos en realidad. En esa editorial, había un escritor, que estaba publicando libros a crédito. Este escritor le dijo al editor: “¿Quiere que lea algo de esta chica?” Y el editor le dijo que sí, que le hiciera el favor. El escritor que le hizo ese favor se llamaba Pepe Murillo. Después de leer mis cuentos le dijo al editor que no solo le recomendaba que me publicara, sino que él hacía el prólogo. Así fue. Hizo el prólogo en la tapa de la caja, que tengo guardada como un tesoro. A partir de ahí, Pepe fue el que me vinculó con la gente de la literatura infantil, porque yo no conocía a nadie.

MM: Pepe Murillo, por si no lo recuerdan, es uno de los primeros autores de literatura infantil. Mi amigo el Pespir

OD: Rubio como la miel, Renancó el último de los huemules, El niño que soñaba el mar… Seguramente nuestro amigo Pablo sabe más que yo…

MM: Pablo Medina, sí, claro que lo conoce. Murillo fue un escritor muy importante en los ’60.

OD (a Pablo): Sos especialista en Pepe.

PM: Fuimos muy amigos. Hicimos muchos trabajos juntos.  Algo parecido hice con Villafañe, pero con Pepe éramos más de la edad.

OD: Un día estaba en mi casa tomando café y me confundí y le dije: “Se te va a enfriar el café, papá”. Yo lo quería como a un padre. Vos fijate la actitud de vida que tenía Pepe, que cuando me iba a escribir el prólogo que les conté, me dijo que tenía que decirme algo, y era que estaba en la lista negra. Entonces, le pedí que, por favor, me hiciera el prólogo.

PM: Mirá la contradicción de que toda la obra de Pepe la haya publicado una editorial católica. En plena dictadura, lo publicó Guadalupe.

MM: Justo hoy estaba corrigiendo una entrevista a Franco Vaccarini en el libro de entrevistas que va a salir, y él cuenta que fue alumno de Pepe Murillo. Cuando vino del campo, Pepe Murillo fue su orientador.

OD: Conmigo, más que maestro de taller, éramos amigos, él y Olga venían a casa, pasábamos las fiestas juntos. A partir de la amistad con Pepe, insistí, y finalmente saqué un libro, que fue Wunderding. Eso decidió mi destino. Ya después, en otra editorial, que hoy es Quipu, publiqué Sombras y Temblores.

MM: ¿Y decís que decidió tu destino en cuanto a permanencia?

OD: A mi permanencia en literatura infantil, porque si no, como dije, me iba. Es muy doloroso que te cierren las puertas en la nariz. Lo sufrí mucho, pensaba en que para qué me había metido, que estaba equivocada. En realidad, no sé todavía si estoy en lo cierto. (Risas).

MM: Si es por circulación en las escuelas, si es por compras ministeriales, si es por el reconocimiento de los pares, sin duda entraste holgadamente en el mundo de la LIJ. Decías que en algún sentido definió una cosa de género.

OD: ¡Otro drama! Porque fui a meterme en el género más difícil, rechazado por las escuelas. No querían saber nada. Hubo padres que me dijeron: “¡Pero hay chicos que mueren!”. Y ensamblo este tema de la muerte de los chicos con la poesía para adultos. Hay un poema que hice en la época del proceso que no me pidas que recite, porque no recuerdo, pero que tiene como introducción unos versos de Roberto Santoro, un poeta desaparecido, que escribió: “y tuve que tirar el corazón por la ventana”. En ese poema, yo me pregunté y pregunté cómo los autores de la lij íbamos a explicar lo que estaba pasando, la gente que moría, los chicos que desaparecían… ¿Cómo íbamos a explicar esa realidad, esa historia que vivíamos, a los chicos? Y entonces es como que aviso a mis compañeros y les digo: “¡Alerta!”. Y termino con: “horror, horror, el lobo. ¿Qué les digo a los chicos?”. Esta preocupación por el cómo contar a los chicos desde la literatura lo que pasó en el proceso, evidentemente, trabajó en mí durante cierto tiempo. Y la respuesta fue Wunderding. Ni yo me di cuenta. ¿Por qué no me di cuenta? Porque como poeta, frecuento la metáfora. No lo hago en cuento para los muy chicos, porque no pueden entenderlas. Trabajo más con imágenes. No es algo que yo maneje conscientemente, la metáfora me aparece. Como en la película El cartero de Neruda. Después me di cuenta de que era mi manera de explicar a los chicos lo que había pasado: que los chicos que desaparecían se morían, que hay lobos, que hay gente con botas marrones que te agarra del cuello y te mata… Ahora, ¿qué pasó? No querían los maestros. Especialistas que han leído mucho a Walter Benjamin, una de ellas, excelente, me dijo: “Olga, vos escribís bien, pero ¡no sigas con el terror!”. Y yo sentía que no podía salir del terror..., todavía. Después, lo que pasó fue que me impusieron los chicos. Tanto, que entré en el diseño curricular. Los cuentos de terror, se impusieron y entraron en el diseño. Entonces, fue cuando salí del género. (Risas).



MM: Abriste la puerta y después te fuiste. Hay como una cosa al revés. Hoy se pide mucho.


OD: Sí, ahora, le encontré una vuelta de tuerca al terror, en un libro que hice en Salim que se llama Cosplay en Pueblo Gris, que aparentemente es de terror, pero no lo es. Hay que leerlo. Ya no estoy más en el terror ese del desparecido… No. Hago otra cosa. Por otra parte, el año pasado hice un curso de humor en la UBA, lo dictaban Alicia Origgi y Silvina Marsimian. Participé de un seminario para abordar el humor, y pude, y estoy haciendo humor. Me suelto más.

MM: Esa línea no la había pensado pero me interesó. ¿Cómo vivís, como una autora publicada, consagrada, ir como tallerista, del otro lado? A aprender, a que te enseñen… Hay que tener mucha humildad…

OD: No sé si soy humilde… pero si no sé algo, pregunto. Y si con lo que me contestan no me alcanza, voy a aprender. Me voy a morir aprendiendo. Y ojalá siempre siga pensando lo mismo, porque es la única manera de no quedarse. Ya soy una mujer grande, y si no hiciera esto, quedaría estancada en la manera de contar que existía antes, en mi infancia, en mi adolescencia. No avanzaría. Y la idea es seguir creciendo todo lo que pueda. Hasta donde pueda. Espero no haber tocado mi techo y seguir, seguir.

MM: Eso nunca. Eso detiene. Estás haciendo, entonces, un taller de humor…

OD: Lo terminé. Lo hice el año pasado.

MM: Eso se vio ya en Griten a los cuatro vientos. Estuvimos viendo algunos de los cuentos de este libro sobre los niños y sus derechos.

OD: Sí, es un libro que editó Quipu. Ahora hice para Albatros, dos libros con “cuentos historietados” con humor. También me gusta hacer historias con transposiciones de tiempos y espacios, y personajes. Una muestra es Wunderding, también de Quipu, que es la versión negra de Alicia en el País de las Maravillas. Entonces hice una transposición de Cenicienta y de Las tres hilanderas. Son cosas que pasan hoy, con chicos de hoy, acá, sin magia. Pero que cuentan la misma historia. Y ahí le metí mucho humor. Me reía como loca, sola.

MM: o de Wunderding lo entiendo por lo de la entrada en el pozo…

OD: Fijate cómo se llama el personaje. Vamos al título… Wunderding, es “maravilloso” en alemán. Alicia se llama el personaje. Carolo, se llama el conejo. Y ella sale buscando el conejo y se cae en un pozo. Para salir de la desesperación del rechazo, en ese primer cuento que fue Wunderding, pensé en qué pasaría, si hoy, en la vida real, un chico se cae en un pozo. Y la respuesta fue que se mataría.

MM: A propósito de la cuestión del límite, eso que contabas del papá que decía que “hay chicos que se mueren”, yo he escuchado a algunos escritores que cuando hablan de cuentos de terror, dicen que ellos escriben terror siempre y cuando quede alguna puerta abierta.

OD: Hay quienes hablan de la reparación poética, que a mí me cae muy mal. Y digo por qué. Yo no les miento a los chicos. Los chicos viven en este mundo, con nosotros. Hoy vi una noticia de un nenito al que iban a decapitar. Y eso está en Internet, lo pasan por televisión. Hay abuelas que buscan sus nietos desaparecidos. Algunas tienen suerte y los encuentran. Otros desaparecieron, y no van a encontrarlos nunca. Yo no puedo mentirles a los chicos, y decirles que si alguien se murió, mañana resucita. Entonces, ¿qué hago? Dejo finales abiertos.

MM: En Wunderding, no…

OD: No, ese es cerrado. Por ejemplo acá, las leyendas, que son terribles, tienen finales abiertos. Ahí yo estaba muy verde. Pero por lo general, dejo finales abiertos. Y eso, un poco fue porque me presionaron tanto, que yo no quiero mentir, pero si puedo encontrar un espacio para que el chico ponga su propio desenlace sin sufrir, lo hago. A mí me preguntaban: “¿y si fueras vos la que lee?” Y si fuera yo, cierro el libro. Esa es la defensa contra el terror. Cerrar el libro. Yo hacía eso cuando era chica. No creo que ningún chico llegue al final si no le gusta lo que lee… Mirá que hago otras cosas, así que no estoy defendiendo al género. Creo, sinceramente, que si alguien está leyendo algo que no soporta, cierra el libro, lo deja. Yo lo hacía.

MM: Está muy bien, pero tuviste que aprender bastante y hacerte cuestionamientos, porque, además, no sólo Wunderding, el de la tía a la que le caen las piedras encima también muere, hay varios…

OD: Ese es abierto, no está cerrado. Ese final me lo hizo corregir Graciela Montes.

MM: El de los perros…

OD: Los perros”, sí. Alguien muy calificado me dijo que era técnicamente perfecto. No sé si es como me dijeron, pero sí puedo asegurar que lo hice más de veinte veces.

MM: ¿Vos decís que es abierto?

OD: Para mí sí, porque el chico no dice que su tía se murió. Dice que no la vio nunca más, pero la tía… andá a saber… (Risas) Insisto, este es corregido y aumentado, la edición de Quipu, pero el de los perros es el de la primera.

MM: La primera fue la de Libros del Quirquincho.

OD: Claro, lo que pasa es que ahora se hacen libros más gorditos, entonces lo tomamos y le metí más textos.

MM: ¿Había un mandato de que fueran más pequeños cuando recién comenzaste?

OD: No, eran los libros que se hacían. Acordate de los que se sacaban. Eran finitos, no tenían lomo. ¿Qué pasó con los libros tan chiquitos? Un poco es por la demanda de las librerías. Cuando los libros son tan chiquitos, no están en la vidriera, no los exponen. Van al montón. Entonces, las editoriales, para defender sus inversiones, hacen libros más gorditos.

MM: Sí, incluso hay un cambio grande a partir de Harry Potter.

OD: Sí, también los chicos piden libros con mucho texto. Hay un libro, que si estoy en la Feria pasan y lo agarran creyendo que es un folleto, que es este…

MM: Pasen y vean.

OD: Sí, editado por Abran cancha Es un clásico. Fijate cuándo salió, y todavía lo compran mucho...

MM: Es del año 2005

OD: Mirá, no sé si no es de antes.

MM: ¿Qué relación con el circo hay en Pasen y vean, que es muy bello?

OD: Es un espectáculo circense en poesía. Vos mencionaste mi relación con el circo y me explotó la memoria. Mi abuela vivía en Castelar. Era el campo, para mí. Tan campo era, que los Reyes me habían regalado una Marilú, que era la muñeca de la época, cara, muy cara, la verdad es que fue un esfuerzo para mis padres, y yo le corté el pelo, porque pensé que con el aire del campo de la casa de la abuela le iba a volver a crecer. Quedó calva la pobre Marilú. Lo cierto es que habíamos ido a pasar unos días. Y en la esquina había un terreno vacío donde pusieron un circo. Y yo quería ver el espectáculo. Así que me fui a la puerta a espiar, estaba sola. Me dijeron que me fuera, claro, que no podía ver si no pagaba la entrada. Le pedí plata a mi papá y me contestó que ya volvíamos a mi casa, que no. Así que fui, me agaché y miré debajo de las cortinas. Entonces, la gente del circo se compadeció de mí y me dejó pasar. Al rato vino mi papá y me llevó, porque ya nos íbamos a casa. No vi nada. (Risas). Después me llevaron mucho al circo. Me parecía un mundo mágico.

MM: Tiene bastante de magia. Y hablando de magia, y de poesía, y de la relación con la escuela, porque después vamos a ir a Asesinato en la escuela del perro, ¿cómo fue tu primera relación con la poesía, ese momento mágico?

OD: Nada que ver con esto. Va a ser muy gracioso. Yo nací en una escuela. La familia de mi papá era irlandesa, y las mujeres eran maestras. ¿Saben lo que era ser maestras en aquella época? Una tía mía, hermana de mi papá, era alumna de Alfonsina Storni en el Conservatorio Nacional de Arte escénico y Declamación. La escuela en la que ellas eran maestras era de propiedad de mi familia. Cada una ejercía un rol. Una era maestra de piano, otra de labores… Era una casa grande. Estaban las aulas a un costado, y en el fondo estaban las habitaciones de la familia, la cocina, el baño, no me acuerdo muy bien. Yo me veo a mí misma en el patio, que me parecía muy grande, y me aburría. Tendría dos o tres años. Esperaba la hora del recreo, que salieran los chicos. Entonces le golpeaba la puerta a mi tía, que tenía debilidad conmigo, porque era la primera sobrina. Pero no me dejaba entrar, me decía que iba a molestar. Un día, le insistí tanto que me dejó entrar, y me dijo que me sentara en lo último, y que si molestaba me sacaba. Al costado de mi tía había una ventana, y ahí estaba el pizarrón. Se dio vuelta, borró el pizarrón, y quedaron flotando las partículas de tiza, que en ese momento fueron iluminadas por el sol y se irisaron. Yo vi a mi tía rodeada de una nube hermosa, y ella se soltó, recitaba maravillosamente. Ella me enseñó a leer poesía. Y se puso a recitar Las canciones de Natacha de  Yo decía: “qué mal la loba, le compró un calzón al lobito cuando le tiene que comprar un calzoncillo”. Tampoco sabía qué era la albahaca, ni el romero. A mí lo que me gustó, fue la música de las palabras, la música que aparecía en el poema. Esa fue una zambullida en la poesía, de la que nunca más me desprendí. Después vino la narrativa.

MM: Eso quería que contaras. Es muy poético, y además tiene que ver con la escuela. ¿Por qué decías que nos íbamos a reír con lo de Asesinatos en la escuela del perro?

OD: Yo tardé mucho en tener un hijo. Como quince años. Dos maridos. Tuve que cambiar de marido (Risas). Yo dejo a mi primer marido. Mi segundo marido ya tenía dos hijos…

MM: Ya venía probado (Risas)

OD: Sí, venía probado… ¡y me pasa que no quedo embarazada por siete años más! Fue horrible. Lo cierto es que finalmente tuve un hijo. Tengo un hijo que amo, adoro, me dio una nieta divina. Uno solo. Bastante. Suficiente. (Risas). Yo estaba muy pegada a los aprendizajes de Matías, mi hijo. Mi marido se había empeñado en anotarlo en un colegio de doble jornada, yo no quería, porque me parecía que no era para él, pero bueno… Un año, bien, dos años, bien… al tercer año, cuando cursaba quinto grado entra una maestra que era una bruja. Me peleé con ella… era nefasta, una mujer terrible. Llegó a poner a sus alumnos siete malas notas en un día. Los hizo sufrir mucho a todos. ¡Qué dolor me dio saber que mi hijo sufría! Qué dolor. Qué odio. (Risas). Lo cambié de colegio. Mi hijo era un chico encantador. Pepe, pobre, lo miraba y me decía: “Este es de a los que a la corta pierden, pero a la larga ganan. Quedate tranquila. Es muy lindo. Cuidalo.” Bueno, por suerte, después de esa experiencia con la maestra terrible, siguió bien, y se recibió en la facultad y todo, pero yo seguía con la bronca de lo que esa mujer le había hecho a mi bebé. Y un día, estaba en mi casa y pensé: “Yo la odio. No puedo vivir con odio, tengo que hacer algo. Voy a matarla”. (Risas). Se llamaba Dora. Igual que la maestra que murió en Asesinatos… (Risas). Entonces, iba a matarla una tal señora Lago. Si ustedes dan vuelta las letras de Lago, queda Olga (Risas), que era maestra de Lengua como yo. (Risas).

MM: Una casualidad.

OD: Una casualidad. La Lago tenía que matar a Dora. Y, ¿saben qué? No pude.

MM: Te compadeciste.

OD: Sí, no pude. Y entonces no supe qué hacer. Y pensé que tenía que ser Carlos. Carlos era mi vecino, que era malo como la peste. Entonces, solucionada, Carlos la mató. Lo gracioso, es que este Carlos, el de la vida real, tenía un puesto de diarios. Y resulta que Quirquincho vendió este libro en Uruguay, y aquí, a Página 12. Resulta que el asesino del libro aparecía en una ilustración  en la tapa. Era igual a mi vecino. Pensé que si él se fijaba en el libro iba a matarme porque iba a darse cuenta de que lo había usado como personaje del asesino. Pero no me dijo nada, se nota que no lo leyó.


MM: Con este tuviste bastante éxito, anduvo muy bien este libro en las escuelas. A pesar del asesinato en la escuela…

OD: Claro, porque tiene como un toquecito de humor. Y no es de terror. Es un policial negro.

MM: Cuando era maestro, en un sexto grado, en una escuela piola, con una directora a la que le gustaba mucho la literatura, y en la que leíamos mucho en el grado, propuse este libro para leerlo con mis alumnos, y no quiso por el título.

OD: Me lo dijeron en la editorial.

MM: Yo también estaba verde, si no, se la hubiera peleado, pero ella me dijo que había violencia en el ambiente, así que asesinatos en una escuela…

OD: Ahora el Ministerio de Educación compró ochenta y seis mil ejemplares de este libro con título y todo…

MM: Que está ahora en Quipu…

OD: Sí. Además de esta yo tenía una novela escrita, inédita, que estaba relacionada por el género aparente. Está planteada como de terror, pero el desenlace no es de terror. Tiene que ver con unas inundaciones que, ustedes recordarán, hubo en Olavarría. Mis padres estaban divorciados, y el segundo marido de mi mamá a quien quise mucho, era de Olavarría. Nos llevábamos muy bien, sus familiares eran como mis tíos. Y cuando él murió, mi hermano empezó a ir a Olavarría a visitar a sus tíos. Se casó con una chica de Olavarría muy amorosa, tuvieron que volverse después de la inundación, porque ellos tenían una disquería y perdieron todo. Hasta que él vino, yo siempre lo visité. Y después de que vino, también. En cada visita que hacía a la ciudad, veía la herida que el agua había dejado en las paredes. La marca quedó por años, fue impresionante. Antes de escribir la segunda historia que aparece en Asesinatos le pregunté a mi hermano qué vio y qué olió mientras duró la inundación. Todo eso aparece en la segunda historia en Asesinatos…. Son dos nouvelles que saqué para publicar juntas.

MM: Que se llama…

OD: Igual. Asesinatos en la escuela de perro y otra historia de terror, pero ninguna de las dos es de terror.

MM: En gerencia editorial suele pasar. Es un policial, y la otra no sé…

OD: No es de terror. Es de suspenso.

MM: Una de las cosas que más nos gustó y que estuvimos charlando cuando hablábamos de tu obra, es esta cosa del primer caso en el que interviene el comisario, ya famoso, a punto de retirarse, que en realidad está contando una historia de su niñez.

OD: Ahora voy a hacer un segundo libro, porque como nos fue bien con Asesinatos en la escuela del perro, quedamos en hacer la segunda parte.

MM: ¿Desde qué punto de vista?

OD: El comisario vuelve a ser reporteado y sigue contando alguna otra tropelía de cuando era chico. En realidad el segundo caso no es un asesinato, es un robo.

MM: Hablando de las editoriales y la escuela, ¿cómo te llevás con el tema de las edades lectoras? ¿Qué opinás de eso? Serie Roja para tantos años y demás.

OD: En realidad, los padres preguntan para qué edad es cada libro. Si un chico es lector y tiene ocho años, no podés darle un libro para ocho, porque te lo tira por la cabeza. Tenés que darle para más grande. Prueba de que todo esto es una maniobra de las editoriales para complacer a los maestros y a los padres. Una vez vino un nene, y me preguntó si yo había escrito El señor de la noche. Le dije que sí, y me dijo que estaba buenísimo. Pregunté qué edad tenía… seis años. ¿Quién fue el asesino que le dio el libro?, pensé. Y el chico lo leyó, y le pareció bueno y tenía seis años. El chico que es lector, está capacitado para elegir el texto. Podrá leer en el colegio lo que sus maestros pidan, pero fuera de lo oficial, ir a la librería y comprar lo que le parece.

MM: Pero en general llegan a través de la recomendación.

OD: Claro. Los maestros piden. Y también otras instituciones, porque si vos te fijás, piden los textos según la edad el ciclo de los posibles lectores.

MM: Claro. Primeros lectores, lectores avanzados y demás. Hay una afirmación que dice que escribimos para los mediadores, no para los chicos. ¿Qué opinás vos de eso?

OD: Yo no escribo para los mediadores. No pienso en los mediadores. Después, en las editoriales te dicen que algo es para muy chiquitos, o que otra cosa está a un muy alto nivel. Trato de ser flexible. Si me piden, hago lo que me dice la editorial. Porque supongo que el editor sabe más que yo. Yo soy editora, pero cuando funciono como escritora, manda el editor. Y yo bajo la cabeza y hago lo que me dice. Pero no escribo pensando en el que va a recomendar. Hice un libro, un experimento que publicó  Salim, un libro que editó Jorge Grubissich, se llama A volar que el viento dobla. Es la historia de un pájaro cobarde. Tiene una socia que es la golondrina verde violeta. Y a mí se me ocurrió que el pájaro era tan cobarde que se escapaba de la historia e iba a increpar a la autora, porque lo metía en tantos líos. Jorge, como editor, decidió una tipografía para los diálogos entre la autora y el personaje, que a mí me pareció que no se iba a notar. Y estaba equivocada, Jorge Grubissich tenía razón, los chicos comprenden entendieron la situación, tal como él decía.

MM: Está muy bueno eso…

OD: Me divertí mucho. Lo que más me preguntan en los colegios con respecto a este libro, es si la escritora era yo. Le contesto que les tengo una buena noticia, que soy yo. Una vez, un nene me lo preguntó y le contesté que sí, que era yo y él me dijo: “Bueno, no me vas a decir que las plumitas no te hacían cosquillas en el cuello”. Miré a la maestra como quien pide ayuda, y la maestra, se reía con una ternura que me animé y le contesté al nene que sí, que un poquito de cosquillas en el cuello me hicieron las plumitas.

MM: ¿Chicos de qué edad?

OD: De tercero o cuarto grado.

MM: Está bien, es poética esa lectura del chico.

OD: Claro, me encantó. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cincuenta años sin J.R.R. Tolkien: cómo lo cuidó un sacerdote español y qué tiene que ver la Patagonia con “El señor de los anillos”

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo