La malicia de una transfiguración
Como cierre de la semana dedicada a recordar al ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada, a los 50 años de su muerte, Libro de Arena publica un comentario acerca de la lectura que hiciera sobre el poema de Hernández, en su extenso ensayo Muerte y transfiguarción de Martín Fierro, que habla sobre las conexiones del Martín Fierro con otros textos tal como los enlaza el escritor, con su mirada pícara y, a esta altura, cándida.
Por María Pía Chiesino
Se puede estar o no de acuerdo con algunos aspectos
ideológicos de la producción de Martínez Estrada. Lo que no puede discutirse es
que es uno de los mayores ensayistas argentinos del siglo XX.
Si en Radiografía
de la Pampa intenta explicar el origen telúrico del “drama” argentino, y
en La cabeza de Goliat el objeto de
sus indagaciones es la cada vez más desmesurada ciudad de Buenos Aires, en Muerte y transfiguración de Martín Fierro
(1948), nos presenta su análisis del gran poema de José Hernández, a lo
largo de casi mil páginas. Martínez Estrada analiza los temas del poema, la versificación, el habla del gaucho, el
problema del indio, el trabajo, el amor, la relación deMartín Fierro con otras obras de la gauchesca… Hasta compara los
malones de Hernández con el de La cautiva
de Echeverría, y el del Santos Vega
de Obligado.
A lo largo de todo ese extenso y profundo
trabajo, hay una zona particularmente interesante, que es la de la relación de
Fierro con Cruz. Cuando leí el análisis que hacía Martínez Estrada acerca de
esa amistad, me resultó imposible no remontarme a otra amistad entre gauchos:
la de Juan Moreira y Julián Andrade. En la novela de Eduardo Gutiérrez, se
narra el reencuentro de los amigos en los siguientes términos:
“Es
imposible pintar con palabras la emoción de Julián y Moreira al hallarse frente
a frente. Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endurecido al azote de
la suerte, se abrazaron estrechamente, una lágrima se vio titilar en sus
entornados párpados, y se besaron en la boca como dos amantes, sellando con
aquel beso apasionado la amistad leal y sincera que se habían profesado desde
pequeños”.
(Este párrafo, como era previsible, hizo
las delicias de Néstor Perlongher, a tal
punto que lo incluyó completo como epígrafe de su poema”Moreira”, incluido en Alambres). El desborde emocional, sigue:
“Así
permanecieron largo rato, mirándose al rostro, y transmitiéndose con la mirada
todo el mundo de cariño que la palabra no había podido expresar, mientras
Santiago, enternecido con aquella escena se ocupaba en desensillar y arreglar
los caballos para disimular su emoción.”
Seguramente, Martínez Estrada, había
leído la novela de Gutiérrez. Al que sin duda, había leído también, y, fue una de las influencias que marcaron su
pensamiento, era a Sigmund Freud. Y creo que cuando analiza la relación de Cruz
y Fierro, aclara tantas cosas, que las oscurece, porque en realidad, el vínculo
entre los dos gauchos no tiene ni por asomo, el lirismo ni las características que aparecen en Juan Moreira. No se conocen desde niños, ni mucho menos. Lo que
junta a Cruz y Fierro, es la marginación a la que los somete el sistema
político, y la valentía que cada uno reconoce en el otro. Cuando Martínez
Estrada analiza esa relación, no puede evitar caer en el prejuicio. De otra manera,
no se entendería que dijera que: “su
estudio está erizado de dificultades. Antes de los trabajos de psicólogos y psicoanalistas,
el problema habría parecido simple, y ningún comentarista ha trascendido la
línea en que la amistad cobra vehemencias de apasionamiento en sus legítimos
límites de comunión espiritual…”
Lo que resalta, puntualmente, es la
“legitimidad” de la tristeza de Fierro después de la muerte de Cruz. Como si no
fuera legítimo el llanto por la pérdida de un amigo, que, además, lo defendió y
lo acompañó en la desdicha. Llega a comparar esta reacción con la que siente el
personaje al enterarse de la muerte de quien fue su mujer y que es, sin duda,
menos intensa. En este punto del excelente trabajo que hace sobre el poema de
Hernández, Martínez Estrada intenta “despejar dudas” que no necesariamente se
le presentan a los lectores, y que parten de un prejuicio, del que no puede
desligarse y que lo lleva a hacer una puntualización innecesaria. Es
inexplicable si no, que diga: “en el alma
del paisano la amistad, no ya el amor, se aloja muy dentro de su corazón,
aunque el tono viril de sus costumbres rechaza como argumento accesorio, otra
interpretación que la ingenua que surge de la lectura sin malicia del texto
literal.”
Esta “lectura sin malicia” que nos pide,
está atravesada por la malicia propia. Por la necesidad de dejar constancia de que
más allá del psicoanálisis, la virilidad del gaucho como representante de la
argentinidad, no puede ser puesta en duda. En realidad, el mismo análisis de
los personajes que hace anteriormente, desautoriza especulaciones de ese tipo.
Pero la necesidad de aclararlo es más fuerte. Y le dedica un espacio aparte,
breve por cierto, pero que hasta tiene título propio.
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