Mercedes Pérez Sabbi: "Acaso, ¿hay algo más misterioso que el amor?"
En la segunda parte de la entrevista a Mercedes Pérez Sabbi, la charla retoma a partir de la historia de una chica cuyos padres fueron desaparecidos en la última dictadura militar, tema que permitió la elaboración de la novela Manuela en el umbral. La palabra, el silencio, la situación, tienen su lugar y su valor en el texto, comentado junto a Mario Méndez, coordinador del encuentro. Además, la charla giró sobre la construcción de otras de sus novelas como Mayonesa y bandoneón, Nos vamos, nomás, nos vamos, o Mi insecto interesante, del cual la autora leyó un fragmento al final. También adelantó novedades sobre los nuevos proyectos en que está trabajando.
MPS: La novela fue concebida así, a la manera de las antiguas novelas de caballería, con un “copete” al estilo del Quijote que anuncia lo que acontecerá en el capítulo. Considero que esa es la característica más original que tiene la novela. El lenguaje responde a esta decisión estructural. Ubico a los personajes en España (allá lejos y hace tiempo), sencillamente porque quería llevarla a chiquicientos años atrás y nosotros no tenemos monarquía, ni reyes… etc.; por eso los personajes hablan en español. Pero el narrador (que soy yo que mira) se encarga de ubicarnos de este lado de acá, con sus notas al pie y sus acotaciones permanentes. Lo que hace Florinda es, de alguna manera, una quijoteada. El Quijote me acompañó en todo el proceso de escritura.
MM: Hay un libro que me llegó tarde, y no leí aún: Mi insecto interesante, que publicaste en Primera Sudamericana. Contanos, por favor.
MM:
Vamos
a hablar de otros libros, puntualmente. Hay una novela, Manuela en el umbral, que hemos compartido el lunes pasado y de la
que hablamos mucho. Nos conmovió. Sobre todo porque te metiste con el tema de
los desaparecidos y la reparación (o no) de las ausencias desde el lugar de la
gente que no sabía qué hacer, como esa tía y esa prima que, por hacerle un bien
a Manuela, la tienen en la ignorancia. ¿Cómo llegaste a esta historia? ¿Cómo la
trabajaste? No habrá sido nada fácil…
MPS:
Fue
un proceso muy largo. Después de que Anahí, una compañera de la carrera de cine
de mi hija, en la preproducción de un corto en el que yo participaba, me contara
“su historia”, porque así me dijo una tarde, sentadas en un tronquito del
Parque Lezama: “Mercedes, te voy a contar mi historia”; después de que me
dijera que cuando tenía cuatro años, una noche apareció un sueño oscuro y nunca
más vio a sus padres y los esperó siete años… después de decirme que recibía
las cartas de su mamá y que eso le daba aire para seguir..., después de ese
momento estuve dos años o más pensando en que algo tenía que hacer con esa
historia que me había roto el corazón y me daba vueltas en el cuerpo y me
sacaba el sueño. Y armé y desarmé en mi cabeza decenas de comienzos hasta que
escribí: “Yo tengo un montón de palabras
en la cabeza, pero cuando las quiero decir no me aparecen; es que están
desordenadas y pienso que son feas también. Será por eso que a veces ando
callada y que prefiera cantar…” y esa fue la voz de Manuela. Mucho tiempo
me llevó encontrarle la voz, y con ella, el alma… Porque las historias tienen
que tener alma, humanidad, de lo contrario están vacías,… tal vez estén
correctamente escritas, pero si no tienen alma esas historias pasan como
pátinas frente al lector, no dejan huellas. Escribí Manuela con el dolor a cuestas,
pero con todas las imágenes esperanzadoras de mi propia infancia. Vos me acabás
de decir que el lunes pasado estuvieron hablando sobre el ocultamiento de la
verdad por parte de la tía y la prima; todo por hacerle bien a Manuela. Yo le
pregunté a Anahí sobre el silencio, el engaño, incluso sobre esas cartas que no
eran de la madre, sino de la prima. Se lo pregunté con cierto pesar, como
diciéndole: “¿cómo te engañaron así?”… y ella me dijo que no solo comprendía la
situación sino que entendía que hicieron lo mejor que ellas podían hacer…
porque frente a un hecho tan aberrante y la mirada de una niña de cuatro años
que espera desesperadamente, no hay mucho para decir o hacer… porque tampoco
ellas, en aquel momento, sabían lo que pasaba y también esperaban… Anahí me
habló con mucho amor de esas dos mujeres que la criaron con el drama a cuestas
y eso me dio lugar para escribir sin ningún juicio de valor hacia ellas, más
bien traté de ponerme en la piel de cada una de esas mujeres, de esa niña y
así fue que escribí Manuela…
MM:
El
título es muy bueno, Manuela está justamente por empezar algo, por entrar a una
nueva vida, nada menos, ¿no?
MPS:
Antes
de ubicar a Manuela en el umbral (“en la incomodidad del umbral”, escribió
Luciana Murzi), la novela tenía otro título. Como en el capítulo “En la
escuela”, la maestra de Manuela habla de los cambios corporales de los púberes
haciendo referencia al “Complejo de la
langosta” de Francoise Dolto, el
título nombraba a ese crustáceo. Creo que se llamaba “Como una langosta” o “La
langosta desnuda”, no lo recuerdo bien, pero la langosta estaba. Igual yo no
estaba muy convencida de dejar ese título, y antes de presentarlo a alguna
editorial, indagué sobre los títulos de la Lij de otras obras con la temática
de la dictadura, y me encontré con títulos como: El mar y la serpiente de Paula Bombara, Los sapos de la memoria de Graciela Bialet, El año de la vaca de Margara Averbach, La casa de los conejos, de Laura Alcoba… y otros que no recuerdo.
Lo que sí recuerdo es que en aquel momento (hablo del 2007 aproximadamente)
todos tenían algún animal en el título. Entonces me dije: “Tan aberrante ha
sido todo aquello que no podemos nominarlo con nombre de persona”. El nombre de
una persona construye humanidad, sin duda. Y traté de que en el título
apareciera el otro lado, la humanidad de Manuela.
MM:
Tanto
en Mayonesa y bandoneón, como en Nos vamos, nomás, nos vamos, aparece la
murga, la cultura popular. Tenés un manejo muy logrado del lenguaje del barrio,
del pueblo. ¿Qué nos querés contar de Mayonesa
y bandoneón, que obtuvo el tercer premio del Concurso “Los jóvenes del
Mercosur”?.
MPS:
Durante mucho tiempo estuvo dando
vueltas en mi cabeza El fantasma de Canterville. Yo pensaba en que así
como en un castillo de Inglaterra había un fantasma, ¿por qué nosotros no
podíamos tener uno? No tenemos castillos, pero tenemos pensiones y así surgió Mayonesa
y bandoneón, un fantasma tanguero, Higinio Curucheta, que regresa a una
vieja pensión de Buenos Aires solo para cantarle a María la canción que, quizá,
la saque de la pobreza.
Es esencialmente una y varias historias de amor, todas llenas de música: tango,
rock, chacarera, candombe… Está la fiesta del carnaval como lugar de encuentro
(entre vivos y fantasmas) y liberación, donde la risa y la burla borra todas
las diferencias sociales.
El título alude al tango Cambalache,
de Enrique Santos Discépolo, ¿te acordás?: “Igual
que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida. Y herida
por un sable sin remache, ves llorar la Biblia contra un calefón…”
MM:
¿Y
de Nos vamos, nomás, nos vamos…, este
bellísimo libro, ilustrado con tanta maestría por Cubillas? ¿Cómo fue la
experiencia en Abran Cancha? ¿Trabajaste junto con Cubillas?
MPS:
La
verdad es que no trabajé con Cubillas. La mayoría de las editoriales, supongo
que por razones de tiempo y organización, no convocan al trabajo conjunto de
ambos autores. Me hubiera gustado trabajar con Cubillas, pero, igual, pienso
que él interpretó maravillosamente el espíritu de esta historia de exilio.
En
Nos vamos… cuento
la historia de un pueblo que quiere vivir en libertad. Un pueblo que
cotidianamente pierde algo (que estaba sucio a los ojos del poder) y no se
resigna. Con la excusa de la limpieza se multiplican las rejas, la prohibición. En cada Chau de sus pobladores hay una búsqueda por encontrar la alegría
perdida. En el relato murguero encontré la manera de jugar libremente con las
palabras. Busqué que la libertad del texto acompañara rítmicamente a la
historia. Además, conozco bien el ritmo y el espíritu murguero, no te olvides,
Mario, de que integré la murga de Catalinas Sur muchos años y no hace tanto.
(Risas).
MM: Nos llamó la
atención que en Florinda usaras el
tuteo en vez del voseo. ¿Fue un pedido de Edelvives?
MPS: La novela fue concebida así, a la manera de las antiguas novelas de caballería, con un “copete” al estilo del Quijote que anuncia lo que acontecerá en el capítulo. Considero que esa es la característica más original que tiene la novela. El lenguaje responde a esta decisión estructural. Ubico a los personajes en España (allá lejos y hace tiempo), sencillamente porque quería llevarla a chiquicientos años atrás y nosotros no tenemos monarquía, ni reyes… etc.; por eso los personajes hablan en español. Pero el narrador (que soy yo que mira) se encarga de ubicarnos de este lado de acá, con sus notas al pie y sus acotaciones permanentes. Lo que hace Florinda es, de alguna manera, una quijoteada. El Quijote me acompañó en todo el proceso de escritura.
MM: Hay un libro que me llegó tarde, y no leí aún: Mi insecto interesante, que publicaste en Primera Sudamericana. Contanos, por favor.
MPS:
Trata
sobre el vínculo de una niña, Morena, con un insecto mientras elabora la
separación de sus padres. Morena
recorrerá todo el libro o todos los escenarios de su vida: casa de la mamá, del
papá, escuela, etc. llevando a su insecto (su I.I.) en una malva y ese vínculo
la ayudará a entender y a superar algunas cosas que la vida le presenta como
complicadas. Morena toma a un insecto y a una malva como objetos transicionales
(Winnicott) que la ayudarán a “acomodarse” a la nueva realidad.
MM:
Antes
de terminar, y de que nos leas algo, hablemos de Carmela y Valentín, libro muy ilustrado, es más, es un libro de
pictogramas, que te publicó Sudamericana y que obtuvo el Destacado de ALIJA en
2003, en categoría Cuento infantil. No hay mucho de lo social, en este relato
de género maravilloso. ¿O sí? ¿Qué dirías vos?
MPS:
Es
una historia de amor, esencialmente. Otra de mis búsquedas tiene que ver con el
amor… Acaso, ¿hay algo más misterioso que el amor? Me pareció que podía ser muy
tierno y divertido que un pajarito por amor armara tanto zafarrancho y siguiera
como si nada hasta el fin de la historia.
MM:
Y
en qué proyectos estás. ¿Se viene alguna publicación próximamente?
MPS: Editorial
Comunicarte publicará antes de fin de año Pascualita
Gómez, una chica que se las trae, en la colección Veinte escalones,
ilustrado por Mónica Weiss. Pascualita Gómez es una chica de barrio, bien de
barrio, cautivada por los concursos televisivos que prometen hacerla
famosa… Una promesa que
es, en última instancia, promesa de felicidad. Este será el punto de
partida para que Pascualita, se lance a
cambiar todo lo que tenga que cambiar (pero todo) para lograrlo. Su cuerpo
tendrá que hacerse finito y largo; será como andar entre paréntesis por la
vida… En Pascualita Gómez busqué desentramar los hilos que componen los
mandatos de una sociedad sostenida en los dis-valores que arman y desarman
subjetividades. Les cuento que vi las ilustraciones de Mónica y cada una es una
verdadera obra de arte, porque apuntó a lo onírico, al inconsciente de
Pascualita.
MM: Bueno, nos
tenemos que ir despidiendo. ¿Nos vas a leer algo?
MPS:
Sí,
voy a leerles los primeros capítulos de MI INSECTO INTERESANTE, ya que no
tuvieron tiempo de leerla. Espero que les guste:
1.
Del
encuentro con mi Insecto Interesante
Mi mamá siempre
dice que cuando yo sea grande seguro que voy a estudiar veterinaria, porque
cualquier bicho que anda por ahí, aparece en mi mano. No sé lo que voy a
estudiar de grande, pero que los bichos me gustan, es verdad. Y tanto me
gustan, que una tarde, cuando yo estaba en la casa de mi papá y vi que algo
caminaba en la ventana, salté de la silla, me puse los anteojos y descubrí que
sí, que eso que andaba era un bicho, y bien raro. “A ver…, me parece que vaquita de San Antonio no sos porque pintas
negras no tenés. ¿Grillo…, grillo?, tampoco parecés. Seguro que sos uno de esos
bichos que están en el diccionario con un nombre tan raro y tan largo que ni
decirlo se puede. ¡Ahora te agarro...!”.
Y lo agarré: tenía cabeza, dos puntitos negros y
brillantes que me miraban, dos antenas que se movían para arriba y para abajo,
y dos alitas… un poco raras, más bien… desprolijas, como dice mi mamá después
de ver mis manualidades en papel glasé: “¡Qué
desprolija que sos, Morena…!”. Seguí: la cola era redonda y cortona y tenía
el cuerpo con rayas naranjas y negras. Y como parecía querer caminar a los
saltitos, le dije:
“Aunque saltes,
piojo no sos… (Eso lo sabía porque tuve uno en la cabeza; va…, unos
cuantos…) Vos sos más grande y más…, más…
¡interesante…!” Le dije así porque así me contestó mi mamá la vez que le pregunté
cómo era Marcos, su novio, al que yo no conocía todavía. “Interesante”, dijo, y para mí eso quería decir que ese tal Marcos
era distinto; a quién, no sé, pero distinto. Y como el insecto que tenía
adelante era bien distinto, le dije: “Sos
un Insecto Interesante”. El Insecto Interesante temblaba. “No te asustés que no te voy a aplastar como
a un mosquito y menos como a una sucia cucaracha, esas sí que no me gustan ni
aplastarlas siquiera. Además, se nota que no sos un insecto dañino. Ni dañino,
ni tonto, ni malvado... Sos
In-te-re-san-te”, le repetí cortando las palabras como me había enseñado la
seño Vanesa con eso de andar separando en sílabas.
Al Insecto Interesante lo cambié de mano, pero el
pobre temblaba más. Entonces seguí contándole cosas como para tranquilizarlo. Le dije que no sólo me gustaban mucho
los bichos chiquitos como piojos sino también los perros, los gatos, los
pericos; pero que mi mamá no quería tener ninguno en casa; y eso que la casa es
bien grande, le aclaré. Y como el pobre revoleaba los ojitos como con miedo, le
dije que no se preocupara porque estaba en la casa de mi papá, que es un
departamento muy pero muy chiquito, pero que para él, que es un Insecto
(Interesante no le dije), alcanzaba y sobraba. Justo en ese momento de mi conversación,
el insecto dio un salto olímpico y de mi mano pasó al sillón. ¡Casi lo pierdo!
Pero no; lo encontré sobre el almohadón de pintitas azules, que sé que tiene
pintas amarillas también, pero para mí son todas azules. Entonces, exactamente
ahí lo dejé cuando salí rápido a buscar la lupa de mi papá. Abrí un cajón, otro
y otro… (Tiene razón mi mamá cuando dice que mi papá y yo somos iguales de
desprolijos). Y dele buscar y buscar hasta que ¡por fin! encontré la lupa,
estaba entre las recetas de cocina de mi papá. Porque mi papá es chef. ¡NO!, qué digo, es cocinero. ¡No!, es chef. ¡Es cocinero! ¡Es chef! ¡Es cocinero! Es… Nunca sé cómo decirlo,
porque cuando mi mamá y mi papá estaban juntos, ella lo presentaba a mi papi
como chef, para darle categoría,
decía; y él, que no y que no; que no era ningún chef, que era cocinero, y que no vivíamos en París, sino en
Barracas, y que eso de andar borrando las palabras del lugar donde se había
nacido, no le gustaba nada... Mi papá sí que es bien interesante porque cuida
las palabras para que no se pierdan; tiene un montón de palabras que poca gente
usa. Por eso mi mamá a veces me dice “…esas
son cosas del retro de tu padre”,
y se sonríe moviendo la cabeza, y eso quiere decir que hay algo que no tiene
remedio. Bueno, como estaba en la casa de mi papá, podía pensar en él como
cocinero, ¡y el mejor!; porque me hace unas palmeritas ¡riquísimas!, y una
tarta de zapallo con queso que siempre le pido que la repita para la próxima
vez que nos encontremos. También me gusta el colchón de espinacas con huevos,
pero en ese momento sólo me acordé de la tarta de zapallo. Y así, pensando en
el queso que se desparramaba sobre la tarta de zapallo, dejé las recetas, y con
la lupa en la mano, volví al almohadón de pintitas azules: mi Insecto
Interesante estaba allí tratando de saltar como un saltamontes con muletas. “Quedate quietito así te veo..., pero…, a
ver…a ver…”. Lo miré y lo miré, con
lupa y anteojos puestos: “… uia… no son
dos las alitas que tenés, son cuatro”. Y ahí me di cuenta de que mi Insecto
Interesante, mi I.I., como lo empecé a llamar cuando estaba apurada, era una
mariposa; una mariposa con las alas hechas puré, parecidas a las cortinas del
cuarto de mi papá, con los hilitos chorreando. Pobre…alguien se las había
cortado.
“Decime, ¿quién
te lastimó?”, le pregunté.
Movió las antenas para arriba y para un costado. Seguí
la línea que me indicaban y llegué a la ventana. Me asomé, y en ese cuadradito
sin cielo casi, la única ventana que había era la del 6º H. No tuve dudas,
seguro que había sido el Rolo; estaba segurísima que había sido él porque una
vez lo vi en la plaza tirándole piedras a las palomas, aplastando vaquitas de
San Antonio y reventando mariposas, todo eso en una tarde. Volví hacia mi I.I,
y, como para hacernos amigos, le conté que el maldito que le había cortado las
alas, también me había lastimado a mí la vez que vine a conocer el departamento
de separado de mi papá. Me acuerdo que ese día yo subí un montón de veces en el
ascensor para ayudar a mi papi a cargar algunas cosas… En una de esas veces,
cuando llevaba una caja de zapatos con libros, Rolo aprovechó para preguntarme
un montón de cosas: … que cuánto hacía que mis padres se habían separado…, que
si se peleaban mucho, que si la casa de mi mamá quedaba lejos…, que si me
habían cambiado de escuela… Y como yo
estaba muda, él se puso a hablarme de que conocía a un montón de hijos de
padres separados, y los contó con los dedos (los de Pepe, los de la González,
los de la Viky…) y dijo cosas feas, feísimas, que poco me acuerdo, pero que me
habían dejado una cosa rara aquí en el pecho, como si mi papi no me fuera a
seguir queriendo hasta las estrellas... Encima, el muy maldito, antes de cerrar
la puerta del ascensor, puso cara de decirme: “Ya vas a ver…” y me miró con
sus ojos de huevo duro, y ahí me agarró la cosa esssa aquí en el pecho… Y me puse a llorar cuando el ascensor
siguió… ¡Malísimo el Rolo...! Yo creo que fue por eso que me imaginé que había
sido él quien le había cortado las alas a mi I.I., y para peor, creía que lo
había hecho con una tijera de podar, esas que son grandes y filosas… Claro que
al ver que mi Insecto seguía todo tembleque sobre el almohadón de pintitas
azules, no le iba a decir las cosas refeas que había imaginado, sólo se me dio
por decirle que se quedara tranquilo, que yo lo iba a cuidar; y lo empecé a
acariciar… Y mientras mi dedo lo acariciaba y él me miraba con los dos puntitos
que tenía por ojos, mi cabeza no paraba de pensar adónde lo iba a poner. Porque
no podía dejarlo en una caja; y que anduviera suelto por ahí era más peligroso
todavía. De
repente, mi cabeza dibujó la pequeña huerta de hierbas
que mi papá armó en un rinconcito de la terraza. Entonces, con la huerta en mi
cabeza y pensando que mi papá se iba a asustar sino me encontraba al llegar, le
mandé un mensajito, (por suerte me hizo caso y se compró el celu… Y eso que no
quería y no quería porque decía que es como tener un espía molesto al lado;
pero para estar más cerquita mío, se lo compró; menos mal). Entonces le
escribí:
“Papi voy a tu huerta. Te requiero. More”.
Respondió:
“Bajá enseguida.
Llego en 5 min. Yo tb. te quiero mucho. Papi.”
Subí las escaleras corriendo mientras le explicaba a
mi I.I. que lo iba a dejar en un lugar hermoso hasta que se curara. El pobre
revoleaba los puntitos para todos lados, como si me entendiera.
La terraza olía a romero, lavanda, malva, tomillo,
albahaca, menta, laurel… y no sé a qué más. Le dije a mi I.I. que estábamos en
la terraza más interesante del mundo, por lo perfumada, y como me miró raro,
(tal vez por mi exageración), me corregí: “Bueno,
no sé si del mundo… pero de la ciudad, seguro que es la más perfumada…”.
Elegí la malva para dejarlo. Por supuesto que le expliqué que la malva era la
más linda de todas las hierbas que mi papá había cultivado, porque tenía unas
flores preciosas, preciosas. Se las mostré y se las hice oler. No sé bien si
las olió, porque no sé si las mariposas tienen nariz, pero igual movió las
antenas sobre los pétalos y ahí se quedó. Apenas di la media vuelta para irme,
mi corazón empezó con el ¡PUM, PUM, PUM! del nerviosismo. Volví a darme vuelta
y al verlo tan pobrecito ahí solo, lastimado y con la noche por llegar, le
dije: “Vamos”, y agarré la maceta con
mi I.I. colgado de la flor.
Mientras bajábamos, oí que mi papá me llamaba:
– ¡¡¡¡Morenaaaa!!!
– Si papi, estoy llegando…– dije bajito, pero mi I.I. seguro que me oyó porque movió las antenas
para arriba y para abajo.
2.
De cuando
una malva resulta ser más interesante
que la
germinación del poroto.
Difícil
tarea tuve para convencer a mi papá de llevar la malva conmigo. Y dificilísimo
fue hacerlo con mi mamá.
* En la casa de mi papá:
– Papi, la seño me dijo que llevara una de tus hierbas
para que los nenes del grado podamos ver cómo crece todos los días un poquito.
– ¿Vos le contaste sobre mi huerta?
– Claro pa…, además le dije que vos habías inventado
un montón de comidas hechas con tus hierbas aromáticas.
– Hechas no, Morena, condimentadas.
– Bueno pa, pero vos siempre me decís que el condimento
es el sabor. Además, yo probé polenta sin condimentar, la verdad pa…, que es un
asquete… También le dije que curabas a los vecinos con tus yuyitos…
– A ver si tu maestra se piensa que soy un curandero,
Morena.
– No papi, ella sabe que sos un genio de la botánica y
de la cocina… y que hacés las palmeritas más ricas del mundo…– y seguí
convenciéndolo hasta que me dijo:
– ¡Qué bueno Morena que en tu escuela se haya superado
la germinación del poroto…!
Mi I.I. revoleó los ojos; entendía todo mi I.I.
* En la casa de mi mamá:
– ¿Para qué trajiste ese yuyo? ¿Te lo regaló tu padre?
– No es un yuyo, es una malva. Ahora tiene pocas
flores, pero en primavera se pone relinda, mami… Además, papi me la presta para
llevarla a la escuela, porque la seño nos hace estudiar cómo crecen los
vegetales.
– ¡Ay!, yo no sé para qué tanto lío, si con la
germinación del poroto alcanza y sobra…
Mi I.I. miró preocupado.
* En
la escuela:
Por suerte, la seño Vanesa se puso contenta al verme
llegar con la malva.
– ¡Qué bueno Morena! Así completamos la germinación
del poroto con el estudio de otros vegetales... (Ella es muy buena conmigo,
porque como soy nueva, quiere in-te-grar-me).
Algunos chicos corrieron para verla. Amy la tocó y ¡chaf! le rebanó dos hojas. Empecé a
chillar y a decirle que no la tocara más con sus manos de tijera… La seño trató
de tranquilizarme y dijo mirándola a Amy que había que ser cuidadosa con la
planta porque era muy sensible. Y ahí agregué que mi papá sólo dejaba que YO la
tocara, y que por eso iba a tener que llevarla conmigo todos los días. Inventé
más de diez palabras todas juntas y enredosas como para confundir a la
metereta. Y aunque logré que sus manos de tijera estuvieran lejos de mi malva
por un tiempito, no pude evitar que unos días después volviera al ataque con
sus ojos de lince:
– Aquí en la flor hay un monstruo en miniatura…–
gritó, y todos se largaron contra mi malva. De tanto amontonamiento, la seño se
enojó y mandó a cada uno a su banco. Amy insistía con que había visto a un
monstruito. Y yo… ¡que no y que no y que no…!, con mi malva en los brazos. La
seño dijo que si iba a ser para problemas, era la última vez que traía la
planta. Para nuestra suerte (me refiero a la suerte de mi malva, de mi I.I. y
de la mía) entró la profesora de música y se cambió de tema, que si no…
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