Mercedes Pérez Sabbi: "Acaso, ¿hay algo más misterioso que el amor?"

En la segunda parte de la entrevista a Mercedes Pérez Sabbi, la charla retoma a partir de la historia de una chica cuyos padres fueron desaparecidos en la última dictadura militar, tema que permitió la elaboración de la novela Manuela en el umbral. La palabra, el silencio, la situación, tienen su lugar y su valor en el texto, comentado junto a Mario Méndez, coordinador del encuentro. Además, la charla giró sobre la construcción de otras de sus novelas como Mayonesa y bandoneón, Nos vamos, nomás, nos vamos, o Mi insecto interesante, del cual la autora leyó un fragmento al final. También adelantó novedades sobre los nuevos proyectos en que está trabajando.



MM: Vamos a hablar de otros libros, puntualmente. Hay una novela, Manuela en el umbral, que hemos compartido el lunes pasado y de la que hablamos mucho. Nos conmovió. Sobre todo porque te metiste con el tema de los desaparecidos y la reparación (o no) de las ausencias desde el lugar de la gente que no sabía qué hacer, como esa tía y esa prima que, por hacerle un bien a Manuela, la tienen en la ignorancia. ¿Cómo llegaste a esta historia? ¿Cómo la trabajaste? No habrá sido nada fácil…

MPS: Fue un proceso muy largo. Después de que Anahí, una compañera de la carrera de cine de mi hija, en la preproducción de un corto en el que yo participaba, me contara “su historia”, porque así me dijo una tarde, sentadas en un tronquito del Parque Lezama: “Mercedes, te voy a contar mi historia”; después de que me dijera que cuando tenía cuatro años, una noche apareció un sueño oscuro y nunca más vio a sus padres y los esperó siete años… después de decirme que recibía las cartas de su mamá y que eso le daba aire para seguir..., después de ese momento estuve dos años o más pensando en que algo tenía que hacer con esa historia que me había roto el corazón y me daba vueltas en el cuerpo y me sacaba el sueño. Y armé y desarmé en mi cabeza decenas de comienzos hasta que escribí: “Yo tengo un montón de palabras en la cabeza, pero cuando las quiero decir no me aparecen; es que están desordenadas y pienso que son feas también. Será por eso que a veces ando callada y que prefiera cantar…” y esa fue la voz de Manuela. Mucho tiempo me llevó encontrarle la voz, y con ella, el alma… Porque las historias tienen que tener alma, humanidad, de lo contrario están vacías,… tal vez estén correctamente escritas, pero si no tienen alma esas historias pasan como pátinas frente al lector, no dejan huellas. Escribí Manuela con el dolor a cuestas, pero con todas las imágenes esperanzadoras de mi propia infancia. Vos me acabás de decir que el lunes pasado estuvieron hablando sobre el ocultamiento de la verdad por parte de la tía y la prima; todo por hacerle bien a Manuela. Yo le pregunté a Anahí sobre el silencio, el engaño, incluso sobre esas cartas que no eran de la madre, sino de la prima. Se lo pregunté con cierto pesar, como diciéndole: “¿cómo te engañaron así?”… y ella me dijo que no solo comprendía la situación sino que entendía que hicieron lo mejor que ellas podían hacer… porque frente a un hecho tan aberrante y la mirada de una niña de cuatro años que espera desesperadamente, no hay mucho para decir o hacer… porque tampoco ellas, en aquel momento, sabían lo que pasaba y también esperaban… Anahí me habló con mucho amor de esas dos mujeres que la criaron con el drama a cuestas y eso me dio lugar para escribir sin ningún juicio de valor hacia ellas, más bien traté de ponerme en la piel de cada una de esas mujeres, de esa niña y así fue que escribí Manuela…

MM: El título es muy bueno, Manuela está justamente por empezar algo, por entrar a una nueva vida, nada menos, ¿no?

MPS: Antes de ubicar a Manuela en el umbral (“en la incomodidad del umbral”, escribió Luciana Murzi), la novela tenía otro título. Como en el capítulo “En la escuela”, la maestra de Manuela habla de los cambios corporales de los púberes haciendo referencia al “Complejo de la langosta” de Francoise Dolto, el título nombraba a ese crustáceo. Creo que se llamaba “Como una langosta” o “La langosta desnuda”, no lo recuerdo bien, pero la langosta estaba. Igual yo no estaba muy convencida de dejar ese título, y antes de presentarlo a alguna editorial, indagué sobre los títulos de la Lij de otras obras con la temática de la dictadura, y me encontré con títulos como: El mar y la serpiente de Paula Bombara, Los sapos de la memoria de Graciela Bialet, El año de la vaca de Margara Averbach, La casa de los conejos, de Laura Alcoba… y otros que no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que en aquel momento (hablo del 2007 aproximadamente) todos tenían algún animal en el título. Entonces me dije: “Tan aberrante ha sido todo aquello que no podemos nominarlo con nombre de persona”. El nombre de una persona construye humanidad, sin duda. Y traté de que en el título apareciera el otro lado, la humanidad de Manuela.

MM: Tanto en Mayonesa y bandoneón, como en Nos vamos, nomás, nos vamos, aparece la murga, la cultura popular. Tenés un manejo muy logrado del lenguaje del barrio, del pueblo. ¿Qué nos querés contar de Mayonesa y bandoneón, que obtuvo el tercer premio del Concurso “Los jóvenes del Mercosur”?.

MPS: Durante mucho tiempo estuvo dando vueltas en mi cabeza El fantasma de Canterville. Yo pensaba en que así como en un castillo de Inglaterra había un fantasma, ¿por qué nosotros no podíamos tener uno? No tenemos castillos, pero tenemos pensiones y así surgió Mayonesa y bandoneón, un fantasma tanguero, Higinio Curucheta, que regresa a una vieja pensión de Buenos Aires solo para cantarle a María la canción que, quizá, la saque de la pobreza. Es esencialmente una y varias historias de amor, todas llenas de música: tango, rock, chacarera, candombe… Está la fiesta del carnaval como lugar de encuentro (entre vivos y fantasmas) y liberación, donde la risa y la burla borra todas las diferencias sociales.
El título alude al tango Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, ¿te acordás?: Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida. Y herida por un sable sin remache, ves llorar la Biblia contra un calefón…”
MM: ¿Y de Nos vamos, nomás, nos vamos…, este bellísimo libro, ilustrado con tanta maestría por Cubillas? ¿Cómo fue la experiencia en Abran Cancha? ¿Trabajaste junto con Cubillas?

MPS: La verdad es que no trabajé con Cubillas. La mayoría de las editoriales, supongo que por razones de tiempo y organización, no convocan al trabajo conjunto de ambos autores. Me hubiera gustado trabajar con Cubillas, pero, igual, pienso que él interpretó maravillosamente el espíritu de esta historia de exilio.
En Nos vamos cuento la historia de un pueblo que quiere vivir en libertad. Un pueblo que cotidianamente pierde algo (que estaba sucio a los ojos del poder) y no se resigna. Con la excusa de la limpieza se multiplican las rejas, la  prohibición. En cada Chau de sus pobladores hay una búsqueda por encontrar la alegría perdida. En el relato murguero encontré la manera de jugar libremente con las palabras. Busqué que la libertad del texto acompañara rítmicamente a la historia. Además, conozco bien el ritmo y el espíritu murguero, no te olvides, Mario, de que integré la murga de Catalinas Sur muchos años y no hace tanto. (Risas).

MM: Nos llamó la atención que en Florinda usaras el tuteo en vez del voseo. ¿Fue un pedido de Edelvives?

MPS: La novela fue concebida así, a la manera de las antiguas novelas de caballería, con un “copete” al estilo del Quijote que anuncia lo que acontecerá en el capítulo. Considero que esa es la característica más original que tiene la novela. El lenguaje responde a esta decisión estructural. Ubico a los personajes en España (allá lejos y hace tiempo), sencillamente porque quería llevarla a chiquicientos años atrás y nosotros no tenemos monarquía, ni reyes… etc.; por eso los personajes hablan en español. Pero el narrador (que soy yo que mira) se encarga de ubicarnos de este lado de acá, con sus notas al pie y sus acotaciones permanentes. Lo que hace Florinda es, de alguna manera, una quijoteada. El Quijote me acompañó en todo el proceso de escritura.

MM: Hay un libro que me llegó tarde, y no leí aún: Mi insecto interesante, que publicaste en Primera Sudamericana. Contanos, por favor.

MPS: Trata sobre el vínculo de una niña, Morena, con un insecto mientras elabora la separación de sus padres.  Morena recorrerá todo el libro o todos los escenarios de su vida: casa de la mamá, del papá, escuela, etc. llevando a su insecto (su I.I.) en una malva y ese vínculo la ayudará a entender y a superar algunas cosas que la vida le presenta como complicadas. Morena toma a un insecto y a una malva como objetos transicionales (Winnicott) que la ayudarán a “acomodarse” a la nueva realidad.

MM: Antes de terminar, y de que nos leas algo, hablemos de Carmela y Valentín, libro muy ilustrado, es más, es un libro de pictogramas, que te publicó Sudamericana y que obtuvo el Destacado de ALIJA en 2003, en categoría Cuento infantil. No hay mucho de lo social, en este relato de género maravilloso. ¿O sí? ¿Qué dirías vos?

MPS: Es una historia de amor, esencialmente. Otra de mis búsquedas tiene que ver con el amor… Acaso, ¿hay algo más misterioso que el amor? Me pareció que podía ser muy tierno y divertido que un pajarito por amor armara tanto zafarrancho y siguiera como si nada hasta el fin de la historia.

MM: Y en qué proyectos estás. ¿Se viene alguna publicación próximamente?

MPS: Editorial Comunicarte publicará antes de fin de año Pascualita Gómez, una chica que se las trae, en la colección Veinte escalones, ilustrado por Mónica Weiss. Pascualita Gómez es una chica de barrio, bien de barrio, cautivada por los concursos televisivos que prometen hacerla famosa…  Una promesa  que  es, en última instancia, promesa de felicidad. Este será el punto de partida  para que Pascualita, se lance a cambiar todo lo que tenga que cambiar (pero todo) para lograrlo. Su cuerpo tendrá que hacerse finito y largo; será como andar entre paréntesis por la vida… En Pascualita Gómez busqué desentramar los hilos que componen los mandatos de una sociedad sostenida en los dis-valores que arman y desarman subjetividades. Les cuento que vi las ilustraciones de Mónica y cada una es una verdadera obra de arte, porque apuntó a lo onírico, al inconsciente de Pascualita.


MM: Bueno, nos tenemos que ir despidiendo. ¿Nos vas a leer algo?

MPS: Sí, voy a leerles los primeros capítulos de MI INSECTO INTERESANTE, ya que no tuvieron tiempo de leerla. Espero que les guste:



1.      Del encuentro con mi Insecto Interesante

              Mi mamá siempre dice que cuando yo sea grande seguro que voy a estudiar veterinaria, porque cualquier bicho que anda por ahí, aparece en mi mano. No sé lo que voy a estudiar de grande, pero que los bichos me gustan, es verdad. Y tanto me gustan, que una tarde, cuando yo estaba en la casa de mi papá y vi que algo caminaba en la ventana, salté de la silla, me puse los anteojos y descubrí que sí, que eso que andaba era un bicho, y bien raro. “A ver…, me parece que vaquita de San Antonio no sos porque pintas negras no tenés. ¿Grillo…, grillo?, tampoco parecés. Seguro que sos uno de esos bichos que están en el diccionario con un nombre tan raro y tan largo que ni decirlo se puede. ¡Ahora te agarro...!”.
Y lo agarré: tenía cabeza, dos puntitos negros y brillantes que me miraban, dos antenas que se movían para arriba y para abajo, y dos alitas… un poco raras, más bien… desprolijas, como dice mi mamá después de ver mis manualidades en papel glasé: “¡Qué desprolija que sos, Morena…!”. Seguí: la cola era redonda y cortona y tenía el cuerpo con rayas naranjas y negras. Y como parecía querer caminar a los saltitos, le dije:
Aunque saltes, piojo no sos… (Eso lo sabía porque tuve uno en la cabeza; va…, unos cuantos…) Vos sos más grande y más…, más… ¡interesante…!” Le dije así porque así me contestó mi mamá la vez que le pregunté cómo era Marcos, su novio, al que yo no conocía todavía. “Interesante”, dijo, y para mí eso quería decir que ese tal Marcos era distinto; a quién, no sé, pero distinto. Y como el insecto que tenía adelante era bien distinto, le dije: “Sos un Insecto Interesante”. El Insecto Interesante temblaba. “No te asustés que no te voy a aplastar como a un mosquito y menos como a una sucia cucaracha, esas sí que no me gustan ni aplastarlas siquiera. Además, se nota que no sos un insecto dañino. Ni dañino, ni tonto, ni malvado...  Sos In-te-re-san-te”, le repetí cortando las palabras como me había enseñado la seño Vanesa con eso de andar separando en sílabas.
Al Insecto Interesante lo cambié de mano, pero el pobre temblaba más. Entonces seguí contándole cosas como para tranquilizarlo. Le dije que no sólo me gustaban mucho los bichos chiquitos como piojos sino también los perros, los gatos, los pericos; pero que mi mamá no quería tener ninguno en casa; y eso que la casa es bien grande, le aclaré. Y como el pobre revoleaba los ojitos como con miedo, le dije que no se preocupara porque estaba en la casa de mi papá, que es un departamento muy pero muy chiquito, pero que para él, que es un Insecto (Interesante no le dije), alcanzaba y sobraba. Justo en ese momento de mi conversación, el insecto dio un salto olímpico y de mi mano pasó al sillón. ¡Casi lo pierdo! Pero no; lo encontré sobre el almohadón de pintitas azules, que sé que tiene pintas amarillas también, pero para mí son todas azules. Entonces, exactamente ahí lo dejé cuando salí rápido a buscar la lupa de mi papá. Abrí un cajón, otro y otro… (Tiene razón mi mamá cuando dice que mi papá y yo somos iguales de desprolijos). Y dele buscar y buscar hasta que ¡por fin! encontré la lupa, estaba entre las recetas de cocina de mi papá. Porque mi papá es chef. ¡NO!, qué digo, es cocinero. ¡No!, es chef. ¡Es cocinero! ¡Es chef!  ¡Es cocinero! Es… Nunca sé cómo decirlo, porque cuando mi mamá y mi papá estaban juntos, ella lo presentaba a mi papi como chef, para darle categoría, decía; y él, que no y que no; que no era ningún chef, que era cocinero, y que no vivíamos en París, sino en Barracas, y que eso de andar borrando las palabras del lugar donde se había nacido, no le gustaba nada... Mi papá sí que es bien interesante porque cuida las palabras para que no se pierdan; tiene un montón de palabras que poca gente usa. Por eso mi mamá a veces me dice “…esas son cosas del retro de tu padre”, y se sonríe moviendo la cabeza, y eso quiere decir que hay algo que no tiene remedio. Bueno, como estaba en la casa de mi papá, podía pensar en él como cocinero, ¡y el mejor!; porque me hace unas palmeritas ¡riquísimas!, y una tarta de zapallo con queso que siempre le pido que la repita para la próxima vez que nos encontremos. También me gusta el colchón de espinacas con huevos, pero en ese momento sólo me acordé de la tarta de zapallo. Y así, pensando en el queso que se desparramaba sobre la tarta de zapallo, dejé las recetas, y con la lupa en la mano, volví al almohadón de pintitas azules: mi Insecto Interesante estaba allí tratando de saltar como un saltamontes con muletas. “Quedate quietito así te veo..., pero…, a ver…a ver…”.  Lo miré y lo miré, con lupa y anteojos puestos: “… uia… no son dos las alitas que tenés, son cuatro”. Y ahí me di cuenta de que mi Insecto Interesante, mi I.I., como lo empecé a llamar cuando estaba apurada, era una mariposa; una mariposa con las alas hechas puré, parecidas a las cortinas del cuarto de mi papá, con los hilitos chorreando. Pobre…alguien se las había cortado.
Decime, ¿quién te lastimó?”, le pregunté.
Movió las antenas para arriba y para un costado. Seguí la línea que me indicaban y llegué a la ventana. Me asomé, y en ese cuadradito sin cielo casi, la única ventana que había era la del 6º H. No tuve dudas, seguro que había sido el Rolo; estaba segurísima que había sido él porque una vez lo vi en la plaza tirándole piedras a las palomas, aplastando vaquitas de San Antonio y reventando mariposas, todo eso en una tarde. Volví hacia mi I.I, y, como para hacernos amigos, le conté que el maldito que le había cortado las alas, también me había lastimado a mí la vez que vine a conocer el departamento de separado de mi papá. Me acuerdo que ese día yo subí un montón de veces en el ascensor para ayudar a mi papi a cargar algunas cosas… En una de esas veces, cuando llevaba una caja de zapatos con libros, Rolo aprovechó para preguntarme un montón de cosas: … que cuánto hacía que mis padres se habían separado…, que si se peleaban mucho, que si la casa de mi mamá quedaba lejos…, que si me habían cambiado de escuela…  Y como yo estaba muda, él se puso a hablarme de que conocía a un montón de hijos de padres separados, y los contó con los dedos (los de Pepe, los de la González, los de la Viky…) y dijo cosas feas, feísimas, que poco me acuerdo, pero que me habían dejado una cosa rara aquí en el pecho, como si mi papi no me fuera a seguir queriendo hasta las estrellas... Encima, el muy maldito, antes de cerrar la puerta del ascensor, puso cara de decirme: “Ya vas a ver…”  y me miró con sus ojos de huevo duro, y ahí me agarró la cosa esssa aquí en el pecho… Y me puse a llorar cuando el ascensor siguió… ¡Malísimo el Rolo...! Yo creo que fue por eso que me imaginé que había sido él quien le había cortado las alas a mi I.I., y para peor, creía que lo había hecho con una tijera de podar, esas que son grandes y filosas… Claro que al ver que mi Insecto seguía todo tembleque sobre el almohadón de pintitas azules, no le iba a decir las cosas refeas que había imaginado, sólo se me dio por decirle que se quedara tranquilo, que yo lo iba a cuidar; y lo empecé a acariciar… Y mientras mi dedo lo acariciaba y él me miraba con los dos puntitos que tenía por ojos, mi cabeza no paraba de pensar adónde lo iba a poner. Porque no podía dejarlo en una caja; y que anduviera suelto por ahí era más peligroso todavía. De repente, mi cabeza dibujó la pequeña huerta de hierbas que mi papá armó en un rinconcito de la terraza. Entonces, con la huerta en mi cabeza y pensando que mi papá se iba a asustar sino me encontraba al llegar, le mandé un mensajito, (por suerte me hizo caso y se compró el celu… Y eso que no quería y no quería porque decía que es como tener un espía molesto al lado; pero para estar más cerquita mío, se lo compró; menos mal). Entonces le escribí:
“Papi voy a  tu huerta. Te requiero. More”.
Respondió:
“Bajá enseguida. Llego en 5 min. Yo tb. te quiero mucho. Papi.
Subí las escaleras corriendo mientras le explicaba a mi I.I. que lo iba a dejar en un lugar hermoso hasta que se curara. El pobre revoleaba los puntitos para todos lados, como si me entendiera.
La terraza olía a romero, lavanda, malva, tomillo, albahaca, menta, laurel… y no sé a qué más. Le dije a mi I.I. que estábamos en la terraza más interesante del mundo, por lo perfumada, y como me miró raro, (tal vez por mi exageración), me corregí: “Bueno, no sé si del mundo… pero de la ciudad, seguro que es la más perfumada…”. Elegí la malva para dejarlo. Por supuesto que le expliqué que la malva era la más linda de todas las hierbas que mi papá había cultivado, porque tenía unas flores preciosas, preciosas. Se las mostré y se las hice oler. No sé bien si las olió, porque no sé si las mariposas tienen nariz, pero igual movió las antenas sobre los pétalos y ahí se quedó. Apenas di la media vuelta para irme, mi corazón empezó con el ¡PUM, PUM, PUM! del nerviosismo. Volví a darme vuelta y al verlo tan pobrecito ahí solo, lastimado y con la noche por llegar, le dije: “Vamos”, y agarré la maceta con mi I.I. colgado de la flor.
Mientras bajábamos, oí que mi papá me llamaba:
                – ¡¡¡¡Morenaaaa!!!
                – Si papi, estoy llegandodije bajito, pero mi I.I. seguro que me oyó porque movió las antenas para arriba y para abajo.


2.     De cuando una malva resulta ser más interesante
que la germinación del poroto.

Difícil tarea tuve para convencer a mi papá de llevar la malva conmigo. Y dificilísimo fue hacerlo con mi mamá.
* En la casa de mi papá:
– Papi, la seño me dijo que llevara una de tus hierbas para que los nenes del grado podamos ver cómo crece todos los días un poquito.
– ¿Vos le contaste sobre mi huerta?
– Claro pa…, además le dije que vos habías inventado un montón de comidas hechas con tus hierbas aromáticas.
– Hechas no, Morena, condimentadas.
– Bueno pa, pero vos siempre me decís que el condimento es el sabor. Además, yo probé polenta sin condimentar, la verdad pa…, que es un asquete… También le dije que curabas a los vecinos con tus yuyitos…
– A ver si tu maestra se piensa que soy un curandero, Morena.
– No papi, ella sabe que sos un genio de la botánica y de la cocina… y que hacés las palmeritas más ricas del mundo…– y seguí convenciéndolo hasta que me dijo:
– ¡Qué bueno Morena que en tu escuela se haya superado la germinación del  poroto…!
Mi I.I. revoleó los ojos; entendía todo mi I.I.

* En la casa de mi mamá:
– ¿Para qué trajiste ese yuyo? ¿Te lo regaló tu padre?
– No es un yuyo, es una malva. Ahora tiene pocas flores, pero en primavera se pone relinda, mami… Además, papi me la presta para llevarla a la escuela, porque la seño nos hace estudiar cómo crecen los vegetales.
– ¡Ay!, yo no sé para qué tanto lío, si con la germinación del poroto alcanza y sobra…
Mi I.I. miró preocupado.

* En la escuela:
Por suerte, la seño Vanesa se puso contenta al verme llegar con la malva.
– ¡Qué bueno Morena! Así completamos la germinación del poroto con el estudio de otros vegetales... (Ella es muy buena conmigo, porque como soy nueva, quiere in-te-grar-me).
Algunos chicos corrieron para verla. Amy la tocó y ¡chaf! le rebanó dos hojas. Empecé a chillar y a decirle que no la tocara más con sus manos de tijera… La seño trató de tranquilizarme y dijo mirándola a Amy que había que ser cuidadosa con la planta porque era muy sensible. Y ahí agregué que mi papá sólo dejaba que YO la tocara, y que por eso iba a tener que llevarla conmigo todos los días. Inventé más de diez palabras todas juntas y enredosas como para confundir a la metereta. Y aunque logré que sus manos de tijera estuvieran lejos de mi malva por un tiempito, no pude evitar que unos días después volviera al ataque con sus ojos de lince:

– Aquí en la flor hay un monstruo en miniatura…– gritó, y todos se largaron contra mi malva. De tanto amontonamiento, la seño se enojó y mandó a cada uno a su banco. Amy insistía con que había visto a un monstruito. Y yo… ¡que no y que no y que no…!, con mi malva en los brazos. La seño dijo que si iba a ser para problemas, era la última vez que traía la planta. Para nuestra suerte (me refiero a la suerte de mi malva, de mi I.I. y de la mía) entró la profesora de música y se cambió de tema, que si no… 

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