Tolstoi, arte del claroscuro
Más allá del arte de la escritura, Tolstoi, el escritor ruso cuya literatura transformó la forma de escribir trascendiendo su siglo, ha dejado un enorme legado de reflexiones y pensamientos que exceden la ficción, como su pensamiento religioso, filosófico, pedagógico o artístico. Libro de arena presenta una síntesis de su biografía y un fragmento de su ensayo sobre el arte, en su homenaje.
Variada, multifascética, llena de
claroscuros, como su obra, fue su vida. Igual que su obra su vida parece una inacabable
acumulación de conquistas de todos los órdenes sociales existentes en su época:
él mismo es un personaje de cuento ¿qué le faltó por hacer que hubiera sido
posible? Nació en una familia de acaudalados aristócratas, de hecho su madre era
princesa; no es descripto como buen estudiante, al contrario, en las biografías
se lo caracteriza como indolente, remiso al esfuerzo, favorecido, en
definitiva, por su pertenencia de clase, por el estatus de su familia. Abandonó
sus estudios de Letras para hacer la carrera de Derecho que casi no concluyó. Se
debatió entre la agitada vida urbana y su arrollador éxito con las mujeres y el
regreso a la vida del campo, lugar en el que finalmente culminaría con su
familia. Entre otro de los contrapuntos que signan su existencia acabó por
convertirse en un anarquista cristiano aun cuando su proveniencia era noble;
sus ideas libertarias y su crítica a la superficialidad de las prácticas
religiosas institucionalizadas lo llevaron a enfrentarse con la Iglesia
Ortodoxa y con el régimen zarista ruso. León Tolstoi se hizo célebre por su
literatura pero su personalidad desbordante lo llevó a participar activamente en
la vida de su comunidad. Desarrolló la carrera militar, y fue señalado como un
valiente guerrero en su participación de la guerra de Crimea. Por decreto dio
la libertad a sus siervos de Yasnaia Poliana adonde se instaló para dedicarse a
escribir, junto con su esposa Sofía con quien tuvo trece hijos. Con ella
corrigió y transcribió innumerables veces los manuscritos que fueron tomando
forma hasta constituir la novela sobre la invasión de Napoleón a Rusia en 1812.
Con Guerra y paz, publicada por entregas en la revista El Mensajero Ruso
en 1864 y editada en formato de libro 1869, Tolstoi se consagró como escritor de
su Rusia natal pero también de Europa, ya que la novela fue rápidamente
traducida al resto de las lenguas consideradas
cultas. Su producción superabundante y sobresaliente cuenta con las novelas Ana
Karenina (1875-1876), que relata una febril pasión adúltera, La sonata a
Kreutzer (1890), curiosa condenación del matrimonio, y La muerte de Iván Ilich (1885), entre
otros títulos de su prolífica autoría. Entre los textos no ficcionales de
Tolstoi se encuentra ¿Qué es el arte? en
donde, entre otras reflexiones, desarrolla la inquietud por separar el concepto
de arte del concepto de belleza. En busca de una definición moderna de la
noción de estética, Tolstoi plantea la necesidad de pensar las características
universales y objetivas y escindirlas de la individualidad del gusto y el
juicio personal. A continuación se presenta un fragmento del texto.
Procuremos examinar a nuestra vez esta famosa concepción de la belleza
artística. Desde el punto de vista subjetivo, lo que
llamamos belleza es incontestablemente todo lo que nos produce un placer de
determinada especie. Mirándolo desde el punto de vista objetivo, damos el
nombre de belleza a cierta perfección; pero claro es que lo hacemos porque esa
perfección nos produce cierto placer, de modo que nuestra definición objetiva
no es más que una nueva forma de la definición subjetiva. En realidad, toda
noción de belleza se reduce para nosotros a la recepción de determinada dosis
de placer.
Teniendo esto en cuenta, sería natural que la estética renunciara
a la definición del arte fundado sobre la belleza, y que buscara otro más
general, pudiendo aplicarse a todas las producciones artísticas y permitiendo
distinguir lo que depende o no del dominio de las artes. Pero ninguna
definición parecida se ha formado aún, conforme puede haber visto el lector.
Todas las tentativas hechas para definir la belleza absoluta, o no definen nada
o sólo definen algunos rasgos de ciertas producciones artísticas, y no se
extienden a todo cuanto se considera y se ha considerado como formando parte
del dominio artístico.
No hay una sola definición objetiva de la belleza. Las que
existen, así metafísicas como experimentales, llegan todas a la misma
definición subjetiva, que quiere que el arte sea lo que exterioriza la belleza,
y que ésta sea lo que gusta, sin excitar el deseo. Muchos tratadistas de
estética comprenden la insuficiencia de tal definición, y para darle una base
sólida, han estudiado los orígenes del placer artístico. Han convertido así la
cuestión de la belleza en cuestión de gusto. Pero esto les resulta tan fácil de
definir como la belleza, pues no hay ni puede haber explicación completa y
seria de lo que hace que una cosa guste a un hombre y disguste a otro, o
viceversa. De esta manera la estética, desde su fundación hasta nuestros días,
no ha conseguido definir las cualidades y las leyes del arte, ni lo bello, ni
la naturaleza del gusto. Toda la famosa ciencia estética consiste en reconocer
como artísticas algunas obras por la sencilla razón de que nos gustan, y en
combinar luego toda una teoría de arte que pueda adaptarse a todas esas obras.
Se da por bueno un canon de arte, según el cual se reputan obras artísticas
aquellas que tienen la dicha de gustar a ciertas clases sociales, las de
Fidias, Rafael, Ticiano, Bach, Beethoven, Sófocles, Homero, Dante, Shakespeare,
Goethe, etc.; y a consecuencia de ello, las leyes de la estética deben
componérselas de tal modo, que abarquen la totalidad de esas obras. Un
tratadista alemán de estética, de quien leí hace poco un libro, Fólgeldt,
discutiendo los problemas del arte y de moral, afirmaba que era locura querer
buscar moral en el arte. ¿Sabéis en que fundaba su argumentación? En que si el
arte debía ser moral, ni Romeo y Julieta de Shakespeare, ni el Wilhelm Meister
de Goethe, serían obras de arte; y no pudiendo dejar de ser esos libros obras
de arte, toda la teoría de la moralidad en el arte se derrumbaba. Fólgeldt
buscaba una definición de arte que pudiera comprender esas dos obras y esto lo
conducía a proponer, como fundamento del arte, la "significación".
Sobre este plan están edificadas todas las estéticas existentes.
En vez de dar una definición del arte verdadero y decidir luego lo que es o no
es buen arte, se citan a priori, como obras de arte, cierto número de obras
que, por determinadas razones, gustan a una parte del público, y después se
inventa una definición de arte que pueda comprender todas estas obras. Así el
estético alemán Múther, en su "Historia del arte del siglo XIX", no
sólo no condena las tendencias de los prerrafaelistas, decadentes y
simbolistas, sino que trabaja para ensanchar su definición de arte, de modo que
pueda comprender están nuevas tendencias. Sea cual fuera la nueva insania que aparezca
en el arte, en cuento la adoptan las clases superiores de nuestra sociedad, se
inventa una teoría para explicarla y sancionarla, como si nunca algunos grupos
sociales hubieran tomado por arte verdadero lo que era arte falso, deforme,
vacío de sentido, y que no dejo huellas ni discípulos en pos de sí.
La teoría del arte fundado sobre la belleza, tal como nos la
expone la estética, no es, en suma, otra cosa que la inclusión en la categoría
de cosas "buenas" de una cosa que nos agradó o nos agrada aún. Para
definir una forma particular de la actividad humana, precisa antes de
comprender el sentido y el alcance de ella. Para conseguirlo, es necesario
examinar tal actividad en sí misma, luego en sus relaciones con sus causas y
efectos, y no sólo desde el punto de vista del placer personal que pueda
hacernos sentir. Si decimos que el fin de cierta forma de actividad consiste en
nuestro placer y definimos esta actividad por el placer que nos proporciona,
tal definición será forzosamente inexacta. Esto es lo que ha ocurrido cada vez
que se trató de definir el arte. Por lo que hace a la alimentación, a nadie se
le ocurriría afirmar que su importancia se mide por la suma de placer que nos
procura. Todos comprendemos y estimamos que no puede admitirse eso, y que no
tenemos, por lo tanto, el derecho de decir que la pimienta de la Guayana , el queso de
Límberg, el alcohol, etc., a los que estamos acostumbrados, y que nos gustan,
forman la mejor de las alimentaciones.
Así ocurre con el arte. La belleza, o lo que nos gusta, no puede
servirnos de base para una definición del arte, ni los muchos objetos que nos
producen placer han de considerarse como modelo de lo que debe ser el arte.
Buscar el objeto y el fin del arte en el placer que nos producen, es imaginar,
como los salvajes, que el objeto y el fin de la
alimentación están en el placer que nos producen.
El placer en ambos casos sólo es un elemento accesorio. Así como
no se llega a conocer el verdadero objeto de la alimentación, que es el
mantenimiento del cuerpo, si no se deja de buscar ese objeto en el placer de la
comida, de igual modo no se comprende la verdadera significación del arte hasta
que se deja de buscar su objeto en la belleza, es decir, en el placer. Y así
como averiguar como un hombre prefiere los frutos y otro la carne, no nos ayuda
a descubrir lo que es útil y esencial en la alimentación, tampoco el estudio de
las cuestiones de gusto en el arte, no sólo no nos hace comprender la forma
particular de la actividad humana que llamamos arte, sino que nos hace, por lo
contrario, de todo punto imposible dicha comprensión.
A la pregunta: ¿Qué es el arte? Hemos dado contestaciones
múltiples, sacadas de diversas obras de estética. Todas estas contestaciones o
casi todas, que se contradicen en los demás puntos, están de acuerdo para
proclamar que el fin del arte es la belleza, que ésta se conoce por el placer
que produce, y que el placer, a su vez, es una cosa importante por el solo
hecho de ser un placer. Resulta de esto que las innumerables definiciones del
arte no son tales definiciones, sino simples tentativas para justificar el arte
existente. Por extraño que pueda parecer, a pesar de las montañas de libros
escritos acerca del arte, no se ha dado de éste ninguna definición verdadera.
Estriba la razón de esto en que siempre se ha fundado la concepción del arte
sobre la de la belleza.
Fragmento
de: ¿Qué es el arte?, León Tolstoi.
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