Margarita Mainé: "En general el texto termina mucho mejor cuando hay una indicación del editor."
Ojos, orejas, mirada y escucha, es en lo que se convierte un escritor, una antena atenta para captar lo que sucede alrededor y darle forma estética. La segunda parte de la charla con la escritora Margarita Mainé giró en torno de la influencia que la relación con sus hijos, como lectores de sus historias y de la literatura, ejercieron en su propia escritura. También habló de la pasión que logró trasmitirles por los libros, de la centralidad de la libertad como preocupación artística y filosófica y de la importancia del trabajo con los editores. En el final leyó el cuento "Las letras inquietas". Libro de arena comparte la última parte de la entrevista que se dio en La Nube, el lunes 7 de septiembre de 2015.
Mario Méndez: Vos empezaste escribiendo para chicos chiquitos, con tu experiencia como jardinera. ¿Cómo llegaste a la literatura para chicos más grandes y a la juvenil?
Margarita Mainé: Tengo dos novelas juveniles.
No es tanto.
MM: Bueno, una fue finalista de un
concurso…
MMa: Yo empecé con mis alumnos y
mis hijos chiquitos. Mis hijos fueron creciendo y fui acompañando el
crecimiento de mis hijos. De hecho, cuando salió Un incendio desastroso, mi hijo tenía más o menos esa edad. El caballo alado, también. Siempre hubo
un destinatario. Cuando ya teníamos
computadora, mi hija Florencia me preguntaba qué había escrito ese día, y me
pedía que lo leyera. Entonces le leía lo que estaba escribiendo, capítulo por
capítulo. En es sentido, mi literatura fue creciendo mientras crecían mis
hijos, por las experiencias que me contaban. El escritor se convierte en una
oreja enorme, en unos ojos enormes… Entonces, tus pibes te comentan algo y vos
ya estás escribiendo.
MM: Somos peligrosos.
MMa: Sí. Tendría que haber traído a
mi hijo acá. (Risas). La cuestión es que escribía las novelas por eso, sobre
todo por mi hijo Federico, que fue el que les decía que me echó de cuarto para
que no le leyera más. Un día me dijo que no quería ir más a las Ferias del
Libro, que no quería que le regalaran más libros ni que le hablara de libros.
Quinces años. Basta. Cerró la puerta y me dejó afuera. Dejó de leer, y estaba
todo el día con la tele que le había regalado su papá. Porque además yo soy
tremenda con la tele. No los dejaba ver mucho hasta que a los quince aflojaba.
Él miraba la tele, yo iba a su cuarto y me desesperaba. Porque además cuando le
preguntaba qué estaba mirando me contestaba que estaba mirando tres cosas a la
vez. Una serie, un partido y otra cosa. Yo, encima soy de las que mira las
propagandas, no hago zapping. Me espantaba. Entonces, Lástima que estaba muerto se la empecé a escribir a Federico. Por
muchos motivos, pero por sobre todo por los capítulos cortos, y por el “estilo
zapping”, de los saltos en el tiempo. Me puse esos dos objetivos y traté de
escribir una historia que no hablara de él, pero sí de un adolescente que tenía
que saber qué había pasado en su infancia. Era un tema que a mí me angustiaba en
ese momento. Siempre les digo a los pibes, a los adolescentes, que piensen en
sus padres quince años atrás. Qué distintos que serían, porque ahí está la
brecha generacional. Cuando vos trajiste ese chico al mundo, cuando lo
concebiste, eras otra persona totalmente distinta. Y qué difícil que es
encontrar ese diálogo, sobre todo cuando el pasado es doloroso. Creo que las
dos novelas que escribí tienen que ver con eso. Con decirle a un adolescente
que indague, que pregunte, porque cuesta contar.
MM: En los dos hay una búsqueda.
MMa: Sí.
MM: Y en los dos hay una búsqueda
del pibe, aunque hay un regreso a un pasado.
Asistente: ¿Y la leyó?
MMa: Sí… En realidad… sí. (Risas)
MMa: Bueno, después de esa etapa,
“que no, que no, que no”, se volvió un lector fanático. Hoy es un lector
maravilloso, y con suerte va a ser un escritor, también. Indudablemente esa
huella está. Mis tres hijos son muy lectores. Con el más chico todavía la estoy
remando. Hay que ver. Es una etapa distinta. En realidad vuelvo a esta idea, de
la sed de historias. Mateo no es un chico que lee mucho si lo largás solo, pero
sí le gustan mucho las películas, le gusta
que le cuenten. A veces salimos a caminar y me pregunta qué voy a
contarle ese día. Esa es una sed de
historias, que te hace un lector el día de mañana. El lenguaje del cine es
también un lenguaje maravilloso, y es un camino también. A í me parece que eso
es lo que uno tiene que despertar en el niño. La sed de historias. La palabra
del otro te está contando algo que te marca, te trasciende. A veces quiere que
se lo cuentes de nuevo. Cuando Mateo era chico, era la repetición a morir, del
mismo libro. Ahora estoy experimentando con un nieto de dos años, y también. Te
lo aprendés de memoria. Lo de la repetición me pasaba mucho cuando narraba. Los
chicos me pedían: “Contá de nuevo la historia de la bruja”. Y cuando la contaba
me decían que no era así. La narración tiene esa cosa de que cada vez es distinta.
MM: Volviendo a la literatura
juvenil, yo el otro día recomendaba Elijo
la libertad, entre otras cosas porque una amiga maestra, cuyo hijo va al
secundario, me decía que la corrección de la profesora era tan estricta que le
estaba cortando las ganas de escribir, porque las devoluciones eran muy malas.
A mí me gustó mucho esta historia del final de Elijo la libertad, en el que la nota del profesor de Filosofía es
terrible. Perdón que haga un poco de spoiler,
pero no pasa nada: el pibe reprueba. Uno de los hilos de la novela es que él
tiene que estudiar y escribir un ensayo sobre la libertad. Es un pibe que ha
sido abandonado, que busca su historia, y que al final se saca un 3, pero no le
importa.
Asistente: Porque le gustó a la mamá.
MM: Tal cual. A él no le importa.
Hace otra historia. Hay otro logro que es haber encontrado el personaje del
padre que lo crió.
MMa: El tema de la libertad siempre
me interesó. Leer filosofía al respecto… De hecho cuando me quedé solita con
mis dos niños recurrí a la terapia, y el analista me mandó a leer El miedo a la libertad, de Fromm. Y me
rompió la cabeza. Ahí empecé. Después me volqué a leer a Sartre. En Los caminos de la libertad, que son tres novelas, el personaje, que se llama
Mathew, abandona a su novia embarazada, porque no quiere hacerse cargo, quiere
ser libre. El abandono es en pro de la libertad. Esa fue una discusión que tuve
con mi hijo cuando era adolescente en los tiempos difíciles. Le habían dado
Sartre para estudiar, en Filosofía, en cuarto año del secundario. Un texto
sobre la libertad. Y él sostenía lo que sostienen todos los pibes: que ser
libre es hacer lo que se te da la gana. Entonces empezamos a discutir el tema y
a mí me disparó para ese lado. Yo todavía no sé lo que es la libertad, no es
algo tan fácil de definir. A mí me funcionó “hacer lo que debía hacer”, para
ser libre. Otro te puede decir que no es eso. A mí, hacer lo que debo hacer me
da libertad. Ahora que tengo a mis papás muy viejitos, mi papá está enfermo
(viven en Maschwitz todavía), y siempre le digo a mi marido que cuando yo me
ocupo, les hago las compras, y lo que hace falta, pierdo un día de trabajo en
el que me quedaría escribiendo pero gano en libertad. Mi cabeza funciona así,
cumplo con mi deber, y eso me libera. Hay gente que no funciona de ese modo.
Pero ante un abandono que es muy natural en un matrimonio (uno se va, el otro
se queda; uno se hace cargo de los chicos, el otro no), ¿quién es más libre? Yo
no podía ir al cine, no viajé por el mundo, pero hoy en día tengo dos hijos que
son un tesoro, que están siempre conmigo… ¿pero qué es la libertad? Y a partir de
eso reflexiono también sobre las chicas que no quieren tener hijos, para no
perder libertad. Y pienso, ¿qué libertad es la que pierden? ¿Qué libertad te
quita un hijo? Al contrario, un hijo te pone alas. No vas a poder hacer algunas
cosas, pero son tonterías.
Asistente: Te quita el sueño la libertad,
¿no? (Risas).
MMa: Sí, cuando son chicos porque
se enferman, y cuando son grandes porque salieron. Ahí hay mucho biográfico y
mucha ficción. Pero sí hay algunas escenas muy graciosas donde aparece Héctor,
que es mi marido y que está conmigo desde que mis hijos eran muy chiquitos, que
ocurrieron en casa. Como la primer noche en la que quería habilitarle que se
quedara a dormir en casa, y Federico, que tenía cuatro años decía: “Bueno, que
duerma en mi pieza y yo duermo con vos en tu cama”. (Risas).
Asistente: Estaba bien aclararle también
a tu hijo, porque son cosas de cuando era muy chiquito y de las que quizá no
tenga una memoria… Nosotros construimos nuestro recuerdo a veces sobre fotos de
cuando éramos chicos, y vamos reponiendo cosas y llenando vacío, y si de pronto
ves la historia escrita por tu mamá, podés preguntarte y preguntarle si eso pasó.
MMa: Totalmente. A los chicos
siempre les doy esta metáfora, les digo que tejo las historias con una lana que
es la fantasía y otra que es la realidad. Y ahí, mezclo. En alguna parte se ve
más la fantasía, en otra se ve más la realidad, como en los tejidos de colores.
Nunca hay una “verdad”, ahí. No es autobiográfico lo que escribo. Sí me nutro
de cosas que me pasan y mis hijos lo saben. Mis hijos grandes, eran hijos de
maestra que después se hizo escritora, vivieron todo el proceso, el primer
libro, toda esa cosa. Cuando nació Mateo yo ya era escritora, entonces es un
agrandado tremendo y sabe que cada cosa que él hace a mí me inspira un libro.
Tengo infinidad de libros con Mateo, entre ellos, Días de playa y Días de campo.
Ese es mateo. Y la tiene tan clara, que cuando vamos de vacaciones me dice:
“Anotá, anotá”. (Risas). Ahora está a full con la Play, porque el año pasado
cedimos y se la compramos, y estamos tratando de crear una historia entre los
dos en la que un niño se va por la Play y después vuelve. Yo le digo que haga
una cosa u otra y él me dice que no le dije nada. No me escucha. Y yo le digo que
él se va por ahí adentro. Entonces pensé en meterme en uno de los juegos que él
juega, para meterlo en una de mis ficciones. Pero él se entrega. Ya sabe que es
personaje. Mi marido, que es el que le selecciona los juegos, le elige lo que
tienen mucho de imaginación. No son
todos de disparar todo el tiempo, como antes. Los juegos han cambiado
muchísimo. Pero la verdad es que yo los rechazo. El otro día me dijo que cada
vez que le hablo le digo “basta de pantalla”, pero me habló de sus compañeros,
y me decía que hay un nene al que los padres no lo dejan mirar la pantalla ni
tener computadora, ni teléfono ni nada, y me decía: “Está solo en el mundo”.
(Risas). “Y este que a vos te gusta y que viene a casa, tiene computadora en su
cuarto”. Como diciéndome que yo catalogo a la gente según el grado de pantalla
que tiene. Es difícil.
MMa: Sí. Totalmente. De cuando
Mateo estaba a full con Ben 10, que se transforma. El dinero que hemos gastado…
Cada tanto el tipo renovaba. Había quinces transformaciones, pero después había
quince transformaciones Plus. Y ya sabía que me iba a pedir que le comprara los
quince muñequitos de nuevo. Cuando tenía cuatro años, lo veía caminar y sabía
en qué se había transformado. Esa palabra… “transformar”… Yo tengo historias
del jardín… Los niños no sabían qué era esa palabra. Es una palabra que se
incorporó después de los “Transformers”,
y de pronto empezó a ser una palabra muy usada, que la escuchaba cuando venían
los amiguitos a jugar. “Me transformo”. Me copé con la palabra y escribí Gaspar Transformación Total, que las
maestras me dicen que habla del Bullying.
Yo jamás pensé en eso cuando lo escribía. Y sí, tiene, porque en las escuelas
es lo más común del mundo. Pero lo de la transformación total se inspiraba en
este personaje que creo que todavía anda por la tele. No sé.
MM: Hay otro muy divertido del que
querría saber, ya que estamos con la cosa autobiográfica, y que es con uno de
lo que más nos hemos reído, que además es exitosísimo, que es Puki… ese perro insoportable que es un
perro escritor.
MMa: ¿Tengo que decir la verdad?
(Risas). Los chicos me mandan mensajes por el blog y me preguntan si realmente
el perro puede leer el libro. Esto también es muy autobiográfico. Yo tuve
catorce años un perro que se murió, un collie, un perro buenísimo. Un santo
era. Se murió justo en el momento en el que mis hijos grandes habían hecho sus
parejas y se habían ido de casa. En seis meses pasó eso. Quedó Mateo, que
tendría siete años y estaba súper deprimido. No tanto por el perro, porque no
era tanto de él. Al contrario. Le había agarrado depresión al perro cuando
había nacido el bebé. Por sus hermanos
era el tema. A la noche decía: “¿Nosotros solos vamos a comer?”. Y lo llamaba a Fede para que viniera. Fuimos a
la médica homeópata que nos trata y nos dijo que le vendría bien un cachorro.
Yo no quería tener más perro, pero me engancharon. Eligió él, un beagle. Encima
me agarró menopáusica. No quería saber nada con un perro, ya estaba grande, se
habían ido mis hijos… Y vino este cachorro, absolutamente insoportable.
Contratamos gente que viviera a enseñarle, nunca aprendió nada. Tenía algo
personal conmigo. Era recíproco. Me pasaba de estar sentada, levantarme para ir
a la heladera, y que cuando volvía él estaba ahí. (Risas). A la noche iba a
acostarme, y arriba de mi almohada me había dejado el hueso sucio, asqueroso.
Es verdad que se comió las letras de la heladera, que había quedado de cuando
Mateo aprendía a leer y escribir. Y bueno a partir de eso empezó todo el juego
de que Puki quería leer y escribir. Hay varias anécdotas que son tal cual. Como
cuando me asomé debajo de la cama de mi hijo, porque había mal olor, y dije que
había una rata debajo de la cama. Y mi marido le pegó, y lo sacamos afuera y
era un juguete. Era así. Malentendidos
como ese, muchos. Y escribí Puki, un
perro insoportable. Después, El cachorro desobediente y ahora se
viene el tercero de Puki, que ya está en imprenta y todavía no tiene título.
MM: Es muy divertido. Yo me reí muchísimo
solo con Puki. Así que sale una tercera.
MMa: Sí. Se me ocurrió un día en el que estaba
en la parada del colectivo y vi un cartel de una perra que se había perdido. Y
se me ocurrió una historia en la que Puki se vuelve detective.
MM: ¿Y va a estar en la serie azul o en la
blanca?
MMa: En la azul me parece. Estamos en eso.
Asistente: Hay una película de un perro superhéroe…
MMa: Sí, Supercan. Por esa película Mateo
quiso ese perro.
MM: Contanos el tema del título de E(h)lijo la libertad.
MMa: Cuando lo escribí, le había puesto Entre paréntesis, por la frase de
Sartre, de Los caminos de la libertad, que dice: “¿Acaso crees que
puedes vivir toda tu vida entre paréntesis?” Esto se lo dice el hermano a
Mathew, como preguntándole si no va a comprometerse nunca. Entonces le había
puesto ese título. Se lo mandé a Antonio Santa Ana, que me llamó muy conmovido,
esos llamados tan lindos que recibe un escritor. Pero me dijo que ni locos le
poníamos ese título. Me dijo que era un libro para adolescentes que hablaba de
la libertad, y que la palabra “libertad” tenía que aparecer en el título. A mí
los títulos me cuestan muchísimo. Los títulos y los finales no son lo mío. En
general los escribo en un papelito y los pongo en la heladera, le pregunto a mi
marido, a mi hijo… Y a mi marido se le había ocurrido que fuera “Elhijo”, con una “h” medio caída. Y a
Antonio le encantó. Y me dijo que la íbamos a poner entre paréntesis, porque
ese era el primer título que se me había ocurrido para la novela. Así que fue
una construcción colectiva.
MMa: En general, bien. Tengo editores
entrañables como Cecilia Repetti, que es una diosa. Nos conocemos desde Aique,
editamos un montón de libros. Todo fluye. Yo no soy una persona demasiado
convencida de lo que escribo. En el sentido de que si me decís que hay algo que
puedo trabajarlo, me pongo a trabajar y lo cambio. No tengo ese ego de que “no
me toquen mi texto”. Por supuesto que si me querés cambiar el final no te voy a
dejar, pero el trabajo con el estilo, sí. He trabajado con un montón de
editores, así que escucho cuando me hacen sugerencias, y cuando quiero defender
algo, lo defiendo. Pero desde un lugar de mucho respeto. No he tenido problema
con mis editores. Les agradezco. Lo que pasa es que en general el texto termina
mucho mejor cuando hay una indicación del editor. Entonces ¿quién soy yo para
decir que lo que escribo no se puede cambiar? Ellos siempre aconsejan cosas
buenas. Volver a leer y corregir, mejora. Yo he discutido con editores que me
han aceptado un texto tal cual… y a mí eso me da desconfianza. Si me dicen que
no pueden tocarme el texto… ¿Cómo no me lo vas a tocar? Si sos el editor, no
podés decirme que no le encontrás nada. Si yo les sigo encontrando cosas a los
libros que ya están impresos. Parecería que el editor no tiene ganas de
trabajar.
MM: Uno sabe, en determinado momento de su
carrera, que hay algunas editoriales que a uno lo publicarían porque es uno.
Les interesa tu nombre en una tapa…
MMa: Eso es un peligro. Me hace retrotraerme.
Estoy escribiendo muy poco ahora, estoy muy volcada a mi familia, a mis padres
y a mi nieto. Para mí, la vida siempre es más importante que la escritura.
MM: Me diste un título para la entrevista ahí.
MMa: Para mí siempre ha sido así. Yo escribo
siempre robándole tiempo al descanso. He sido una escritora nocturna toda mi
vida de trabajo. Porque trabajaba todo el día en la escuela, así que no me
quedaba otra.
MM: O sea que la cuestión profesional de la
escritura te cuesta.
MMa: Sí, me cuesta. Sigo defendiendo mucho eso
de escribir lo que yo tengo ganas. No lo que me piden. De hecho, en el caso de
los de Fernán, que son cinco ya, escribí el primero después de unas vacaciones
en las que fuimos a la playa con Mateo, que ya tenía cuatro años y yo tenía
cuarenta y seis. Estaba cansada, en la playa, que se te pierde… fue tremendo. Y
cuando volví, escribí Días de Playa. Y fue un éxito con el que los
pibes se engancharon muchísimo. Es muy parecido a ellos.
MM: A Puki se parece, también. (Risas).
MMa: Imaginate lo que era mi vida con los dos
juntos! (Risas). Al año siguiente fuimos al campo, nos perdimos, nos pasaron un
montón de cosas, y después escribí. Es la primera vez que yo escribo una
secuela. Me vuelve a pasar con Puki, pero antes no lo había hecho. La cuestión
es que un día vamos de pesca, porque a mi marido le encanta pescar. Y Mateo se
pone a jugar con las lombrices y no le deja que las use para encarnar. Esas
cosas me iban motivando y los escribo. Encima voy a las escuelas, y los pibes
hacen listas: días de nieve, días de Shopping… Me piden. Cada vez que termino
uno dijo que es el último de Fernán. Y después me viene una historia. No es que
la escribo a pedido, aunque la editorial quiere que escriba eso, tengo una
historia para contar. El próximo que va a salir es Días de campamento, que es el más pedido, en todas las escuelas a
las que voy. Es una vivencia muy divertida.
MM: Yo les decía el lunes pasado que está muy
bien esto de pensar una novela para los primeros lectores. Los vas acompañando
capítulo a capítulo.
MMa: Una de las motivaciones en Hola Chicos,
que es una editorial que se dedica mucho al Nivel Inicial, (cuando era maestra
yo usaba sus libros, así los conocí), es que siempre recordamos que en Jardín
leíamos Dailan Kifki por capítulos. Entonces, la editora me decía que yo tenía
que escribir una novela porque ahora las maestras no trabajan con Dailan Kifki, y no se leen novelas en
Jardín. Después vino la idea de Fernán y cerró. Una de las condiciones que les
puse fue que no pusieran que era para determinada edad. Y lo leen las maestras
con los pibes. Tiene un arco que no tendría si le hubiéramos puesto una edad.
Lo que me gusta de esa editorial es que me dan bolilla cuando les pido esas cosas.
Que no tenga edad, que el niño pueda elegir. Con Fernán se identifica el que es
muy chiquito, el que empezó a leer solo, y hasta tercer o cuarto grado. Se les
leen uno detrás del otro, y eso me entusiasma. Igualmente, Mateo ya no me da
letra, porque está grande. Ahora tengo que empezar de nuevo, con los libros
para los más chiquitos, con mi nieto.
MM: ¿Estás con algún proyecto?
MMa: Sí, estoy hace como tres años con una
novela. Esta novela me llevó cinco años. Y la otra, tres. Las novelas me llevan
mucho tiempo y mi falta de continuidad en el trabajo no me ayuda, porque para
una novela tenés que estar todos los días. Cuando yo era maestra, la escritura
era el trabajo del verano, porque tenía más continuidad. La novela que estoy
escribiendo tiene que ver con lo que estuvimos hablando respecto de todos los
clásicos. Una nena y un nene tienen una abuela que les cuenta historias, y
entran a un mundo distinto que es como un mundo de reloj. Y ahí empiezan a
cruzarse con los personajes de las historias que les contaba la abuela.
MM: ¿Interactúan con los personajes de
ficción?
MMa: Sí. Tomé mi propio canon, lo que a mí me
gusta. Porque además me imagino que yo soy esa abuela, contando esas historias
que a uno le gusta contar.
Asistente: ¿Cómo cuáles?
MMa: Como Peter
Pan, Alicia en el País de las
Maravillas, los cuentos de los hermanos Grimm, El principito, El Mago de Oz, y todas esas historias
que a mí me gustan tanto, y que estoy
esperando que mi nieto crezca para contarle. Me surgió la “abuelitud”. Es otra
etapa.
Asistente: Recién dijiste algo y me surgió una
pregunta. Tenés un tema que te han dado tus hijos o la observación. ¿Cómo es el
proceso de la escritura? ¿Tratás de pensar toda la historia o te ponés a
escribir a partir del tema?
MMa: Yo pienso mucho. Cuando camino, cuando
cocino, cuando viajo, cuando manejo pienso en lo que estoy escribiendo. En cómo
sigo con algo. A veces me duermo pensando en cómo seguir la historia. A veces
me despierto a la noche y me pongo a escribir. Soy de escribir mucho y después
corregir cada capítulo, darle forma. Corto mucho. Siempre me queda la mitad de
las páginas que escribí. En el caso de un cuento es distinto. El cuento es
rápido. Se me ocurrió. Lo escribo. Ahora estoy trabajando un cuento, entonces
todas las noches lo miro. A veces le cambio algo, y a veces no. A veces se me
ocurre otra escena. Un cuento te da esa posibilidad porque es un texto corto.
Asistente: ¿Cuándo decidís que no lo mirás más?
¿Antes de la fecha de entrega?
MMa: No tengo fechas de entrega. Me llegaron
con los Puki, porque la editora se
apuró, pero cuando termino un cuento y me cerró, lo mando a la editorial. Tengo
editoriales que me piden cosas, y si no tengo, no les mando. Es un lujo que me
doy, lo sé. Hoy en día la escritura me ha dado tanto… No es que gane fortunas,
sino que soy una persona que no necesito
mucho para vivir. No necesito el IPhone más nuevo, ni la computadora más nueva.
Con mi marido somos maestros los dos y siempre hemos tenido lo suficiente.
Entonces, si no tengo ganas de mandar algo, no lo mando si no estoy contenta.
Tango una tercer novela para jóvenes terminada hace por lo menos dos años, que
no me animo a mandar.
MM: ¿Para Zona Libre?
MMa: Podría ser. La vuelvo a leer y todavía no
me cierra. Hasta que un día me agarra la loca y la mando. Lástima que estaba muerto, la mandé para el concurso, y ahí fue.
Eso me ayudó para dejar de corregir. Si no, los tiempos se extienden muchísimo.
Pero esa extrañeza que se logra a la distancia, cuando terminás el texto y lo
dejás unos meses sin leerlo, cuando volvés a leerlo te parece que tenés que
tirarlo o que te sirve. Porque cuando estás escribiendo en caliente, todo te
parece lindo. Pero me ha pasado de volver a verlo en la computadora y
preguntarme si yo escribí eso. (Risas). Por suerte me doy el lujo de trabajar
sin fechas de entrega. En épocas de necesidad económica he trabajado en libros
de lectura. Y es tremendo. Fecha de entrega, cajita, tiene que tener diecisiete
mil palabras… Eso es la tortura china del escritor.
Asistente: ¿Te salía o te trababas?
MMa: Era un desafío, quería hacerlo y lo hacía
lo mejor que podía. Pero para alguien que escribe literatura, meter esas cosas
en un texto de escuela es forzado. Le he hecho con toda la dignidad posible. Y
la verdad es que eso hace una diferencia económicamente. Se gana muchísimo más
dinero con los libros de texto que con la literatura. Los libros de texto son
siempre treinta para todo el grado. Igual, era otra época. Ahora, ni tienen
autor.
MMa: Como no. El tema es qué. Algo de El caballo alado… algo que no conozcan…
MM: Ah, hablando de eso, te queríamos contar que nos gustó mucho tu
trabajo con las versiones de las leyendas.
MMa: Sí, eso fue versionar, no adaptar. A mí
me gusta, porque primero me hace leer mucho, que es algo que me encanta. Me
gusta mucho más leer que escribir. Para elegir un cuento, me leo cincuenta. Me
voy a Parque Rivadavia, y busco libros viejos, y hago una búsqueda de una
historia que no sea conocida, porque uno dice: “cuentos tradicionales”, y
siempre estamos pensando en los mismos. Y hay millones. Después, me doy
permisos. Por eso siempre pido en la editorial que pongan “versiones de “. No
es exacto, me doy mis licencias. Me parece que esa es la idea. Quiero acercar
esa historia a chicos de ahora. Terminé una de África. Toda esa cultura tan
distante para uno es muy difícil de transmitir. Por eso es importante que quede
claro que es un desafío y que son mis versiones. Es una tarea muy linda que me
lleva a una investigación y un trabajo que me enriquecen personalmente. Bueno…
Este libro debe tener como quince años. Yo leí Las Mil y Una Noches, y
las estoy leyendo de nuevo en EBook. Yo soy relectora. Me gusta leer los libros
varias veces. La Divina Comedia, Los Miserables, los libros de Sartre,
cada tanto vuelvo. Les encuentro otras cosas, releo las marcas. Me seduce el
EBook. Ya sé que tener un libro es otra
cosa, pero a determinada edad la cartera te pesa, y el peso te hace mal. Yo
siempre tengo un libro grande en la mesa de luz. Un libro de bolsillo en la
cartera para los viajes. Ahora tengo el Ebook y estoy leyendo Las Mil y Una Noches. Cuando lo leí hace
muchos años, un verano en el que me la leí toda, me quedé con esa idea que está
en el libro, de que vos venís a cumplir con un destino que está marcado. Me
rebeló absolutamente esa idea. Entonces escribí estos cuentos para negarla,
sobe todo el último cuento que se llama El
destino de Hasan Pero voy a leer otro que se llama La mariposa de siete colores.
MM: Es un poco triste ese, yo me quedé medio
mal. (Risas).
MMa: No sabés los reclamos que me hacen los
pibes por eso. Y eso también tiene que ver con mi historia, porque cuando era
chica siempre leía cuentos de hadas. Era lo único que tenía. Siempre terminaban
bien. Y eso no es así. Las historias no siempre terminan bien. Entonces,
algunas historias me permito terminarlas mal.
MM: Incluso a los pibes, sobre todo si son
adolescentes, los enoja que todo termine bien. Pero este termina muy mal…
(Risas).
MMa: Voy a ver algo más divertido. Les voy a
leer del libro de Francisco del que hablamos, Las letras inquietas.
Las letras inquietas
A
Francisco en primer grado siempre le ocurren cosas muy raras. Algunas veces su
banco se transforma en barco y su mochila en un salvavidas. Otras veces tiene
problemas para escuchar el timbre que avisa cuando termina el recreo y se olvida
de volver a clase.
Un día se equivocó de fila y
se fue con los chicos más grandes. Algunas veces le dan ganas de volver al
jardín de infantes,
Pero lo más raro que le pasa a
Francisco es con las letras. Las letras que la maestra dibuja con tanto esmero
en el pizarrón se mezclan, se cambian de lugar o andan bailando por ahí.
Al menos eso le parece a
Francisco, que siempre tiene problemas para copiarlas. Su compañero de banco le
dice que es porque Francisco está en la luna, pero él sabe que no siempre tiene
disponible el cohete espacial. La mayoría de las veces, cuando copia mal, la
culpa la tiene las letras que se esconden o se cambian de lugar a propósito.
La cuestión es que cuando se
trata de copiar del pizarrón, los mensajes de Francisco son peligrosos.
Cuando
le pidieron BOTONES escribió BASTONES.
En
lugar de CHAPITAS trajo CHUPETES.
En
lugar de VAMOS A UNA GRANJA puso VEMOS UNA NARANJA. Cuando tuvo que traer fotos
de la LUNA, Francisco trajo de una CUNA.
Para
él Colón viajó en CALAVERAS y Belgrano fue el creador de la BARRERA.
Como se imaginarán no era nada
fácil para la mamá de Francisco entender los pedidos de la maestra que
Francisco copiaba en su cuaderno, justo cuando las letras se hacían las
graciosas escondiéndose o cambiándose de lugar.
Peor el colmo de los colmos fu
el día que Francisco llegó a su casa con una nota que decía:
PARA
MAÑANA NECICETAMOS UN PATO.
-¡Un pato! –dijo la mamá de
Francisco esa tarde cuando llegó cansada del trabajo-, pero esa maestra ya no
sabe qué pedir. ¿Dónde consigo un pato a esta hora?
Cuando se le pasó el enojo,
llamó a varias veterinarias pero le ofrecían perros, gatos, tortugas y ranas.
Ninguna tenía un pato.
-Francisco, ¿estás seguro que
te pidió un pato?- le preguntaban la mamá y el papá una y otra vez.
-En el pizarrón decía PATO. Yo
lo copié bien- decía él, ofendido como si nunca se hubiera equivocado.
Por supuesto que al día
siguiente Francisco fue a la escuela sin pato. ¡Cómo le molestaba no llevar los
pedidos de la maestra!
Cuando llegó ya había tocado
el timbre. En la fila, los compañeros de Francisco estaban formados. Cada uno
con un plato en la mano.
-Es para un experimento-le
explicó la maestra, pero Francisco le dijo que se lo había olvidado. Ya sabía
que si le echaba la culpa a las letras que se escondían en el pizarrón nadie
iba a creerle.
Cuando volvió a su casa no
tuvo más remedio que contarle a sus papás que el pato era en realidad un plato.
-Bueno, no es para tanto-le
dijo a su mamá - solamente te faltó una letra.
(Aplausos)
MM: Bueno. Margarita, muchas gracias.
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