Oscura y fuerte como la vida
Una
escena apacible se presenta como el lugar propicio para el placer de la
lectura, en donde los libros son habitantes y protagonistas de los libros y de
la ficción que nos hacen vivir. Libro de arena publica, como parte de las ficciones sobre la lectura y la escritura,
un fragmento de Oscuramente fuerte es la vida, de Antonio Dal Masseto.
Como
otras cosas, también el gusto por la lectura me vino de Elsa. Descubrí
rápidamente que una de sus pasiones eran los libros. No había mucho en casa,
pero siempre andaba alguno rondando por ahí. Los domingos, si no salíamos y el
tiempo era bueno, nos sentábamos bajo el nogal, sobre la hierba, y pasábamos la
tarde charlando. Hablábamos de la excursión pasada, de la que vendría, de
los parientes, de los conocidos. Era un coloquio trivial, se deslizaba como el
agua de los ríos e, igual que el agua, sin objetivos aparentes, salvo aquel
placer de sentir pasar las horas y estar en paz. Según la época, la brisa nos
traía oleadas de perfumes: a pasto seco, a tierra revuelta, a hojas nuevas. Un
día Elsa llevó un libro: Los Miserables.
Lo colocó a su lado y después de un rato preguntó:
—
¿Querés que leamos un poco?
Aquello
era una novedad para mí. Asentí y me dispuse a escuchar. Leyó varios capítulos
en voz alta. También ahí, en la lectura, su voz fluía como un agua, pero ahora
arrastraba historias insospechadas y vertiginosas, y yo partía hacia otros
mundos. Cuando se detuvo para descansar quiso saber si me interesaba lo que
había oído. Yo estaba entusiasmada y sólo deseaba que continuase. Se lo dije y
Elsa me contestó:
—
Tenemos tiempo, ésta es una historia muy larga, hay muchas historias, muchos
libros.
A
partir de ese día, aquellas horas de lectura bajo el nogal se reiteraron.
Vinieron otros títulos: Nuestra Señora de
París, Los Tres Mosqueteros, El conde de Montecristi, Crimen y castigo, Los
novios, Guerra y paz. Elsa leía, yo escuchaba en silencio y seguía
partiendo y viajando. Mantenía la mirada al frente, veía las cosas de siempre,
el prado bajo el sol, los tejados de las casas aisladas, los pinos contra el
cielo vacío, la cueva de un grillo junto a mi zapato, el desplazarse de las
hormigas a través del sendero, un moscardón colgado de una flor, un mirlo
deteniéndose brevemente en la vid, la rugosidad del tronco de un árbol caído,
un campanario sobre una cuesta, la mole oscura del Monte Rosso y sus manchas negras
dejadas por los incendios. En mi fantasía, seguramente en el germen de mi
memoria futura, se iba fundiendo lo que oía y lo que veía. Aquellas historias,
las aventuras lejanas y fantásticas, los dramas de los libros, se revestían con
detalles y ropajes que me eran familiares.
Oscuramente
fuerte es la vida
Antonio Dal Maseto
Buenos Aires, Planeta, 1990.
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