Margarita Mainé: "La literatura siempre me ha servido para sanar cosas que me pasaron en la vida. "
De sus inicios como escritora, del gusto por los clásicos, de su dificultad e importancia, de las adaptaciones; del desfasaje entre el lector al que se destina un texto y el lector real que debe lograr interpretarlo, imaginarlo; de la pelea con editores que pretenden encorsetar los libros señalando la edad del lector; y también de la fascinación por el trabajo de los ilustradores. De todo eso habló con Mario Méndez Margarita Mainé, docente, maestra jardinera, narradora oral, estudiosa interesada en la alfabetización inicial y, por supuesto, escritora de literatura para niños y jóvenes. Libro de arena comparte esta primera parte de la charla que se dio en La Nube, el lunes 7 de septiembre de 2015. La segunda parte saldrá el viernes próximo.
Mario Méndez: ¿Qué tal? Buenas tardes. Otro
lunes de encuentro con autores. En este caso, Margarita Mainé. Gracias por
venir.
Margarita Mainé: Un gustazo. Por el lugar, por
el entrevistador…
MM: El lunes pasado, a pesar de
que estaba medio muerto por la gripe, hablamos mucho de tu obra, que es
vastísima. Normalmente empezamos leyendo algo de la biografía, y de ahí parten
las preguntas. También los compañeros y las compañeras hacen preguntas, y
después de las generales, hablaremos de algunos libros en particular.
MMa: Perfecto.
MM: Margarita nació en Ingeniero
Maschwitz. Allí transcurrió su infancia, en una escuela… Decís que no hiciste
jardín…
MMa: No, no había Jardín de
Infantes. Por eso estudié para maestra jardinera.
MM: Pero tenías una maestra que
parece que influyó mucho, que venía con su valija con cuentos…
MMa: Sí, mi maestra de primer
grado.
MM: Ha sido docente por muchos
años, maestra jardinera, maestra de primer grado, coordinadora de un Jardín,
que era prácticamente como ser la directora…
MMa: Esos jardines en los que hay
una directora única para Jardín y Primaria. Y se volcaba más a la Primaria,
entonces yo estaba a cargo del Jardín.
MM: Entre otras cosas que has
estudiado, hiciste en FLACSO el Posgrado en Lectura,
Escritura y Educación, o sea que
trabajabas mucho con…
MMa: La alfabetización inicial, que
es el tema que me interesa desde lo
teórico.
MM: Hay algo que no está en la
biografía pero que me contaste hace un ratito, es que das Seminarios de
alfabetización.
MMa: Sí, de alfabetización inicial,
y de literatura infantil y juvenil, de lectura, de la práctica. No desde la
teoría. Hago esto mismo que haces vos pero con todos los libros que tengo. Los
leemos y vamos conociendo desde los clásicos de la literatura infantil, hasta
los autores contemporáneos. Hacemos un recorrido de ocho encuentros.
MM: Ha ganados varios premios.
Fuiste finalista del concurso de Fundalectura con Lástima que estaba muerto, del que estuvimos charlando el lunes
pasado, y empezaste con un premio en un concurso de maestros…
MMa: Sí, para maestros que
escribieran. Lo daban en conjunto CTERA y Colihue. En esa época yo ya había
empezado a escribir, iba a un taller literario en SADE, con Ana María Ramb. En
una Feria del Libro vi el afiche de ese concurso, y mandé un cuento, “Mi amor está verde”, que ganó el tercer
premio, y que en el año ’91 fue mi primer libro.
Asistente: ¿Cuántos años tenías,
Margarita?
MMa: Treinta y uno. Yo soy del ’60,
y empecé a escribir a los veintiséis años. Yo empecé a trabajar como maestra
jardinera antes de recibirme. Viste que hubo una época en la que el que quería
ponía un cartel de Jardín de Infantes en su casa. Yo fui, con mis
veinte años, y me tomó una persona que tenía un Jardín, y que ni se si era
maestra. Me metió en una sala con veinte nenes de tres años. Yo tenía veinte y
estaba empezando el segundo año del profesorado. Me faltaba. Verde, totalmente.
Y se me ocurría trabajar con lo que yo tenía que eran cuentos. Yo siempre fui
muy lectora, me gustaba mucho leer y tenía muchos cuentos en la cabeza. Y la
verdad es que fue la única manera de ir tratando de que esos niños me dieran un
poco de bolilla. Los de tres años… todos se sientan, todos se paran, todos
hablan… No podía hacer que concentraran su atención. Y con los cuentos lo
logré. Creo que ese es un recurso de todos los docentes. Contás un buen cuento
y los pibes ya te escuchan distinto que cuando les enseñas algo. Empecé a
contar cuentos. En el Jardín no había un libro. Todos los días la dueña me daba
veinte hojas, una latita con crayones, y arreglate. (Risas). Yo digo que a las
doce venía y abría la puerta a ver si estaban todos vivos. (Risas). Era así. A
la distancia uno lo ve y era tremendo. En las reuniones de padres no me dejaba
hablar. Hablaba ella. La cuestión es que empecé a contar cuentos y empecé a
inventarlos. Yo tengo tres sobrinos varones, que en esa época tenían dos,
cuatro y seis años, que venían a mi casa, y empecé a inventarles cuentos sobre
ellos. Cuando venían a mi casa, cuando los llevaba al Zoológico, cuando
salíamos a la calle, inventaba disparate tras disparate. Además mis sobrinos
eran de Maschwitz, eran pescadores de ranas. Y yo les inventaba cuentos de
aventuras. Entonces mis cuentos empezaron a gustar, y empecé a tener una
flexibilidad… Todos los días nos sentábamos en ronda y yo les preguntaba de qué
querían que fuera el cuento de ese día. Hoy le tocaba a Fulano y me pedía un
cuento de un pez que volaba. Listo. Era muy divertido, además entre los niños
me soltaba de un modo… porque además de los pibes, ¿quién me escuchaba?
(Risas). Lo que pasa con los pibes chiquitos, es que te piden que les cuentes
de nuevo el mismo cuento. Y era imposible, porque mi memoria no daba. Ahí fue
cuando empecé a escribirlos. Por lo menos los que les gustaban más. Pasaron
muchas cosas, nacieron mis hijos, que ahora son grandes, a mi hija la tuve a
los veintidós. Maestra, alquilando, no había plata para libros así que había
que inventar. Probaba con mis alumnos, probaba con mis hijos. Mi hija,
Florencia, todavía tiene Cuentopos de
Gulubú, que lo fotocopié de la escuela en la que yo trabajaba porque no lo
podía comprar, y ella lo pintó. Así fui inventando. No era que tuviera la idea
de que iba a ser escritora. Pero a los veintiséis años, y con mucho cuento
inventado, me volqué al Taller de SADE. Empecé a ir y me encantó. Mis primeros
cuentos eran malísimos, eran didácticos. Y cuando volvía a mi casa pensaba que
no servía para esto, que no era para mí. Siempre digo que en ese sentido el
taller literario es lo mejor, porque te dan con un hacha, y vos volvés. Ahí
empecé a foguearme y a darme cuenta de que la literatura no era eso que yo
estaba haciendo. Y por otro lado, la diferencia entre inventar y narrar un
cuento, y escribirlo. Había una vida: Gané ese concurso. Mi segundo libro es Cartas a un gnomo, y ahí hubo un gran gesto de Canela que era la editora.
MM: Salió en Pan Flauta, de
entrada.
MMa: Sí. Le dejé el sobre en
Sudamericana con el original escrito a máquina. Mis hijos eran chiquitos y me
decían: “¡Mamá, bastaaaa!”. Porque yo escribía de noche y el ruido de la
máquina era horrible. Era una de esas máquinas negras, que me habían comprado
usada. Se lo llevé a Canela y ella tardó un poco. Yo pensé que ni lo había
leído. Viste cómo es uno. Y yo era nadie. Como a los tres meses me llamó por
teléfono y me dijo que la historia le parecía preciosa, pero que le faltaba
mucho trabajo. Y me dijo que si estaba dispuesta a irme hasta San Telmo, a
trabajarlo con ella, no había problemas. Generosísima. Me hizo ella de
profesora de taller literario. Fui durante cuatro o cinco tardes a sentarme
ahí, a trabajar párrafo por párrafo, y quedó este libro que yo adoro. Cumplió
veinte años el año pasado.
MM: Me acuerdo de que yo lo trabajaba en el aula. Con la nueva edición, Pan Flauta no está llegando tanto.
MMa: No, porque la editorial no se
mueve, pero en la Feria del Libro se viene la madre que lo leyó a comprarlo
para la hija. El libro está inspirado en
mi hija Florencia que tiene treinta y dos años. Cuando el papá y yo nos
separamos ella era muy chiquita. Inmediatamente empezó a inventar que en casa
vivía un gnomo. Imaginate que yo le seguía el juego. Ella escribía las cartitas
y yo se las respondía. Le hicimos una camita al gnomo. Todas las noches
preparábamos la casa para la llegada del gnomo.
Asistente: En varias de tus novelas pasa
eso. En La familia López, también hay
un gnomo.
MMa: Sí. Después me hice muy
lectora de diccionarios de hadas, de duendes, de gnomos, de todas esas
cosas. Aparecen en muchas de mis
historias. Pero sobre los gnomos,
particularmente, teníamos un libro donde leíamos todas las noches quéa cosas
hacían, cómo vivían… Ella se agarró de esa imagen y con eso hicimos un juego
muy tierno y muy lindo que duró un montón de tiempo. Es uno de mis libros
preferidos, porque es Florencia. Y por otro lado, mi amistad con Nora Hilb, la
ilustradora, nació de este libro. Porque Canela le pidió a ella que lo
ilustrara, y Nora fue la primera ilustradora que me llamó por teléfono, me dijo
que fuera a tomar mate, porque quería que le contara cómo me imaginaba a los
personajes… Y si al gnomo había que dibujarlo o no. ¿Era imaginación o era
realidad? Acá la ilustradora se encontró con un problema que yo ni había tenido
en cuenta.
MM: Nora dice algo de eso.
MMa: Sí. Le preguntamos a
Florencia. Y dijo que bueno, que lo dibujara pero que no se viera bien. Por eso
Nora lo escondió en las ilustraciones. Se ve el gorrito, se ve la patita… el
que lo ve, lo ve. Siempre que les preguntás a los chicos en las escuelas si
creen en los gnomos te dicen que por supuesto. El que quiere, lo encuentra. A
partir de eso, con Nora hicimos amistad y un montón de libros juntas. En muchos
sentidos es un libro muy significativo para mí.
MM: Ya que tenemos esa línea, ¿has
trabajado el libro álbum con ilustradores?
MMa: Sí. En realidad, nunca me
cierra que sea del todo libro álbum o no. El más parecido a eso que tengo es ¡Gol!,
que es un libro que hice con Carolina Farías en Editorial Comunicarte. A
mí me parece que en el libro álbum, la ilustración cuenta más.
Asistente: O en partes iguales.
MMa: No sé si partes iguales. Yo lo
que sentí fue que Carolina había hecho su propia creación. Que excedía el texto
que yo había escrito. Gustándome o no. De hecho, en este cuento hay un nene que
se llama Lisandro… casi todos mis libros parten de una historia real. Estábamos
de vacaciones y mi marido y mi hijo estaban pateando penales. Entonces había un
nene que se llamaba Lisandro que preguntó si podía patear. Acomodó la pelota,
empezó a caminar para atrás y caminó para atrás hasta cruzar el otro arco. Se
fue como una cuadra y vino corriendo. Y cuando llegó estaba tan cansado
(Risas)… En el libro el chico empieza a caminar para atrás y recorre el mundo
caminando para atrás. Cruza los mares, sube a los trenes… y después vuelve para
adelante. Yo no había pensado en el sueño del niño. Y Carolina lo interpretó
por ese lado. Dibujó por ese lado, le dio otro vuelo y quedó bárbaro. Me parece que ese es el verdadero libro
álbum. No un libro que ilustra lo que yo escribí. El buen ilustrador siempre
agrega algo. Las buenas experiencias que tengo con ilustradores, tienen que
ver, particularmente con Nora, en que ella opina sobre el texto y yo opino sobre
la ilustración. Después de que ella dibuja, releo el texto y cambio cosas.
MMa: En el caso de Las historias de Lucía y Nicolás, que
son unos libros que hicimos hace muchísimos años para Planeta, para niños muy
pequeños, y que fueron catorce títulos, yo en ese momento era Coordinadora del
Jardín. Entonces empecé a “pescar temas” con los chicos chiquitos: el tema del
pis, el tema del chupete. Pero nunca bajando línea de que había que dejar el chupete,
o aprender a hacer pis. Me pasa que a
veces alguna madre me dice que su hijo aprendió a hacer pis con mi
libro. La verdad, de milagro. (Risas). Porque no era eso lo que quería lograr.
Con Nora teníamos una cosa muy íntima del texto y la ilustración. Lo que dice
la ilustración, no hace falta que lo diga el texto. En los libros para chicos
de dos o tres años, que tienen dos líneas, es muy complicado contar algo. Estás
muy limitado con las palabras. Entonces con Nora trabajamos mucho esa idea: una
cosa la contamos con la ilustración, y otra la agrega el texto. Ahí se produce
una armonía, que creo que la tiene el que sabe ilustrar y el que sabe escribir.
Aquellos que pueden hacer las dos cosas, son mi envidia absoluta.
MM: Pero Nora también escribe.
MMa: Sí, Nora escribe pero le
cuesta y se queja. Ella prefiere que escriba otro.
MM: ¿Y otras cosas las pedís vos?
MMa: Al principio, nadie me
preguntaba. El editor me pedía.
MM: Derecho de piso…
MMa: Claro. Ahora sí me preguntan.
A veces me meto en líos, porque recomiendo ilustradores que después piden
fortunas, es un tema complicado. Ahora que pasaron tantos años, a veces
prefiero que lo ponga el editor. A mí no me disgustó la ilustración de ninguno
de mis libros. Es raro, porque cuando yo escribo, no me imagino a los
personajes en imágenes. Me imagino si el personaje es introvertido,
extrovertido… pero jamás si es morocho, rubio, gordo, flaco…No tengo esa
imagen, entonces, cuando lo veo, en general me gusta. He tenido algunos
problemas, como el de un niño que tenía dificultades y le encajaron un par de
anteojos, y no me gustó, porque en ningún lado sugería siquiera que fuera por
el tema de la vista. Pero en general me fascina el trabajo de los ilustradores,
me parece muy valioso.
MM: Es algo que uno ni remotamente
puede hacer.
MMa: Totalmente. Uno opina de
pequeñas cositas. Bueno, Malku y los
cabritos, es una cosa maravillosa. Yo lloré… me emocionó tanto este laburo…
MM: Logra transmitir el noroeste.
MMa: Una belleza. Yo escribí ese
cuento porque hace unos años fui con el Plan de Lectura a Santiago del Estero,
a una escuelita perdida en el monte. Y me shockeó muchísimo, porque me parecía
que mis historias no eran para esos niños. De hecho, me puse a contarles
cuentos tradicionales. Porque mis cuentos son de ciudad, de clase media, de las
cosas de mi propia experiencia. Mal o bien. Y esos nenes están tan alejados de
todo eso… Ellos me hablaban de sus cabritas. Sus juguetes eran sus cabritas.
Salimos a caminar un poco y nos cruzamos con las
cabritas. Y ese espacio físico que tienen afuera y que en invierno casi no usan porque hace frío, y en verano no lo usan porque hace calor. Era una
escuela que tenía un pasillo enorme y todos los grados. Y la maestra de Jardín
daba clase en ese pasillo. Yo iba a promover la lectura… Y ella me decía que no
podía contarles cuentos. Que a veces estaba dando clase y pasaba uno al baño, o
pasaban a llevar la leche…
MM: Era un lugar de tránsito,
claro.
MMa: Y yo pensaba en qué hacía yo
ahí, diciendo que había que leer cuentos, si esa maestra no tenía la mínima
privacidad con sus alumnos. Después de eso, además de que le mandé un montón de
libros, le hicieron su Jardín. Se lo inauguraron. Ya tiene su Jardín al lado de
la escuela, así que en ese sentido son todas buenas noticias. Y me inspiré para
escribir Malku y los cabritos,
ayudada por un niño. En la escuela de mi hijo, un día había una Feria, y había
muchísima gente. Y este nene me conocía porque la madre le leía mis cuentos. Y
en medio de toda esa gente viene ese nene y me dice: “Se perdió mi mamá”. Él
estaba angustiado porque la mamá se había perdido. Esas cosas te inspiran un
libro. Esa cosa que a un adulto jamás se le hubiera ocurrido. No se perdió el
niño. Se perdió la madre. Después además
se lo regalé, porque con esas pocas palabritas él me disparó para escribir esa
historia.
MM: Muy lindo. Malku y los cabritos, en Buenas Noches.
MMa: Además, tener un libro en
Buenas Noches… Yo adoro esa colección desde hace años, cuando era maestra
jardinera. Es una colección tan bella… Están todos los cuentos de Keiko. Me di
el lujo de presentarla el año pasado a la Legislatura, conté un cuento de ella.
MM: ¿Sos narradora?
MMa: Soy narradora, pero nunca hice un curso, soy
autodidacta total.
MM: Acá suelen venir narradores.
¿Cómo te va cuando escuchás que alguien narra tus cuentos?
MMa: No he tenido muchas
experiencias respecto de escuchar que narren mis cuentos. Me gusta. Sé cuáles
de mis cuentos son los justos para narrar. Por ejemplo, Un gran Resfrío. Es un cuento que nació narrado. En el Jardín en el
que yo trabajaba había un nene al que le gustaban mucho los cuentos.
Imagínense… Yo coordinadora del Jardín, los pibes me pedían cuentos, todo el
tiempo. Y en una salita de tres había un nene que lloraba cada vez que alguien
se disfrazaba. Y además siempre me pedía
cuentos. Entonces le inventé ese cuento, y se lo contaba con el sombrero, el
pañuelo… Y en el medio del cuento, cuando el chanchito se disfraza de viejita,
me ponía el pañuelo. Y el hacía así, y
se iba a llorar y yo le seguía la historia. Nació así, narrado. Me costó un
montón escribirlo.
MM: ¿Por qué lloraba?
MMa: No sé, después se le pasó.
Viste que los pibes tienen esos berrinches y uno no sabe bien por qué…
Asistente: Margarita, yo fui docente pero
de grados superiores, por eso, para mí
todo esto es nuevo. Después dejé, porque
había otras tareas que económicamente me convenían más, y ahora empecé a hacer
un taller de narración. Además estoy acá porque a mi vecina, que va al Jardín,
le leí un cuento tuyo y te conoció. Así que si algún día me animo, voy a
narrarle uno. Pero todavía me falta experiencia, y me parece que lo mío va de
cinco años para arriba.
MMa: Al chico chiquito hay que
captarle la atención. Lo mismo que cuando uno habla de “edad lectora”, de los
chicos. O de si les leés mucho o poco. Con la narración pasa algo parecido. Y
en las escuelas se ha perdido mucho la narración. Para entrar en el Eccleston,
y hacer el profesorado, yo tuve que
contar un cuento en el examen de Ingreso. Y cantar una canción. Era parte del
Ingreso. Hoy en día, las maestras egresan sin saber contar un cuento. No se
animan a narrar. Y siempre les digo que se pierden una oportunidad magnífica,
porque no es que esté mal leerles un cuento y mostrarles la ilustración. Creo
que todo lo que alimente la sed de historias, está bueno hacerlo de todas
maneras. Pero narrar te genera una intimidad… Uno apresura una parte, se
detiene en otra, mirás las caritas… Ves a uno que ya está sufriendo y entonces
avanzás… Es una experiencia totalmente distinta a la de leer. Pero cuando son
chiquitos hay que captar la atención de todos. Y cuando los chicos no tienen
entrenamiento, es más difícil. Igual, hoy en día, si voy a una escuela y hay
ciento veinte pibes, me los meto a todos en el bolsillo. (Risas). Son muchos
años, ya sé por dónde ir, ya sé qué cuento contar…
Asistente: En mi escuela hay chicos de
dieciséis años, grandulones si los hay y les gusta. Vuelven a ser niños. En el
momento de la narración cambian la cara, el gesto, la expresión. Se fascinan. Y
después me piden que les cuente más, aunque se termine la clase.
MMa: Totalmente. Yo tengo un hijo
de doce años, le leo desde que era chiquito. Yo les leo a mis hijos hasta que
me echan del cuarto. Mi hijo Federico un día me dijo: “¡Basta! ¡Ya soy grande,
no quiero que me leas más!” (Risas). Me encanta leerles. Y además, por ejemplo
a Mateo, el año pasado estuve leyendo otra vez Los Miserables, y se lo fui contando. Nosotros viajamos bastante
hasta la escuela, entonces estábamos en el auto y me preguntaba si había leído
otro capítulo. Y entonces se lo narraba. Le encanta. Y con textos como La isla del tesoro, Sandokán, que a veces a él le cuesta leerlos solo. A veces se lo
leo, y a veces se lo voy contando. Y se engancha, pero las historias son
bellísimas.
MM: Ya que hablás de Los
Miserables, y otros títulos difíciles, que quizá se consideran como
antiguos o perdidos, uno de los temas que hemos tratado con autores y autoras
es el tema de la adaptación.
MMa: Qué tema… qué tema… Yo me he
hecho muy fanática de los clásicos, a mí me gustan mucho Peter Pan, Alicia en el País
de las Maravillas, El Corsario Negro… todos esos libros increíbles. Yo,
como escritora, tengo el objetivo de que los chicos me lean a mí y algún día
lean esos textos. Como un escaloncito. Porque la verdad es que esos textos son
grandiosos. No hay con qué darles, tienen historias que son fascinantes. A mí
no me gusta generalizar, no he leído todas las adaptaciones y puede que haya
adaptaciones buenas, sobre todo si las hace un buen escritor. Pero el texto
original, siempre es el original. Yo usaría una adaptación, pensando siempre en
llegar al texto original. Me han ofrecido hacer adaptaciones, y no me animo.
Porque respeto mucho esos textos. Pero también me doy cuenta, y con mi hijo de
doce años lo he comprobado, lo difícil que es para un chico de hoy acercarse a
esos textos.
MM: Yo pensaba en que cuando vos vas en el auto contándole a tu hijo, hacés una adaptación también. Es probable que no llegues a un muy buen lector. A alguien que después de la secundaria lea Los Miserables, o Moby Dick…
MMa: Mateo es un fanático de las
historietas. Le compré todos los clásicos en historieta. No me voy a acordar de
la editorial, pero están buenos. Y en algún caso, lo he llevado después de la
historieta, al texto. He podido arrastrarlo. Pero yo siento que la remo. Por
ejemplo, el original de Peter Pan es
mi preferido. Siempre les digo a las maestras: “¡No es Disney, por favor! ¡Lean
ese texto!” Pero ¿qué pasa? La temática y las escenas, son para un niño de hoy,
pequeño. En una sala de cinco, en un primer grado yo me animo a narrar Peter Pan. Pero a leerlo no. Y ahí hay
un salto, porque un chico que puede leer el texto original, ya tiene doce años.
Y tiene que ser un chico con mucho estímulo en la imaginación para llegar al
final de la historia. Porque le va a parecer para un nene más chiquito. Ahí hay
un desfasaje medio complicado. Yo adapté Peter
Pan, porque hace doce años que coordino unos talleres de arte y cuento en un jardín de infantes. Y
un año tomamos Peter Pan, y se los
fuimos contando en capítulos a los chicos. Esta adaptación que hice, lo más
respetuosa que pude del texto original. No te puedo decir el enganche que
tuvieron los pibes con la historia.
MM: ¿No lo ofreciste a ninguna
editorial?
MMa: Y… no sé…no. En realidad, no
me le animo. Por respeto. No me parece mal que otro lo haga, pero son textos
que necesitan mucho respeto, y esa
esencia es tan difícil de mantener. Porque siempre tenés que pensar en un texto
que va a tener menos páginas, va a ser
más llevadero de lectura… No sé, los autores ya no están para opinar, pero ¿a
vos te gustaría que te adaptaran un cuento?
MM: No, claro, pero lo que pasa es
que escribimos para chicos de entrada, entonces es difícil de imaginar.
MMa: Alicia
en el País de las Maravillas es un libro que leí cincuenta veces y siempre le encuentro
otra cosa, y otra cosa y otra cosa. Pero no a toda la gente le pasa. Cuando
Imaginaria sacó El Mago de Oz en capítulos,
se lo leí a Mateo, que tendría cinco o seis años. Y todavía estamos discutiendo
acerca de si es más importante el corazón o el cerebro. Y cada tanto a él le
vuelve a agarrar y me pregunta si me acuerdo de ese libro, y si es más
importante tener cerebro o corazón.
Asistente: Lo que le pasa al Hombre de
Hojalata es macabro.
MMa: Es macabro.
MM: Lo bueno en estos casos es
quitar “la cosa Disney”.
Asistente: “La Sirenita”, es terrible…
MMa: Esa es otra discusión. Para
mí, la adaptación tiene que ser rigurosa, no tenés que endulzarla. Lo que si
veo, por ejemplo, en Peter Pan, es
que hay párrafos enteros que un niño no entendería, porque son palabras qua ya
caducaron, o porque se habla de Inglaterra, de las niñeras, de cosas muy
lejanas para un pibe de hoy. En ese sentido se puede adaptar. Pero las escenas
en las que Garfio y Peter Pan se pelean, y mata a un pirata y le cortan la
cabeza y todo eso, no podés sacarlas. Y a uno le resulta fuerte…
Asistente: Era un niño abandonado,
además.
MMa: Se le había caído del
cochecito a la niñera y se había perdido. Pero a los chicos les encanta.
MM: ¿Qué pasa con la edulcoración
actual de las adaptaciones. ¿Por qué si hoy escribiéramos una adaptación en la
que hay personajes a los que les cortan la cabeza lo más probable es que nos
dijeran que no va?
Asistente: Vas preso además. (Risas).
MMa: El otro día, en una entrevista
gráfica que me hicieron, me preguntaron si había temas prohibidos para la
literatura infantil. Y la verdad es que no es que haya temas que estén
prohibidos… pero lo están para mí. Internamente. En ese sentido somos
edulcorados. Yo no soy guerrera, pero me atrae. Un libro como La isla del tesoro, con toda la cosa
sangrienta que tiene, a mí me atrae. Me encanta, pero soy incapaz de escribirlo.
Me hago cargo. Siempre digo que soy más maestra que escritora. Cuando tenés
puesta la maestra es muy difícil sacártela.
MM: El tema es como combatís la
cuestión didáctica. Supongo que habrá sido duro, sobre todo en la primera
etapa.
MMa: Eso fue como un mazazo. Yo me
formé en la época del proceso. Mi formación literaria fue didáctica. En el
Profesorado, el único libro que podíamos leer cuentos era El patito coletón, que era un libro en el que todos los cuentos
eran didácticos. La mamá le dice al patito que se quede bajo su alita y que no
se aleje, por lo que pueda pasarle. Todos los cuentos eran en ese sentido.
Había que ser ordenado… Y yo los contaba, porque en las prácticas eran los
únicos cuentos que podía elegir. Pero me daba cuenta de que no me gustaban.
Tenía alguna intuición de que eso no era la literatura. Cuando empecé a trabajar volvimos a la
democracia, y aparecieron Laura Devetach, Ricardo Mariño… A María Elena Walsh
ya la conocía desde la escuela primaria. Bailé como florcita de una canción de
María Elena a los siete u ocho años. A mí eso me sorprende, porque yo estaba en
primer grado en el ’66, y ya la maestra
manejaba las canciones y los textos de María Elena Walsh, que habían sido
escritos en el ’60. Que habrán sido
escritos cuando ella tenía treinta.
MM: Y no se cortaron durante el
proceso.
MMa: Fue intocable o no la
entendieron. (Risas). Salvo María Elena, durante todos esos años, no hubo
literatura para niños. Hasta que llegó Laura Devetach. Y me recuerdo siendo
maestra y leyendo los cuentos de Laura que me parecían una maravilla. Y encima
como ella era maestra, me pegó más fuerte.
Asistente: Había estado prohibida.
MMa: Laura fue una de las
prohibidas, claro. Y ahí ya me había sacado algunas cosas. No me refiero a que,
como era maestra me ponía didáctica con los cuentos, pero lo que no soy es
osada. Por eso creo que las maestras me quieren tanto y me usan tanto en las
escuelas. Porque no me sale ser osada.
MM: Igual, como para
contradecirte, hay un par de novelas juveniles, y este que me regalaste, Sociedad animal, en el que te metiste
con Rebelión en la granja, con la
educación, con los cruces, como el de la vaca que duerme con el chancho que
está separado, nadie sabe dónde pasa las noches…
MMa: Te voy a decir cuándo escribí
ese libro: cuando dejé la docencia. Pasaron varias cosas. Mi hijo Federico
tenía diecisiete años, y le habían dado para leer Rebelión en la granja, que era un libro que yo adoraba. Lo había
leído infinidad de veces. Pero se lo habían dado en inglés. Y él era medio
tronco en inglés, entonces odiaba el libro. Entonces saqué el que está en
castellano, le propuse que leyéramos juntos el castellano y que él después lo
leyera en inglés. Volvimos a leer Rebelión
en la granja. Y en ese momento, en una escuela en la que yo trabajaba,
había un conflicto existencial: los socios, dueños de la escuela, se habían
peleado entre sí, y se disputaban los poderes. Traían un asesor de acá, otro de
allá. Nos decían que hiciéramos esto o aquello y nosotros estábamos para acá y
para allá. Finalmente, la directora de la escuela voló, quedó el otro socio, y
puso una persona a dirigir. No te puedo explicar la cantidad de conflictos de
poderes que había. Era revivir, no sólo Rebelión
en la granja, sino un montón de textos literarios. Viste que cuando tres
personas trabajan juntas, y hay alguien arriba, se unen, justamente, por ese de
arriba. Pero si ese se va, todos quieren ese lugar. Y ahí se armó una, que
terminó con mi salida. Me fui de la escuela y me fui de la educación. Después
de todas esas reuniones a las que venían los asesores, tenía que rendir cuentas
de lo que venía haciendo hacía diez años. Volvía a mi casa, y era una catarsis
total. Me ponía a escribir esa historia. Yo te puedo decir quién es quien en
ese libro. Sumale a eso, que me embarazo de mi hijo Mateo. Lo tuve a los
cuarenta y dos años, después de cinco de buscar un bebé. Con toda esa cosa de
los médicos que te dicen que no podés procrear. En el momento en el que me
embarazo, me importa un pito todo. Es lo que le pasa a la vaca. No me importaba
nada. Toda la catarsis está escrita en ese libro. Y es muy gracioso para mí y
para la gente que conoce la historia. Y a los personajes, que tienen nombre y
apellido. Vivimos todas esas situaciones de revolución, de negación, de
traición. A mí, la literatura siempre me ha servido para sanar cosas buenas que
me pasaron en la vida. Siempre. Desde Un
incendio desastroso, porque me habían dejado un auto viejo en la puerta de
casa, en el que todo el mundo tiraba basura… Ha sido transformadora. Algo malo
lo he transformado en risa. Cuentos para
salir al recreo, también. Francisco fue un alumno mío, que fue el peor
alumno que yo tuve en la vida. (Risas). Era un niño que quería jugar, pobre y
yo quería enseñarle. Tuvimos un conflicto muy serio. No es que escribí los
cuentos mientras él era mi alumno. En ese momento lo sufrí tremendamente. En
vez de sentarse en la silla se sentaba debajo de la mesa, se escapaba. Para él,
yo era el enemigo. No pudo pasar a segundo grado, porque terminó primero y no
había aprendido a leer y escribir. Pero no tenía problemas de aprendizaje:
tenía su atención puesta en otra cosa. En el juego y la imaginación. Era un
volado. A veces pienso encontrarlo en alguna lista de candidatos. (Risas).
MM: Quizá estaría bien…
MMa: Me gustaría encontrarlo para
decirle las satisfacciones que me dio como libro. La madre se enojó tanto, que
se lo llevó. Se fue de la escuela, lo perdí. No pude hacer seguimiento de cómo
le fue con la vida. Pero fue un alumno que me marcó muchísimo esta reflexión
que a veces los maestros no hacemos: ¿Qué estoy queriendo hacer yo con este
chico? Porque en realidad él quería
hacer otra cosa, y estaba bien lo que quería. Pero yo tenía una obligación,
porque hay una ley que dice que a los seis años los chicos tienen que aprender
a leer. ¿Y por qué no pueden aprender a los siete? No sé qué pasó con él, pero
me lo imagino exitoso, por eso de “La imaginación al poder”. Todos se
domesticaban fácilmente, pero él no se domesticó.
MM: Acá, en Sociedad Animal, lo que vi hacia el final fue una indefinición,
porque la vaca, la maestra, que es la más sabia, queda frustrada…
MMa: Sí, es amargo el final. Y a
Utopía, el hijo, se lo comen los
hombres.
MM: Eso también es una metáfora.
¿Y con las hormigas?
MMa: Mi marido es un fanático de
las hormigas, es un estudioso de la vida de las hormigas, que tienen muchas
cuestiones sociales. Si llegan a un pozo, una se pone para que las demás pasen
por arriba, y tienen una cosa que no he profundizado, pero que me pareció bien
para el final. Como que hay que empezar de nuevo. Y hay que escuchar a las
hormigas que son lo más chiquitito que anda por ahí. Yo me divertí mucho con
este libro. Lo mandé a varias editoriales, en las que confío en los editores, y
me decían que estaba buenísimo, que no habían podido parar de leerlo, pero que
no, porque había muchas referencias a Rebelión
en la granja. Cosa que es verdad. Finalmente se publicó, y se lee en
quinto, sexto grado y cuando voy a las escuelas tenemos unas conversaciones
buenísimas.
MMa: Creo que ven esto de que nadie
sabe muy bien qué hay que enseñar. Eso es lo que el libro va sosteniendo en el
tiempo. Para el perro es importante aprender a ladrar, para el pájaro es
importante aprender a volar, y en las escuelas pasa eso también. Cómo, ¿no
enseñan inglés en la escuela de tu hijo? Y sentís que le están limando el
futuro. Me parece que hay una desorientación, y también algo que tiene que ver
con las modas…
MM: Todo el mundo opina.
MMa: Todo el mundo opina… Los
chicos hacen muy buenas reflexiones acera de este libro. Yo me enojé bastante
con la editora, porque quería que fuera para más grandes. No me parecía que
fuera para ocho años. Siempre me peleo con las editoras, porque yo no quiero
que le pongan la edad.
MM: ¿Para qué edad lo querías?
MMa: Diez me parecía muy poco. Yo
lo hubiera dedicado más a un adolescente. Es bien recibido en la escuela. Yo
tenías mis dudas también con este, con Cuentos
para salir al recreo, que plantea una maestra muy ciruela. Y temía que a
las maestras no les gustara. Y al contrario. Les encanta y lo usan a morir, y
se pueden reír de sí mismas. En realidad, lo que hago en ese libro es reírme de
mí misma cuando era maestra, porque yo era esa. “No hiciste la tarea, no salís
al recreo”. Cosas de las que me arrepiento tanto… (Risas), pero en su momento
no me quedaba otra. Las escuelas son lugares tan raros… pero las adoro. Me
encanta ir a las escuelas. Y ahora que estoy afuera, lo veo con otra mirada.
Vos necesitás cumplir un objetivo y que el chico aprueba o desapruebe.
Desgraciadamente.
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