Diez años de exilio
La ficción se apodera del interior de las ficciones, los relatos cuentan acerca de sí mismos y de otros en Libro de arena. Hoy compartimos un fragmento de Diez años de exilio de Madame
de Staël
Hacia la primavera de 1800 publiqué mi
libro, Sobre la Literatura, y el
éxito que obtuvo me devolvió el favor de la sociedad. Mi salón volvió a
poblarse y volví a gozar del placer de la conversación, y eso en París, donde
me parece, lo confieso, el más atractivo de todos. En mi libro no había una
palabra sobre Bonaparte y los sentimientos más liberales estaban expresados,
creo, con convicción. En ese entonces la prensa distaba de estar aherrojada
como ahora; el gobierno ejercía la censura sobre los diarios pero no sobre los
libros. Esta distinción hubiera podido mantenerse si se hubiera creado la
censura con moderación, ya que los diarios ejercen una influencia popular,
mientras que los libros, en general, sólo son leídos por las personas
instruidas, y pueden iluminar una opinión pero no inflamarla. Después se instituyeron en el Senado –supongo
que por ironía- una comisión por la libertad de prensa y otra por la libertad
individual cuyos miembros se renuevan cada tres meses. No me cabe duda de que
los obispados in partibus y las
sinecuras en Inglaterra tienen más trabajo que esas comisiones.
Después de mi obra Sobre la Literatura, publiqué Delfina, Corina, y por último De la Alemania,
que fue prohibido en el momento en el que estaba por salir. Pero a pesar de que
este último me haya acarreado amarga persecución, no dejo de pensar que la
literatura es una fuente de goces y de consideración, aún para una mujer.
Atribuyo lo que he debido sufrir en la vida a las circunstancias que, desde mi
entrada en el mundo, me asociaron a los intereses de la libertad que defendían
mi padre y sus amigos; pero ese talento que ha hecho que se hable de mí como
escritora me ha deparado siempre más placer que amargura. Las críticas que
reciben las obras se reciben con gran facilidad cuando se tiene una cierta
elevación de espíritu, y cuando se aman los grandes pensamientos por ellos
mismos y no por el éxito que puedan deparar. Por otra parte, el público, a la
larga me parece casi siempre muy ecuánime; el amor propio debe acostumbrarse a
darle a darle plazo al elogio, ya que con el tiempo, uno obtiene lo que merece.
En fin, aun cuando haya que sufrir largo tiempo la injusticia, no concibo mejor
refugio contra ella que la meditación de la filosofía y la emoción de la
elocuencia. Estas facultades ponen a nuestras órdenes todo un mundo de verdades
y sentimientos en el que siempre se respira con libertad.
Fragmento del
capítulo lll de Diez años de exilio
Ceal,
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