Las palabras se las lleva el viento

La palabra es volátil y el hombre inventa dispositivos y maquinarias para fijarla. El último de los hitos en la historia de la codificación gráfica de la palabra es la aparición de las tecnologías que permitieron su conservación por medio de la digitalización. Pero esta misma posibilidad técnica de archivar y transmitir toda la información guarda dentro de sí una contradicción, que es que vuelve a la palabra cada vez más "libre", desterritorializada, desapegada de la autoría y de las leyes de propiedad intelectual conocidas por la modernidad. Libro de arena presenta como parte de las discusiones en torno de los conceptos de escritura y de lectura que reúnen a los participantes de la Capacitación para auxiliares de bibliotecas un conjunto de apuntes y notas sobre "La aparición de Internet y su valor en las bibliotecas: el Hipertexto". El texto corresponde a la charla que  dio Mateo Niro el viernes 26 de Agosto.


Por Mateo Niro

Algunas preguntas para comenzar:

  • ¿Se puede considerar la irrupción de la digitalidad como una revolución en las prácticas de lectura –de acceso a la información?
  • ¿Qué cambios de conductas lectoras supone con respecto al libro?
  • ¿Qué problemas ideológicos y jurídicos con respecto al ideario de autor que se inscribió en la tradición técnica (modernidad)?
  • ¿Es fiable el uso de textos digitales sin cotejo del mundo fiable (el del libro)?
  • ¿Es perenne (documental) como los libros o es efímero como las palabras que se las lleva el viento o el mar en este caso?
  • ¿No se puede pensar el hipertexto como una gran biblioteca, la biblioteca utópica de Babel?

Comencemos citando un clásico relato de Borges, “La biblioteca de Babel” (El jardín de los senderos que se bifurcan, 1941):
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas.” Así comienza y luego de la descripción de ésta, acaba por decir: “Yo afirmo que la Biblioteca es interminable.” “De esas premisas incontrovertibles (un bibliotecario) dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.” 
En este caso, lo que propone Borges a través de este cuento, es la utopía –el no lugar- de la biblioteca infinita. ¿Y qué es una biblioteca infinita? ¿Puede pensarse como una biblioteca, más bien, indeterminable?
Seguramente, la idea de totalidad sobrevuela. Pero hay otra pregunta que quizá nos acerque más a lo que estamos tratando: cómo se relacionarían uno y otro libro, uno y otro conocimiento.
Aquí llegamos a la noción de hipertexto; definámoslo sencillamente: un texto en forma (con materialidad) digital con múltiples enlaces a otros textos. Geroge Landow (1992) los define como un “texto compuesto por medio de múltiples caminos, vínculos, enlaces en una textualidad abierta, perpetuamente sin acabar”.
Quien primero utilizó el término “hipertexto” fue el ingeniero norteamericano Theodore Nelson en un congreso en 1965 y lo refirió a una nueva modalidad de escritura en computación, según la cual “cada unidad textual podía dar paso a un acceso no secuencial”.
Pensemos que la textualidad (llamémosla la escritura y lectura) tuvieron algunas “revoluciones” cuando pasó de la oralidad a la escritura, de la escritura en tablas al rollo, de eso al códice, del códice artesanal a la imprenta, de la imprenta a la computadora.
Roger Chartier le quita el carácter revolucionario en las prácticas de lectura (seguramente sí en la difusión) a la invención de la imprenta. No cambió demasiado con el códice. Para Roger Chartier: “La revolución del texto electrónico es y será también una revolución de la lectura. Leer sobre una pantalla no es leer sobre un códice. La representación electrónica de los textos modifica totalmente su condición: sustituye la materialidad del libro con la inmaterialidad de textos sin lugar propio: opone a las relaciones de contigüidad, establecidas en el objeto impreso, la libre composición de fragmentos manipulables indefinidamente; a la aprehensión inmediata de la totalidad de la obra, hecha visible en el objeto que la contiene, hace que le suceda la navegación en el largo curso de archipiélagos textuales en ríos movientes”.
Pero lo interesante de lo que propone Chartier es que cada nueva tradición trae consigo (coexistencia) la antigua (o las antiguas) tradicione(s) no pacíficamente. Veamos en este caso: el hipertexto trabaja una idea de página-mosaico (acumula fragmentos que provienen de experiencias heterogéneas que se enuncian por proliferación) que había sido utilizado en la edad media; la idea de duración de la oralidad; la idea de rollo; la idea de escritorio, o de paginación, del códice. 
Pero dónde está aquello que hace del hipertexto lo revolucionario: por un lado, la materialidad (dar cuenta de la idea de digitalizad); por otro, la idea de enlace.
Si en la cultura del códice existía la idea de límite (paratexto) en el hipertexto está la idea de traspaso, de una puerta a otra, de pasaje, de ventana. Por eso la metáfora que más se utiliza para el uso de Internet es navegar (como en La odisea). Gianfranco Bettetini dice del hipertexto: modularidad, reticularidad, multidireccionalidad, interactividad.
Por eso, contra la unicidad del códice, el hipertexto parece plantear un continuum, una serie textual en la que se explora como el explorador que sale tras una aventura: las relaciones que se establecen entre texto y texto son de paralelo, no de incrustación (texto poroso).
Ahora bien: al carácter de prodigalidad de la Internet se le adjudican también algunas otras mutaciones que no tienen que ver directamente con la lectura: por su materialidad, a la escritura (en papel) se le asigna la frase: lo escrito, escrito está. Pero parece que eso no tiene que ver tanto con la escritura sino con su soporte. A la digitalidad (virtualidad) se la considera más efímera, escurridiza. Tanto es así que en las referencias se consigna el avistaje y no tanto la producción.
Por otro lado, la profusión y la poca instancia de mediación editorial hace que se la considere como una fuente poco segura. Esto, en muchísimos casos, pensando, como el mito de la caverna, una simulación imperfecta del libro de fácil acceso. Otra de las cuestiones que se problematizan es la del autor y el aparataje jurídico. El lector se apropia, lo baja en su disco rígido o lo interviene en la nube, lo anota ya no marginalmente sino que se incorpora al texto. Por otro lado, se ponen en cuestión las leyes de protección al autor cuando el autor, que ya no mantiene la inasibilidad de la obra, ahora tampoco puede hacerse cargo de su materialidad. Nada le es propio. Pero por qué se acepta en la biblioteca y no en la Internet.
El hipertexto es un elemento complejo que marca un hito en la riquísima historia de la lectura y la escritura, que pone en juego el presente con el pasado y el futuro.

Estos, como anticipamos, son unos breves apuntes para interrogarnos y reflexionar sobre la irrupción de la Internet en la escritura y la lectura (esto que estamos haciendo en este momento) y cómo esto transformó no solo nuestras vidas, sino esta rica y profusa historia de la fijación (¿fijación?) de la palabra.

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