Asimetría
Nada es igual cuando uno crece, nada es visto con la misma mirada. La asimetría se apodera de los puntos de vista, los divide, los reordena. Libro de arena comparte un relato que habla de la infancia, de los recuerdos y de las identidades, de lo injusto y de lo asimétrico, de la mirada.
Por Gimena Reche*
Una
tarde de sábado, el profesor de Literatura preguntó: “¿Qué es la infancia?” y
nosotros caímos como inocentes ratones que van tras del queso colocado en la
trampa. Nuestras respuestas eran lógicas, pero no siempre la lógica lleva las
de ganar. Fue cuando en el fondo del aula se escuchó: “Sería mejor hablar de
Infancias, en plural.” Y el profesor no pudo más que ofrecernos el queso.
Aunque
me sentía cansada después de todo un día de cursada, desperté ante esta
revelación: no existe sólo UNA infancia. No todos hemos vivido esta etapa de
igual manera (¿Por qué la llamo etapa?);
este concepto es una construcción social y, como toda obra humana, con
el tiempo, fue “mejorada”.
Después
de la clase tuvimos que anotar los títulos de algunos textos para seguir
pensando sobre el tema, pero la tarea no finalizaba. Debíamos escribir una
autoficción donde el/la protagonista de la historia fuese (adivinen quién): un
infante.
El
siguiente cuento es el resultado de mi trabajo reflexivo y con él, de la misma
manera en que lo hizo mi profesor, espero poder situarlos en la cuestión. ¿Qué
saben acerca de la infancia?
Me
alegra agregar que el trabajo fue aprobado.
ASIMETRÍA
Todas
las noches tengo el mismo sueño. Cruzo el patio de mi casa, mi mamá me pide que
recoja la ropa porque está por llover. Lo hago con miedo, está oscuro, y en los
altos muros las sombras de la noche bailan entretenidas. No son más que
sombras; luz detrás de objetos empujados hacia mí que chocan contra la pared.
Mientras mis brazos se llenan de ropa y hago equilibrio con mis manos para
mantener los broches juntos, miro hacia atrás donde está lo que mi familia
llama El Galpón. En cuanto poso los ojos en ese lugar, siento que algo con vida
me atrae. Sé que hay tres personas, sé que me miran y quieren hablarme, pero
¿qué hacen ahí? Cuando el primer rayo parte el cielo en dos y el sonido de un
trueno rompe el silencio de la noche, es cuando despierto.
En
cuanto el grito traspasa el sueño y se vuelve real, es cuando mamá viene
corriendo a mi cama. Se sienta a mi lado y me acaricia la frente. Me sonríe y
me tranquiliza. Ya no le pido que se acueste conmigo, ya no, pero le pido que
deje la luz del velador prendida. Si hay luz ningún rayo iluminará mi sueño.
Al
otro día me levanto, tengo que ir a la escuela. Me cambio en silencio. En la
casa no hay ruidos. Mi mamá duerme, se quedó estudiando toda la noche. Estudia
derecho aunque a mi papá no le guste la idea, por eso no puede darse el lujo de
desaprobar. Yo tampoco puedo darme ese lujo. Por eso mejor me voy a la escuela.
Voy
a un colegio privado, jamás supe por qué. Qué fue lo que mis papás pensaron
sobre esta escuela, qué tenía que otras no tuvieran. Para mi gusto es muy fina.
A mí me gusta arremangarme la camisa y no me dejan, quiero usar aros y tampoco
me lo permiten. La mayoría de los chicos que vive en mi barrio va a una escuela
pública. Y no creo que ellos y yo seamos tan diferentes.
Lo
que más me divierte de la escuela es pasar tiempo con mi amiga. Lo que más me
aburre es estudiar. En las materias no me va tan mal, pero no es fácil pasar
los exámenes. Odio a mi seño de sociales, y también a la de matemática, parecen
tener algo contra mí. Siempre citan a mi mamá y le cuentan que me distraigo y
no entiendo lo que explican.
También
me gusta que en lengua me pidan que lea libros, pero después, cuando tenemos
que responder preguntas sobre finales abiertos o cerrados, ya no me gusta
tanto.
Cuando
vuelvo a casa voy directo a mi habitación. Me saco el uniforme y me pongo ropa
cómoda. Mientras me visto escucho música. Amo escuchar The Beatles. Mi papá me
grabó algunas canciones en un cassette. Solemos escuchar música cuando vamos de
visita a lo de abuela, la mamá de mi papá. Así, el viaje se hace más corto. Mi
mamá ya no viene. Hace tiempo que decidió que no quería verla. No se llevan
bien. Aunque las dos traten de disimularlo. Mi mamá diciéndome que le mande
saludos, y mi abuela preguntando cómo está mi mamá.
No
me quedo a dormir en lo de abuela, me aburro. Pero sí pido permiso a mis papás
para quedarme en la casa de Ana. Ella es mi mejor amiga o la única que tengo.
No hay otras. Tengo muchas compañeras de escuela. Sólo de la escuela porque en
el barrio los chicos tienen otra edad, diferente a la mía, son más chicos, y
juegan a cosas que yo dejé de jugar hace un tiempo.
A
pesar de que Ana y yo tenemos once años, jugamos con nuestras muñecas. Aunque
ahora se nos vuelve un poco tedioso y preferimos escuchar música, andar en
rollers o jugar a los video juegos. Suelo quedarme en su casa, pero las dos
preferimos que venga a pasar tiempo en la mía. Papá trabaja todo el día y mamá
nos deja que vayamos al galpón. Cuando éramos más chicas teníamos más juegos en
mente; éramos camareras, trabajábamos en un banco, manejábamos un colectivo,
éramos maestras de escuela. Ahora no, cada vez que intentamos hacer algo
parecido a todo eso nos sentimos tontas. Y creo que por eso odiamos crecer,
porque sabemos que estamos cambiando, y cambiar no siempre es divertido.
Las
dos tenemos un diario en donde escribimos, pero ella no conoce mis palabras ni
yo conozco las suyas. Aunque, a veces, compartimos alguna que otra oración.
Tenemos
la misma edad y nos parecemos, pero hay mucho que nos diferencia. Sus papás, su
hermano y ella tuvieron que mudarse tres veces, a tres barrios diferentes
porque tenían problemas de dinero. El papá se quedó sin trabajo y sus vidas se
volvieron más difíciles.
Yo
tengo suerte; tener lo que quiero no me cuesta casi nada, pero ella, sin
embargo, debe conformarse con lo que tiene. Por suerte, ya no deseamos tantos
juguetes; hace unos años queríamos comprar todo los que nos vendían en la
televisión. Y en la escuela, con otras chicas, competíamos por ver quién tenía
más muñecas Barbie. Qué tontería.
Mi
mamá me contaba que sólo tenía una muñeca, era rubia y con vestido de seda. Mis
abuelos no podían comprarle otra, por eso la cuidaba con su vida. Eso hizo que
discutiera con mi papá cada vez que compraba una nueva muñeca. Decía que no
necesitaba otra, que la televisión me llenaba la cabeza y que era mejor querer
todo lo que uno tiene y no tener todo lo que uno quiere.
Con
el tiempo entendí que mi papá me daba los gustos porque a él no le podían
comprar juguetes. Eran cuatro hermanos y varios primos, se tenían que conformar
con su imaginación. Aún así se divertían. Hoy,
con tanta televisión, la juventud está perdida, dice. Por esa razón me
hace escuchar The Beatles, para que no me pierda.
Mi
mamá también habla de la juventud y de lo perdida que está, como si la culpa
fuera mía o yo tuviera la solución y no quisiera hacer nada al respecto. Cuenta
que a mi edad trabajaba. Lo cual veo como una locura ¿alguien de doce años que
trabaja? No debería, pero sucede. Lo veo cuando viajamos en auto. Frenamos en
una esquina con semáforo en rojo y se acercan chicos de mi edad que están en la
calle, limpiando parabrisas para juntar monedas.
Qué
harán con lo que juntan, suelo preguntarme, porque yo también junto monedas,
pero seguramente las usamos para comprar cosas diferentes. Ellos, tal vez,
compren comida, y yo algo que realmente
no necesito.
Soy
afortunada. Tengo obligaciones, sí, pero también tengo derechos. Ellos, con mi
edad, sólo tienen obligaciones. No es justo.
A
la noche vuelvo a tener pesadillas, pero esta vez no me despierto gritando.
Sueño que junto monedas en la calle. Trato de no pensar en el frío y camino por
la ciudad. Llego a una plaza vacía, las estrellas son arropadas por las nubes.
Hay silencio y tengo miedo. Me pregunto quién soy, qué hago acá, por qué estoy
sola, cómo puede ser que ningún adulto venga a ayudarme. Soy una niña, tengo derechos. Algunos piensan que
sólo soy inocente y vulnerable. Otros, que sólo soy joven y estoy perdida, como
el resto de la juventud. Pero ellos no saben, o no quieren saber, no soy como
nadie más: soy única.
Cuando
un rayo interrumpe el silencio e ilumina mi onírica noche, es cuando vuelvo a
despertar. Jamás volveré a ser la misma.
*Gimena Reche nació en Buenos Aires en abril de 1986. Sus padres le leían desde muy pequeña, y así comenzó su amor por la literatura. De profesión docente, en el 2015 comenzó a cursar la carrera de Bibliotecario de Instituciones Educativas. Desde hace más de tres años administra el Blog literario ALL YOU NEED IS BOOKS en facebook.com/youneedbooks, donde comparte su pasión por los libros.
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