Liliana Cinetto: "Puedo estar sin narrar, pero no puedo estar sin escribir."
La escritura define al escritor, habla de él, cuenta quién es. La entrevista a Liliana Cinetto, que tiene como protagonista al libro Un misterio en Tucumán, revela la centralidad que el acto de escribir tiene en la vida de la autora. Además, la escritora comentó acerca de su llegada a la literatura infantil y juvenil, al relato histórico, su formación como escritora, su carácter de autodidacta y el papel fundamental que jugaron los talleres literarios como motores de la creatividad. El encuentro se llevó a cabo en La Nube, el lunes 8 de agosto de 2016, como parte del ciclo de Literatura infantil y juvenil en el año del Bicentenario de la Independencia. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.
Mario Méndez: Buenas tardes, ¿cómo están? Acá estamos en un nuevo programa de Texto y Contexto, en estas charlas de Bibliotecas para Armar, dentro del proyecto que reúne historia y literatura, que es el del Bicentenario. Y estamos nada más y nada menos que con mi amiga Liliana Cinetto, para quien pido un fuerte aplauso. (Aplausos). Te agradezco mucho, Liliana. ¿Segunda vez que venís?
Liliana Cinetto: Muchas gracias. Segunda, sí.
Figurita repetida.
MM: Liliana está en el libro Entrelíneas, el único que hasta ahora
logramos editar. Todavía nos quedan como veinte entrevistas más que no hemos
podido publicar. Ya llegará. Y hoy viene por uno de los libros más exitosos, si
no es el que más, de los muchos proyectos que se hicieron por el Bicentenario,
que es Un misterio en Tucumán, que
editó Alfaguara, ya en el grupo Random House. Una editorial vieja en un nuevo
grupo. Y además, cuatro libros que seguramente conocen, que toman la historia y
de los que también vamos a hablar, que son los Ambrosios. Ambrosio en la prehistoria,
(para ir por orden), Ambrosio en el
Antiguo Egipto, Ambrosio entre los
Vikingos y Ambrosio en la Antigua Grecia. Liliana Cinetto (casi
puedo decirlo de memoria), tiene más de ochenta libros publicados, ha sido
traducida a muchos idiomas, ha ganado premios importantes. Su libro de cuentos
para adultos La vida es cuento, ganó
el Premio del Ayuntamiento de Sevilla. Es narradora, es una excelente narradora
también premiada por eso, y viajera… porque has estado narrando en Portugal, en
España…
LC: En Chile, en Brasil, en
Bolivia, en México varias veces, en República Dominicana, y ahora a fin de año
me voy a narrar a Costa Rica.
MM: Muy bien. Ya que estamos con
la historia, vamos a empezar con tu historia. ¿Cómo es que llegás a la
narración y cómo es que llegás a la literatura para niños y jóvenes?
LC: A la literatura llegué,
primero porque era una gran lectora. Vivía en una casa en el barrio de Boedo
que todavía está, que tenía una gran biblioteca. Pero no un mueble, sino una
habitación que era toda biblioteca, similar a esto que está en la parte de
arriba. Por supuesto tenía estantes llenos de libros y era mi lugar preferido
para jugar y para leer, y para jugar a lo que había leído. Porque hacía que mis
muñecos fueran los personajes de los libros y les ponía voces. Creo que ya
entonces, sin saber que existía esto de la narración, narraba. Y me divertía
tanto en esa época, que después de hacer la tarea, me encerraba ahí todas las
tardes y le dije a mi mamá que cuando fuera grande iba a ser escritora. Mi mamá
me miró con cara de “ya se le va a pasar”, pero a mí no se me pasó, porque ahí
nomás fui a buscar mi cuaderno de tercer grado y escribí mis primeras poesías.
No tengo la hojita para mostrarlas, porque de tanto mostrarla en todos lados se
me rompió.
MM: Un incunable…
LC: Era un incunable, sí. Y ahí
estaban mis primeras poesías que sí recuerdo de memoria y les puedo recitar si
no van a corregirme, porque tienen algunos errorcitos. La primera se llamaba “Los pajaritos”,
y dice así:
Con su aleteo
multicolor,
a todos nos
alegran.
Y con más
resplandor
en la primavera.
MM: ¡Muy bien!
LC: Sí, qué se yo…era la primera.
La segunda me salió mejor porque ya estaba agarrando experiencia. Se llamaba
“La nube enamorada”, y dice que:
Había una vez
una nube
entre el Sol y
la Tierra
que un día se
enamoró
al ver pasar un
cometa.
Pasaron mucho
los días
y el cometa no
volvía
la nube se
entristeció
al no ver más a
su amor.
Pero un día este
volvió
y se festejaron
las bodas,
y la blanca
nubecita
se puso traje de
novia.
De la fiesta que
hicieron
invitaron al rey
Sol,
a todas las
estrellitas,
y este cuento se
acabó.
MM: ¿Esto a qué edad?
LC: Estaría más o menos en tercer
grado. En Internet está scanneada la hojita, el incunable, para que la puedan
ver, y pueden ver también que mi maestra me puso “Visto”, porque no consideró
que fuera muy importante que yo escribiera poesía. Encima después me hizo hacer
un reglón con la “o”, un renglón con la “a”, un renglón con la e”… porque yo en
aquella época tenía la letra chueca y me la enderezó, porque ahora tengo una
letra divina bien redondita. Pero no me enderezó las ganas de escribir, porque
desde entonces no dejé de escribir nunca. Durante la primaria escribía poesías,
porque leía mucha poesía. Escribía en hojitas, en cuadernos, tengo muchas de
esas guardadas todavía. En la secundaria, gracias a la profesora que nos hizo
leer a Cortázar, a Borges, a García Márquez… es decir, a todos los escritores
del “boom” latinoamericano, empecé a escribir cuentos. Tengo guardado mi primer
cuento, sumamente borgiano…
MM: ¿En dónde hiciste el
secundario?
MM: ¿Con algún escritor o
escritora conocidos?
LC: Marta Braier fue mi primera
profesora, y después hice un tiempo con Santiago Kovadloff, casi un taller
unipersonal, porque lo conocí a través de una editorial y ya trabajé textos
directamente con él, un tiempito corto. Más tiempo estuve con Marta. Me enseñó
sobre todo el oficio de escribir, esto de tomar distancia del texto. Yo era la
que escribía en el colegio, la que se sacaba diez, la que hacía la composición
perfecta… Y de pronto en el taller empezaron a darme sopapos literarios,
diciéndome que había que corregir el texto. Yo no sabía que existía eso, y ahí
aprendí el oficio. El de releer, cortar, tachar, agregar, sacar, probar… Tomar
distancia del texto y tener otra mirada, más objetiva frente al propio texto,
la verdad es que me resultó sumamente útil. Mientras tanto trabajaba como
maestra, y en la materia Lengua y su didáctica, había tenido que leer el libro
de Dora Pastoriza de Etchebarne, El arte
de narrar, un oficio olvidado. Me lo leí en una noche y me fascinó. No da
una sola idea de cómo narrar, pero me encantó. Y entonces hice algo… yo sé que
me van a mirar raro… experimenté con mis alumnos. No quedó ninguno severamente
traumado, porque me los he encontrado años después, ya casados, con hijos…
(Risas). Y empecé a contarles cuentos sin saber cómo se hacía, pero
evidentemente ya había algo innato en mí. Habré contado horrible las primeras
veces, y después me animé a ponerle una voz acá, una expresión allá, y una cara
del otro lado… Y en un momento se hizo la primera Feria del Libro Infantil en
1989, y alguien que me había escuchado contar un cuento me dijo que tenía que
ir a hacer eso a la Feria, que iban narradores profesionales. Ahí me dio como
un terror, porque pensé que quizá había que estudiar. Fui aterrada, porque era
la primera vez que iba a contar frente a un público con el que afectivamente no
tenía relación. Porque primero había experimentado con mis alumnos y después
con mis hijos. Y no me fue tan mal, porque de ahí en más, seguí yendo durante
veinte años a la Feria del Libro Infantil, al rincón de Cuentacuentos.
MM: Autodidacta completamente.
LC: Después de eso, pensé que
tenía que hacer un taller o algo, entonces hice algunos talleres con narradores
extranjeros cuando venían. Pero me di cuenta de que mi método, mi sistema o mi
llegada a la narración coincidía prácticamente con la de ellos. Yo había
reunido conocimientos de distintas áreas, de la literatura, del canto, de la
danza, de todas las cosas que había estudiado en mi vida. Y de todas había
sacado estrategias que me ayudaron a la hora de narrar historias.
MM: ¿Habías estudiado algo de actuación también?
LC: Sí, teatro con Ariel Bufano,
porque fui al Instituto Vocacional del Arte, que en ese momento se llamaba
Lavardén. No más de dos o tres años,
pero en algún lado eso quedó. Se ve que a la hora de narrar esas cosas salieron
a flote. Pero nunca hice un taller de narración, por eso siempre digo que todo
el mundo es capaz de narrar. El talento que le ha tocado ya es otra cosa. Cada uno tiene su talento en la vida. A
algunos les ha tocado para cocinar (que no es mi caso), a otros para escribir o
para narrar. A cada uno le ha tocado algo en suerte. Pero ese talento se
potencia con trabajo, ya sea en la narración como en la escritura. Igual yo
digo siempre que ya me jubilé de narradora. No me cree nadie, pero es verdad.
Llegó un momento en el que mis carreras de narradora y de escritora iban
paralelas. Después, la de escritora superó a la otra, y la de narradora me
quitaba mucho tiempo y mucha energía para escribir. No me sentía bien, a veces
tenía que ir a narrar a un lugar y ya no tenía tantas ganas, ni lo disfrutaba
tanto. Entonces tomé una gran decisión, que fue la de no trabajar más como
narradora. Lo que no quiere decir que no siga narrando. Pero narro cuando
quiero y porque yo quiero. No como un trabajo, sino como algo que quiero hacer.
Ahí me reconcilié con la narración. Por eso me defino como escritora que
también narró durante muchos años, y que sigue narrando cuando quiere.
MM: ¿Cuándo solés querer?
LC: Cuando presento mis libros y
cuando voy a las escuelas, o cuando estoy dando charlas, la narración fluye, no
lo puedo evitar. De hecho, si se portan bien les cuento un cuento. Pero
generalmente la uso como una herramienta para presentar mis libros, para
invitar a los lectores a leer mis historias, cada vez que voy a una Feria del
Libro o que doy una charla sobre mis libros. Específicamente, en festivales de
narración o cosas así, la verdad es que cuando me invitan a un lugar que me
interesa, como ahora Costa Rica. No conozco Costa Rica, y la verdad que si el
precio para conocer es ir a contar cuentos, me sacrificaré. También implica que
el público de Costa Rica no conoce mi repertorio, así que puedo llevar el que
tengo hace veinte años, no es que tengo que preparar algo nuevo. Lo que me
pasaba acá, es que el repertorio del narrador implica una búsqueda constante,
lecturas constantes, ensayos, pruebas, modificaciones… Y eso, al menos como yo
me tomo la narración, muy seriamente, me demandaba una energía impresionante.
Un tiempo impresionante que restaba a la escritura. Y la realidad es que si
tenía que elegir una actividad, elegía la de escribir, que es la que quise
hacer desde que era chiquitita y estaba en la biblioteca del barrio de Boedo, y
la que ahora me da muchísima satisfacción y muchísimo placer. Me acuerdo que
una vez te dije una frase que te encantó, y es “yo soy lo mejor de mí cuando
escribo”.
MM: Fue el título de la entrevista
anterior. Me pareció muy buena la frase, me pareció que te pintaba.
LC: Cuando no escribo me deprimo y
me pongo mal. La escritura me ha salvado de muchas situaciones existenciales,
en esos momentos de la vida que todos tenemos, en los estamos más caídos o nos
sentimos más solos. El poder escribir para mí ha sido una catarsis y un cable a
tierra impresionante. Sé que puedo estar sin narrar, pero no puedo estar sin
escribir. Me interesa, por sobre todas las cosas, escribir para que los chicos
lean. No me interesa escribir para ganar un premio. Me interesa llegar a mis
lectores. Si estoy escribiendo para chicos, necesito que los chicos disfruten
de ese libro, que se vuelvan fans, que disfruten de la lectura porque lo que
quiero es que ellos vivan la felicidad que yo vivía en aquella casa de Boedo,
en aquella biblioteca. Para mí no es lo mismo la vida ni la infancia sin
libros. A veces, no por razones económicas, hay chicos que crecen sin libros.
Me parece que es fundamental, que lo que nos puede diferenciar como sociedad,
como país, tiene que ver con esto, con los libros. Creo que los libros nos
hacen más libres, y la verdad es que trabajo para que haya una infancia rodeada
de libros. Eso me parece fundamental. Cuando uno llega a una escuela y ve el
amor que el chico transmite por el libro que leyó, ese chico es el público más
sincero que existe en la vida, y el más despiadado. Porque si no le gusta lo
que escribiste, te lo dice sin ningún problema. No quiere quedar bien, no le
importa que esté la maestra ahí, ni su propia madre. Más de una vez en una
Feria del Libro hay alguna madre que le dice al chico que se compre un libro
porque “es el de la autora”, y el chico dice que no quiere, que quiere
otro. Entonces, cuando un chico viene y
te dice que tu libro le encantó, es la mejor crítica que se puede recibir, el
mejor premio. Y uno sabe que ya lo tiene cautivo para la lectura. Uno puede
decirle que lea otro, y se va haciendo eso que a veces no le dan ni los padres
ni la escuela. Yo trabajo por eso y apuesto a los chicos. Cuando me vienen con
qué pasa con los chicos y la lectura en la era tecnológica, yo les digo que si
hay alguien en quien confío es en los chicos. Porque no conozco un solo chico
en el mundo que se resista cuando le pido que venga porque le voy a contar un
cuento. O que le lea un cuento, y le
deje el libro diciéndole que ahí está el cuento que le conté o le leí. Ese
chico va a reabrir el libro y se va a reencontrar con la historia. Los chicos
aman las historias, y aman los libros. El problema es que siempre necesitan un
adulto mediador que se los acerque. Si el adulto (escuela o familia) no le
acerca eso, sino que le acerca el cable, la tele, toda la parafernalia en la
que se puede leer, el otro que no me acuerdo cómo se llama, obviamente que no
va a tener acceso. Pero en mi casa había televisión, y a mí me gusta la televisión.
Y no por eso dejé de ser lectora. El libro sabe ubicarse solo si uno lo lleva
al alcance de los chicos. Le va a pelear a la Tablet o a la computadora, si
está en la casa. Pero si no está en la casa, ¿cómo va a hacer, pobrecito?
Incluso hay un fenómeno muy interesante sobre el que estuve leyendo hace poco,
y es que no son los chicos los que no leen. Son los adultos. Hay toda una
generación de jóvenes padres que no están leyendo, y que empezaron a leer
gracias a los chicos. Porque como les piden libros en las escuelas, por los
Planes de Lectura, llevan esos libros a la casa, y ahí los padres leen. Padres
jóvenes, de veinticinco a treinta y tantos años. Algunos por ahí le compran un
libro de cuentos, pero se olvidan de la poesía… Se está haciendo un camino
inverso, y hay chicos que están acercando a sus padres a la literatura. Por los
chicos pongo las manos en el fuego. Mientras haya chicos, va a seguir habiendo
libros y va a seguir existiendo la literatura. La Tablet es bárbara. Yo la uso
también, pero el olor del papel, las ilustraciones, la textura… no hay
tecnología que lo reemplace. Y el chico lo sabe. Le gusta mirarlo, darlo vuelta
y mirarlo cuando todavía no sabe leer, le gusta chuparlo… y está bárbaro. Lo
lee como puede. Hay que acercarles libros a los chicos y el libro se va a
reacomodar. Con la televisión decían que el libro iba a desaparecer y acá está.
Con las computadoras, lo mismo. Y con los jueguitos esos que no me acuerdo cómo
se llaman iba a desaparecer, y sigue estando acá. Y con la Tablet va a seguir
estando. Pero tenemos que darle una manito, porque el libro solo no llega.
MM: Mediar. Hacer de puente. Me tiraste otro montón de títulos, Uno de los que me acuerdo es el que dice que al talento hay que sumarle trabajo.
MM: ¿Y en esta búsqueda, en este
trabajo cuando tuviste que escribir narrativa histórica, qué hiciste?
LC: Primero, investigar. Antes de
tener la más mínima idea de quiénes iban a ser en este caso de Un misterio
en Tucumán, el protagonista o los personajes. Leí, desde los libros
convencionales de historia que uno tiene porque le quedaron en la biblioteca
del colegio, hasta otros más actuales con una mirada más repensada de la
historia. También documentos, cartas, biografías, hasta árboles genealógicos,
porque descubrí que el gobernador de Tucumán era Bernabé Aráoz, y en una de las
cosas que leí, durante los casi dos meses que estuve leyendo, encontré que
había tenido seis hijos con doña Teresa Velarde de Aráoz, y uno de ellos se
llamaba José Ignacio. No te puedo explicas las cosas rarísimas que leí buscando
el nombre de los otros cinco hijos, y no pude encontrarlos por ningún lado.
Igual, José Ignacio me había gustado. Será porque mi hijo se llama Juan
Ignacio. Y me gustó. Es como que el personaje me encontró a mí. Me di cuenta de
que era mi protagonista. Leí cosas de geografía, busqué planos de la época,
otro tipo de documentación. Tuve que buscar cómo era el clima, si tenía o no
tenía un río cerca, cómo era ese río… Porque aparece un río en una parte de mi
historia y necesitaba saber de dónde venía, si tenía caudal, si se podía nadar
o no… Hasta ese nivel de verosimilitud quería llegar. Y de todo lo que leí fui
eligiendo los elementos históricos reales. Y con eso empecé a armar un
rompecabezas. Yo a los chicos suelo explicarles. ¿Vieron esos rompecabezas de
quinientas piezas en los que uno siempre empieza por el borde? Bueno, todos los
elementos de la historia real argentina fueron el borde de mi rompecabezas. Una
frontera dentro de la cual podía inventar lo que quisiera, pero que no podía
traspasar. José Ignacio existió verdaderamente. Lo que dijo o cómo era, lo
inventé, porque no hay testimonio que me haya ratificado que él no estuvo ese
día en la Plaza, que no le hizo a la prima lo que le hizo, que su amigo no se
llamaba Gregorio… Eso lo inventé, pero tenía que respetar a rajatabla ese marco
histórico, ese borde dentro del cual podía jugar para construir una trama de la
historia. Hasta que elegí las piezas de ese rompecabezas, de todo lo que leí
hice una especie de resumen. Eran como ocho páginas de información. Lo que hice
después fue ir encajando la información con la trama que iba inventando, y así
terminé de armar el rompecabezas. Fue muy divertido. Yo tenía experiencia en la
escritura de textos históricos, porque había hecho los Ambrosios. Pero estaban ambientados en una época: con los egipcios,
entre los vikingos, en la Antigua Grecia, o en la Prehistoria. Era mucho más
amplio. Acá estaba muy ceñida. Hay personajes reales que estuvieron y tenía que
ponerlos. No importaba si yo inventaba el nombre de un Faraón o no ponía ningún
nombre. Acá no. Fue un trabajo súper exhaustivo de buscar información previa y
de elegir información. Porque hay otra cosa importante, que también lo habrás
pasado, porque tenés una novela histórica en el Bicentenario, El fantasma de Francisca.
MM: Con los Ambrosios hay mucha
más distancia. Acá se trata de una historia más cercana en el tiempo, pero
sobre todo, más cercana en lo afectivo. Crecimos aprendiendo lo de la Casita de
Tucumán en el Billiken… lo que todos conocemos. ¿Qué sentiste con ese exagerado
respeto, casi hasta temor, con los personajes históricos? ¿Qué pasa con un
Belgrano chistoso, que les hace una broma a los pibes o que se prende en
ocultarles el secreto?
LC: Estaba un poco temerosa, pero
pedí permiso a los chicos en la editorial. Mi estilo se caracteriza por el
humor, y les pregunté si podía escribir una novela con humor. Me contestaron
que por supuesto. ¿Y quién dice que Belgrano no tenía buen humor? En ninguna de
las biografías de él que leí dice nada. Incluso me enteré de algunas cosas que
mejor no las digo, porque Belgrano es uno de mis próceres preferidos. Me enteré
de cosas que no sabía, que si las estudié en algún momento, las había olvidado.
Sin faltarle el respeto, Belgrano era un ser humano como cualquiera, y podía
tener una chica que le gustara. Era un gran bailarín, tanto de danzas
autóctonas como europeas. Creo que tratarlo con humor no significa faltarle el
respeto. Fui cuidadosa como lo soy en general. Lo hice bien humano, lo saqué de
la foto del Billiken, y lo llevé a una situación cotidiana: a hablar con
chicos, a reírse cuando se da cuenta de que los chicos están haciendo un lío
terrible, lo transformé en un cómplice, como puede serlo cualquier persona
grande cuando ve que los chicos están armando cosas inocentes. Me encantó poder
ponerlo en un costado más humano…
MM: Desacartonarlo. La pusiste a
nuestra amiga Francisca vendiendo empanadas. ¿Eso lo inventaste?
LC: ¡No! Documentado. Piña tiene
un libro de historia argentina donde dice que era la mejor vendedora de
empanadas de San Miguel de Tucumán. De hecho, ya en esa época había dejado de
venderlas, pero había ganado mucho dinero haciéndolo.
MM: Mira vos. Viste que yo tengo
una Francisca, pero la mía no hacía empanadas.
LC: Yo me documenté. No te puedo
decir la receta, si eran con o sin pasas porque no la encontré.
MM: Si era la mejor tenían que ser
con pasas.
LC: No, porque a mí no me gustan.
(Risas). Eso lo saqué de un dato histórico.
MM: Y obviamente, lo de Dolores
Helguero…
LC: Sí. En una crónica maravillosa
de Paul Groussac encontré los nombres de las vecinas y de los vecinos
prestigiosos. Tampoco era tan grande San Miguel de Tucumán. Los nombres de las
chicas casaderas de la época… una de ellas incluso novió con Belgrano. Lucía
Aráoz, la prima de José Ignacio, es un personaje histórico real. Era la hija de
Diego Aráoz que después se va a casar con José López. Después van a estar
enemistados. Este país no ha cambiado mucho lamentablemente, siempre ha habido
como dos bandos (se llama capitalismo más viejo o más nuevo). Los caudillos
estaban enfrentados. Bernabé Aráoz se va a enfrentar con López, aunque había
sido su padrino y le había pagado los estudios en el Alto Perú y todo. Y López
lo fusila. Después de que fusila a Bernabé Aráoz era tan sangriento el
enfrentamiento entre ambas familias, que le proponen a Lucía Aráoz que se case
con López como para aliarse y terminar con una cosa que los desangraba. En
realidad, Lucía ya amaba a López, aunque lo tenía escondido. Era casi una historia
de Montescos y Capuletos criolla. Aceptó casarse mucho tiempo después. Seguí
leyendo sobre la historia porque me pareció fascinante. Además me calzaba justo
que apareciera Lucía para que fuera la antagonista de José Ignacio. Pueden leer
incluso la crónica de Paul Groussac en la que relata cómo fue el baile que se
hizo el 10 de julio en la misma casita de Tucumán.
Maravillosa entrevista! Aprendí muchisimo sobre narración y sobre escritura leyéndola. Además que admiro a Liliana Cinetto. Gracias
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