Recuerdos de infancia

Los recuerdos de la infancia están atados tanto a los objetos que quedaron fijados a nuestra experiencia como a las personas queridas con quienes nos hemos vinculado y que le han dado a esos objetos significación. Producto del taller que se desarrolló  en la biblioteca “Memoria con yapa” del Centro de Salud Mental A. Ameghino, exponemos aquí una nueva muestra en donde los adultos mayores comparten delicias de sus tiempos de infancia. Tiempos memoriosos que transforman los recuerdos en textos breves de ficción.




Por Elena Viñas

Cuando miro para atrás, o para adentro, y busco en mi memoria, encuentro tres objetos que marcaron mi interés en los primeros años de mi vida, en la lejana infancia:

El nacimiento


Una enorme lata redonda y dorada que un día apareció arriba del aparador del comedor diario de la casa de mis padres. Yo era muy tímida y asustadiza y era muy difícil que preguntase el para qué de las cosas. Por eso estuve espiando por un largo tiempo la bendita lata con contenido desconocido... Pero un día, un gran día, la lata desapareció. Luego entendí el motivo, el día en que nació mi hermana Beatriz descubrí que en la lata se guardaba un elemento que se utilizó en el parto. Luego de eso la lata anduvo muchos años por distintos lugares de la casa, pues se utilizaba para guardar los objetos más diversos.

Triciclo

Recuerdo a mi tía abuela, Antonia, que era mi madrina. Estaba muy enferma y todos los fines de semana mi mamá me llevaba a visitarla. La recuerdo en la cama, rodeada de almohadones. Ella me llamaba, me sentaba a su lado y sacaba de su mesita de luz unas cajitas que para mí eran mágicas. En su interior había muchos objetos: medallitas, rosarios, anillos, crucifijos, alfileres de gancho, aros, collares, botones, y hasta peinetas y bolitas de vidrio. Jugábamos ambas con ellas y en ocasiones me peinaba los cabellos con las peinetas y alguna cinta de color. Recuerdo que una vez me pidió que me acercara a la mesa que había al lado de la ventana de su cuarto. Esta mesa estaba cubierta con un mantel blanco bordado de flores color rosa que llegaba casi hasta el piso. Sobre ella había un florero con calas que siempre mamá cortaba de nuestro jardín. Esa vez mi tía, mi madrina, me pidió que me fijara lo que había debajo de la mesa y al levantar el mantel encontré un hermoso triciclo color rojo con asiento de cuero y un timbre en el manubrio. Grande fue mi sorpresa, siempre les había pedido un triciclo rojo a los reyes, pero nunca habían escuchado mi ruego. Ahora, allí estaba, rojo, brillante, con sus ruedas de goma blanca. Ese triciclo fue mi alegría y la de mis hermanos y primos por mucho tiempo. Hacíamos cola para usarlo y todavía debe andar por algún lugar, alegrando a algún niño. Al poco tiempo mi madrina falleció, fue la primera vez que escuché hablar de la muerte y a entender un poco lo que significaba.

Cucharitas

El primer regalo que mi abuelo hizo a mi abuela cuando eran novios fue un estuche forrado con un juego de cucharitas para el café. Mi abuela me las enseñó una vez, cerca de mis 12 años, cuando me contaba sobre el día en que lo conoció. Recuerdo que cuando las vi no las pude tocar. ¡Eran mágicas! Brillaban mucho. Tiempo después, cuando falleció el abuelo y yo tenía 24 años, mi abuelita Pilar me contó su hermosa historia de amor, me entregó la cajita y me dijo que eran para mí. Esas cucharitas no han sido usadas. Salvo una, que la uso yo cuando me apetece beber un café. Lo sirvo en un pocillo especial que compré para usar esa cucharita. Seguramente esta caja pasará a otras manos, en algún momento. La caja tiene nombres y fechas: 1906, Gumersindo; 1907, Pilar; 1967, Elenita.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cincuenta años sin J.R.R. Tolkien: cómo lo cuidó un sacerdote español y qué tiene que ver la Patagonia con “El señor de los anillos”

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo