¿La primera novela histórica?

Cerrando el mes de junio y del relato histórico, evocamos la figura de Juana Manuela Gorriti, escritora salteña con una vida digna de la mejor ficción.


Por Laura Ávila


Retrato de Güemes por Schiaffino
Cuenta Juana Manuela Gorriti que conoció a Güemes. Dice que lo vio bajar del cerro, con un poncho colorado, más hermoso que un Cristo o un Apolo, y la encontró entre los yuyos altos del valle de Salta en donde ella vivía. Como era una niña chica, se asustó y se puso a llorar. Güemes la tomó en sus brazos y se la llevó a su padre, el general Gorriti, antes de saludarla con un beso y llamarla la flor de la maleza.

Es un relato hermoso el suyo, uno que dejó por escrito. Parecería un recuerdo, pero si comparamos la fecha de su nacimiento (1818), con la de la muerte de Güemes (1821), vemos que si el hecho sucedió en verdad, Juana solo tendría escasos tres años. O contaba con una memoria prodigiosa o estaba inaugurando una ficción histórica.

Juana Manuela tenía ocho hermanos. Ella era la penúltima. Sus padres eran del Norte, él salteño, ella tucumana, gente de mucha plata, dueños de una hacienda a orillas del río del pasaje. El padre, Juan Ignacio, fue diputado en el Congreso que declaró la Independencia y oficial de Güemes: cuando el general murió por traición, fue virando hacia el unitarismo y llegó a pelear contra las tropas de Facundo Quiroga.


La madre de Juana la veía rebelde y varonera. Para que se le pasara el alboroto trató de mandarla a un colegio en Salta, pero su hija aguantó muy poco tiempo. Como la tenían encerrada, dejó de comer y se enfermó con tanta pasión, que tuvieron que devolverla.  Aprendió a leer en su casa, y parece que se formó un poco ella misma, al estilo de Sarmiento. Empezó a escribir desde la infancia. 

Cuando ganaron la provincia los federales, don Gorriti tomó a su familia y se fueron a Bolivia. Juana tenía once años. Se encerraba a escribir, tenía muchos cuadernos donde probaba su pluma.

Pasaron tres veranos en Tarija, en una casa grande que daba a la única plaza del pueblo. 

Ahí  la conoció un militar que estaba de paso, Manuel Isidoro Belzú. El hombre gustó de ella y se la pidió al padre, que dejó que se casaran aunque su hija no llegaba a los quince años. No quería que Juana volviera a Salta, que parecía ganada por el influjo de sus odiados federales.



Y aquí viene un dato que merece ser ficción: con el tiempo este capitán Belzú resultó ser un líder de masas, el hombre que alzó al pueblo contra los poderosos de Bolivia, el que creó la bandera, otro padre de los pobres. 

Sufrió el exilio y se llevó a Juana al Perú. Ella no estaba feliz con esos caminos que tomaba el marido, pero le encantó vivir en Lima, la ciudad más culta y refinada de aquellos años locos. 

Su marido se volvió a Bolivia a intentar  la revolución y la dejó en Lima con dos hijas y dudosos recursos económicos. Pero Juana Manuela no se achicó. Abrió una escuela mixta y empezó a enseñar. Preparó su salón para ofrecer tertulias literarias. Y retomó la escritura. Escribía mucho. Recuerdos de viajes imaginados, cuentos, semblanzas, fábulas y leyendas. Y un día agarró los manuscritos de la niñez y con ellos empezó una novela. La reescribía por capítulos, como un folletín, y así se la fueron publicando en un periódico de Lima.


Primera página de La Quena.

El libro se llamó La quena. Como empezó a publicarlo en 1845, tiene el honor de ser la primera novela de ficción histórica del país. No es una semblanza ni un panfleto, como el terrible Facundo de Sarmiento. Ni es un cuento corto, como El matadero, ni una nouvelle, como los relatos tempranos del padre del Miguel Cané. Es una novela hecha y derecha, dividida en capítulos, que cuenta la vida de Hernán de Camporeal, un joven mestizo, descendiente de la dinastía inca, apropiado por su padre español, y de Rosa, una “joven y virjinal” limeña de clase alta. Los dos se enamoran, pero el padre de la niña la casa de prepo con otro hombre. Hernán, que es el secreto guardián del tesoro de los incas, resuelve robar a su amada de su casa, y para ello consigue una poción que la hace parecer muerta por unas horas. Logra sacarla del sepulcro de la Iglesia en donde la enterraron y los dos huyen hacia la tierra de sus padres, hasta que el marido burlado los encuentra.


Vista desde el hoy, La quena tiene un perfume adolescente que marea y se inscribe sin dudar en el movimiento romántico, con paisajes de tumbas abiertas, reliquias mortuorias, amor hasta después de muerta y esas cosas tan Edgar Allan Poe. 

Pero a pesar de sus arrebatos emo, está muy bien escrita, con pasión y convicción, una gran sensibilidad y un ritmo infernal que hoy muchos envidiarían. 

¿Por qué es una ficción histórica? Porque sitúa episodios en la Lima del pasado indígena y la confronta con su presente criollo. Esos eventos de la conquista ocurrieron, están documentados. Pero el objetivo de ese escrito no es llegar a una verdad histórica, sino reflexionar acerca de la violencia y el desencuentro entre dos civilizaciones. Siempre hay violencia y desencuentro en este mundo. Es por eso que el libro sigue siendo actual, porque, como toda buena ficción histórica, habla del hoy.


Juana Manuela en el Almanaque Sud.
¿Y cómo siguió la vida de Juana Manuela?

Su marido fue asesinado por sus enemigos y ella recogió su cuerpo de las escalinatas de la casa de gobierno: “Vinieron a decirme que Belzú había caído atravesadas las sienes de un balazo, y yo corrí en medio del combate; llegué hasta donde yacía el desventurado ya cadáver, lo levanté en mis brazos y en ellos lo llevé a casa: ¡a ese hogar que él había abandonado tanto tiempo hacía! Con mis manos lavé su ensangrentado cuerpo, y acostándolo en su lecho mortuorio, lo velé y no me aparté de él hasta que lo coloqué en la tumba. La misión de la esposa parecía ya acabada; mas he aquí el pueblo que me rodea y me pide más: me pide que lo vengue. Sí: lo vengaré con una noble y bella venganza, haciendo triunfar la causa del pueblo que era la suya.”


Juana Manuela Gorriti regresó al país luego de la caída de Rosas. Fue muy bien recibida por la tilinga sociedad porteña. Le publicaron La quena. Fundó un periódico, se hizo periodista y conoció a los unitarios que volvían del exilio y que fundaron una literatura de varones que odiaban a la barbarie.

Pero ella no formó parte de esa corriente, no le interesó fundar ninguna Nación que excluyera gente. Continuó escribiendo a su manera, vívida y genuina, rescatando personajes y situaciones olvidados por esa historia selecta que construían sus pares hombres.

Compartió hasta el final sus femeninas impresiones del mundo.


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