El año del mono, de Patti Smith (fragmento)

En este texto de El año del mono, su último libro, Patti Smith recuerda momentos del año 2016, en los que ayudó a Sam Shepard a terminar de escribir Yo por dentro, su obra póstuma.




Mariposas negras


Últimos días de agosto con Sam en Kentucky. Habíamos pasado la mayor parte de la tarde trabajando. Volví a salir casi al atardecer para darme un respiro y me vi atraída por unos movimientos extraños en el murete de piedras que rodeaba el jardín. Estaba cubierto de mariposas negras, decenas de mariposas que aleteaban frenéticas una encima de otra, iluminadas a media luz. Se oía un leve silbido, quizá fuese su canto mortal, alas oscuras como vestidos de luto. Me vino a la cabeza una fotografía que había hecho de mis hijos ya crecidos en el funeral de su abuelo Dewey. Mi hijo con un sombrero Stetson negro y mi hija con un vestido negro.

Sam levanta la vista y sonríe cuando vuelvo a entrar; retomamos el trabajo de inmediato. Una primera revisión de un manuscrito reciente. Hay varios cambios y pasajes nuevos que verbaliza para evitar el esfuerzo de escribir a mano. Hace un tiempo me dijo que lo ideal era escribir en absoluta soledad, pero la necesidad le ha hecho cambiar de procedimiento. Sam se adapta y parece haber renovado sus fuerzas ante la perspectiva de concentrarse en algo nuevo.



Su hermana Roxanne me prepara un té. Toses mucho, me dice. Sam sonríe. Hace cuarenta y cinco años que tiene esa dichosa tos. Sam, estoico, está sentado en la silla de ruedas, con las manos apoyadas en la mesa. Su vieja Gibson descansa en un rincón, una guitarra que ya no puede tocar. Y la realidad del presente se impone con fuerza: no puede aporrear las teclas de la máquina de escribir, no puede echar el lazo al ganado, no puede pelearse con sus botas de cowboy. Sin embargo, no menciono ninguna de estas cosas y Sam tampoco. Llena los silencios con la palabra escrita, buscando una perfección que únicamente él puede dictar.

Continuamos, yo leyendo y transcribiendo, Sam escribiendo en voz alta en tiempo real. El mayor reto es rescatar la soledad. La soledad requerida para escribir, la absoluta necesidad de reclamar esas horas como si se arrojaran por el espacio, igual que el astronauta en 2001, sin morir jamás, limitándose a seguir y seguir en el reino de una película que no cesa, hacia lo infinitesimal, donde el Increíble Hombre Menguante continúa menguando y, en ese universo, es el perpetuo señor.

—Nos hemos convertido en una obra de Beckett —dice Sam de buena fe.

Nos imagino fijos en nuestro sitio, junto a la mesa de la cocina, cada uno de nosotros habitando en un barril con una tapa de hojalata, nos despertamos y asomamos la cabeza y nos sentamos ante la taza de café y la tostada con manteca de cacahuete a esperar hasta que salga el sol, elucubrando como si estuviésemos solos, no solos juntos, sino cada uno por su cuenta, sin entorpecer el aura de la soledad del otro.

—Sí, sí, una obra de Beckett —repite.

Al caer la noche, su hermana lo ayuda en lo que haga falta. Yo me acomodo en la cama improvisada, situada en un punto desde el que puedo verlo.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta.

—Sí, estoy bien —respondo.

—Buenas noches, Patti Lee.

—Buenas noches, Sam.

Me quedo tumbada, atenta al sonido de su respiración. No hay cortinas, así que veo las siluetas de los árboles. La luna ilumina las frágiles telarañas de los rincones de la sala y el borde de su cama y la mesita baja que hay entre nosotros, abarrotada de libros, y mi pie, que asoma de la colcha que me cubre. El retrato de la noche que veo por la ventana me hace señas para que vaya. Incapaz de dormir, me levanto y salgo a tomar aire; me dedico a mirar las estrellas y escuchar los grillos y las ranas toro, bramando con todas sus fuerzas. Con ayuda de la linterna del teléfono regreso al jardín de la casa. Las mariposas negras continúan allí, inmóviles, cubriendo una parte de la repisa del murete del jardín, pero soy incapaz de decir si están muertas o solo dormidas.


El año del mono
Patti Smith
Lumen, 2019.

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