XVZ, o la vigencia de Elsa Bornemann

Ayer, 20 de febrero, Elsa Bornemann habría cumplido 70 años. Para recordarla, para homenajearla y para ratificar, una vez más, los infinitos cruces de la intertextualidad, compartimos estas palabras de Martín Blasco que, a punto de reeditar la novela XVZ, archivos ultrasecretos, rememora su relación de admirado lector con ¡Socorro!, ese clásico de nuestra literatura juvenil con el que su obra (y su vida) dialogan.


Por Martín Blasco* 


Este año se reedita uno de mis primeros libros, XVZ Archivos ultrasecretos. Lo que sigue a continuación es un adelanto de un nuevo epílogo que incluirá el libro. Tengo la gran suerte de pertenecer a una generación que creció leyendo a Elsa Bornemann. Para ella entonces a modo de homenaje, esta pequeña historia de fichines y lecturas.



Otro epílogo. Una pequeña historia personal


Hola, mi nombre es Martín Blasco y soy el autor del libro que acaban de leer. Si bien ya terminó, les pido que se queden conmigo unas páginas más. Quiero contarles algo que me pasó hace poco y que me resultó interesante. Pero primero, para que la historia se entienda, tendré que retroceder hasta mi infancia. Así que ténganme paciencia. Ahí voy.

Resulta que cuando era chico me encantaban los videojuegos. Muy original lo mío. Por ese entonces no teníamos computadoras, ni playstation, ni celulares, ni internet. Así que cuando digo “videojuegos”, me refiero a los que había en ciertos locales, que nosotros llamábamos “fichines”, porque al llegar tenías que comprar fichas que servían para jugar al juego que quisieras. Los más populares eran los flippers, esos en los que pegándoles a los botones hay que hacer rebotar una pelota por todos lados. Pero también había algunos con pantallas y comandos: el Wonder Boys, el Rygar, el 1942, el BubbleBobble, el Double Dragon. Todavía quedan algunas de estas salas de videojuegos, sobre todo en las ciudades turísticas.

Aunque jugaba a varios, mi favorito era el Pac-land. Un Pacman pero con patitas (estoy seguro de que al Pacman lo conocen: es esa pizza sin una porción que tiene problemas con fantasmas). Cuestión que me volví muy bueno en el Pac-land, a tal punto que, a los doce años, era el mejor (de mi barrio, claro; del mundo, no sé). Cuando el juego terminaba, aparecía un ranking de jugadores, con sus nombres y sus respectivos puntajes. Perdón que tenga que decirlo de nuevo: mi nombre era, y sigue siendo, Martín. El problema es que en el barrio había un montón de Martines. Así que un día decidí que, en vez de poner mi nombre, pondría tres letras diferentes: tres letras que no hubiera forma de que otra persona eligiera. Y puse XVZ.

Desde entonces comencé a firmar todo así: XVZ. Luego se sumó mi hermano Víctor Blasco (si se fijan, a él le dedico el libro), que también empezó a firmar todo XVZ, porque como buen hermano menor, era un copión (no lo niegues, Víctor). 

Yo, por esas vueltas de la vida, terminé siendo escritor. Y cuando empecé a publicar libros para chicos, me propuse que algún día existiría uno que se llamaría XVZ (perdón, sé que esto contradice el relato del comienzo del libro en el que se cuenta cómo se formó el grupo XVZ. Pero pienso que es perfectamente lógico y posible separar ficción de realidad sin que a nadie le estalle la cabeza: en la ficción, un grupo de chicos deciden ponerse XVZ por la primera letra de cada uno de sus nombres o apellidos: Ximena, Víctor, Zapata. En la realidad, el escritor, o sea yo, elige esas mismas letras porque extraña el Pac-land y por otras cuestiones que están por ser reveladas. Es fácil).

El libro se publicó y, por suerte, muchos chicos lo disfrutaron (y lo siguen disfrutando: por eso esta nueva edición me permite agregar estas palabras). Yo, mientras tanto, continué con mi vida.

Una de las tareas habituales de un escritor de literatura infantil es visitar los colegios donde se leen sus libros, algo que hago bastante seguido. La cuestión es que un día llegué demasiado temprano a una charla a la que me habían invitado; como ya estaba ahí y no sabían qué hacer conmigo, decidieron depositarme en la biblioteca. Tiene lógica: ¿adónde guardar a un escritor sino en una biblioteca? Así que me quedé una hora solo en la biblioteca de esa escuela. Luego de recorrer los pasillos, me dije que lo mejor era ponerme a leer algo. Por supuesto, había mucho para elegir. Primero pensé en alguno de los miles de libros que aún no había leído. Pero entonces me crucé con uno que sí había leído, y no una sino muchas veces. Era uno de mis libros favoritos de cuando era chico: Socorro, de Elsa Bornemann.

Socorro es un libro de cuentos de terror bastante terrorífico, debo decir. Cuando salió, en esa misma época en que yo iba a jugar a los fichines, fue un verdadero boom, y no solo lo leíamos, sino que después nos contábamos los cuentos unos a otros, haciéndolos más terroríficos cada vez. Sentado en la biblioteca de ese colegio, me puse a releerlo. ¿Seguiría siendo tan bueno como yo lo recordaba? ¿Daría miedo aún? Y sí, es buenísimo. Y sí, da miedo.


Fui pasando los cuentos con verdadero placer, cada uno más bestial y estupendo que el anterior, hasta llegar al final; y entonces descubrí que el último se llamaba… “Modelo XVZ-91”. Casi me caigo de la silla. Recordé lo de los fichines y me di cuenta de que no había elegido esas tres letras al azar. ¡La firma que ponía en los videojuegos la había tomado de aquel cuento, pero después lo olvidé por completo! Había sido una especie de homenaje a la escritora Elsa Bornemann, sin saber que muchos años después, yo también sería un escritor de literatura infantil y que en el colmo de las vueltas confusas del destino le iba a poner XVZ a uno de mis libros. Qué rara es la vida a veces.

Eso es todo. Quería que lo supieran. Y también quería pedir disculpas, porque en definitiva le robé a Elsa Bornemann el nombre de su cuento, sin darme cuenta. Será que los libros que leemos, las películas que vemos, todas las cosas que de verdad nos emocionan las llevamos con nosotros, nos forman sin que nos demos cuenta; las tenemos guardadas en algún lugar muy profundo de lo que somos, hasta que reaparecen de la manera más inesperada. Como me pasó a mí, que por lo visto tengo grabados para siempre, en un rincón de mi corazón, los cuentos de Socorro, de Elsa Bornemann. Y el Pac-land



* Martín Blasco estudió Dirección de cine en el centro de estudios Cievyc. Trabajó en diferentes programas de televisión en su país. Como guionista trabajó en la adaptación a la televisión del clásico de Roberto Arlt Los siete locos, en un equipo de guionistas dirigido por Ricardo Piglia.

Sus novelas infantiles y juveniles como En la línea recta, Los extrañamientos, El Bastón de plata, Todas las tardes de sol, Maxi Marote, La leyenda del calamar gigante, La oscuridad de los colores, entre otras,  han ganado importantes premios internacionales como el White Ravens (en tres oportunidades), la medalla Colibrí de Chile, El Alija de Teatro, Fundación Cuatro gatos, la Cámara Argentina de Publicaciones y el Premio Farmiente (donde los lectores belgas eligen su novela favorita del año). 

En 2021 ganó el Primer Premio Nacional de Literatura Infantil (el más importante de Argentina) con su novela En la senda del contrario.

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