La larga cosecha
A noventa y cinco años de la primera edición de la novela fundadora del género negro norteamericano, la obra de Dashiell Hammett se convirtió en un clásico que no envejece, por su forma de representar el modo en que se construyen las sociedades contemporáneas en relación con los factores de poder.
Por Hernán Carbonel*
Dashiell Hammett comenzó a colaborar en la revista Black Mask allá por 1923, cuando su editor, el visionario Joseph Shaw, buscaba “publicar historias realistas, fieles a la verdad y aleccionadoras sobre el crimen moderno”.
Contextualicemos: Black Mask era lo que hoy llamaríamos un pulp fiction, ediciones baratas orientadas a un público de escaso poder adquisitivo. En general revistas pequeñas, hechas con la pulpa de la madera (de ahí su nombre), encerraban un lenguaje directo, sin eufemismos, con uso de argots callejeros, descripciones y diálogos breves y punzantes.
En esa revista fue publicada por primera vez Cosecha roja –de cuya primera edición se cumplen 95 años-, en cuatro entregas mensuales, entre noviembre de 1927 y febrero de 1928, bajo el nombre original de Poisonville.
El género
Fue Hammett quien “sacó al crimen del jarrón veneciano y lo arrojó al medio del callejón”, según palabras de su gran discípulo, Raymond Chandler. Libró al detective del cuarto cerrado, en ruptura con el relato de enigma, y puso la sordidez en la punta de su nariz. El crimen no era ya ese elemento extraño a las sanas costumbres de la época victoriana, sino que pasa a ser un producto social de los años ‘20.
En el policial negro, el crimen es ley y la ley es el crimen. Se han roto el respeto por la propiedad privada, la razón y la moral; el fin justifica los medios y ya no se puede defender al Sistema pues es el Sistema el que está infecto. Como parte de ello, la policía en tanto institución, ya es no objeto de confianza. He aquí donde entran en escena los detectives privados, y otros estereotipos propios de un género en formación acorde a los tiempos que corren: el hombre rico de guantes blancos –pero con las manos sucias-, la mujer ambiciosa, seductora, sin escrúpulos (hoy, tal vez, objeto de la violencia de género) y un detective que ya no fuma en pipa junto al fuego mientras se enreda en devaneos metafísicos, sino que se la pega en la calle, se banca la parada –y un par de sopapos, claro- y ejerce un romanticismo apático, al borde del nihilismo. Cínico y solitario, pasa del dinero.
La novela
Cosecha roja posee una marca pocas veces vista en la novelística contemporánea: su protagonista carece de nombre. Ese detective de la Continental (Hammett mismo había trabajado como investigador, durante siete años, en la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton) es definido por el personaje de Dinah Brand (la femme fatal de la novela) como “un tipo gordo, cuarentón, que no se casa con nadie y testarudo”. Pero que no duda en sembrar un doble discurso con tal de obtener su objetivo frente a sujetos como Elihu Willsson, dueño de Personville hasta que una huelga pone en aprietos su hegemonía; empresario poderoso, “tenía comprados a un senador de los Estados Unidos, dos diputados, al gobernador, al alcalde y casi todos los diputados del estado”. Y a la policía: “El primer guardia que vi necesitaba afeitarse. Al segundo le faltaban dos botones del poco pulcro uniforme. El tercero dirigía el tránsito (...) con un cigarro en la comisura de los labios. A partir de aquel momento dejé de pasarles revista”.
Luego de escribir ese inagotable clásico que es El halcón maltés, un par de novelas más y algunos relatos, y tras ser aceptado en las fuerzas armadas para la Segunda Guerra Mundial, acercarse a organizaciones de izquierda y ser perseguido por el macartismo, Hammett se convirtió en un Bartleby: dejó de escribir, dejó de publicar.
Pero dejó, también, y entre tantas otras cosas, la ironía como una marca indeleble del policial negro: “Quien lo ha matado”, pregunta el protagonista de Cosecha roja. “Alguien que tenía una pistola”, le responden.
Las traducciones
En el foro abretelibros.com aparece este comentario de un usuario: “Una duda existencial. A ver, creo que estoy leyendo la traducción de Fernando Calleja (...) y me he bajado [de] la red la de Rafael Marsán, que es muy muy diferente. No hay más que ver los principios”.
Cierto.
Vayamos a tres ejemplos. Los dos citados: la edición de la revista Club del Misterio (Bruguera, Barcelona, 1981), con traducción de Rafael Marsán; la de la Serie Negra de Alianza Editorial (Planeta, Barcelona, 1985), traducción de Fernando Calleja; y sumemos la de la Colección Rastros (Acme, Buenos Aires, 1946), en versión de J. Román.
Haciendo un copy paste intensivo, y salvo excepciones, las traducciones no difieren demasiado. Podría armarse así:
El bar donde sucede la primera escena es, para dos de ellos, en inglés: Big Ship de Butte; para el otro, en castellano: Gran Barco de Butte. El personaje ocasional puede ser un minero pelirrojo de nombre Hickey Dewey, un zafrero pelirrojo y un pillo.
Es él quien ejerce el don del habla popular; quien “tenía la costumbre de convertir las erres en diptongos”, quien “cambiaba en diptongos otras erres”. Es en él donde entra a tallar el uso de cierta jerga: “decía soido por cerdo, loido por lerdo y poino por perno”, “como le ocurre a casi todos los nativos de Brooklyn”. Fonéticas propias de ciertas regiones –como los cubanos colocan una ele en lugar de la erre al final de ciertas palabras o los madrileños dicen Madrís-. “Así que me importó poco su manera de nombrar la ciudad”, o “no preste atención a lo que hiciera con el nombre de la ciudad”.
Atento a los giros del lenguaje oral, el oído del protagonista se centra en las erres: “Luego volví a oír el mismo nombre de boca de hombres capaces de pronunciar bien las erres”. “Más tarde escuche a otros hombres capaces de vérselas con las erres pronunciar el nombre de igual manera”. O “Más adelante oí que la pronunciaban de igual forma otros hombres que no tenían la misma dificultad de los nativos de Brooklyn”. (En manos de Román, la cita a la ciudad-condado es la única ubicación geográfica dentro de las tres traducciones.)
Quizás la diferencia más llamativa en la traducción del original de Hammett se dé en este fragmento: “Lo tomé como una muestra más del humor vulgar que anima los retruécanos propios de la jerga de los bajos fondos”, según Marsán, y “No obstante, no vi en ello más que ese humorismo que hace que algunas personas cambien la fonética de las palabras para darles una significación cómica”, según Román.
Ambas conjugan lo humorístico (humor, retruécano, cómica), lo vulgar (bajos fondos) y el argot (jerga, fonética) propio de un determinado grupo social. Calleja, en cambio, elige quedarse con un giro netamente borgeano: “no vi en ello sino un ejemplo más de ese inane donaire que suele inspirar los retruécanos de la germanía”. Sic.
Principio y final coinciden: unos años después - unos años más tarde - pocos años después / fui a Personville y / comprendí el exacto significado de esta palabra - comprendí mejor el porqué - tuve oportunidad de rectificar mi juicio.
Personville (ciudad personal, podríamos arriesgar, acertadamente, una vez que sepamos de qué va la novela y quién es Elihu Willsson) se convertirá en Poisonville: “ciudad venenosa” o “ciudad ponzoñosa”.
Nada que no se vea hoy en cualquier rincón de este bendito mundo.
*Hernán Carbonel nació -y vive- en Salto, provincia de Buenos Aires. Estudio Comunicación Social en la UNLP. Actualmente escribe para el suplemento literario de La Gaceta de Tucumán y para la revista Acción Cooperativa. Produce y conduce programas de radio y da talleres de lectura. Publicó los libros Antiguos dueños de la tierra (en conjunto con Mario Méndez y Jorge Grubissich, Ediciones Amauta), El chico que no crecía y otros cuentos (Galerna Infantil) y la investigación periodística El caso Arroyo Dulce, que lleva prólogos de Antonio Dal Masetto y Sergio Pujol. Ha colaborado, también, en varios medios gráficos y digitales, y algunos cuentos suyos fueron publicados en antologías.
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